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Las cart@s



Volvía a su casa, recién alquilada, con una plaquita de metal en la que figuraba su nombre: Carmen Carballo Vázquez. Quitó el papel protector del adhesivo y la pegó en el tarjetero de su buzón de correos, justo encima de la dirección anterior, y lo abrió. Estaba repleto de ofertas de diversa índole, y, entre ellas, varias cartas.
-Que raro -pensó-, si nadie sabe que estoy aquí.
Cogió todo y subía en el ascensor algo extrañada; lo echó encima de la mesa de la cocina y separó los papeles que debían ir directamente a la bolsa de reciclaje dejando a un lado las ofertas recientes e interesantes, así como las cartas. Había once y obviamente no eran suyas; estaban dirigidas a Loli García Qga. que, posiblemente, fuera la antigua arrendataria de la vivienda.
-¡Vaya!, otra chica con un apellido español y otro escandinavo.
En su niñez y adolescencia daban ese apelativo a los apellidos poco usuales que tenían amigos y compañeros, haciéndose bromas recíprocas, con el enfado de algunos y el regocijo del resto, pero, siempre, con la camaradería que debía existir entre todos: indígenas, como comentaban unos, y escandinavos.
-Pediré al administrador de la finca su dirección, se las envío y asunto concluido.
Las dejó en un armario. Necesitaba una ducha relajante para sedar los últimos ajetreos, ya que al día siguiente debutaba en su nueva oficina. Una tortilla francesa, una manzana, un rato de tele y a dormir.
-Mañana será otro día. -No le apetecía leer nada, aunque se acercó a la ventana. Allí, sin ver nada de lo que miraba, rememoraba pasajes de su vida y sentía que ésta cambiaba aceleradamente. ¿Para mejorar? He ahí la cuestión. ¿Estaba decepcionada? No, en absoluto. ¿Entonces...?
Tuvo extraños sueños toda la noche.
¡Catacrat...! Un sonido fortísimo y seco le hizo incompararse en la cama, al tiempo que sonaban seis campanadas penetrantes en el reloj de la vieja iglesia cercana; allí mismo dos coches habían tenido un topetazo por alcance. Se levantó somnolienta y asustada, rascándose la cabeza, como siempre, y miró hacia la calle. Ambos conductores, aparentemente ilesos, se increpaban. Nada importante. Estaba acostumbrándose a la gran ciudad, al gran hormiguero, donde había demasiados ruidos, demasiada gente y, por qué no decirlo: demasiada soledad e indiferencia sobre las hormigas desconocidas. Todo lo contrario que en su pueblo natal, donde gozaban de poca gente, menos ruidos, y mucha convivencia y entrañables recuerdos.
Comenzaba a llover. Su respiración empaña levemente el cristal, y reparó absorta en una hermosa y esmirriada gotita que apareció como vidrio derretido en él -la misma que la visitaba desde su niñez y que en tantas y tantas ocasiones la comparó con una esfera de cristal que reflejaba el mundo al revés-; se tambalea, cae otra tan cerca que se funde con ella y la engorda, crece, vibra con el viento simulando que quiere desprenderse, pero no puede; decenas de compañeras llegan (como siempre), en vertiginosa carrera a su lado, y quedan expectantes a su alrededor, ésa –ve una cercana- se acopla a ella, y sigue con su bamboleo, ahora se aferra desesperadamente al vidrio, y, de repente, gruesos goterones -sus hermanos mayores- se estrellan en una sinfonía de: plaf.., plafs..., y hacen que pierda el equilibrio, la arrollan y resbala hasta el fondo.
-Seguro que acabas en un sucio charco, y al final en el mar, que es el morir, como dijo el poeta, aunque tú, a diferencia del género humano, renacerás, pura, elevándote hasta el cielo y llegarás de nuevo a mi ventana... – acabó susurrándole las últimas palabras, y regresando a la realidad con la sensación de haber superado el miedo escénico de su debut.
Era muy temprano. Dejó correr, como en un diario ritual, el agua caliente de la ducha antes de meterse en ella creando un ambiente de vapor, a modo de una mini-sauna, que contribuiría a relajar todos sus sentidos. Llevaba unos minutos dejándose acariciar por los tibios chorros cuando sonó el segundo despertador de emergencia somnolienta, como ella lo llamaba –tenía la costumbre de programarlo para que sonara media hora más tarde que la conexión radiofónica- terminando el hechizo y volvió a la realidad.
Se arregló con sencillez y elegancia, sin ánimo de impresionar, pero tampoco de pasar desapercibida; último repaso a sus alargadas y pulidas uñas, sin pizca de esmalte, y salió, sin prisas; aspirando el aire húmedo cargado de recuerdos y el peculiar olor a tierra mojada.
-Hoy ya es mañana –parodiaba saboreando el paseo por la empinada calle hasta la nueva oficina, en la que comenzaría a trabajar después de haber obtenido el ansiado ascenso. Era su toma de posesión y no le agradaba llegar a primera hora y, acaso, tener que esperar a que alguno de sus nuevos compañeros abriera la puerta, acostumbrada a tener sus propias llaves y a no depender de nadie.
Premeditadamente se retrasó media hora; sacó un espejito y se retocó los labios; última mirada de aprobación a su peinado, se lanzó un beso y entró.
-Me llamo Carmen –contestó al saludo del guardia de seguridad-, y soy la nueva Jefe de Sección.
-Perdón..., sígame, por favor -un poco azorado, la acompañó hasta el despacho del Gerente-Subdirector. Un señor maduro; con sienes totalmente blancas y una sonrisa que iluminaba el conjunto de su cara dándole un aire bonachón, que se levantó con la mano extendida.
-¡Bienvenida Carmen!, sabíamos que llegabas. Mi nombre es Juan Luis, pero puedes llamarme Juan -le dijo, afable-. Espero y deseo que te encuentres tan a gusto entre nosotros como en tu antiguo destino. Aquí, dentro de las diferentes categorías profesionales, intentamos ser una familia. Una gran familia –añadió, tras una breve pausa, mirándola de arriba abajo.
-Muchas gracias, Don Juan, tenga la certeza de que sabré integrarme en esta familia como una más.
-Tutéame, por favor -le rogó con una mirada suplicante.
-Gracias, y como te decía, tampoco me gustan ciertas diferencias jerárquicas, aunque cada uno en su puesto y con su responsabilidad. Estoy acostumbrada a ello y segura de no llegar a dar motivo alguno de discordia.
-¡De acuerdo! Ven, quiero que veas tu despacho y te presento a la plantilla.
Le gustó. Luminoso, aunque frío e indefinido, ...si bien estoy dispuesta a cambiarlo haciéndolo agradable, ya que parte de mi tiempo voy a pasarlo en él -dijo para sus adentros-. Unas plantas por allí, unos cuadros por acá; algún detalle femenino le darán otro aire.
-¿Es de tu agrado? -Juan la sacó de su abstracción.
-Sí, por supuesto, -respondió pensando que su jefe inspiraba respeto y confianza; hasta ternura- tiene mucha claridad y es amplio, aunque noto que no tiene ordenador -hizo este comentario a sabiendas de que era una tontería.
-Trabajamos en red, como sabes, y tendrás tu terminal, y un ordenador de última generación que llegará, posiblemente, mañana.
-Gracias Juan por tu amabilidad.
-Ninguna, Carmen, sencillamente la que te mereces, y lo que necesitas para tu labor.
Le presentó, a continuación, al personal de la oficina. Parecía gente maja.
-Este es un juego de llaves. Y te dejo para que tomes contacto con tu nuevo trabajo. Me tienes a tu disposición para cuanto precises, y sabes que eres bien recibida.
-Gracias, Juan, estoy convencida de ello. –Y era cierto, la primera impresión era positiva.
Carmen sería la responsable de la sección de contabilidad y administración de la sucursal, con cuatro oficiales contables y administrativos a su cargo y cinco auxiliares, además de poder contar con otras dos personas que hacían las labores de archivo, fotocopias y otros menesteres. Una de ellas, Julia, le ofreció inmediatamente un café, que fue aceptado con pocas ganas, pero con ánimo de que no lo considerara una descortesía. Se notaba un ambiente grato e intuía que, pasado el rodaje, se iba a encontrar a gusto.
La empresa ocupaba media planta de un edificio dedicado exclusivamente a oficinas, estudios y consultas donde abundaban los notarios, los abogados, los médicos y otros, con un ajetreo inusitado en pasillos y escaleras. Al tener jornada partida, y aunque no distaba mucho de su domicilio, se planteó almorzar en un restaurante cercano algunos días de la semana. Supo que había varios, pero “El agüelo” era el preferido de algunos compañeros y empleados de otras empresas. Así que decidió adaptarse y compartir mesa y mantel con ellos, y al mismo tiempo que se integraba en la vorágine profesional, degustaba menús diferentes con ese toque peculiar de la cocina sencilla y pueblerina que tanto le agradaba.
Los primeros días se enfrascó en la tarea de ver asuntos y resolvía los urgentes. Planificaba y le pedía opinión a Juan en el caso de ser complejos, quien, la mayoría de las veces, le decía:
-Carmen, si quieres comentar conmigo un problema, prefiero que me propongas por lo menos dos posibles soluciones. Me ayudará a poder valorar tu experiencia y lo acertado de tus decisiones. Ten en cuenta que, a veces, el sentido común suele ser común para la mayoría de nosotros, así que úsalo y, salvo que la decisión sea desastrosa, tendrá siempre mi aprobación.
Compartía el acertado comentario.
Al salir tomó un café, una de sus manías era tomar té en casa y café en los bares; y como la tarde invitaba a ser disfrutada se recreó con una larga caminata.
Al llegar sintió la necesidad de mirar en el buzón. Sólo una oferta de calzado: TODO AL 50%, por fin de temporada.
Siempre imaginó que los porcentajes de beneficio en los negocios era alto, ya que los gastos e impuestos no iban a la zaga, pero no concebía que se pudiera rebajar algo a la mitad..., y ganar dinero.
El primer fin de semana lo dedicó a desembalar las numerosas cajas que le acompañaron en el traslado, y a última hora del sábado salió a dar un paseo, invitándose a una tortita que degustó con cierta avidez.
-Una naranja, y a la cama –musitaba entre dientes. -¿Y si voy al cine? Mañana es domingo.
La película carecía de garra para que el espectador se interesara, así que salió duchada mentalmente, no como a veces en las que el argumento te mantiene en vilo y sigues viviéndola toda la noche.
Al llegar, como si algo la impulsara, abrió el buzón, que lógicamente permanecía vacío. Quedó pensativa sin sacar la llave, y empezó a preocuparse:
-Vamos a ver, Carmen; es sábado, y son casi las once de la noche. ¿Qué piensas encontrar en él, si lo has vaciado a primera hora, y ayer?, ¡dichosas cartas! –farfulló enojada mientras subía la escalera despacio y ligeramente inquieta, ya que de noche no utilizaba el ascensor-, el lunes, sin falta, llamo.
Ni el lunes, ni el martes consiguió hablar con la portera. Y al volver por la tarde se hizo la promesa de no abrirlo y, efectivamente, la cumplió..., aunque miró por la rejilla. Había una carta.
-Increíble –pensaba, con las llaves en la mano; al apagarse la luz del descansillo volvió a la realidad, y abrió pulsando el interruptor del hall- ufff..., si aún no he dado esta dirección a nadie. Vaya, otra para Loli -dijo percatándose de que el sello de correos era de USA, algo que hasta entonces le había pasado desapercibido.
Hija primogénita de una familia de clase media, se había criado sin lujos, en un precioso pueblo de las Rías Bajas; tuvo una niñez feliz, aunque suponía que otras amigas habrían disfrutado de otra mejor. Su vida de adolescente se vió constreñida a la casa y a los estudios secundarios nada brillantes, aunque aprobados con grandes esfuerzos. Una vez en la Universidad de Santiago comprendió que debía extremar su brío para conseguir una carrera que le permitiera la emancipación y a ello dedicó su tiempo y hasta mucho del que, normalmente, destinan otros jóvenes a la diversión. Alcanzó la licenciatura en Ciencias Empresariales a una edad más temprana que la de otros compañeros de Facultad, con brillantes calificaciones. Esto le permitió acceder a las oposiciones convocadas por una multinacional; ganarlas e incorporarse a la empresa en la que trabajaba desde entonces. Ahora, como consecuencia de un ascenso, su trasladó a otra ciudad, mediterránea y más populosa, pero lejos de su mar Atlántico, el que fue testigo de sus risas, de sus lágrimas, de muchos sueños, y siempre su amigo y confidente; y desde niña, intuía que allá en lontananza, lejos, muy lejos, existían otras tierras, aunque sus ojos no llegaran a distinguirlas desde los acantilados, rotos en tajos verticales donde los “percebeiros” arriesgaban su vida colgados para mariscar algo parecido al oro. Oía allí la música sonora de los vientos al arrastrar las húmedas nubes, llenas de susurros y henchidas de chillonas gaviotas volando libres, que con ásperos quejidos, mezclados con los sonidos de las embravecidas olas sobre las rocas, componían una sinfonía que ni Wagner hubiera podido imaginar.
-Iré. Algún día llegaré a tierras lejanas... ¡Te lo prometo! -gritaba su ofrenda al océano, con la máxima fuerza de su voz infantil, mientras éste la amparaba, fraternalmente, con su fresca, acuosa y salobre neblina.
Al regresar a casa canturreando ancestrales canciones celtas, más satisfecha que si hubiera jugado con sus amigos. Un ramo de flores silvestres recogidas por el camino y un biquiño a su madre, eran el colofón de aquellas visitas a su mar. Por algo el mar, la mar para su padre, era su compañero del que estaba locamente enamorada.
-¡Papá! ¿Por qué tú dices “la mar”?
-Los marineros, hija, los hombres que vivimos de ella, la vemos femenina, como una mujer misteriosa, bellísima y generosa, que nos seduce, se entrega y nos da casi todo lo que le pedimos, a unos nos fascina y a otros les asusta y es sumamente traidora si se enoja. Debemos gozarla y cuidarla, pero ser muy cautos; ya que a veces devuelve odio por amor, aunque siempre estemos amparados por nuestra patrona, la Virgen del Carmen.
-¿La Reina de los Mares?
-Cierto mi reina, La Reina de los Mares, la que te cuida también, no en vano llevas su excelso nombre.
-Me gusta, papá, y me parece que exageras, yo veo al mar en masculino y como mi mejor amigo. –Y él le repuso con aquel peculiar gesto de acariciarse la barbilla con los dedos:
-Ten cuidado, neniña, que aunque sea así, los hombres también traicionan. No te fíes nunca de ninguno.
-Cuanto sabes, papi; te quiero -y acababa siempre la conversación abrazándolo. Él se dejó, y continuó reparando unas redes.
¡Ay!... cómo se abandonaba a los desordenados recuerdos de aquellos inolvidables años de estudiante en Compostela, que, a veces, le parecían ajenos: las citas en el Paseo de la Herradura, los vinos y el marisco, o el pulpo “a feira” en El Franco y aledaños. Y qué decir de unos pasteles degustados en Casa Mora, tras deambular por la Rúa del Villar bajo el paraguas, o por cualquiera de aquellas calles con viejos adoquines y verdín que rezuman historia y tienen nombres tan llenos de hechizo como Rúa Nueva, Preguntoiro, Raiña, Calderería, Toral, Azabachería y tantas otras..., o donde éste se sublima al contemplar el Pórtico de la Gloria o la fachada del Obradoiro de su catedral, cuando arde bajo el ensordecedor Fuego del Apóstol, la víspera del día grande.
Sus padres fallecieron antes de gozar de la jubilación. Su madre Carmen, como ella, no pudo soportar el vacío que dejó un confiado esposo que le era infiel con “la mar”. Él se dejó seducir un mal día. La mar, aliada a la borrasca, cobró su tributo y el barco no llegó al fondeadero; ella quedó rezando en el promontorio, con la vista clavada en el horizonte y, como nave sin rumbo ni capitán, apenas le sobrevivió tres meses.
