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Al final, todo se reduce a los movimientos que obligan a otros. Los sacrificios que acercan –alejan- el objetivo, las variantes son muchas, pero no son todas. Eventualmente se pueden anticipar cinco, a veces incluso seis movimientos, pero al final, al final no se sabe nada, solamente que ya estás ahí y aunque estés libre y puedas correr a cualquier parte, en realidad ya estás amarrado y tu vida presente, tu vida futura ha dejado de ser una ilusión efímera para convertirse en la simple matemática que es la suma de tu pasado.

Alfredo siempre fue mejor que yo, en mi opinión, siempre fue mejor que todos, pero decir eso de Alfredo era apenas una esperanza, una premonición fundamentada en sus movimientos en la cancha: claros, limpios, precisos, ágiles, perfectos. A Alfredo también le decían el mago, porque siempre hay uno en los equipos de fútbol, y él era el nuestro, era el de todos, era como si su entrada al campo nos sumara inmediatamente dos goles, mientras nos aumentaba a cada uno –también- las posibilidades de hacer otro.

Pero el fútbol acá no es fácil, no lo es mientras se está empezando, cuando todo apenas son los rumores y los juegos, cuando todo apenas es hacer cualquier cosa, hacer lo que se pueda, correr tras la pelota todo el tiempo mientras el tiempo nos va pasando y nos va pesando en la espalda hasta sentir que nos va a tocar salir porque del fútbol no viven todos, apenas unos cuantos elegidos, como el mago, que debía ser uno de ellos.

Las fichas, de alguna forma, cuando nos jugamos el clásico, ya estaban jugadas por anticipado, perdidas las que había que perder, en sus posiciones las que debían sostenerse. Yo era el suplente del mago, jugaba en la misma posición que él, y no esperaba jugar, no con él en la cancha, no quería ni siquiera jugar, en realidad, sino verlo, apoyarlo y aplaudir, y después, celebrar, porque la copa, con él en la cancha, debía ser nuestra.

Sin embargo, y desde el principio, el juego se reveló, el mago no pudo jugar: hasta el vestuario llegó la policía, acompañada de unos cuantos fiscales, y se lo llevaron. El escándalo fue grande, casi no jugamos, hubo pelea con sangre y huesos rotos, no teníamos cara, después de todo, para salir, y aún así salimos. Ese día jugué yo, en vez de él, y marqué tres goles, y gracias a ese partido, me fui a un equipo pequeño de europa, feliz, asombrado, pero pensando en la injusticia de que el mago no hubiese estado.

Ahora que ha pasado el tiempo, lo sabemos todo, al mago le decimos el alquimista, y es el mejor de la prisión. Yo lo visito, a veces, cuando tengo tiempo antes de la pretemporada, que en el Real empieza más rápido. No sé cuántas cadenas perpetuas le dieron, pobre, no lo pudo evitar, cuando se arrepintió, ya la decisión la había tomado, la pieza estaba sacrificada, ya había metido, ya había transportado, en su maleta, un paquete lleno de droga, porque supuestamente a él, la estrella, no lo iban a investigar, y el dinero que le darían por hacerlo, en cambio -le dijeron- le dejaba su futuro asegurado.

Texto agregado el 08-02-2015, y leído por 135 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-12-2015 Muy Bueno cabro, buen cuento, bien armado, entretenido y con buen desenlace. itzamna
12-02-2015 Muy bueno tu relato Felipe. Me impacto esa imagen de sangre y huesos rotos. biyu
 
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