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No había visto a Lisandro el Kiwi desde que concluimos la preparatoria en el año Dos-Conejo, cuando nos despedimos el último día de clases, luego de embriagarnos abrazados a un mariachi que alguien contrató para festejar el fin del bachillerato.

Lo encontré fuera del banco. Estaba gordo y encorvado, y su cráneo parecía recién rociado con un líquido radiactivo que terminó hasta con las raíces de los pelos; pero la voz y la sonrisa entusiasta eran las mismas.

Intercambiamos algunos comentarios y al final efectuamos el rito de teclear el número del otro en el celular. Lo visité en su reducto dos semanas más tarde, pues me invitó unas cervezas para platicar “sobre los buenos tiempos”.

El Kiwi vive solo en una casísima que le dejaron sus abuelos al titularse en Filosofía. Según entendí, nada más hubo un período cuando lo acompañó una brasileña que fotografiaba a los danzantes del Templo Mayor, y quien le prodigó su amor el tiempo previo a su viaje hacia Estados Unidos.

Pasaron algunas horas de conversación donde los temas se extinguieron como pájaros dodos. Al final se inclinó precavido y me secreteó que en un cuarto de la mansión había encontrado un tipo de Aleph como el de Borges, pero que éste más bien era una especie de “fisura espacial” por donde ingresaban a nuestra realidad una hueste completa de pinacates “con todo y parásitos”.

Expulsé una carcajada al oír lo que terminó susurrando, pero me contuve al ver la seriedad en su rostro de franco Tío Lucas desahuciado. Por eso le seguí la corriente y lo acompañé a la habitación aquella donde para colmo no funcionaba el foco; así que debimos alumbrarnos con unas velas.

El lugar era una recámara apestosa a naftalina, con la cama y el buró cubiertos con sábanas blancas. El dichoso “enclave extradimensional” se hallaba al costado de un espejo enorme que nos transformaba en avatares tétricos de fantasmas desgarbados.

El Kiwi se adelantó para señalarme algunos frascos en el piso. Se inclinó alzando la vela y sujetó uno que me tendió, haciendo una mueca ante el hedor que salía por los orificios de la tapa.

Sentí náusea por el apeste, y un vuelco en la panza al descubrir una maraña de pinacates que se encimaban unos sobre otros, pasándose las patas por los lomos o las carillas primitivas y los ojos sólo capaces de discernir los tristes matices del gris.

No me aguanté las ganas y le solté: “¡Hermano! ¿Para qué quieres este animalerío? ¿Qué les piensas hacer a todos estos bichos?”

Pero no me respondió, pues estiró la diestra propia de un ángel flamígero y señaló hacia un punto en el aire, donde pensé que habría una telaraña o algo así, pues de repente se desprendió de alguna parte un pinacate que el Kiwi capturó en el cuenco de la mano para meterlo a la mala en otro recipiente.

Me aproximé a ver de qué parte había surgido el bicho. Pero me sorprendió una vibración eléctrica en el aire, previa a la gestación en el vacío de un animalillo suspendido en vilo unas fracciones de segundo antes de zarandear los artejos y convulsionarse al caer en el piso.


Decenas de pensamientos se engancharon en mi cabeza cual monos de Congost desde que salimos de aquel sitio y hasta que retorné a la casa. Lo último que hice fue tomar una absurda medida salomónica para proteger mi integridad mental: califique de “loco desquiciado” al Kiwi y borré su número de mi teléfono sin darle más vueltas al asunto, con la idea de cambiar el chip del aparato en caso de que me volviera a buscar.

Texto agregado el 06-02-2015, y leído por 242 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
30-03-2015 La atmósfera se hace tan inquietante, que se puede tocar. Además la imagen de los pinacates es muy difícil de borrar. Tus textos tienen la capacidad de tocar "algo"... Cinco aullidos "transportandose" yar
27-02-2015 Una descripción muy clara del desequilibrio emocional que ocasiona lo inesperado. rhcastro
06-02-2015 Extraño personaje el que describes; y uyyyyy, eso de los escarabajos me causó escalofríos. Y sí, yo creo que sin querer ser clasista, también hubiese hecho lo mismo que tú co-protagonista al final. Excelente narrativa, amigo querido, pero eso no es nada sorprendente. Un fuerte y full abrazo de felicitaciones. Placer leerte. SOFIAMA
06-02-2015 Me pareció distinto a otros relatos tuyos. Tiene giros cómicos que antes no eran tan frecuentes y aligeran el texto. Me gustó. El Kiwi me pareció un personaje logrado, así como las descripciones. Egon
06-02-2015 Extraordinaria la imagen de esa venta extradimensional Don surgen lo pinacates. El final me parece tan cierto, en la medida que solemos eludir lo que no conocemos o no entendemos. Tan fácil como olvidarlo. Gran narración. Un abrazo. umbrio
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