No, Carmen no era una mujer afortunada. La vida no le dio tiempo a devolverles algo de lo mucho que había recibido, y éso la llenaba de congoja, pero también le servía de acicate para demostrarles, donde quiera que estuviesen, que no estaba dispuesta a anclarse. Aunque su mente volaba, imaginando a tiempos y lugares anteriores, era consciente de que necesitaba nuevos y mejores horizontes profesionales, sobre todo para dar satisfacción a su ego, sin olvidar sus raíces. Pasara lo que pasara, parte del pazo quedaría con ella para siempre, visitándolo durante las vacaciones y siempre que hubiera una oportunidad de disfrutarlo. Pasara lo que pasara volvería a sentarse con el cabello al viento en su cantil preferido, al que se encaramaban las olas, cubierto casi siempre por esas brumas tan peculiares de las rías de sus amores que, en la distancia, desdibujan los contornos de los barcos, llenando sus pulmones del aire salino; escucharía, con los ojos cerrados, los susurros, los cantos y hasta los bramidos de su mar; gozaría en las playas de arenas doradas, y, por qué no decirlo, degustaría sus incomparables pescados y mariscos, y las suculentas empanadas de xouvas, pulpo o mejillones, regadas con un dorado albariño. Y pasara lo que pasara, necesitaba contemplar, tierra adentro, las fúlgidas y verdes praderas, sus fragas y carballeiras, los campos de millo, tantos y tantos vestigios del pueblo celta y sentirse viva, deleitándose con los recuerdos que dentro de ella y en su entorno permanecían. Simplemente el contacto con su tierra.
Un aliciente añadido era su hermana Elena, dos años menor, casada y madre de dos hermosos niños, Rosita y Víctor, por los que sentía un especial cariño.
Ramón, el marido de Elena, se había criado en un entorno hotelero. El matrimonio habló con su hermana, proponiéndole la rehabilitación de la casona familiar. Querían conservar intacto el exterior ya que era de las típicas edificaciones de cantería, y el amplio jardín, donde predominaban los arbustos y flores, una preciosa rosaleda, y numerosos camelios, con sus deliciosas flores blancas, amarillas y rojas, tan ideales que parecían pintadas a mano. Al remodelar el interior se conseguiría mayor comodidad y aprovechamiento del espacio, con una zona para vivienda particular y el resto como hostal. De esta forma y con algún empleado, podrían atender el negocio del pujante turismo. Carmen accedió gustosa, con la condición de que se mantuviera intacto el dormitorio de sus padres.
Pidieron el dinero necesario para las obras y afortunadamente lo tenían casi lleno todo el año, y a rebosar durante le época estival. Trabajaban ambos y en poco tiempo lograron cancelar el préstamo.
La vida afectiva de Carmen no fue nada espectacular. Salir con su hermana y las amigas en los pocos ratos que hurtaba a los estudios y a la oposición, escarceos con algún chico, pero nada serio. Se encontraba a los 32 años satisfecha personal y profesionalmente, realizada como persona, en una urbe llena de prisas, de tentaciones y radicalmente distinta a la que había dejado, aunque con una esplendorosa luz mediterránea; y muy sola. Sin parientes próximos, alejada de las amigas que estaban casadas o vivían lejos. Y hete aquí que, sin comerlo ni beberlo, se encuentra en su nueva casa con un incidente un tanto absurdo: unas cartas dirigidas a otra persona que, aunque no le estorbasen, sentía la necesidad de deshacerse de ellas e intentar que no llegaran más.
Marcó el número del administrador con el fin de recabar las señas de la antigua propietaria, para enviarle algo que había olvidado -dijo. La empleada le comentó, tras comprobar los ficheros, que era de todo punto imposible facilitársela. Se había ausentado sin dejar dirección. Contrariada, decidió guardarlas y dejar pasar algún tiempo; pues no era posible devolverlas al carecer de remitente.
El trabajo absorbía la mayor parte de su tiempo. En casa solía estudiar cuantas disposiciones, sobre todo las fiscales, se publicaban, pues quería y necesitaba estar al día; aunque siempre tenía un rato para distraerse con un agradable paseo por la ciudad, sentada a la sombra en alguno de sus bulliciosos parques llenos de espabilados niños, pispos y juguetones -y dicen que la demografía merma-; algún museo (poco a poco los visitaría todos); cine u obra teatral, si el tiempo no era propicio para el paseo,... y la lectura de todo lo que caía en sus manos; releía a los clásicos o algo tan liviano como Mafalda, así se evadía del trabajo cotidiano y pasaba el tiempo.
Cada siete u ocho días, y sin extrañarse, retiraba del buzón una carta que iba a parar al montón del fondo del armario. Siempre con el sobre escrito a mano y con un tipo de letra que le recordaba a la inglesa de los cuadernos de caligrafía que guardaba de la adolescencia de su padre.
-Qué escritura tan parecida; ¿serán del padre de Loli? Es posible que haya más de una veintena, ¿también el interior estará escrito igual? Qué raro, en estos tiempos de la cibernética y de los tratamientos de texto, -musitaba-. La verdad es que la persona que las dirige tiene que ser alguien con una constancia a prueba de todo, pues, creo que si algunas no son contestadas, y obviamente éstas no la son, tiene que decrecer el interés por el tema de que se trate.
Así comenzó a admirar al remitente.
Pero, ¿por qué tiene que ser un remitente?; puede ser una... aunque no lo creo; una mujer que, sin recibir contestación, sea tan fiel carteándose con otra, no entra en mis esquemas. Los rompe.







Parece que fue ayer –siempre se dice- y ya han pasado tres meses desde que llegó a la ciudad. Una activa vida profesional y gratificante; su trabajo es apreciado; y también ha valorado de la misma forma a sus subordinados -mejor dicho a sus compañeros, ya que esta palabra no le agrada demasiado-. Algunas escapadas a la playa cercana y, como en esta época de estío tienen jornada continuada, las tardes las dedica casi íntegramente a tomar el sol, a disfrutar del mar y, antes de cenar, a charlar en alguna tertulia de compañeros de trabajo y de amigos, compartiendo aficiones comunes. No le atrae nadie especialmente, pero le agrada relacionarse con otros jóvenes y participar en las diferentes discusiones de política, fútbol, trabajo, etc., que siempre acaban en los temas relacionados con las parejas, el amor, incluso la sexualidad. Nada mojigata, le agrada dar su opinión sobre todo, aunque a veces -muchas si se habla de fútbol- mete la pata, o se abstiene, escucha y aprende algo de: los goles, fueras de juego y toda la jerga empleada en este deporte. Es buena época para merendar al aire libre en algún chiringuito y, por eso, con un yogur o algo ligero como colofón, se acuesta con una novela en sus manos y muchas ganas de leer aunque, en la mayoría de las ocasiones, por ser mediocre o por cansancio físico, la encuentra por la mañana en la alfombra al oír la conexión automática de la radio que la invita a la rutina diaria.
Todos los veranos tienen algún día lluvioso y desapacible que no invita a salir, y uno de éstos decidió quedarse en casa después de comer. Se puso a leer, sin que a los diez minutos se hubiera enterado de nada. Simplemente había hojeado páginas como si estuvieran en blanco. Su mente estaba centrada en el montón de cartas. Se espaciaba su llegada; ahora una cada siete u ocho días. Tal vez el remitente estuviera de vacaciones o se le agotaba su paciencia al no recibir nada a cambio. ¿Qué misterio había en este asunto? Quería dejar de ser receptora de algo insólito que, a veces, le preocupaba y para lo que no tenía solución alguna, a pesar de haber insistido en la oficina del administrador con la misma respuesta: seguían si saber nada de la antigua inquilina. Así que tomó la determinación de quemarlas y hacer lo mismo con las que llegasen.
-¿Y si dentro de ellas viene la dirección del remitente, y las puedo devolver? –daba vueltas al tema-. ¿Y si abro alguna y tengo suerte? –Para agregar a continuación-: Mmmm..., sería violar esta correspondencia.
Aunque...
-¡Carmen, sé cauta, y no te lances por caminos sin retorno. No tienes derecho y lo sabes! -Barajaba, en voz alta, posibles salidas.
-Nada. Las quemo. -Y surgió la pregunta del millón- ¿Pero dónde? En estos pisos modernos, con todo eléctrico y vitrocerámica..., ¡como no salga al campo!...
Tampoco...
-¡Claro, lista, sales al campo y las quemas, y a lo mejor provocas un incendio y te detienen por pirómana, te juzgan y vas a la cárcel! - Fantaseaba sin darse cuenta y seguía...-
-Mejor las rompo en pedacitos y a la basura. ¿Y si algún curioso coge la bolsa y le gustan los puzzles? -seguía con su monólogo en voz alta.
En un arranque, decidió leerlas. Escogió la que, por la fecha del matasellos, parecía la más antigua y la abrió. Un vistazo rápido, por si destacaba la dirección, pero la escritura manuscrita y regular no tenía ningún apartado que delatara tal circunstancia, así que, un poco -o un mucho- curiosa, empezó a leer:
Querida Loli.
Aunque llevo más de un mes sin saber de ti, y mi buzón permanece vacío, yo sigo fiel a la promesa que hicimos y te escribo por correo ordinario, ya que el e-mail no me admite la correspondencia que te dirijo. Lo haré cada semana, pase lo que pase. Te he demostrado en este tiempo que me has devuelto las ganas de vivir y, por ello, te estoy agradecido. Has sido y eres, a pesar de la distancia, un bálsamo para mis heridas y soy el hombre más afortunado del mundo al tenerte como amiga. Aunque sé poco de ti -sólo lo que me has contado a través de Internet- te he idealizado y tengo la certeza de que la figura que tengo en mi mente, y que tanto me gusta, concuerda fielmente con la que voy a ver al encontrarnos; porque nos vamos a encontrar, dalo por seguro. Te repito que en cuanto mis asuntos lo permitan iré a visitarte, a conocerte, a admirarte y a contarte todos mis anhelos, mis ilusiones, y mis fantasías; a compartir todo contigo, si quieres; que sé que quieres, pues tus palabras en este tiempo que hemos estado unidos cibernéticamente me lo han corroborado. Quiero pensar que no te pasa nada grave y que disfrutaré del placer de leerte. No me prives de ello, por favor. Espero anhelante tu respuesta.
Un beso. Frank.
El asunto estaba meridianamente claro: una mujer y un hombre se han comunicado a través de Internet, han hablado con frecuencia de sus vivencias e intimado, pero debido a la distancia no se conocen, y da la sensación que tampoco por fotografía.
-Están enamorados -por lo menos él- y acaso ella también, por lo que se desprende de la carta; pero algo ha paralizado este idilio. Algo que se le escapa. Frank -le voy a llamar por su nombre- sigue con su correspondencia, sin que ella –Loli- le conteste. Qué extraño me parece esto. Pero a mí que me importa, es un asunto de cada cual. -Le gustaba oírse, así que hablaba en voz alta.
Miró hacia la calle con intención de salir. Gruesas gotas de agua resbalaban por los cristales, y, aunque el fragor de la tormenta había amainado, prefirió reanudar la lectura de La pasión turca, de Gala. Prometía ser interesante, como todas las que conocía del autor. Se vislumbraba una intensa historia de amor ilegítimo. Al poco rato debió quedarse dormida; ya que se despertó, algo entumecida y el libro estaba en el suelo, como era habitual.
Dos meses después, aunque en el montón de las cartas había cinco o seis sin abrir encima de la que había leído, todo seguía igual. No pensaba demasiado en el asunto, aunque al regresar del trabajo miraba –eso sí, todos los días- en el buzón por si había alguna, a pesar de que su llegada se espaciaba una semana o más.
-O sea -se decía- que no estoy interesada en averiguar los entresijos de este correo y, sin embargo, me preocupo dia-ria-men-te del buzón de correspondencia, y noto algo de decepción. Sí, Carmen, mucha desilusión si lo encuentro vacío ¿No será que estoy verdaderamente interesada en conocer este “affaire”?
Tras cavilar un buen rato con pros y contras, concluyó que no iba a conseguir el paradero de la destinataria. Leería las cartas al azar para que no le influyeran cronológicamente en ella. Ya pensaría la forma de destruirlas.
Cogió una del centro del montón y comenzó su lectura con cuidado, comparándola con la primera. El saludo era el mismo: Querida Loli. El texto parecido a las anteriores, lleno de dulzura hacia ella, de amor no correspondido, de silencios incomprensibles, de ruegos, de esperas y de más esperas, de contestaciones que nunca llegaban, pero de deseos fervientes de tenerla, de mimarla, de vivirla; sí, de vivirla; ya que decía: ...y, has de saber, amor mío, que lo único que quiero es vivir contigo; vivir para ti,... vivirte...; escribía con un tono sincero y apasionado, tono que si cerraba los ojos lo llegaba a escuchar con ese peculiar acento americano, que tanto le agradaba.
-Este hombre es de una especie a extinguir -pensaba-, un hombre que después de tanto tiempo sin obtener respuesta a una regular correspondencia siga con ese fuego interior..., estoy segura que no quedan muchos así. Lo más lógico sería que, tras media docena como máximo de cartas no correspondidas, hubiera cambiado de camino y... a otra cosa... Pero no, él no se da por vencido, sigue y sigue con sus cartas lamentándose, pero esperanzado de conseguir lo que anhela.
Leyó otras. Eran parecidas, aunque nunca iguales. Las expresiones más abundantes eran de amor y, según pasaba el tiempo, les añadía desesperanza, pero siempre acababa con ...hasta pronto, cielo. Sé que la próxima semana tendré tu ansiada carta... o, ...Tampoco llegó tu contestación, pero presiento que está en camino, a lo mejor traspapelada en el mail...
En una de ellas terminaba: ...Me estallan en la memoria y aún los hago míos, unos versos escritos por la inefable Rosalía de Castro y que me recitaba mi madre con su peculiar acento. Era oriunda de tu bella Galicia, ya sabes; te los transcribo, acaso no literalmente:
En los ecos del órgano, o en rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
te adivinaba en todo y en todo te buscaba,
sin encontrarte nunca.
Quizás después te he hallado, te he hallado y te he perdido
otra vez, de la vida en la batalla ruda,
ya que sigo buscándote y te adivino en todo,
sin encontrarte nunca.
Pero sé que existes y no eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero perfecta y única.
Por eso vivo triste, porque te busco siempre
sin encontrarte nunca.
-Cuantas casualidades tenemos a lo largo de nuestra vida -murmuraba Carmen-. Un hombre de allende los mares, con ancestros de “mi Galicia”; puede que tenga el acento de su madre, pronunciación, dicho sea de paso, que yo no he perdido y que deseo conservar a pesar de que a veces en el trabajo se burlen de mí llamándome “melosiña”, por los giros peculiares que suelo tener... “¿Miraste a Maruxiña?”, digo con frecuencia, en lugar de ¿viste a Maruja? Para mí no había diferencia entre ver y mirar, aunque al cabo del tiempo, y al salir de mi entorno he llegado a comprenderla y también a percibir que hay muchas personas que miran y no ven nada.
Y siguió dándose un hartazgo de lectura de cartas ajenas.
El saludo de la penúltima era: Desaparecida Loli. Seguía con frases incoherentes, poco estudiadas, llenas ahora de temor, de incertidumbre, de soledad, aunque también de esperanza, por ... temer, a veces, que te ha pasado lo peor... o, ... si ya no supongo nada para ti, házmelo saber, lo comprendería aunque me duela. Acababa con una promesa: Quiero que sepas que si en una semana no recibo contestación, voy a buscarte. Tengo datos suficientes para hallarte. No te reprocharé nada, pero quiero oírte decir, mirándome a los ojos, que no soy nada para ti. Me escuchas, te escucho y, si es así, nos saludamos como buenos amigos y regreso. Tengo resueltos los asuntos que me retenían aquí y mi único propósito es encontrarte.
No daba crédito a lo que leía. ¿Hasta qué punto una persona en sus cabales podía sentir un apasionamiento tan enorme por otra que no conoce y viajar desde tan lejos para encontrarla?
Quedó pensativa y estupefacta un buen rato. No tenía capacidad para asimilar esos acontecimientos que, aunque totalmente ajenos eran, cuanto menos, inusuales. Pero, ¿los consideraba totalmente ajenos? Tras varias horas de análisis, llegó a la conclusión de que existía una transmutación y que la destinataria no era Loli: sino ella, Carmen. A través de la lectura; del tiempo transcurrido; del ansia que experimentaba al llegar al portal por mirar el buzón y del ensimismamiento que últimamente tenía, estaba plenamente segura. ¿Sería un amor con alguien intangible?
-No, claro que no. Decididamente abriré la última carta que llegó ayer.
Era corta, lacónica y sorprendente. Anunciaba que: ...y arribaré a España en aproximadamente un mes, aunque tenga noticias tuyas, así que dejarás de recibir mis cartas. Voy a encontrarte, amor...
