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Otra fría mañana de martes en la que como de costumbre Roberto duerme profundamente en el auditorio que permanece impávido lleno de rostros trasnochados y algo confundidos, como fondo se escucha la gangosa vos del viejo profesor de cálculo con su característico e irritable acento españolete, el rostro pálido de Roberto yace sustentado por el incómodo y frio escritorio, el mismo que ha usado siempre desde que ingreso a la universidad. Tras la larga verborrea del docente, Roberto sale cadenciosamente del auditorio como si llevara la vida a cuestas.
-¡Los mismos números de siempre con una forma nueva de complicarlos! ¡Que basura!, quisiera conocer el genio que invento las matemáticas para decirle unas cuantas cosas… -mientras cruzaba el corredor lleno de gente de repente tropieza con una chica algo misteriosa en su aspecto pero con una mirada llena de transparencia, Roberto tras mirar los libros de la hermosa chica en el suelo no se inmuto en lo más mínimo y siguió su camino, la chica indignada se dirige hacia el
-Oye ¿Qué clase de ser humano eres para ni siquiera pedir disculpas?-
Roberto permaneció en silencio con la cabeza agachada, la joven cuyo rostro había tomado un tono rojizo a causa de la ira dijo –No sabes lo que es el dolor, todo te es indiferente, a partir de este momento tu indiferencia será tu carga más grande pues se volverá ríos de dolor que no pararan de fluir hasta que no descubras la razón.- La joven desapareció de inmediato mientras Roberto pensaba que quería decir aquella misteriosa chica con esas palabras. Después de un tiempo Roberto decidió rendirse y concluyó simplemente que era una de esas chicas locas que no faltan en una universidad pública. Después de ese extraño incidente Roberto tubo un típico martes en el que después de llegar a casa y ver las mismas noticias de muertos e injusticias sin el menor interés para él se dirigió al comedor para degustar la misma comida, en la misma mesa, con la misma soledad como acompañante.
Al despertarse Roberto lo primero que sintió fue una gran humedad que se esparcía por todo el colchón, se sentía en una pequeña piscina, al abrir sus ojos lo veía todo borroso como si estuviera viendo bajo el agua, y sobre su rostro percibía como un pequeño hormigueo bajaba por sus mejillas como si algo estuviera bajando sobre ellas, de inmediato Roberto se alarmo y limpio sus ojos, noto que ya podía ver claro pero de sus ojos seguía saliendo agua, no se sentía triste, ni acongojado solo lo acompañaba la misma indiferencia de siempre.
-¿Que está pasando conmigo? ¿Por qué estoy llorando sino tengo motivos para hacerlo? ¿Y por qué mi cama esta empapada? ¡No entiendo nada¡- después de un rato largo de reflexión, por alguna extraña razón vino a la mente de Roberto la imagen de aquella chica del día anterior, y el significado de aquellas palabras comenzaron a adquirir valor “ríos de dolor que no pararan de fluir” – ya entiendo todo, a eso se refería con ríos de dolor, pero la verdad no sé de qué dolor se trata por que no siento nada. Bueno no importa, ahora debo centrarme en encontrar a esa chica-
Roberto salió a toda prisa para la universidad, cabe aclarar que aunque se armó de pañuelos para secar constantemente sus lágrimas, no por eso pasaba desapercibido, antes por el contrario era el centro de atención pero no por eso se resignó a quedarse encerrado, sabía que tenía que encontrar a la chica pues ella era la única salida a este problema que ya le estaba resultando bastante incómodo. Al llegar busco a la chica incansablemente durante horas sin tener el más mínimo indicio de donde podría encontrarla. –Parece como si hubiese sido un fantasma, como si la tierra se la hubiera tragado de un momento a otro- Roberto se dirigió al baño pues necesitaba algunos pañuelos mas, de repente al encontrarse con un espejo noto algo muy extraño, su rostro se veía totalmente gris, pensó que era cuestión del espejo así que acudió a otro espejo, pero el color grisáceo de su rostro permanecía igual –Que diablos me sucede- Roberto un poco alterado salió del baño y al toparse con el viejo profesor de cálculo noto que su rostro también se veía gris y que el rostro de algunas otras personas también se veían del mismo color – ¿qué está pasando por que veo a algunos a color y a otros con el rostro gris? Todo esto debe ser culpa de esa chica loca.- En ese momento Roberto decidió calmarse y ponerse simplemente a observar, miraba detenidamente a las personas que veía con el rostro gris y notaba en ellos algunos rasgos comunes como una forma de caminar cadenciosa, frialdad, tristeza en la mirada, y rostros entre acongojados y aburridos, mientras que por el contrario quienes permanecían a color ante su vista se veían alegres y entusiastas, en ese mismo instante Roberto exclamo: -Realmente no necesito de esta visión para darme cuenta del estado de animo de las personas pues cuando empecé a detallar las conductas de estas pude descifrar si estaban tristes o felices- en ese momento Roberto volvió a ver normal, aunque sus lágrimas seguían cayendo sin cesar.

