Y ahora no importa nada. Ni él, ni yo, mucho menos nosotros. Era la misma calle, y, como aquella vez, también era de noche. Las mismas luces naranjas, el mismo café-bar. Miro la mesa en la que alguna vez fuimos uno, desde afuera, y es solo una mesa. Y él está caminando delante de mí, y su cámara hace click click, porque “yo quiero guardar esa imagen para siempre”. Pero ya está guardada, y en este momento, tres años después, todo se está yendo a la mierda y yo no quiero arruinar la imagen que tengo en la retina, en el cerebro, en el corazón, para siempre.
Hombre, que no somos los mismos. Que yo quise que la vuelta a esa esquina porteña fuera el reencuentro de dos que aún se aman, pero no. Yo te amaba y tu ya no eras capaz ni de mirarme. Que porque ya no estoy tan linda, que porque no sonrío como antes…en fin, que porque no.
Y veo el paso peatonal con absurda insistencia. No vi las rayas tres años atrás. Me perdí el detalle porque la felicidad hace eso con uno. Te nubla. Y crees en cosas, y crees en la gente, y crees en todo lo que no se puede ver. Púdrete Santo Tomás. Yo estoy feliz. Quiero decir, yo estaba feliz.
Él no sabe diferenciar el ser del estar. Una maravilla el castellano, me duele no poder explicárselo bien, porque no es un simple concepto idiomático. Pero, ¡oh ironía! aunque no sepa cómo expresarlo o cómo utilizarlo con palabras, sabe muy bien como demostrarme que él está, pero que no es. Que fue y ahora no está.
Hay una panorámica de la esquina porteña. Ya pasaron ocho años de la primera vez, cinco de la segunda. La miro y la vuelvo a mirar. No dice mucho, pero es tanto.
Voy a volver a pasar, seguramente, sola con mis pasos y mis recuerdos. Santa Fé y Carlos Pellegrini. Y si el Mauri no inventó demasiado, quizá las luces sigan siendo naranjas y el rayado esté allí, harto de los pasos de todos. Y quizá también, no se me estruje el corazón, ni se me haga trizas el estómago, ni llore, ni me ría…Finalmente, es solamente (¡¿solamente?!) una esquina con un trozo de mi vida, y de la suya. De la nuestra.
Y quizá llueva hacia arriba, y, al menos en las letras de este papel sin límites, volvamos a ser por un instante los seres más felices de la tierra. Ser, no estar.

Mariel Carrillo García