-Vaya esto se precipita; pero mejor. Si pregunta por ella, como nadie le puede decir su paradero, la buscará y puede ser que la encuentre, o desista, y asunto concluido. Fin de la historia y fin de mis preocupaciones. Si lo pienso bien, estoy sumamente preocupada, como si me jugara algo importante de mi vida. Y en absoluto. Faltaría más. La vida, aunque sea gris, sigue, y le guste o no a la gente; y duélale a quien le duela, viviré, a mi manera. -Musitaba entre dientes.
Durante las semanas siguientes nada diferente suscitó su curiosidad. Su vida acostumbrada: trabajo, paseo, algún espectáculo y lectura para evadirse de la rutina profesional y “ducharse la cabeza por dentro” -decía- aunque el buzón de la correspondencia, inexorablemente vacío, tenía un imán que la atraía al llegar. Sólo alguna oferta de grandes superficies, facturas o un extracto bancario y, de tarde en tarde, una carta de su hermana. Y un suspiro de alivió, ¿o sería de decepción?
Comenzó a olvidar el asunto, dedicándose a lo suyo. Pasaban los días sin que lo rememorara, aunque, a veces un ligero pensamiento ponía en guardia su insatisfecha curiosidad. Al fin, no las había quemado. Creyó que, aunque leídas, no tenía derecho a destruirlas.
Frecuentaba el mismo restaurante-cafetería que le recomendaron al llegar a la ciudad. Ya era una cliente de la casa, una apreciada parroquiana como decían los dueños y a veces, aunque cocinara y comiera en la suya, recalaba allí para tomar un café, arrellanada en uno de los divanes. Leía la prensa diaria y hojeaba alguna revista de moda. El ambiente era agradable, casero, tradicional: en la zona posterior algunas mesas con pensionistas jugaban al dominó y, alternando sus murmullos, con el ruido de las fichas sobre las mesas de mármol.
El tiempo estaba suave, fresco y ligeramente húmedo. Contemplaba que las hojas de los árboles comenzaban a amarillear, y llegó a su cafetería. En su mesa un descafeinado, dos o tres periódicos de la casa, otro suyo, dos revistas y una carpeta de notas. Ladeó un poco la cabeza para evitar el reflejo del sol en la vidriera de enfrente sobre sus ojos, y al fin se cambió al extremo opuesto para eludirlo. Quedaba así de espaldas a una pareja que gesticulaba, con calor, al fondo del local, y ello le permitió observar como se acercaba un chico para pedirle –pensó- algún periódico. Bastante alto, gafas oscuras, frente amplia con entradas pronunciadas, no tan chico..., unos 35 años.
-Buenas tardes Loli. Soy Frank. -Dijo tendiéndole la mano.
Lo miró incrédula, alucinada. Se ruborizó, sin apenas poder balbucir.
-Encantada, Frank, pero...
-Al fin te encontré, amor. -No le dejó concluir- ¿Me permites que me siente?
-Sí, claro... -siguió cortada.
Un nudo en la garganta le impedía articular algo inteligible, notaba el calor de un volcán interior en su cara y las palabras no le brotaban. Mientras, él, bastante seguro, siguió:
-Llevo aquí una semana; conozco tus pasos y te veo todos los días. Con tu dirección me ha sido fácil sin preguntar a nadie. Sé en que trabajas, que comes aquí mismo muchos días, no me interrumpas, por favor, -continuó al notar un gesto de la paralizada Carmen- y todo ello ha ratificado mi amor por ti. Como te dije en una de mis últimas cartas, estoy aquí, suplicante, pero decidido a que compartas conmigo el resto de mis días. Quiero que me conozcas, que nos conozcamos si ello contribuye a hacer realidad los sueños compartidos que hemos tenido a través de Internet. Un sabio chino dijo: que es importante que los hombres sueñen, pero aún más importante es que puedan reírse después de esos sueños. Estaba equivocado, yo quiero realizarlos; contigo. Hagamos la senda juntos, Loli -terminó con un tono sinceramente apasionado.
Carmen seguía confundida hasta lo indescriptible, incapaz de reaccionar. Notaba la seriedad de sus palabras, con un leve acento entre americano y gallego y no quería herirle -no se lo merecía- diciéndole que ella no era su amor, pero tampoco podía suplantarla, así que repuso sin darle tiempo a seguir, como presumiblemente pretendía:
-Gracias, Frank, por tus palabras, pero...
-No quiero peros, Loli..., por favor..., -le suplicó.
-¡Mira! -casi le sale un grito-, has de dejarme hablar, -habló más serena- quiero que me escuches hasta el final. Yo he dejado que te expreses y tengo el mismo derecho. Después tienes que tomar una decisión -asintió él, bastante sorprendido, con un movimiento de cabeza y Carmen prosiguió:
-Yo no soy Loli -la cara del recién llegado cambió de expresión, intentaba hablar, pero con un gesto enérgico lo frenó-, no soy la persona que buscas, aunque vivo en el mismo piso que ella utilizó y conozco algo de vuestra historia. Sólo algo, y no me interesa saber más. Puedo explicarte por qué, aunque ello contribuya a que me sienta avergonzada, pero estoy dispuesta, si me lo pides. No conocí a Loli; había dejado la vivienda semanas antes de yo la alquilase, y tus cartas llegaban si cesar..., cartas que quise reexpedirle, pero no conseguí su dirección..., tampoco la del remitente.
Con detalle le narró toda la historia, pidiéndole perdón por haber violado esa correspondencia, solamente para ver si conseguía, -recalcó enfáticamente- tu dirección postal en USA, ya que venían sin remitente y retornarlas. Frank cambiaba, de color y crecía su desconfiada expresión a medida que avanzaba el relato, considerándola una mentirosa redomada, que contaba una historia inventada para zafarse de unas ¿promesas? hechas muy alegremente meses antes y a miles de kilómetros de distancia, promesas que, fuera como fuera, no estaba dispuesta a cumplir. La dejó terminar:
-Así que ya sabes; has hecho un viaje en vano; sospecho que te va a ser muy difícil encontrar a Loli, pero lo siento, la única culpa que tengo, y que asumo, es la de haberme metido dentro de vuestro mundo al leer esa correspondencia. Bueno, la tuya, y te pido perdón -acabó con un suspiro de alivio.
Llegó servicial el camarero. Frank pidió un té verde y quedó un rato pensativo, se notaba que intentaba asimilar cuanto había oído, la palidez de su rostro contrastaba con el arrebol del de Carmen. Se oía el silencio.
-Pero no puede ser, -balbucea él- me quieres tomar el pelo como decís por aquí. No me hagas esto. Yo sé que tú eres Loli, mi Loli, cualquiera que sea tu nombre verdadero..., no, no me enseñes tus documentos -agregó al notar que ella sacaba su tarjetero del bolso-, no quiero ver nada, perdona, pero esto rompe todos mis planes y no puede ser cierto. He vivido una historia de amor contigo, bueno con Loli, -rectificó al notar que ella quería intervenir- historia que era correspondida y alentada desde aquí. Sabes que soy un romántico y que no deseaba más en la vida que encontrarte y estoy seguro que te he hallado y que lucharé hasta conseguir lo que me he propuesto en esta larga espera. Déjame conocerte, déjame escuchar tu voz, dame tiempo para ratificarte todo lo que te he dicho. Por favor...
Carmen, humedecía inconsciente el labio inferior sin salir de su asombro, a pesar de lo dicharachera que era seguía sin poder encontrar las palabras idóneas; los nervios potenciaron sus palabras, y pudo añadir:
-Frank, soy una mujer honesta y sincera, nada que ver con la que tú conoces y, seguramente, con sentimientos diferentes a los suyos, ni mejores ni peores, supongo; simplemente distintos y ello me lleva a no poder seguir con esta conversación. Emprende la busca de tu amiga; y yo, con mis escasas posibilidades, me brindo a ayudarte, ya que, sin quererlo, me encuentro involucrada en este caso, pero no puedo, ni de-bo, ni quie-ro; insisto ¡ni quiero! volver a hablar de nosotros; hablemos entre tanto, de ella y de ti, nada más. ¡De ella, y de ti, insisto! ¿Me he expresado con claridad? -Estaba visiblemente alterada y poco dispuesta a colaborar a pesar de lo insinuado.
No he querido molestarte, Lol... (iba a decir Loli), perdona, ¿cómo te llamas? -dijo entrecortadamente Frank.
-Carmen, me llamo Carmen Carballo y soy, casualidad, de la tierra de Loli y de la de tu madre, según he podido entrever. -Añadió cortante y con ganas de acabar con aquella absurda charla. Su cara denotaba su enojo.
-OK. Carmen, encantado, y no te incomodes conmigo..., ¡Por favor! Efectivamente mis padres eran gallegos, de Galicia. Y puntualizo esto ya que en América el gentilicio de gallego se aplica por antonomasia a todos los españoles. Yo estoy aquí por lo que sabes, y vería con agrado poder contar con tu amistad para lograr poner en orden mis ideas e intentar llevar mi barco felizmente a puerto. Acepto la ayuda que me brindas y prometo no hablar contigo más que lo imprescindible y sólo en lo concerniente a este asunto y sin que ello trastoque tu vida privada o profesional. ¿OK?
-De acuerdo. –Remachó secamente ella.
-Pues no te molesto más, te brindo mi amistad, una amistad sana y sincera y quiero que veas en mí a un amigo, no a un enamorado seductor o a un imprudente.
-Vale, Frank, esta expresión es como vuestro OK. No me molestas y me pareces una persona leal, y también estoy segura de que no tendré que arrepentirme. Las cartas, si quieres, te las puedo entregar mañana mismo, en este lugar y sobre esta hora. Tengo que irme, y repito mi saludo. –Carmen se levantó con la mano extendida, el hombre se la estrechó con un simple: OK,... vale... -rió- gracias, hasta mañana.
Y se fue, tras recoger sus periódicos y pagar las consumiciones. Él se quedó un rato allí viéndola de espaldas hasta que la calle la tragó. Es atractiva, pensó. Su cabeza era un caos. Un auténtico caos..., un enorme caos.
Era tarde para ir a un cine, tampoco le apetecía, así que al llegar a casa soltó sus nervios. Cayó, literalmente, en el sofá e intentó relajarse. Sólo se lo propuso.
-Mmmm, ésto se precipita, pero mejor, así se acaba este embrollo -Monologaba en voz alta-. Es un enredo de narices... ¡mira que llegar este hombre a mi vida como a terreno conquistado!..., bueno, tampoco..., él llegó confundido y esperanzado portándose como un caballero, tengo que reconocerlo; y parece una persona normal, hasta agradable en el trato, correcto y enamorado de un imposible, aunque si tiene datos fiables de Loli al final la encontrará, seguro que sí. Yo intentaré ayudarle, pero ¿puedo? Fui muy precipitada al ofrecerle mi colaboración, ni que fuera yo una detective; al devolverle las cartas le digo que lo siento, que no tengo tiempo para echarle una mano. Le va a parecer mal, y voy a quedar como una veleta, que cambia de opinión según sople el viento. No, si me comprometí no puedo dejarlo solo, conque haga las gestiones mínimas, cumplo y asunto concluido. Si aparece que coman perdices y si no, que se vuelva a USA o se quede; es mayorcito para tomar sus propias decisiones. ¿Qué secretos inconfesables tendrá en su vida? ¿Y por qué han de serlo?... Nada, nada; seguro que los tiene. Todos son iguales, tímidos y dulces por fuera y... En una de las cartas decía que sus asuntos iban por buen camino, o algo así, pero tampoco tienen por qué ser vergonzosos; todos tenemos o hemos tenido algún problema que ha llevado tiempo hasta su solución... y ¿hasta dónde llegaron ellos en sus conversaciones?... hasta puede que sea un tipo de esos que lo que buscan es obtener la nacionalidad española casándose con una indígena y después, si te he visto no me acuerdo. Si sabré yo de lo que son capaces algunos. Egoístas, que son unos aprovechados; camelan a una chica, le prometen el oro y el moro, llegan como turistas y antes de que acabe el tiempo... al altar o al juzgado; ya han conseguido la nacionalidad; si te descuidas te hacen un hijo; comienzas a saborear el caramelo, -al principio dulce y después bastante ácido por dentro- y ahí te quedas. Si he de ser sincera este asunto cada vez me huele peor. Nada, decididamente, al enemigo... puente de plata. ¿Qué se ha creído éste? ¿Que Carmen es una tontorrona como Loli, que se dejó embaucar? ¡No, hijo, no! Si se te ha pasado por la cabeza vete olvidándote de eso. Carmen, o sea yo, es algo diferente. No está en venta, ni dispuesta a un trueque... ¡métetelo en tu cabeza!... ¡Jo..., vaya día!
Se asustó, ya que las últimas frases las dijo a gritos. Menos mal que tenía sintonizada la radio y se mimetizaron con su sonido. Pero aún así, temió que sus vecinos hubieran oído algo. Al final le daba lo mismo, ella estaba en su casa. Suya mientras pagara el alquiler; y lo había pagado, por adelantado; era dueña de sus actos, así que: -...el que no esté a gusto, que se ponga, pues, vaya, hasta no voy a poder hablar alto dentro de mis cuatro paredes. El colmo, -volvió a gritar, arropada por el eco de un trueno.
-No es mi día, jolines -era el taco más fuerte que decía-. Por la mañana ese asunto con Juan, en el que tuve que acceder a cambiar mi criterio, para que prevaleciera el del señor director. Suavemente me quiso demostrar que mi sugerencia de redistribución del trabajo entre la plantilla, para una mejor operatividad, no era necesaria..., aunque de eso nada, pero nada de nada; está equivocado y el tiempo me dará la razón, vaya si me la dará. Me prometía una tarde relajada y llega este individuo, se mete en mi vida, bueno, solamente lo intenta, pero...¡va listo! y me amarga la tarde. Ahora llego a casa –miraba en el frigorífico- y tengo solamente un yogur y caducado. -Con gesto malhumorado lo tiró al cubo de la basura.- Si hay días que..., mejor no seguir... –seguía gruñendo.
Y se acostó. Mejor dicho, se dejó caer en la cama.
Estaba levantada antes de que las notas de la sintonía radiofónica la despertara, como todos los días en el reloj-radio de su mesita. Llevaba un rato despierta y “con los nervios nerviosos”, una expresión muy peculiar de su cosecha. Tuvo tiempo de asearse pausadamente y maquillarse con menos precipitación de la habitual. Escogió la ropa que más le agradaba para una mañana casi otoñal, con un cielo despejado en el que volaban centenares, seguro que millares, de escandalizadores vencejos. Salió con tiempo para dar un paseo por el parque antes de llegar a su oficina con cinco minutos sobre el horario de entrada. Apenas había dado los buenos días, sonó el teléfono. Era el jefe que reclamaba su presencia. Respiró profundamente, prudente, aunque sin rencores, fue a su despacho.
Buenos días, Carmen; pasa y siéntate. –Saludó Juan, con una seña para que le permitiera acabar de firmar unos cheques. Tomó asiento con un gesto de cortesía, y esperó.
-A veces, Carmen, vemos espejismos donde solamente hay oasis, no sé si me explico -comenzó a hablar- o también convertimos los últimos en los primeros, y eso me pasó a mí ayer con el asunto que debatimos a primera hora. Tú tenías razón y como no me duelen prendas el decirlo, te pido excusas y vamos a dar la solución que tú propusiste. Reconozco que estaba equivocado. Tú conocías mejor el tema y te felicito y creo que algunos nos hacemos mayores...
-Me alegra, Juan, que hayamos coincidido en ello -su ego estaba pletórico-. Si defendí con vehemencia mi propuesta no fue con ánimo de imponerla, sino en aras de una mayor eficacia en el trabajo, en un intento de eliminar tareas inútiles y repetitivas. En ningún momento pretendía que te sintieras corregido por una persona que está a tus órdenes; sabes como soy y que trabajo a gusto con un compañero -como tú dijiste- que no quiere ser jefe mío, aunque nunca he olvidado que lo eres. Ten la seguridad de que siempre lo tendré presente. Al fin y al cabo eres el responsable de la sucursal y a mí el Consejo de Administración no me va a pedir cuentas, así que... ¿algo nuevo para hoy? -acabó Carmen y con una amplia sonrisa ofreció la mano a su jefe.