Roberto creyó en ese momento que la solución para que dejara de salir lágrimas de sus ojos era simplemente sentarse a observar, observo todo durante un largo rato pero sus lágrimas no dejaban de manar de sus ojos cuando, mientras Roberto permanecía sentado en una pequeña banca con la mirada clavada en el piso y sus manos sobre la cabeza en señal de desesperación, de repente alguien paso por enfrente suyo exclamando sin que el notara quien fuera “lloras por tu indiferencia” de inmediato Roberto levanto su cabeza esperando ver la chica pero misteriosamente ya no había nadie, Roberto había comenzado a creer que se estaba enloqueciendo, sin embargo la voz fue tan real que se quedó reflexionando en torno a las palabras que había escuchado – la verdad es que si soy un poco indiferente, pero ¿indiferente con qué? Bueno si, se con que con todo, con la vida en general, con la gente… ¡eso es, con la genteee! Solo tengo que preocuparme por los demás y ayudarles y ya está, asunto arreglado.- Roberto traspaso rápidamente la portería de la universidad para salir con toda prisa hacia una pequeña calle cercana donde siempre permanecía un hombre ciego que se dedicaba a pedir limosna, Roberto se acercó al hombre y le dijo:- ¿Hola Señor como está usted?- El Señor con una voz ronca le responde:
-Pues no muy bien, pero si mejor que tú.
-¿Por qué lo dice?- pregunta Roberto un poco perturbado.
- Pues porque estas llorando.
-¿Y usted como lo sabe, no se supone que es ciego?
-Para percibir la tristeza no hacen falta los ojos, basta con el corazón.
-Bueno, pero ahora eso no es importante, lo importante es que yo le quiero ayudar, tome este dinero para que se compre algo.-Mientras hablaba Roberto saco algunos billetes arrugados y se los dio a aquel hombre, de inmediato y sin ninguna explicación las lágrimas de Roberto dejaron de salir por sus ojos.
-Que bien funciono- Exclamo Roberto, pero casi de inmediato sus lágrimas volvieron a brotar.
-No entiendo esto, se supone que si ayudaba a alguien podría dejar de llorar.- Dijo Roberto con notable tristeza
-Oye, esto no se trata de que ayudes a nadie diferente que a ti mismo- repuso el hombre ciego.
-¿De qué habla? ¿Acaso usted sabe lo que me sucede?
-Es demasiado evidente incluso para un ciego como yo, estas llorando porque tu alma se cansó de que fueras tan indiferente, principalmente contigo mismo.-
En ese momento Roberto se dio cuenta que hace mucho se había olvidado de el mismo, que ya solo se preocupaba por sobrevivir, que se le había olvidado lo mucho que le gustaban las papas fritas, la natación y las películas de terror, en conclusión que se había vuelto indiferente con el mismo y en consecuencia también con los demás, a partir de ese momento sus lágrimas dejaron de brotar, ya no momentáneamente sino para siempre o por lo menos hasta que sienta la necesidad de llorar para vaciar el alma.

Texto agregado el 30-12-2014, y leído por 94 visitantes. (1 voto)


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