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Ahuiyani

Mariposa nocturna sin opción. Citlalli no dominaba las complejidades del arte de las ahuiyanis religiosas ni había recibido los rudimentos básicos de la composición poética y de la música para entretener a los hombres. Nació bajo el signo de Xochiquetzal, diosa del amor, la belleza y el placer que la condenaba a dedicarse a la prostitución.
Un estigma que la marcaba como impronta imborrable era la pintura amarilla de axi que usaba a granel para cubrir las facciones, también ocultaba una cicatriz umbría por debajo de la oreja que le dejó un cliente obtuso negado a pagar.
Tomaba baños a diario para lucir limpia, trenzaba la mata de pelo azabache que recogía sobre la cabeza con diseños coquetos, los sahumerios que la perfumaban despertaban apetitos carnales. Todos esos arreglos muchas veces eran desestimados por los clientes ebrios de pulque con urgencia sexual.
De siete a once se ofrecía en el Cihuacalli o casa de mujeres bajo la luz titilante de un anafre. Mascaba zictli en forma escandalosa para atraer la mirada de los clientes que al voltear les sonreía dejando ver el color grana de sus dientes que pintaba con mayor esmero que el rostro. Cuando algún supuesto cliente se acercaba a ella lo invitaba a comprar su cuerpo y habilidades a precio caro pues era joven y bella.
Sin previo aviso, seguramente a causa de su inusual altura y belleza, una mañana se presentó en el Cihuacalli un religioso enviado por el sacerdote del templo del dios de la guerra y la muerte con instrucciones concisas de carácter obligatorio cuyo cumplimiento modificaría su vida: debía presentarse en el templo de Huitzilopochtli.
Al atravesar las puertas del templo, los ojos de Citlalli necesitaron adaptarse a la oscuridad reinante en sus entrañas, que contrastaba con la ardiente luminosidad del exterior. Después de ese breve lapso de tiempo, el tejido penumbroso urdido por las llamas eternas contenidas en pequeños cuencos de barro le permitió vislumbrar una explosión de formas y colores que la acogió.
Toda la exuberancia y el lujo que la fachada exterior eludía se resarcían en el interior. La morada divina estaba repleta de estatuas y ornamentos de oro y jade, principalmente en el altar. Las paredes estaban adornadas por frescos, sobresalía una pintura del maestro Zepotl donde Huitzilopochtli observaba con mirada aprobatoria al águila real devorando una serpiente sobre un nopal. A Citlalli se le erizó la piel. El lugar rezumaba paz, también encerraba una misterios energía.
Fue después de recorrer los detalles que ella clavó la vista en la figura que permanecía hincada en trance frente del altar. Permaneció en silencio hasta que el religioso apoyó las manos sobre las piernas para incorporarse, se movía con la parsimonia de un gato que abandonaba su lugar favorito. De no ser por el hábito, sería difícil adivinar a primera vista la condición de sacerdote. Su fenomenal altura y robusta complexión habrían encajado mucho mejor con un guerrero Caballero Águila. La voz grave y profunda en franca sintonía con el aspecto atlético retumbó en el recinto para exhortar a Citlalli a postrarse frente a la imagen de roca volcánica del dios para realizar un ritual de purificación. Para finalizar ella repitió en tres ocasiones la fórmula sagrada.
El caudal de pericias sexuales que practicaron después sobre un almohadón de plumas no respondía a algún precepto religioso pero por la estética y el fervor esgrimido había mucho de divino.
Después de ese día todo cambió para ella.
Algunos que la conocieron señalan que ella dejó la prostitución porque la experiencia fue tan sublime por el efecto del brebaje que el sacerdote le dio para que lo ingiriera durante el rito de purificación, en tanto que otros aseguraban que se debió a la creencia que su acción había ofendido a los dioses porque esa noche mientras salía del recinto religioso se presentó una lluvia de estrellas. Lo cierto fue que Citlalli no dejó tocarse por nadie más, por temor a que mancharan la pureza que había adquirido ese día.

Texto agregado el 16-02-2015, y leído por 360 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
25-03-2015 Qué maravilla deslumbrante has compuesto, umbrío. A Sofi le recuerda a Samael Aun Weor, a mí me remites en directo al Tantra Hindú. En esencia es idéntico propósito, la purificación de la energía sexual en aras de una mayor elevación espiritual. Un abrazo infinito. MujerDiosa
09-03-2015 Las ruinas tienen algo especial, al no contarnos toda la realidad nos permiten rellenar los vacíos con la imaginación y los ensueños. Algo así me pasa con tus textos. Tus palabras nos transportan y de las piedras del pasado surgen espectros, quimeras, visiones y espejismos. Todo, revestido con la magia de tu competencia y descrito con la esbelta y elegante agilidad de tu pluma. ZEPOL
25-02-2015 Vaya, vaya. Un placer leerte hermano. rhcastro
19-02-2015 El cuento tiene una pulcritud y fluidez acordes con la historia. No pude evitar imaginarme a los personajes en algún punto de lo que hoy son las actuales ruinas del Templo Mayor. Gatocteles
16-02-2015 Prosa vestida con una atmosfera religiosa, huelo el incienso y la historia tiene dulce e imaginaciòn. Un abrazo grande. sendero
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