-Nada más, amiga, cada vez que hablamos, te noto un escalón más arriba; sigue así que vislumbro un futuro prometedor. Te lo mereces, y sabes que no me gusta halagar inmerecidamente.
Con un -Gracias, Juan; hasta luego- Carmen rebosaba satisfacción al llegar a su despacho. A pesar de la rutina solía meditar sobre ideas diferentes para mejorar la forma de ejecutar algún trabajo, y en aquel momento no estaba para meditaciones profesionales. Miraba absorta sin ver que caía un chaparrón. Comió en su restaurante y salió a disfrutar de aquella tarde hasta la hora de la cita con Frank. Olía a tierra mojada y, aunque fresquita, la temperatura era deliciosa. Llevaba en su bolso, sujetas con una goma elástica, el paquete de cartas con unos deseos irrefrenables de entregárselas. Los niños corrían y jugaban en la alameda, inundándolo con sus gritos, mientras las mamás hablaban con sus amigas sentadas entre el sol y sombra que se filtraba entre los árboles dejando visible el cielo entre las ramas. Se sentó en un banco cruzando las piernas, y observó como una leve lluvia de hojas que se desprendía de los árboles, comenzaba a tapizar el suelo creando una mullida alfombra en la que predominaban los tonos tostados; mientras, se embriagaba con el cromatismo de la madre Natura y respiraba profundamente, como si se necesitara ese aliento a modo de acopio para capear el frío invierno que se avecinaba. Enfrente una mamá joven, dando el pecho a su bebé, protagonizaba una de las más tiernas escenas de la vida. Presentía que no tendría la dicha de emularla.
Frecuentes ojeadas al reloj; pues se encontraba tranquila pero inquieta al mismo tiempo y con un poco de curiosidad, como el que va a asistir a una representación teatral, sin saber si será una comedia o un drama, y de la que tampoco tiene idea de la calidad de los actores, a pesar de que -se dijo- ya he visto el primer acto, y no preveo el desenlace de la obra, y más que comedia o drama se me antoja una de misterio.
La enésima mirada a su cronómetro y volvió sobre sus pasos para dirigirse a la cafetería. Sacó, coqueta, un espejito de su bolso y se atusó el pelo; su ligero maquillaje estaba impecable. Faltaban diez minutos para la cita y no quería llegar la primera; así que caminaba sin prisas y meditaba sobre la estrategia que debía seguir.
-Tal vez me convenga conocer con detalle este asunto para poder opinar con libertad, si paso sobre él someramente, podría equivocarme.
Tan concentrada iba, que no se percató de que Frank la seguía a corta distancia; solamente al echar la mano para abrir la puerta notó que alguien se adelantaba, y al rozar levemente la suya, le decía:
-Adelante, Carmen..., buenas tardes.
Un poco sorprendida vió que se echaba a un lado para que ella pasara.
–Qué tal Frank -saludó con una fría sonrisa-, eres puntual y eso me agrada.
-Bien, me encuentro bien, aunque todo es mejorable. He pasado la noche más extraña de mi vida, apenas dormí, pero estoy estupendamente, ¿qué tomas? -preguntó separando una silla y con una seña al camarero.
-Lo de siempre -se dirigió al empleado que, solícito, llegaba -ya sabes.
-Para mí lo mismo, -Frank sonreía mirándola a los ojos.
-¿Y si no coincidimos con los gustos -bromeó Carmen- y tienes que tomar algún brebaje que me preparan exclusivamente?
-Me arriesgo, sé que vamos a coincidir en muchas de nuestras preferencias, ...así que... –Frank, con un tono algo burlón- lo que tome la señorita.
-No creo en esas coincidencias, pero ¡allá tú!
Quedaron un momento callados, con las cabezas bajas, como si premeditadamente esperaran a ver quien era el guapo que rompía a hablar. Lo hizo Frank:
-¿Has pensado algo en..., iba a decir lo nuestro; quiero decir... de qué forma debemos afrontar la posible solución de este embrollo?
-Pues yo no, amigo. -Se arrepintió de la última palabra, pero ya no había remedio-. Ayer llegue cansada y me acosté pronto, hasta que esta mañana sonó el reloj y fui a trabajar. Ha sido un día movidito y tampoco pude meditar sobre ello -mintió descaradamente mientras removía el azúcar.
-¿Sabes si aquí, en España, existe alguna base de datos de empadronamiento o de algún organismo oficial donde pueda recabar la información necesaria y dar con ella? -no decía con Loli, empezaba a decir ella.
-Lo que pides es totalmente inviable. Existe una ley de protección de datos que impide acceder, afortunadamente, a ellos, ya que en caso contrario nuestra vida estaría en un escaparate -comentó Carmen-; pero hay detectives privados, y muy buenos, especializados en estas cuestiones. Puedes ponerte en contacto con alguno y encargarle su búsqueda. Para eso lo mejor y más directo son las Páginas Amarillas así que, si no opinas lo contrario, damos el primer paso.
Parecía que Carmen tomaba la iniciativa y a Frank le gustó. No por que deseara encontrar a Loli, sino por ver que su “amiga”, su nueva amiga española, no se desentendía de él y tenía la oportunidad de seguir conociéndola. A veces uno va al mercado para comprar fruta y vuelve, muy satisfecho, con unos zapatos nuevos y sin una naranja que poner en el frutero. No le importaría comprarse esos zapatos.
Hablaron un buen rato, con algunas cuñas sobre la vida de ambos. Así Carmen supo que Frank tenía 36 años, divorciado, con doble nacionalidad, española y estadounidense; ingeniero y principal accionista de una prestigiosa empresa de Key West. Con un espíritu luchador, se definió como emprendedor y monógamo. Prefería un día de pesca en su velero entre los cayos cercanos, a la mejor recepción, aunque fuese en la mismísima Casa Blanca rodeado de la beautiful people. Odiaba la promiscuidad, el hedonismo adocenado, lo superfluo de la vida, las fiestas multitudinarias, salir fotografiado en las revistas, aunque fueran técnicas; en fin que prefería pasar desapercibido. Su matrimonio había sucumbido ante una esposa partidaria de croar en charcas ajenas, gozando de todo lo que él aborrecía y que había considerado el embarazo como una perdida de tiempo que le haría prescindir del disfrute de la pompa, vanidosa y mediocre, como opinaba él, de su vida social. Ahora era libre y se había enamorado de una mujer desaparecida, de una mujer sencilla, intuía que acorde son sus gustos, -y aquí estoy, “solo, fané y descangayao”, como el del tango -comentó.
No quiso, premeditadamente, hablar de su relación con Loli; si la nombraba seguía refiriéndose a ella, y poco a poco notaba que lo que él creyó una realidad se transformaba en una utopía. Sin mucha convicción, se avino a ir con Carmen a una prestigiosa agencia de investigación -por lo menos tenía el anuncio más grande de su especialidad en la citada guía- en la que, tras firmar el oportuno contrato, aportó los pocos datos de que disponía para lograr que encontraran a la amiga perdida.
Pasaron más de cuatro semanas sin noticias de la agencia. Con la disculpa de cambiar impresiones, llamaba a Carmen para tomar café y algún día comieron juntos, también la invitó al cine y a ver alguna representación teatral, con poco éxito. Era partidaria de guardar las distancias, pero con educación, sin que se notara mucho que la cuestión planteada le resbalaba. Frank se daba cuenta y advertía una correcta frialdad
Al contrario que ella, sentía una curiosidad infinita por llegar a conocerla; posiblemente fuera una tabla de salvación ante el naufragio que se avecinaba y estaba dispuesto a no volver con las manos vacías. Así que sibilinamente, con tesón mesurado entraba en su vida, conociéndola por dentro, por fuera le parecía una chica seductora. No demasiado guapa, con una belleza muy clásica. Era casi tan alta como él, morena y con una bonita y elegante figura.
En las pocas ocasiones que narró su vida matrimonial, Frank intentó llevar la conversación a la vida amorosa de Carmen; pero ella, discreta, siempre cambiaba la charla a banalidades, sin que él hubiera conseguido colmar su curiosidad.
Los toros se ven bien desde el tendido. Carmen se encontraba más cerca, en la barrera. Notaba el suave acoso al que se veía sometida. No era grosero -no le hubiera soportado ni la más mínima expresión en ese tono- y, aunque exteriorizaba su desagrado, la verdad es que se sentía interiormente satisfecha. Aquel fin de semana tuvo la sensación de que algo incomprensible y nuevo flotaba en su vida. No sabría discernir de que se trataba, pero lo percibía.
El hombre tampoco era un adonis, ni tenía las peculiaridades del príncipe azul con el que había soñado, sobre todo en su mágica adolescencia. Tenía la certeza de que estos príncipes estaban extinguidos, desteñían y desaparecieron; pero estaba bien, bastante alto, atlético, afable, ojos risueños de color castaño, manos firmes, y con un hoyito a lo Kirk Douglas en la barbilla, baqueteado por la vida, con buena posición social y con una conversación fluida y agradable. Conocía toda su vida profesional, desde que acabó la carrera; su primera colocación, la creación de su actual compañía y el vertiginoso ascenso en el ranking de empresas del ramo, su deseo de trabajar, de formar una familia y tener hijos, para dedicarse a su pasión favorita: disfrutar de la vida familiar y de la naturaleza, allá en USA o, acaso, en la bella Galicia de sus ancestros; aunque tampoco le disgustaban las islas aledañas a la península española u otros lugares paradisíacos de la tierra, pero donde se hablara español -él lo dominaba perfectamente juntamente con el inglés y el alemán-. Estaba enamorado de la lengua de sus padres, siempre con aquel inefable acento gallego; en fin un hombre con el que cualquier mujer se podría considerar, en principio, feliz de compartir su vida.
Entretanto la vida profesional de Carmen seguía con absoluta normalidad. Notaba que su presencia en la oficina producía satisfacción tanto a su jefe inmediato como al último auxiliar. Era una jefa eficiente que más que imponer una forma del quehacer diario, la sugería de tal forma que el compañero en algunas ocasiones quedaba convencido de que había sido él quien aportó la idea. Era firme en sus decisiones si algo se desmandaba, pero sin escenas, con habilidad, y cualquier comentario desagradable lo convertía en anécdota. El almuerzo en su restaurante favorito con algún compañero, donde estaba prohibido hablar de trabajo; sí de cualquier tema que saliera sobre la marcha, se contaban chistes, hasta se intentaba ligar. Quedaban, especialmente los viernes por la noche, a tomar una copa, en una tertulia en la que participaban jóvenes que invitaban a otros, con lo que el abanico de amistades se acrecentaba. Antonio, uno de los recién llegados a esta tertulia le gustaba especialmente a Carmen, era un chico seriote, nada fanfarrón, no como algunos de los presumidos que se pasaban la velada hablando mucho, sin decir nada. Algo tímido, intentaba sentarse al lado de ella y, de esta forma, establecían un diálogo agradable aunque interviniesen esporádicamente en la conversación general, y sólo si algún otro contertulio demandaba opiniones sobre el tema debatido, opinión que, la mayor parte de las veces, eran incapaces de dar y, contestaban con evasivas, al no haber seguido con atención el tema que se trataba. Antonio, al terminar, acompañaba a Carmen; vivían cerca, y entre ellos se notaba cierta química -decían algunos-. Quedaban con frecuencia como amigos, estaban a gusto juntos, y ninguno de los dos hacía nada para que esa amistad se convirtiera en algo parecido al amor. Preferían seguir así, y que el tiempo, y el roce, cumplieran su objetivo, temerosos de que una insinuación amorosa desbaratara ese cariñoso aprecio convirtiéndolo en dolor o celos y acabara separándolos. No obstante compartían las veladas semanales con el resto de la peña, para hablar de lo humano y lo divino, con la tácita excepción, que exigían a los novatos que llegaban, de discutir de política, religión o fútbol.
Carmen simultaneaba esporádicas conversaciones con Frank, y como tema central el único en el que eran protagonistas, aunque ...tengo un papel secundario y con la certeza de no llegar a ser nominada para el Oscar por el mismo -había dicho en una ocasión. La noticia era la falta de noticias sobre la desaparecida y por ese motivo la conversación decaía. Él notaba que el asunto primordial que se había planteado dejaba de serlo; que a lo mejor había idealizado a Loli y al encontrarse con la dura realidad necesitaba aferrarse a algo. Un algo que tenía cara, cuerpo, alma, sentimientos y sensibilidad. Estaba cercana aunque distante pero, como en su vida profesional, era consciente que el triunfo es la consecuencia del tesón en el trabajo, de la honestidad, y estaba dispuesto a luchar como si de la creación y el éxito de una nueva sociedad se tratara. No en vano era la mejor empresa, la mejor inversión, la conquista más esperada de su vida. Nunca había fracasado como profesional, sólo una vez le fue mal como hombre, aunque le sirvió para madurar, para reconocer errores y no repetirlos, para dejarse captar por el contenido y no por el continente. Su antigua esposa era bellísima, pero vacua, sensualmente decorativa, en los salones nunca pasaba desapercibida; y únicamente despertaba pasiones entre los asistentes hábilmente fomentadas por ella para envidia de esposas o novias. Se sintió manipulado y llegó a ser, “el marido de ...”, a perder su yo, y tuvo la certeza de haber compartido actos exclusivamente matrimoniales con otros ¿afortunados? Le propuso unas condiciones de separación amistosa que ella aceptó, después de oír la opinión de sus abogados, y se sintió libre.
-¿Qué haces, amiga, en tu tiempo libre? –le preguntó Frank en una ocasión.
Carmen le habló de sus paseos; de la pasión por la lectura; de su peña de amigos. Le interesó la peña. Ella le explicó que para ser admitido alguien le tendría que presentar. Era una norma no escrita. Carmen, sin dudarlo, le invitó a que la acompañara, amadrinándolo, el siguiente viernes.
-De acuerdo -dijo Frank-, con la condición de que vengas conmigo a cenar en un restaurante que tú elijas, y que no sea “El agüelo”. Otro, para cambiar.
Dudosa un momento, Carmen aceptó. Quedaron a las ocho en la puerta de su casa.
-Te recogeré y me dejaré llevar -comentó él entre risas.
Era la primera vez que aceptaba una invitación de Frank para cenar, había rehusado todas las anteriores, con disculpas que, le parecía, sonaron a veraces.
Pidió hora en la peluquería como cualquier viernes; aunque éste era diferente. Al llegar la atendió Marisa, la dueña, que en esta ocasión, comenzó a peinarla con esmero, mientras una manicura le hacía las uñas, y, al terminar -con un mohín de complicidad, intuyendo que había una cita importante-, se ofreció para maquillarla. Accedió, agradecida. Siempre se arreglaba en su casa, pero ésa era una noche especial; aunque si le dijera a Marisa que iba a compartir cena con un amigo que buscaba a otra mujer, de la que estaba muy enamorado, no la hubiera creído, así que se limitó a sonreír, con un:
–Gracias, Marisa, eres un sol.
Una hora antes de la cita comenzó a prepararse; quería ir discreta pero resplandeciente... Un día es un día -murmuró- que conozcan a Carmen vestida de mujer, ya me han visto bastante tiempo con pantalones y con ropa informal.
Escogió un vestido negro de noche con escote en uve, muy de su agrado, y que sólo lo había puesto dos años antes en la boda de una íntima amiga. Temió haber engordado. Sin embargo el traje le ajustaba como un guante, realzando su figura y la blancura de su piel; un chal, zapatos y complementos a juego. Bajó nada más oír el timbre y ver que se trataba de un Frank puntual que la esperaba.
Abrió los ojos como platos al verla.
–Estás radiante Carmen ¿Sabes que puedes deslumbrar en cualquier sitio? Tienes don de gentes y no creas que es un elogio pelotillero o inmerecido. Me siento el hombre más afortunado al poder cenar contigo. Gracias amiga. Haré lo posible por no desentonar -agregó jovial, tomándola del brazo hasta el coche aparcado a la puerta de la iglesia. Allí un músico ambulante con evidentes síntomas de una vida peor que regular, conseguía interpretar las últimas notas de algo tan bello como el Ave María, de Schubert. Al verlos cambió y arrancó sabiamente de aquel violín tan ajado como su dueño una marcha nupcial, sin dejar de mirarlos. En la vieja funda una generosa aportación de Frank hizo compañía a unas monedas de poco valor, y el gesto del viejo suplió a sus mejores palabras.
