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Aquella noche llegué a casa como siempre, cansado, amargado y hastiado de esta vida de mierda. ¿Quién habrá sido el imbécil que me leyó cuentos de niños? Probablemente uno de los maridos de mi madre. Vieja puta. Aún creo que no sabe de donde salí, a lo mejor mis taras son remanentes de droga y alcohol intrauterinos, no lo dudo, pero bueno, no es importante eso, porque lo que quiero es que sepan lo que pasó la otra noche.
Abrí la puerta de casa, luego del par de patadas respectivas (el carpintero del barrio deja mucho que desear y la puerta nunca ha calzado bien) y me dispuse a entrar y a buscar en la cocina algo que me quitara el hambre…Abrí la nevera, saqué un arroz con pollo y lo puse en el microondas, solo 1 minuto y medio me separaban del manjar de sociedad industrial recalentado que, en menos de una hora tendría que cagar para hacerle un bien a mi salud. Mientras comía me di cuenta de que no la había visto, peor aún, de que no la había sentido.
Suele ser callada ella, no grita, pero se oye…sus pasos se sienten por la casa, como los espíritus de la casonas viejas, a veces creo que me casé con un fantasma, porque esa mujer es solo una presencia, simplemente está por ahí, dando vueltas, cortando el aire de esa casa viciada con su cuerpo. Como me extrañó, la busqué, grité su nombre un par de veces, pero no apareció. ¿Dónde se habría metido?
Fui hasta nuestra habitación, la puerta estaba cerrada. Cuando entré, un olor nauseabundo me hizo vomitar en una maceta del pasillo el arroz que pensé me iba a tocar defecar, reponiéndome volví a entrar y encendí la luz; sobre las sábanas rojas (si, como de burdel) estaba ella inerte, aunque de lejos me parecía que se movía un poco, cuando me acerqué vi que no era una ilusión el movimiento, eran los gusanos, que disfrutaban del banquete que era el cuerpo sin vida de mi mujer.
La miré intensamente, estaba fea, aunque en realidad jamás fue hermosa y, viéndola mejor, me di cuenta de que los gusanos le daban un toque de realidad y corporeidad que no tuvo nunca y que ni durante el sexo logré conseguir que tuviera. Fue raro, amé verla muerta, porque por fin me dio una prueba de que había estado viva.
Salí del cuarto y tomé el teléfono de la sala, pues supuse correcto el llamar a la policía, mi esposa era un cadáver en avanzado estado de descomposición y alguien tendría que quitarla de mi cama, para que yo pudiera descansar, no me gustaba el sofá de afuera, los muebles de mimbre nunca han sido cómodos…así que me senté a esperar a la cana.
Cuando llegaron, entraron como trombas (¿qué se puede esperar de la policía, después de todo?), me empujaron como a un vulgar delincuente y luego de ver el cuerpo, decidieron llevarme con ellos.
-¿Por qué? Pregunté-
-Yo solo quiero que se la lleven.
El tombo me miró incrédulo y me respondió:
-Hay que hacer las investigaciones de rigor.
“Investigaciones de rigor” pensé….que ridículo, solo está muerta.
Al final me fui con ellos y una camionetita de esas con cava transportó a mi mujer y sus gusanos, dentro de una bolsa negra. Cuando subía a la patrulla vi a mis vecinos asomados intentando averiguar de mi vida. Imbéciles…pero no podía culparlos, quizá yo también, si no fuera yo mismo, habría ido a chismosear.
Recuerdo haber estado sentado horas en una oficina azul, fea, fría y con olor a cigarrillo, me preguntaron muchas cosas y las respondí, al final dijeron que tendrían que dejarme preventivamente encerrado…que había que ver los resultados de la autopsia…
En la celda pensé de nuevo en ella. Recordé las mil veces que le grité, pobre…era tan sosa, tan imperceptible, tan sin carácter, sin fuerza, sin brillo, ni aún a los gritos reaccionaba, nunca se cansó, nunca se enervó, nunca se excitó, nunca nada…mientras más la recuerdo más pienso que merezco una estatua en cualquier avenida de la ciudad, ¡hay que tener valor para resistir tanta inexistencia! Pero eso nadie lo comprendería, porque nadie es yo. Solo yo tuve que vivir 10 años con esa mujer, que no era nadie.
Las investigaciones determinaron que había sido suicidio, aunque había marcas en su cuello de estrangulamiento, es decir, aparte del arsénico en su estómago, alguien había intentado matarla. Me imaginé la escena, ella en la cama siendo estrangulada sin siquiera hacer el intento de respirar, pues ella nunca hacía nada. ¿Realmente valía la pena asesinar a un muerto? Una muerta en vida….Pobre asesino….comprendo lo que debe haber sentido….lo viví una década…
Fui declarado sospechoso de intento de homicidio. Me reí. Era un despropósito, una ironía, una redundancia incluso…¿para qué iba a matarla? Creo que ya expliqué lo que pensaba de ella y de su ausencia de espíritu, pero las autoridades no lo comprendían y me declararon “mentalmente insano” y me tienen encerrado aquí hoy, junto a un bando de tarados que se creen Dios o que le tienen miedo a la oscuridad, etc, haciendo que cuente por enésima vez lo que pasó con ella.
Y lo cuento, se los cuento de nuevo. Pero nunca ninguno va a comprender que no se puede matar a la muerte, que la muerte vivía conmigo, encarnada en aquella mujer de cáscara, que me volvió aparentemente loco, que tragó veneno para demostrar lo indemostrable, que me usó solo para ver si los vivos merecemos lo que ella tanto desea y sobre todo para que sepamos que no hay presencia más real que la suya, aunque intentemos ignorarla, gritarla o burlarla, por una década o por siglos.





Mariel Carrillo García

Texto agregado el 13-12-2014, y leído por 46 visitantes. (0 votos)


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