-¿Mmm..., Lohengrin, acaso?... Suena a predicción –pensó Frank. Ella leyó su pensamiento, aunque agregó:
-Tú también estás muy acorde con el momento, Frank. Creo que la honrada soy yo con tu compañía. Sabes que te aprecio y que deseo que tu estancia entre nosotros, que supongo ya muy corta, sea lo más agradable posible. Me gustaría que te llevaras un grato recuerdo de esta tierra algo tuya -comentó Carmen, con una hechicera sonrisa en sus ojos.
-Sí, se acorta cada día, aunque mis deseos son contrapuestos -repuso con un gesto de contrariedad-, aunque quiero disfrutar el presente, si no pido demasiado.
Llevaba Frank un traje oscuro, y camisa blanca, perfectamente rasurado y peinado. Lo había visto casi siempre con ropa de entretiempo, informal, la que ahora llevaba resaltaba su varonil prestancia. Seguro que era un hombre que sabía estar, tanto en su yate (intuía que podía tenerlo), como en la reunión más selecta de la alta sociedad a la que, seguramente, pertenecía. Tenía la certeza de que era pieza cotizada entre la juventud de su ciudad –quien sabe si un soltero de oro-, aunque nunca había alardeado de ello. Carmen sabía distinguir desde lejos la vulgaridad, y él no lo era. Podría tener otros defectos y cualidades, pero no era vulgar. Lástima –pensó- que esté tan enamorado de un imposible, hasta podría ...¡Carmen!- se dio un aviso-, no comiences con tus sueños y pisa en el suelo, demuestra que eres dueña de la situación y que sabes estar en cualquier sitio... Se dio cuenta que había pronunciado las últimas palabras.
-¿...Cualquier sitio? ¿decías?
-Nada, Frank, a veces hablo sola. No me hagas caso -cortó rápido-; es una de mis rarezas- agregó con una sonrisa entre seria y picarona.
-Pues será la única que tienes. Te veo perfecta.
-Se nota que no me conoces. ¡Sí tú supieras!, ¡si yo te contara, quedarías asombrado! Pensaba que... cualquier sitio es bueno para cenar, pero te voy a indicar uno que me agrada mucho –y así salió airosa de la situación que ella misma había creado.
Al poco rato, llegaron a las afueras de la ciudad y ante ellos estaba el restaurante elegido. A Frank le gustó el aspecto exterior. A un lado un amplio aparcamiento casi lleno de coches, delante la nota verde y ocre de algunos árboles. Apetecía conocer aquello antes de entrar en el comedor. Declinaba la tarde. Los jardines, bien cuidados y con flores tardías, rodeaban el edificio de planta baja. Otras parejas gozaban de la excelente temperatura. Los niños corrían por los senderos y por el cuidado césped, mostraban que la algarabía es innata en ellos; llenando el ambiente con sus voces encantadoras, mientras algunos padres los reprendían por la vehemencia de sus carreras y el temor a que arrollasen a alguna persona mayor. Acaso los abuelos añorasen los años de niñez, en los que habían saboreado lo poco que tuvieron con más deleite que sus nietos, conscientes de haber llegado juntos a la madurez de la vida. Como viejos árboles contiguos, entrelazadas sus raíces para soportar las embestidas de la naturaleza. Con la satisfacción del deber cumplido al constatar que algunas de aquellas raíces habían emergido dando vida a otros árboles y a nuevos retoños.
Carmen y Frank los contemplaban y por un momento sus pensamientos fueron hasta sus desaparecidos padres cruzándose una mirada tan elocuente que telepáticamente se entendieron.
La temprana y frugal merienda-cena fue agradable, se dejaron aconsejar por el maitre y degustaron unos platos sabrosos, de una extensa carta de nombres rimbombantes: Habitas con aroma y testimonio de carabinero, para ella; alcachofas rehogaditas con jamón, para él; lubina al horno, para ambos, con un vino de la casa y exquisitos postres.
Acabaron y fueron a reunirse con sus amigos de la tertulia. Carmen presentó a Frank y quedó tácitamente admitido. Se sentó de cara a la puerta de entrada, en expectativa de que llegara Antonio.
Todos los viernes, Yolanda, como maestra de ceremonias, expuso el tema del día, consensuado por varios de los más antiguos contertulios y ponía la “chivata” en el centro de la mesa; se depositaba en su interior lo que lo que cada uno creía conveniente y acorde con sus consumiciones y se pagaba la cuenta. Quedaba el resto como fondo para el viernes siguiente. Carmen contribuyó con una cantidad que generosamente sufragaba el importe de sus copas.
El tema de ese día era: ”Integración de los inmigrantes en la sociedad española. Problemas que puedan surgir especialmente por motivos étnicos, lingüísticos o religiosos”.
Aunque Frank no era un emigrante, sólo estaba de vacaciones -aseguraba-, fue, en los primeros momentos, el blanco de todos los comentarios por ser extranjero. Le preguntaron detalles de la vida en su país, y hasta alguna chica más atrevida por su estado civil, profesión, etc. Él, diestro en las contestaciones, atendió a todos y algo en serio y algo en broma satisfizo, como pudo, la curiosidad de los interpelantes, dándole a esas preguntas el efecto boomerang y así los preguntones se veían examinados con el regocijo de los otros.
Antonio llegó pronto. Saludó como de costumbre con un recorrido visual por el grupo ya compacto para ver si había caras nuevas, deteniéndose en Carmen y en la persona que estaba a su lado, a ella se dirigió con una pregunta en la mirada, hasta que ésta le extendió la mano con un:
-Hola Antonio, éste es Frank, un amigo que se incorpora a la peña ahora mismo.
-Mucho gusto Frank, considérate mi amigo si lo eres de Carmen, -dijo con amabilidad.
-Gracias Antonio; sí, soy amigo de Carmen y también te ofrezco mi amistad -contestó Frank algo escueto. Intuía que podrían ser más que amigos y, en principio, lo clasificó como un enemigo a batir.
Carmen nunca le había dicho que tuviera novio o relaciones con alguien, claro que él tampoco se lo había preguntado directamente.
Debido al tamaño del grupo se creaban pequeños reinos de taifas de cuatro o cinco personas que llevaban sus comentarios por diferentes derroteros. Antonio se sentó algo apartado de ellos sin participar en la conversación general aunque intentaba no perder detalle. Al haber llegado algo tarde se perdió el preámbulo en el cual el amigo americano había dado cuenta lo más escuetamente posible de su vida y sus andanzas, así que estaba, sin saberlo, en peores condiciones.
Había, como siempre, disparidad de opiniones, aunque nunca con grandes discrepancias sobre el asunto del día. Prevaleció, al final, que a los inmigrantes se les dieran todos los derechos y se les exigieran todas las obligaciones como a los indígenas y que unos y otros tuvieran plena libertad para trabajar, asociarse, unirse, incluso íntimamente, siempre que se respetase la idiosincrasia de cada raza, su idioma, costumbres y religión. Que fueran tratados como personas que son, fue el parecer unánime.
Antonio, carente de información, veía a Frank como un posible rival. En su fuero interno recelaba algo del trato igual al que tenían derecho los inmigrantes o los turistas, sobre todo si llegaban como a tierra conquistada sin respetar los acuerdos entre otras personas. Carmen era implícitamente algo suyo, aunque nunca le había insinuado nada, pero hay cosas que no han de explicarse: ellos se encontraban a gusto juntos y, justo ese día, por haber llegado un poco tarde -se repetía mentalmente- se vió separado de ella toda la noche. Albergaba la ilusión de llevarla a casa, como todos los viernes, charlar un rato a la puerta, recibir un beso en la mejilla y continuar hasta su piso. Estaba enamorado de Carmen, pero ella nunca le había dado pié para expresarlo; eso y su timidez contribuían a que al pasar el tiempo se afianzara su amistad. Carmen lo trataba como a un hermano mayor y ahora veía que se le podía ir de las manos si no actuaba con diligencia y tacto, aunque ella no demostrara nunca una atención especial por alguno de la pandilla. Era, con todos, amable y ocurrente.
-De hoy no pasa –murmuró para si-. En el camino a su casa le digo que me gusta. El no ya lo tengo y hasta puede ser que ella acepte una relación, o puede que la espere, ya que nunca se sabe...; el alma humana tiene innumerables y recónditos resortes. Sí, creo que le agrado, por lo menos demuestra conmigo algo diferente que con el resto de los amigos. Porque... no creo que Frank sea su novio y viva fuera. Bueno, en este caso, por unos se dejan otros, decía mi abuela...
La velada llegaba a su fin y algunos se despedían. Al ver que Carmen y Frank se levantaban con señales inequívocas de irse, se acercó y, devorándola con los ojos, le dijo:
-Hoy me abandonaste, pero se que hablaremos algo durante el trayecto hasta tu casa, como de costumbre -y dirigiéndose a Frank- ...si a ti no te importa.
Ella iba a hablar, pero Frank se adelantó para contestarle:
-Pues lo siento, Antonio..., Antonio es tu nombre ¿no?, yo la traje y yo la acompaño hoy; es una cortesía que le debo. –Era enérgico aunque no hiriente.
-Otro día voy contigo. Tenemos todo el tiempo del mundo para que hagas de taxista -Carmen intentó suavizar la tensión que se había creado en el ambiente.
Visiblemente contrariado y con el rubor en su cara, sólo pudo decir:
-Muy bien, hasta mañana -y se fue con un apretón de manos.
Frank pasó una velada agradable, le gustó el tema propuesto por la moderadora, aunque hábilmente intentó varias veces llevar la conversación al tema sentimental de ambos, explayándose algo con el suyo para ver si, en justa reciprocidad, Carmen soltaba prenda, pero muy astuta y nada interesada en aclarar su situación amorosa, se zafaba hábilmente.
También Frank tenía una estrategia para el camino de vuelta a casa. Intentaría ser más directo y le pediría relaciones. Le quedaba poco tiempo de estancia en España y, ya que Loli no aparecía (ni deseaba en este momento que apareciera. Para él Carmen era su Loli), se consideraba totalmente feliz si esta bella mujer lo aceptaba y podían establecer una relación sentimental que aunque se cortara momentáneamente por su vuelta a USA, pudiera llegar a conseguir lo que, cada día, más ansiaba: casarse con ella, tener hijos y seguir la lucha en su empresa una vez estabilizada su situación afectiva, para retirarse a vivir en el lugar que ambos eligiesen.
Carmen, por su parte, tampoco era ajena a lo que, aparentemente, se tramaba a su alrededor. Tranquila, serena y visiblemente halagada observó la tensión generada.
-Así que tendré a mano mi paraguas por si llueve inesperadamente; no quiero que, por ahora, me acoja nadie bajo el suyo, -pensó y no pudo menos que sonreírse.
Antonio era un compañero y amigo muy especial; se encontraba muy bien a su lado, le agradaba su justo grado de timidez, como la que tiene un niño que ha crecido demasiado deprisa; conversador normal, introvertido y poco espontáneo. Era el amigo que nunca te va a llevar la contraria, algo que ella, muy testaruda, necesitaba. Pero ese agrado no era suficiente para compartir el resto de su vida con él. Como amigo, el mejor; como pareja fatal; esa unión haría aguas en menos de un año.
¿Y Frank? Era atractivo, la cara opuesta de Antonio, extrovertido y detallista, parecía sincero, pero lo había conocido de rebote y en unas circunstancias muy peculiares. No estaba dispuesta a ser el repuesto de la pieza que él buscaba ansiosamente, por lo menos al principio, acaso ahora ya con menos interés -notaba Carmen-. Al ver que no aparecía, intentaba cortejarla para no volver a su tierra con los brazos vacíos, nunca mejor dicho. Carmen tenía su autoestima incólume y tampoco se veía transportada a un gran país, como era USA, en esos brazos -...no quiero ser .las tortas, a falta de pan..., quiero elegir, no que me elijan, estamos en el siglo de la mujer, que se enteren ellos, si quieren...
Salieron hasta el aparcamiento.
-...Y si no llueve mejor, así no tendré que utilizar mi paraguas -pensó Carmen.
Frank atento le abrió la puerta invitándola con un gesto, no habían cruzado palabra. Al sentarse al volante, le dijo:
-Carmen, amiga, a veces uno sale a comprar algo que necesita perentoriamente, y vuelve a casa con algo diferente que suple lo que precisaba y muy contento, ya que mejora lo que buscaba. Comienzo a hablarte en metáfora ya que es muy difícil para mí decirte que me estoy enamorando de ti -espera, por favor, a que termine;- sabes que llegué con un motivo, pero el destino es tozudo y la realidad es que sucede. Soy consciente de que estás a la defensiva, pero te ruego que veas en mí no a la persona que te abordó confundiéndote con la ilusión que buscaba, sino al hombre que llegó en pos de una quimera y en su lugar encontró la realidad. Creo que este amor que ahora te declaro nació en nuestro primer encuentro. Tú eras la mujer que buscaba, aunque su nombre fuera otro; eras, y eres la culminación de mi búsqueda y, al haberte encontrado, la figura idealizada que de ella tenía se ha materializado en la persona más adorable que he conocido. No quiero forzarte a que me des una respuesta inmediata pues me he de ir pronto a mi país, pero sí me agradaría llevar de tus labios una frase que implique una posibilidad de corresponderme. Te prometo que te daré todo el tiempo que quieras para conocerme antes de que decidas dar el paso que más te convenga. Si al final es negativa, te prometo que no tendré ni una palabra de reproche, pero oírla, precipitadamente, en estos momentos me llenaría de frustración.
Carmen quiso intervenir, pero...
-Ya tengo una edad y una experiencia que me permite saber lo que quiero para afrontar la vida –añadía sin tomar aliento-. Habrás podido comprobar que soy un románticón, es posible que diferente al estereotipo que tenéis en España del hombre norteamericano. Me gustan las cosas sencillas y tengo muy arraigado el concepto de familia, influido por la que tuve, con unos padres que se amaron hasta el final de sus días y que inculcaron en mí todo lo positivo que llevaban dentro, incluido el amor por su patria chica que tan bien llegué a conocer a través de sus añoranzas rememoradas en las largas veladas de aquel país extraño que los acogió y en el que fueron admitidos, al que llegaron a querer -acabó su larga exposición con una amplia sonrisa en espera de una respuesta inmediata.
-Y llovió. Vaya aguacero. Se veía venir, -decían los ojos de Carmen al mirarlo.
-Arranca, Frank –le dijo con serenidad- llévame a casa, que se hace tarde, y aunque mañana no es día de trabajo prefiero no estar a estas horas en la calle. Quieres una respuesta y, aunque creo que al final no será positiva, te prometo que voy a darme tiempo para responderla. Sería falso decir que no me agradas. Naturalmente que sí, y estoy segura que cualquier mujer que te trate un poco, que vea tu caballerosidad y las virtudes que indudablemente tienes se sentiría muy halagada con esa proposición. También yo lo estoy y te agradezco la deferencia de haberla hecho, pero sólo veo en ti a un hombre que llegó en busca de algo y al que yo intenté ayudar, quien sabe si no demasiado bien. Llega el momento del regreso y, sinceramente, siento que te vayas, pero sólo porque vuelves con las manos vacías y totalmente frustrado. Me hubiera gustado que tu amiga hubiera aparecido y que, después de ratificaros todas las promesas que os hicisteis, la llevaras contigo. Pero no hubo suerte y la realidad es tozuda, como tú dices. Vivo bien como estoy y para cambiar mi situación tendría que enamorarme perdidamente de un hombre, como sucede en las novelas, y creo que aún no he llegado a ese grado de pasión; soy además muy escéptica al respecto pero, como te dije antes, lo pensaré detenidamente y te daré una respuesta.
Una forma muy elocuente para decir no, sin herirle.
Quedaron silenciosos unos momentos; él conducía tranquilo, su semblante transmitía tranquilidad, e intentaba alargar hasta el infinito el corto viaje.
-Parece que me mira con unos ojos que despiden chispitas de amor -pensó ella -creo que es totalmente sincero...
-Además, Frank -añadió, rápidamente, sin dejarle hablar- el tiempo y la distancia llenan de veladuras los sentimientos, minimizándolos, y estoy segura que dentro de unos meses se te habrá pasado esta calentura por una española al haber encontrado en tu entorno la mujer que necesitas.
Tardó algo en responder. Y chascando la lengua agregó:
-De acuerdo, Carmen, acepto tu decisión y celebro que me concedas la esperanza de la duda, pero con la condición de que no perdamos esta amistad a pesar de la distancia física que nos separa. En caso contrario me privas de la posibilidad de mostrarte cómo soy, por dentro y por fuera. Quiero que conozcas pormenorizadamente mis proyectos, que te sientas incluida en ellos para que se conviertan en nuestros proyectos. Solamente así, con esa promesa tuya, me iré tranquilo y esperanzado. Creo que la merezco. Tengo billete de regreso para el jueves próximo; así que nos queda menos de una semana.
-Ya hemos llegado Frank, gracias por todo –abrió la puerta del coche y se aproximó para darle un beso en la mejilla- no te bajes, por favor, nos veremos pronto estoy segura.
Se apeó tan rápida que él lo hizo después.
-Te quiero, Carmen..., -le susurró mientras ella desaparecía en el portal.
Pasó la noche desvelada. Veía desde su cama un firmamento que se asemejaba, allá al oeste, a un manto de estrellas y con los ojos fijos en él, o en el techo de su dormitorio, quería pensar en algo diferente: en algo del trabajo, de su vida, de su adolescencia o de sus padres, pero las palabras de Frank resonaban machaconamente en sus oídos. Sabía que eran sinceras y apasionadas y que no quería una relación fugaz, pero... ¿Estoy preparada para corresponder a algo tan serio y vehemente como esto?, ¿seré capaz de ilusionarme tanto como él necesita y yo quisiera?, ¿quiero tirar por la borda todo lo que profesionalmente he conseguido y lanzarme a la aventura de una vida diferente, en un lugar extraño, con un hombre que apenas conozco y que aunque no me atrae, tampoco me resulta indiferente? Tengo casi 33 años, mi familia se reduce a mi hermana y sobrinos y prácticamente estoy sola. Y me encantan los niños -hombres aún en planta baja, como decía mi padre-, y me ilusionaría tener una parejita por lo menos, pero... eso es cosa de dos -esbozó una sonrisa mientras pensaba- y no quisiera quedarme embarazada cercana a los cuarenta, tengo mis miedos al respecto. Pero creo que debo quitarle las esperanzas, mejor sería una relación con un chico de aquí; Antonio me agrada, aunque no lo veo como pareja, y dentro del grupo de amigos hay varios que me han insinuado algo, aunque casi siempre pienso que lo que quieren es llevarme a la cama. José María es majete y demasiado obsequioso en la oficina; se lo rifan las chicas, pero le gustan las empresas difíciles y pasa de lo fácil, creo que está en un momento de acoso a mi persona, muy meditado, nada brusco ni grosero, frenado por ser su jefa y por que nunca le he dado ni la más mínima ocasión para que llegara a pensar que soy una plaza conquistable con facilidad, pero -me doy cuenta todos los días- sigue con esos pequeños gestos que aparentemente son pelotilleros, como sus alguien le comenta, aunque él y yo sabemos que sólo lo aparentan. Tiene buena planta, no se le conocen vicios graves, deportista nato -practica natación, fútbol sala y esgrima- buen conversador, amable hasta la exquisitez, trabajador y buena persona. Me presentó en una ocasión a sus padres. Un matrimonio a la vieja usanza, muy unidos, afables, y capté rápidamente que José María era el ojito derecho de su madre.
-Muy guapa tu jefa -le dijo, mirándome con descaro-, ¿está soltera?...
-¡Mamá!, por favor... —repuso él, intentando mostrarse azorado.
-Sí, señora, creo que nací solterona. Estoy encantada de conocerlos –contesté con una pizca de guasa.
Seguimos un ratito y nos despedimos; no sin antes invitarme a comer algún día en su casa. Recuerdo que acepté gustosa, y de la forma que se acepta algo que no se tiene deseo de cumplir. José María siguió con su plan y al cabo de poco tiempo me invitó a salir un sábado por la noche, al cine o a la discoteca...
-O donde quieras, siempre que no me lleves a algún sitio malo -remató con una carcajada- mi madre no te lo perdonaría.
Decliné su invitación y le dije que mi deseo era no mezclar mi vida privada con la profesional, que me agradaba su compañía, pero que no podría trabajar con alguien que fuera algo más que un compañero...
A las once y media de la mañana sonó el teléfono y se despertó sobresaltada. Era Frank que la invitaba a comer, si le apetecía -el sol entraba a raudales en su dormitorio- en algún lugar en el que se pudiera disfrutar de una tarde en contacto con la naturaleza. Aceptó. A la una pasaría a recogerla.
-¡Cachis! menos mal que me llamó, sino me hubiera despertado a la hora de la merienda -se fue derecha al baño-. No me cuesta nada seguir siendo amable con este hombre -murmuró en voz alta mientras se duchaba- al fin y al cabo está con un pié en el estribo y no merece un desaire, que se vaya con viento fresco, y con la sensación de que se le ha tratado cortésmente.
Salieron de la ciudad sin rumbo fijo, conducía sin prisa y comenzaron a hablar del tiempo. El otoño estaba avanzado, y aún se podían admirar infinidad de masas de color de matices tostados donde el sol simulaba arder entre los árboles. Al otro lado, en largos trechos, les acompañaba el mar, que reflejaba varios tonos de azul o cambiantes a grisáceos si se nublaba. Coincidían en que es la estación más bella del año, aunque sea el preludio del largo y frío invierno, similar a la vida de cualquier ser humano. Ellos estaban aún como dos árboles en plena primavera, pletóricos de savia, florecientes, enraizados y dispuestos a dejarse polinizar, a dar frutos, a tener brotes nuevos, aunque durante muchos años notaran que los bosques cambiaban su color después del estío. Y querían ver crecer, desde lo alto de sus ramas, esos rebrotes amparándolos de las heladas tardías hasta que tuvieran la suficiente fuerza para no necesitar esa ayuda y, a su vez, generaran otros tallos y más frutos, mientras que las hojas de su árbol envejecen hasta llegar al crudo invierno de la vida, pero con la satisfacción del deber cumplido. Unidos y abrazadas sus raíces hasta después de talados.
Fue Frank quien llevó el peso de esta metafórica conversación. Carmen asentía con algún comentario corto y conciso, consciente del doble sentido de las frases que él empleaba, así que siguiendo con la parábola, le dijo:
-No sé si yo soy uno de esos árboles a los que te refieres, pero en caso afirmativo pienso que tengo mis raíces en una tierra diferente a la tuya, no quiero decir mejor ni peor, y me temo que una reubicación precipitada y mal hecha llegase a arruinar mi lozanía y el resto de mis primaveras, veranos y otoños, así que necesito tiempo para estudiar algo de jardinería y botánica y, con la asignatura aprendida, poder tomar la decisión idónea.
-Evidentemente, amiga, me refería a nuestros árboles; al tuyo y al mío. Tengo la certeza de que convivirían en armonía, enraizadamente juntos.
-Te ruego, Frank, que nos dejemos de frases de doble sentido hasta que tengamos datos lo suficientemente fiables para poder decidir lo que más nos conviene. Disfrutemos estos días de nuestra amistad. No quiero que lleves una falsa opinión de la hospitalidad de mi tierra, que es la tuya, ni de mí -añadió haciéndole una caricia en su rostro.
Algo tan simple como ese gesto espontáneo con los dedos por su mejilla, sirvió para que el estómago de Carmen, encogido desde hacía días, quedara predispuesto para disfrutar de la comida en el parador que se divisaba a la derecha de la carretera. Era un viejo caserón con un rótulo de hierro forjado en la puerta que, por la cantidad de coches estacionados, presagiaba una cocina excelente y un ambiente agradable. Y era cierto. Una barra a la entrada y al fondo un comedor rústico, con la chimenea encendida, además de una comida con platos autóctonos, muy sabrosos, dieron fe de ello. Preguntaron al camarero por la distancia hasta el pueblo cercano. Los doce kms. de ida y vuelta y el frío, los disuadió de ir a pié. Tiempo ideal para andar cogidos de la mano, vagaron, abrigados, por los alrededores. Hablando de todo; de la vida en USA y en Galicia, de la niñez y adolescencia de ambos, de la edad que tenían, recordaron anécdotas, incluso sueños, aficiones sobre todo de los de Frank. Incluida su pasión secreta: la pintura.
-En los ratos libres me recluyo en mi finca; llevo siempre mi block de apuntes y una cámara digital, ya que me gusta captar paisajes, retazos de cielo, playas, incluso personas, que, después, en un pequeño estudio de mi piso plasmo en watercolor (acuarela como decís aquí), con resultados no muy aceptables; idealizo los paisajes según mi estado de ánimo. Tengo preferencia por pintar sunflowers, girasoles, como se llaman en España. Me relaja y me sirve de “ducha mental”; ya que mientras pinto dejo de maquinar proyectos o posibles soluciones a problemas personales o profesionales -agregó Frank.
Había dejado la empresa en manos de su socio y amigo, pero diariamente estaba conectado vía Internet. Enamorado de su trabajo, participaba en debates semanales con los directivos; sugería caminos alternativos a propuestas, aceptaba otras que consideraba más acertadas o interesantes que las suyas, y tomaba decisiones como si estuviera allí. En fin, que aunque no colaborara activamente en la elaboración de programas informáticos de lo que era técnico, conocía al día la marcha ascendente de la firma. No tenía -le dijo a Carmen- problemas económicos y sin que fuera de las personas con una inmensa fortuna, podía permitirse ciertos lujos no asiáticos, pero necesarios para una vida desahogada: una buena casa en la ciudad, otra en una finca de un cayo cercano, con vistas hermosas a ese mar Atlántico, rodeada de manglares, en un paraje maravilloso, un pequeño barco de vela, sus coches para callejear y para grandes viajes, el 51% de las acciones de su empresa, aparte de algunas participaciones en el accionariado de otras más o menos importantes, le permitían ser medianamente feliz.
-Y como todo es mejorable, para completar esa felicidad.–proseguía- necesito jugar en el tablero de mi vida un peón pasado coronando dama, y ésa tiene nombre, ¿lo adivinas?
-Gracias, Frank, por tu franqueza, pero habíamos quedado en no continuar con este tema. Deja pasar el tiempo. Tengo la seguridad que nos dará gusto a todos, dejemos actuar al destino, él nunca se equivoca -le dijo Carmen, con dulzura, al regreso.
Pasaron los días como un suspiro. En el aeropuerto pidieron a un joven que les hiciera alguna foto juntos y separados, para eternizar ese momento.
-Te enviaré copias por e-mail, en cuanto llegue ¿OK? -dijo él.
-Las esperaré con impaciencia –musitó sincera y algo emocionada Carmen- salvo que haya roto la cámara...
-¿Roto la cámara? nada de eso, éstas digitales no se rompen ni aunque se caigan al suelo, ¿por qué dices eso? -preguntó con gesto de asombro.
-Nada, Frank, son cosas mías -le dijo con una carcajada.
-Me gustas siempre, amiga, pero mucho más el ver la sonrisa en tu cara. ¿Lo sabias?
Se despidieron con un abrazo, prometiéndose firmemente seguir en contacto por correo electrónico.
-Te llevo aquí, amor -Frank señalaba su corazón camino de la puerta de embarque. Carmen se limitó a sonreír, mientras su mano saludaba e intentaba ocultar una furtiva lágrima.











Volvió en un taxi. Al fin otra vez como al principio, se dijo. Era consciente de que no había cambiado nada, y había cambiado todo. Seguiría con su vida cotidiana: trabajo, alguna caminata, tertulia los viernes, lectura, amigos, Antonio, recuerdos, añoranzas... Se hizo propósito de olvidar esta fugaz etapa de su vida y para ello la mejor medicina, la que lo cura todo, es una mezcla de distancia y tiempo a partes iguales, con unas gotas -o un chorro generoso- de indiferencia. Frank fue como un meteorito que gusta verlo pasar, deja su estela, desaparece y se olvida.
Al día siguiente le llegó a su buzón electrónico una carta, muy cariñosa, en la que la saludaba desde su país y adjuntaba media docena de las fotos tomadas en el aeropuerto. O eran muy fotogénicos, o la cámara muy buena, o ambas cosas, pero tenían calidad, con posturas muy campechanas y simpáticas. Estuvo mirándolas largo tiempo mientras releía el e-mail. No quiso contestarlo inmediatamente, ...mejor mañana –pensó- tampoco he de dar muestras de excesivo interés. Si tardo un día o dos en responder; él otros tres o cuatro y yo una o dos semanas en corresponder, esta llama se consumirá hasta extinguirse espontáneamente. -Acabó con su monólogo.
Claro que la realidad es diferente a las previsiones. Al día siguiente ya tenía otro e-mail ...ante la posibilidad de que el de ayer no haya llegado a tus manos y pienses que todo lo que te dije fue por pura cortesía. Ten la certeza de todo lo contrario; ratifico mi interés por que esta relación crezca en grado directamente proporcional a la distancia física que nos separa actualmente. Tras este paréntesis vacacional, y ver lo cotidiano de mi vida, valoro mucho más lo que he dejado ahí que lo que observo al llegar, así que te ruego una contestación con la mayor brevedad posible. Podríamos tener alguna conversación simultánea. Yo dispongo de ‘webcam’ y si tú la quieres instalar sería como si estuviéramos sentados a ambos lados de la mesa en nuestra cafetería. No quiero obligarte a nada, ya lo sabes, pero tenemos la obligación de no poner trabas a lo que nos prometimos personalmente. Necesito ese tiempo que me brindaste y me exigiste para conocernos mejor y obtener esa ansiada respuesta..., que un sexto sentido me dice va a ser positiva...
Su despedida eran unas suplicantes frases llenas de amor.
Carmen no tuvo más remedio que contestar al momento. Le agradecía las fotos, sus palabras, y le prometía que iba a instalar una cámara de videoconferencia que facilitaría los contactos entre ellos. Sería cosa de pocos días, al final de semana -era martes- la tendría instalada. ...ya te avisaré. Conoces mi horario de trabajo y de asueto así que elige el más idóneo para ambos. Sabes que me gusta cumplir con todo lo que prometo y estate seguro que no te defraudaré, aunque el final no sea ni parecido al que esperas. Un beso. Carmen. Terminó la carta con una naturalidad aséptica y algo fría.
-Cualquiera le da pié a éste; te coge la pierna entera... y el brazo, si te dejas -acabó riéndose a carcajadas de su ocurrencia.
Pero ya no estaba segura de negarse a que “cogiera su brazo”. Notaba un vacío desde que Frank se marchó. Lo había tratado con exquisita cortesía pero con cierto desdén y tenía la convicción de que había entrado, sutilmente en su vida muy a pesar suyo, o debido a ese distanciamiento premeditado, puesto que a veces las cañas se tornan lanzas.
Volvió a su vida totalmente anodina y rutinaria, y en este corto espacio de tiempo desde el retorno, su autoestima bajaba como los barómetros en época de borrasca; era consciente de ello, aunque su ego le obligaba a maquillar los motivos.
-Creo que me aferro a una tabla muy endeble en el naufragio de mi vida. Pero soy imbecil -estaba hablado en voz alta- ¿de qué naufragio hablo? Soy joven y bastante agraciada; tengo más admiradores de los que yo quisiera, un empleo estable y ninguna necesidad de atarme a nadie, ¡a nadie!... –su propio grito la asustó-. Aunque, claro, cuando un chico tan tierno como es Frank y reconozco que lo es, tan cariñoso y amable; tan sincero, por lo menos lo parece y, por qué negarlo, buen partido, aparte de varonil y hasta guapo, le muestra su deseo de relaciones a una chica, y no acepta, o ella es una creída o está perdidamente enamorada de cualquier otro aunque sea la cruz de la misma moneda. Y yo no estoy enamorada de nadie y tampoco soy una creída. Decididamente el pez ha picado, tengo sedal para rato, voy soltarlo con cautela y tiraré según me convenga. Al final, si quiero, lo pescaré y si me da pena lo devuelvo al río sin remordimiento alguno después de un día agradable de pesca, como en los que disfruté con mi padre en los ríos gallegos. Él pescaba truchas por puro placer y las devolvía a su hábitat... –musitaba picarona.
-Aunque esta metáfora tiene su cruz... –seguía-, ¿y si la trucha soy yo?..., ¿y si tiene varios sedales con cebo para otras piezas?... ¿Y si?..., bueno, Carmen..., ¡ya está bien! -siempre acababa con un grito; gritándose, mejor dicho.
Adquirió una cámara de video y le quedó instalada. Carmen no estaba dispuesta, como quería él, a conectarse todos los días de la semana a una hora determinada, y aceptó que fuera los lunes y los jueves a las diez de la noche, hora española, durante media hora como máximo, a pesar de las leves protestas de Frank. El primer día fue un pequeño desastre, con cortes y caídas casi constantes. No obstante pudieron verse las caras y hablaron de todo menos de lo primordial. Él, muy cauto, quiso llevar una conversación fluida sobre su llegada, con algún comentario referido a su vida profesional y a los planes de futuro...
-Este americanito sabe imitar muy bien el canto del urogallo.
Mientras, Carmen apenas habló más de cuatro palabras seguidas... -Me parece que comienza a lanzar el sedal con cebo apetecible, pero, a veces, hasta los pescadores más avezados han sido pescados por sus presuntas presas, y sufriendo un remojón, pierden los aparejos y quedan escamados -pensaba simultáneamente nuestra heroína.- Pasó el tiempo previsto deseándose buenas noches hasta el siguiente contacto.
Al día siguiente, Carmen acudió como de costumbre a la velada semanal. Antonio, al verla llegar sola, se aproximó cariñosamente dándole un beso en la mejilla que ella acercó. El palmeó su hombro con cariño. En ningún momento hablaron de Frank. NI sabía que se había ido a su tierra, ni ella estaba dispuesta a pregonarlo; prefería pasar del tema, aunque en un momento Yolanda, una de las más lanzadas del grupo le preguntó abiertamente por él:
-¿Qué tal tu novio americano? -le dijo a bocajarro.
Carmen, sin perder la compostura, con su mejor sonrisa, le apuntó fríamente:
-Chica, Frank no es mi novio americano. Ojalá lo fuera, pero ni siquiera se ha fijado en mí. Él vino a otros asuntos muy personales, que no vienen al caso, y al no conocer a nadie le serví de cicerone, supongo que tiene su vida afectiva resuelta allí; se fue y asunto concluido ¿Vale?
-Mujer –Yolanda estaba mordaz y desafiante- parece que te ha picado una avispa, no fue mi deseo molestarte, pero ten en cuenta, bonita, que del odio al amor, o viceversa, hay sólo un paso.
-Parece que tienes un interés especial por ese hombre -dijo Carmen, mucho más sarcástica -. Si quieres te doy su dirección e intentas seducirle que, o mucho me equivoco o es lo que te gustaría.
-No, rica, no estoy tan desesperada como para ir a buscar a ningún cretino americano cuando carezco de tiempo para espantar aquí a mis pretendientes; eso lo dejo para otras... -acabó con un gesto arisco.
-Gracias por lo de rica, cielo, pero dime de qué presumes y te diré de qué careces. El tiempo da gusto a todos y hablaremos del tema dentro de algunos años. – Yolanda no oyó las últimas palabras de Carmen. Escaldada, le dio la espalda con un mohín y se cambió de grupo.
Antonio había sido un convidado de piedra. Sólo en su cara se observó cierta esperanza al oír la primera contestación de Carmen y de gozo al ver que Yolanda salía trasquilada por su amiga. Él hubiera dado algo por poder humillarla; era una mujer envidiosa y ególatra en grado sumo y le gustaba zaherir a todos y cada uno de los contertulios, pero nunca quiso entrar a sus provocaciones. Sabía que quedaría malparado; prefería ignorarla del mismo modo que la rechazaban casi todos.
-Le has dado su merecido, Carmen -Antonio supo articular esta frase-, es una chica difícil y engreída, se cree la reina de la reunión y observo que nadie la toma en cuenta. Es como un cero a la izquierda, ni siquiera adorna.
-Ya sabes, amigo, que no me gustan estas puyas, pero si alguien me busca, me encuentra en el mismo campo de batalla, con sus mismas armas, y faltaría más que me dejara apabullar por alguien así.
-Parece que la tertulia llega a su término. Hoy sí podré llevarte a tu casa, porque últimamente me eludes -le dijo él con un gesto cariñoso.
-Nada de eso, Antonio, sabes que tú eres mi chico preferido y que si la semana pasada no fui contigo, se debió a que como era el último viernes que estaba nuestro amigo Frank aquí, por pura cortesía me invitó a cenar y me trajo a la velada. Naturalmente tenía que terminar llevándome a casa..., ¿nos vamos?
Puso en marcha su coche y tranquilamente enfiló el camino de regreso.
-Ya..., si me hago cargo, pero sabes que, ...bueno, no sé como decirlo, ...yo estoy enamorado de ti. Ufff, ya lo dije, y mi mayor deseo es que intentes verme no como a tu chico preferido, sino como a alguien que te quiere y que intenta ser agradable y cariñoso contigo; sabes que soy una persona dócil y que sólo vería por tus ojos -dijo, visiblemente turbado- eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Carmen.
Quedó mirándole fijamente unos segundos, una eternidad para él, y con su mejor sonrisa y con las palabras que menos daño le hicieran, habló con dulzura:
-Amigo mío, temía este momento; una mujer sabe si alguien está interesado por ella, pero he de decirte que este sentimiento no es recíproco, y que te considero mi mejor amigo, pero sólo eso, y perdona mi sinceridad. Quiero y deseo seguir esta bella amistad, si ello no perjudica tu deseo de encontrar pareja y tú no te opones, pero no estoy preparada para una relación amorosa con nadie. Fíjate que digo con nadie. Podía decirte que lo pensaría..., que no me disgustas, y es la pura verdad, que me agrada tu compañía, y ello serviría para que albergaras alguna esperanza, pero no puedo alentar algo que, por ahora, es inviable y te haría mucho daño. No sé fingir, te pido perdón otra vez, Antonio, ...¿amigos? –Le acarició la mejilla con el dorso de su mano.
Llegaban a la puerta de su casa.
-¡Amigos!, claro que sí, Carmen, estaba seguro que tu respuesta iba a ser la que acabo de oír, y así, por lo menos, se acaba mi incertidumbre. Gracias por tu franqueza y aunque me siento derrotado, estoy satisfecho si continúo gozando de tu presencia. No quiero que esta conversación enturbie nuestra amistad; tampoco insistiré en mi proposición, pero sabes que me tienes a tu lado.
-Nada de derrotado, te deseo lo mejor y tienes derecho a elegir aquello que creas pueda contribuir a tu felicidad. También me tienes a tu lado, no me prives de tu afecto, te lo ruego, seguro que encontrarás alguien que te merezca y ello me llenará de satisfacción, ya lo sabes. Gracias y hasta mañana. -Se despidieron.
La reunión de amigos había sido algo tumultuosa, seguía el tema de la semana anterior sobre las relaciones sentimentales entre personas de diferentes razas y, especialmente, religiones, y aunque la Iglesia tenía una posición clara sobre ellas y la educación espiritual de los hijos, se debatieron posturas a favor y en contra, así que entre la viva participación de Carmen, el pequeño incidente con Yolanda, y la declaración de Antonio, nuestra amiga estaba agotada. Se dio una ducha y a la cama. No tenía ganas ni de pensar. Ya analizaría en otro momento todo lo vivido la semana que acababa.
Su vida continuaba rutinariamente, casa, trabajo, vuelta a casa sin prisas, requiebros de José María durante el trabajo con alguna invitación hábilmente rechazada, llamadas de Antonio para compartir unas copas, casi siempre aceptadas, conexiones con Frank dos días a la semana, siete días de vacaciones navideñas en su casa natal, y había llegado un año nuevo. Los fríos invernales estaban en su apogeo, así que el calor del hogar, un buen libro, música suave, algo de TV, la asistencia, algún viernes, a las reuniones de la peña, cortos paseos en los pocos días agradables. Eran todas las posibilidades que permitía la estación.
Hablaba con Frank todos los lunes y jueves, y él le escribía casi a diario, solamente por e-mail, a pesar de conocer la dirección postal. Sus cartas eran agradables, contaba en la mayoría de ellas, escenas de la vida cotidiana en su trabajo y entorno, hacía hincapié en las pasadas fiestas navideñas llenas de “morriña”. En algunas comentaba con Carmen peculiaridades que le imponía tal o cual cliente ...como profesional que eres, me agradaría conocer tu opinión sobre esto, ya sabes que soy más técnico informático que administrador...- solía decirle explicando las exigencias del mismo, a las que contestaba ella con sus opiniones... nunca consejos, que te quede claro..., le remachaba... eres mayorcito y tienes derecho a equivocarte solo, le advirtió un día con sonrisa burlona que él captó a través de la cámara. Solía terminar sus cartas con finas alusiones a la vida en común que deseaba y esperaba compartir con ella...con la mayor brevedad posible. Ésta es mi frase favorita.., pero sin insistir en una respuesta rápida. Carmen advertía entre líneas un subyacente acoso que le agradaba; pero no soltaba prenda; seguía sin definirse. Frank muy hábil lo notaba y veía claramente su postura; jugaba con él, aunque la victoria sería de quien supiera resistir más y mejor. Exactamente lo mismo pensaba ella, aunque ambos estaban en el mismo bando, y así no habría vencedor ni, vencido. Para paladear el fruto se necesita: semilla, agua, calor para la germinación y madurez. Había de todo, y en abundancia, así que el resultado no se iba a estropear. Cada vez estaban más seguros de ello. Ambos.
Los días crecían y tímidamente comenzaba a asomar la primavera, aunque quedaba casi un mes de invierno. Una tarde en la que caía una persistente llovizna, que invitaba a disfrutar del sabor de la nostalgia, Juan Luis la llamó a su despacho invitándola a sentarse y sin preámbulos le dijo:
-Carmen, como ves ya no soy un niño -con un gesto no dejó que contestara y prosiguió- mi esposa no está demasiado bien, nuestros hijos colocados y ausentes nos visitan siempre que pueden para que gocemos de su compañía y de la de nuestros nietos, pero estamos solos y yo quiero dedicarle más tiempo; ella me necesita y la necesito. Somos como dos viejos puntales apoyados el uno en el otro dándose fuerzas para soportar el temporal; y como podemos presumir de la satisfacción del deber cumplido, veo que es hora de dejar todo lo profesional y dedicarme a lo que amo por encima de todo: mi esposa, mi casa y mis hobbys. Quiero retirarme. Con estas mismas palabras he hablado al Consejero Delegado y, a pesar de que ha intentado disuadirme, llegó a comprender mi postura. Me puso una condición: que buscara y encontrara, dentro de la empresa, a la persona que me ha de sustituir. Creo que la tienes cerca, me indicó sibilinamente, y aquí intervienes tú. Tengo poco que buscar, y accediendo a su petición, te quiero proponer como Directora-Gerente de la sucursal.
Carmen, desconcertada y complacida, casi no supo qué decir. Lo que menos esperaba era una proposición como aquella. Tardó unos segundos en responder:
-Juan, muchas gracias por la confianza inmerecida que me demuestras, pero sabes y sé que no estoy capacitada para ocupar el puesto que tú vas a dejar. Comparto y admiro tu decisión, porque te conozco y sé que eres un hombre que sabe anteponer su vida familiar al cargo que ocupas. Tengo el convencimiento de que te dejaría en mal lugar si aceptase y llegarías a arrepentirte de ello. Gracias de nuevo, pero lo siento por ti, ya que tendrás que buscar otro sustituto.
-No es verdad lo que dices –Juan quería convencerla-. Llevas mucho tiempo en la compañía, un año entre nosotros y no tienes que demostrar nada. Eres joven, trabajadora, buena organizadora, responsable y ya venías avalada por otros directivos, así que no admito una decisión contraria tan precipitada, y no es una orden, ya lo sabes. Toma el tiempo que necesites, no demasiado; piénsalo, consúltalo, y has de darme unas razones muy fuertes e irrefutables para justificar tu negativa, si es que, improbablemente, llegas a ella.
-Te prometo que lo pensaré, amigo, pues aunque en estos momentos creo que nunca podría aceptar, por la amistad y el respeto que me mereces voy a meditarlo Déjame un tiempo, Juan, y tendrás una respuesta. Entretanto sigamos como hasta ahora, que la oficina no se puede parar -añadió Carmen levantándose de su asiento- ¿Algo más?...
-No, gracias por ser tan comprensiva, aceptaré con el mismo respeto tu decisión.
Todo se precipitaba; si tenía pocas complicaciones con la amistad y los requerimientos de Frank, ahora llegaba esa oferta que, aunque soñada, le pillaba poco madura y a contrapié. Dos meses antes se habría negado en principio aunque sólo fuera por no demostrar demasiada ansiedad profesional, pero habría salido eufórica del despacho de Juan. Sus aspiraciones se cumplían, pero ahora... si la aceptaba tenía que ser con todas las consecuencias. Sabía que la valoración de su nuevo cargo la harían a plazo medio, y dependería de los resultados y seguramente de no ser óptimos, no habría posibilidad de vuelta atrás. Estos cargos directivos bien remunerados -conocía el sueldo de Juan, y esperaba que el suyo fuera similar- llevan implícito un exceso de responsabilidad y la consecución de unas metas predefinidas por la dirección general de la empresa. O se llega y se superan, sin parabienes, o no, con los consiguientes reproches. No hay términos medios.
Por la noche tuvo conexión con su amigo americano y aunque estuvo tentada de no decirle nada, al final del tiempo que se habían marcado, le insinuó algo, intentando ser lo menos explícita posible. Pero él, que las cazaba al vuelo, quiso saber todos y cada uno de los detalles de la propuesta y, sin meditarlo, le espetó a Carmen: ...mira amiga, comprendo que los ascensos son la culminación de los sueños profesionales de cada uno de los asalariados, te lo digo por experiencia. A mí me llenaron totalmente cuando los tuve, pero, en tu caso -permíteme decir en nuestro caso- supone una barrera muy grande, pues te anclaría ahí, en detrimento de las aspiraciones que tengo depositadas en lo nuestro, así que si quieres seguir con tu profesión, te ofrezco en mi empresa la misma plaza con el sueldo doblado. Sabes que llevo esa gerencia compartida con mi socio. Puedes pedir una excedencia por el tiempo que quieras, vienes, la ocupas, trabajas y entretanto nos conoces un poco más y si no estás contenta con el trato profesional y personal, vuelves al puesto que dejaste reservado y en paz. Por lo menos palpas algo diferente y con tiempo suficiente, sopesas las ventajas e inconvenientes, sin que algún día tengas que arrepentirte de no haber utilizado esta opción.
-Eres muy amable, Frank -repuso Carmen, bastante convencida- pero eres consciente de que si pido esa excedencia ha de ser antes de aceptar el nuevo puesto. Tengo la cabeza un poco espesa, así que dame un descanso para sopesarlo. OK? Un beso, y hasta mañana.
-Lo de mañana ¿es literal?... ¿nos conectamos mañana a la misma hora?- inquirió Frank esperanzado.
-¡Noooo! el jueves, como de costumbre, no quiero que tengas un empacho carminativo, sigamos con la dosis (diócesis, como dice un amigo mío) prescrita.
-OK. Cielo, aunque quisiera estar contigo día y noche, semana, mes y año tras año, sé esperar. Me tengo por buen pescador de caña y la mayor virtud que tenemos es la paciencia. Si al final de la jornada tenemos algo en nuestra cesta nos damos por satisfechos. Y... -no pudo acabar la frase, pues Carmen saltó:
-¿O sea que notas mis tirones en tu sedal?
Se le escapó a Frank una sonora carcajada a través de las ondas.
-Sabes, amor, que no eres mi presa. A los peces se les engaña con señuelos, a ti no quiero engañarte ni con realidades. Eres lo suficientemente inteligente para discernir lo falso de lo real, y no quiero que te dejes arrastrar por los cantos de sirena que tantas veces habrás oído en las costas de nuestras preciosas tierras gallegas. Digo nuestras, ya sabes, porque son algo mías también.
-Bueno, otro beso y adiossss. -cortó Carmen.
-Gracias, dos para ti, por el anterior y por éste, pero más cariñosos que los tuyos. Hasta el jueves. -Y Frank cerró sin dejar que ella le respondiese.
Aquella noche fue de vigilia para ambos. Carmen tenía tal confusión en su cabeza que no llegaba a coordinar sus pensamientos. Más que desorden era un caos profundo. No quería comprender que estaba enamorándose de Frank y que no le gustaría perderlo, aunque de momento no le demostrase ese sentimiento, quizá para que no llegara a pensar que estaba desesperada por buscar un hombre Su posible ascenso había colmado el vaso de su satisfacción personal y profesional y ahora, la propuesta de su amigo, totalmente inaudita. Su inglés no era muy fluido y su carrera posiblemente no fuera compatible con la mentalidad americana. De ninguna manera podía aceptar esa oferta. Se lo razonaría y seguro que él la entendería.
–Jolines, vaya encrucijada -se dijo- mi porvenir se bifurca en tres caminos, cada cual más prometedor, pero tengo que dejar dos ¿Cuál escojo?
Barajó numerosas posibilidades hasta altas horas de la madrugada, sin avanzar lo más mínimo. Sonó el despertador y tenía más sueño que antes de acostarse, pero la obligación estaba a pocos minutos de allí. Se preparó y fue a trabajar.
Frank tampoco pudo concentrarse en su labor. Estuvo el resto de la tarde y parte de la noche obsesionado con la conversación sostenida con Carmen. No era hombre al que gustara perder mucho tiempo en sus decisiones profesionales, zanjándolas positiva o negativamente con la mayor premura para dedicarse a otros menesteres. Tampoco los personales le llevaban, a ser posible, mucha dedicación. Era de decisiones rápidas, así que este asunto le estaba modificando su forma de actuar. Llegó a pensar que dedicaba demasiado tiempo e interés a una empresa que presagiaba pérdida a priori, dicho sea en el argot comercial.
-Ella -susurraba pensativo Frank- no decide nada, no sé si sube o si baja, como decía mi padre de muchos gallegos; no he avanzado nada en absoluto en este tiempo y presumo que juega conmigo, y lo peor es que dócilmente me dejo llevar. Soy yo, creo, el que está enredado en su tanza y al final quedaré exhausto, ya que ella nunca me sacará a la superficie para gozar de su captura. Y ahora me viene con ese ascenso que, si lo acepta será un adiós definitivo. Y yo, más bobo e inútil que un botijo sin pitorro (recordaba la frase de su madre), voy y le ofrezco una plaza similar en nuestra empresa con el doble de sueldo, sin contar con nadie y lo último que deseo para ella es que trabaje, quiero que sea mi mujer, mi amiga, mi compañera, mi confidente, la madre de mis hijos, mi otro yo. Puede que sea un bicho raro en esta sociedad americana, pero siempre vi a mi madre ejercer de esposa y de señora de la casa, mientras mi padre trabajaba. Esa y no otra es la vida familiar que yo quiero y por la que tengo que luchar.
Recordaba su niñez y la adolescencia. Su padre, oriundo de un pueblecito cercano a Santa Marta de Ortigueira, había estudiado biología marina y unos años después de acabada la carrera, aún soltero, tuvo la oportunidad de cursar un master en USA. Dejó a su novia allá. Y antes de terminar, como prometía como investigador, le ofrecieron que se quedara con un contrato que en su país no podría ni soñar. Después de meditarlo y ser aconsejado por otros colegas españoles que, en su día, habían tomado la misma determinación y ante las escasas perspectivas que había en España, aceptó con la condición de que volvería para casarse y llevar a su esposa. Así lo hizo. Triunfó profesionalmente y aunque sus estudios preliminares estuvieron centrados en la biología del Cantábrico que tan bien conocía, se especializó en la biología marina de los cayos, pantanales y manglares del caribe, trasladándose a Key West; allí nació Frank. Fue siempre un reputado investigador y se integró perfectamente en la Universidad, y su entorno lo acogió, admirado por su sabiduría, y don de gentes.
Nunca renunció a sus raíces. Hasta tal punto, que a miles kilómetros de su tierra natal estuvo en contacto permanente con científicos y hombres de letras gallegos con los que mantuvo una fluida y enriquecedora correspondencia, siempre en su lengua materna. En su despacho -en el que Frank se recluía a veces para leer o releer aquellos libros, revistas o cartas, que olían a él-, daban fe de ello las librerías atestadas de publicaciones referidas a temas de su especialidad, y muchas otras a la cultura gallega. Su muerte prematura le privó de promocionar en su Universidad una cátedra de lingua e literatura galega como las existentes en otras universidades del mundo, -hasta en Australia-, como aseguraba.
Sus padres casi siempre hablaban en el idioma nativo, excepto si había alguien ajeno a la casa y hasta Amalia llegó a comprenderlo y hablarlo, con lo que había adquirido un híbrido español caribeño-gallego la mar de exótico y cadencioso.
Su madre, con escasos estudios, pero con grandes dotes como esposa y madre, ejerció de ello toda su vida. Así que sus años infantiles transcurrieron en una casa con un ambiente relativamente apacible y hogareño. Llegó a la universidad y con aplicación y mucho esfuerzo, obtuvo el título de ingeniero de sistemas y comenzó a trabajar. Sus padres habían fallecido recientemente. Añorándolos, notaba un vacío y estaba cada vez más solo. Únicamente le quedaba su segunda madre, Amalia; -Amá, para él- y se sentía privilegiado. Hacía votos por que ella siguiera con él muchos años.
Amanecía y se levantó con los ojos somnolientos, supuso que Carmen llevaría varias horas en su trabajo allá lejos. Llegó a la oficina y tuvo que dar alguna disculpa por su raro estado, ya que nadie, ni su socio y amigo, conocía la lucha interior que soportaba.
Pasaron dos semanas y todo seguía igual. Carmen indecisa dejaba pasar el tiempo y Frank, cauto, no quiso atosigarla. En el trabajo Juan le había insinuado si tenía una decisión.
-Es algo tan importante en mi vida que debo sopesarlo bien, necesito dos o tres semanas de vacaciones, Juan.
-Como si es un mes, pero, no lo demores más de este tiempo; gracias Carmen.
Ella misma se sorprendió al pedir, espontáneamente, esas vacaciones a las que tenía derecho, pero ya estaba dicho y tácitamente concedidas.
Aquel viernes estuvo dicharachera con todos sus amigos, aunque la procesión iba por dentro. Antonio la acaparó un rato, contándole que le gustaba una chica vecina de su casa; se encontraban mucho al salir o llegar del trabajo, y, aunque sólo se habían cruzado palabras de saludo, como buenos vecinos, notaba que algo recíproco sucedía.
-Pero sabes que ninguna me gustará nunca tanto como tú -apostilló:
-Dile algo, invítala a tomar un café, al cine, no sé..., incluso tráela a la tertulia. Es posible que espere a que des el primer paso, aunque ahora las chicas tengamos fama de lanzadas. Supera tu timidez. Con su reacción verás si eres bien recibido o no y obra en consecuencia. Mereces que una chica buena te quiera. Eres un sol, mi mejor amigo ya lo sabes, y a los amigos se les ama. La amistad es un amor sin sexo, ¿lo sabías?
Regresó con Antonio, como de costumbre. Se sentía protegida, como con un hermano mayor a su lado. Era de madrugada y se acostó inmediatamente.
El lunes a la hora de conectar con Frank tenía tomada una decisión. Después de los saludos de rigor, y al notar que él no hablaba del asunto, dijo:
-Frank, amigo mío, te voy a dar una sorpresa, viajo hasta ahí el jueves próximo -observó su cara de asombro a través de la cámara-. Ya tengo billete y hotel reservados..., no, no me interrumpas, por favor. Voy de vacaciones solamente; una visita de cortesía para conocerte más, a ver donde vives, a descansar unos días e intentar darte y darme, una respuesta definitiva a la proposición que me has planteado. Estaré diez días solamente y creo que serán suficientes.
Frank del asombro pasó inmediatamente a la alegría. Casi no podía articular palabra, a trompicones balbuceó:
-Soy el hombre más feliz, amor, pero tienes que anular la reserva del hotel. Tengo sitio para que estés en mi casa, te prometo que serás tratada con todo el respeto que mereces. Amá, una pizpireta señora cubana que lleva conmigo toda la vida, estará encantada de atenderte en todo lo que precises y en las atenciones que yo no te pueda prodigar. No quiero negativas -interrumpió al notar que iba a replicarle-. Te suplico que accedas. Además serán diez días moviditos; quiero llevarte a que conozcas lugares maravillosos y, especialmente la casa que tengo en la playa. Se buena y déjame organizar tu estancia..., ¡por favor!
-Como quieras, me has convencido. Pero prefería no interrumpir tu trabajo. Solamente que me dedicaras las horas de asueto y me dejaras a mi aire por la ciudad. Tú tienes asuntos más importantes que atenderme a mí todo el día.
Cada vez que hablaba con él descubría una nueva faceta y reconocía que le gustaba. Era tan delicado, muy varonil, educado, obsequioso y parecía estar enamorado. Ella también estaba descubriendo un montón de sentimientos y sensaciones inéditos en su vida; y aplicando el símil pesquero, se veía enredada en su sedal y ...voy a comenzar a dar tirones, en cuanto vea que me agrada aquello; él ya me gusta... -pensó mientras escuchaba la réplica.
-Confírmame por e-mail la fecha, número de vuelo y no te preocupes más que en llegar. Ven con lo imprescindible, aunque aquí también hay cepillos de dientes –bromeó-, y estoy ansioso de verte.
Por la mañana le había dicho a Juan que se iba un mes de vacaciones; dejó al personal aleccionado con la promesa de que llamaría cada dos o tres días. No comentó el lugar de destino, ni él se lo preguntó. Solamente le exigió que descansara y supiera, al regreso, lo que debía contestarle.
El viaje fue tranquilo. Era la primera vez que cruzaba el gran charco. Llegaba a la tierra que creía ver allá en el horizonte al asomarse en su niñez a los promontorios de su tierra gallega. Y no era un sueño. La promesa se cumplía viendo la costa americana cada vez más cerca, como en un gran mapa. No tan accidentada como la suya, más plana, distinta, y seguro, menos bella. Frank la esperaba. Se fundieron en un amistoso abrazo. Los ojos de su amigo estaban ligeramente húmedos y respiraba alegría. Carmen, algo aturdida por el viaje, le regaló una cariñosa sonrisa, al tiempo que musitaba:
-Gracias, amigo, por tu cálido recibimiento... Ya estoy a tu lado.
-¿Contenta? -le preguntó él.
-Muy contenta, Frank ¿se me nota mucho?
Transcurrieron largos minutos sin hablarse camino de la ciudad. Sólo se miraban, ansiosamente, como se miran dos enamorados tras un largo periodo de ausencia.
Carmen algo cohibida, admiraba todo lo que veía a través de la ventanilla, como si llegara de un país subdesarrollado; paisajes, edificios, parques. Quedó algo asombrada al detenerse el coche delante del porche de una típica casa americana, similar a cualquiera de las que, tantas veces, vió en las películas. A la puerta les esperaba Amalia, quien le proporcionó una atenta y cordial bienvenida, al tiempo que recogía el equipaje del maletero.
-Esta es tu casa, amiga -le dijo Frank-, Amá te acompañará a tu habitación; ambos deseamos que tu estancia entre nosotros sea muy agradable. Descansa, si quieres, que estarás agotada. Yo te recogeré para llevarte a cenar, y no he de rogarte que te pongas guapa, ya lo eres. Vas a deslumbrar a todas las personas que te quieren conocer -con un beso en la mejilla la dejó.
La casa tenía en la parte baja un gran salón decorado con exquisito gusto; una chimenea quizá no muy utilizada; jarrones con flores frescas. Un aparato de radio antiquísimo con mueble de caoba que haría las delicias de cualquier coleccionista, sobre el cual descansaba una no menos antigua muñeca con cara de porcelana. Los clásicos muebles europeos, revelaban que eran herencia de los padres de Frank, y algunos de ellos con reminiscencias galaicas, sobre los que sobresalían algunos portarretratos con fotografías de un color sepia desvaído. Desde su luminoso dormitorio, en la parte alta, con baño y vestidor incorporados, se apreciaba un jardín muy bien cuidado, grande, con árboles centenarios de espeso follaje dispuestos para deleitarse bajo su sombra, entre cuyas ramas se adivinaban millares de pájaros escondidos; los arbustos aquí y allá, las enredaderas que se aferraban a las paredes, rocallas tapizadas con numerosas especies de flores y de cupresáceas enanas, transmitían una impresión de paz y tranquilidad.
Carmen iba a ducharse, pero optó por un relajante baño con unas sales de lavanda que había en la repisa. Oyó a través de la puerta la voz de Amalia recordándole que estaba a su entera disposición para cuanto necesitara.
-Gracias, Amá..., ¿me permites que te llame así?
-Claro, mi niña, es una deferencia por tu parte. ¿Sabes que Frank es “mi niño”?, ¿te lo dijo alguna vez? Es todo lo que tengo en este mundo y me gustaría verlo casado. ¿Lo quieres? Perdona el atrevimiento -tenía la puerta entreabierta y se asomaba adentro-, mejor dicho los atrevimientos: el de colarme dentro de tu baño y entablar esta charla de vieja entrometida con preguntas impertinentes.
-Nunca las preguntas de esa índole son indiscretas, ya que están motivadas por el amor que le tienes. Y te puedo decir que puede que le quiera; aún no estoy segura, pero me has de guardar el secreto ¿ Sí?
-Mis labios -hizo un gesto muy elocuente- están sellados. Pero sería feliz solamente con verlo dichoso. ¡Se merece tanto! Y tú me gustas para él.
-¿Así que tengo tu aprobación? -le dijo con una maravillosa sonrisa.
-Aprobada con cum laude, o como se diga. -Cerró para que Carmen no viera que se le iban las lágrimas, aunque ésta adivinó su emoción.
Observó que, además de ser bien recibida, ambos estaban dispuestos a volcarse con ella. Se sentía mimada. Salió reconfortada y tranquilamente comenzó a prepararse para la cena. Un ligero maquillaje, y eligió un vestido oscuro que realzaba sus hombros y el escote, zapatos con el tacón necesario para acercarse algo a la altura de Frank y bajó hasta el salón a esperarlo. Los amplios ventanales, orientados al sur y al oeste, permitían ver el jardín desde otro ángulo y se ensimismó en su contemplación. Una preciosa rosaleda, geranios y petunias por doquier, rododendros, azaleas, ficus, y numerosas plantas desconocidas para ella alegraban la vista, hasta que se dio cuenta de que no estaba sola; efectivamente Frank había llegado y la contemplaba arrobado y en silencio. Al volverse, un poco sorprendida, sólo acertó a decir:
-Vaya, ¿me examinabas?
-Te observaba; gozaba en silencio de tu presencia, Carmen. Me parece que eres como los buenos vinos que día a día mejoran su bouquet y me bendigo por haber hecho el viaje en el que te conocí y que ha sido lo más maravilloso que me ha sucedido en mi vida, aunque espero, presiento y deseo fervientemente, que algo mucho más maravilloso está aún por llegar -seguía en la puerta y su cara era la de un enamorado.
-Te olvidas de otra persona que fue la que, indirectamente, hizo que me conocieras, mejor dicho que nos conociéramos. Y me permito bendecirla yo por los dos, -dijo Carmen algo ruborizada.
Frank dio unos pasos, tomó su cara con las manos y la besó apasionadamente; ella, visiblemente emocionada, se entregó enamorada a su caricia, fundiéndose en un abrazo.
Acababa de darle la respuesta que él tanto ansiaba.
Pasearon por el jardín agarrados de la mano y Carmen volvió con un ramillete de margaritas poniéndolas, con mimo, en un búcaro de la cocina.
-Frank,¿te gustan?...
-¡Frank!
-¿Qué? -Estaba absorto y con la mirada perdida.
-¿En qué piensas? Estás como si no me tuvieras a tu lado.
-Claro que no, solamente estaba algo abstraído. En las nubes. Pensamientos banales, pero ya pasó. Borrado. -Hizo un gesto sobre su frente- ¿Qué me decías?
-Que me encantan las margaritas y todas las flores silvestres. Allá en mi tierra siempre que iba al campo cercano le llevaba a mi madre un ramo, y me quedaba extasiada mirándolas, a veces hasta con una lupa, son bellísimas.
-¿Pero a que destacabas tú entre ellas?
-Adulador. Naturalmente yo era para ella la flor más bonita, no te quepa duda, pero ya no me puede admirar... -se le nublaron levemente los ojos.
-Y no porque no sigas siendo bonita.
-Ya. Déjalo, por favor. -Una lágrima resbaló por su mejilla.
Carmen estaba encantada. La cena fue íntima: Acompañados por su socio Richard y Anne, su esposa, pasaron una velada muy agradable, terminándola en una lujosa boite, y mientras paladeaban unas copas de champaña y charlaron relajadamente de todo lo habido y por haber. Le presentó también a cuantas personas se acercaron a saludarles. Carmen notó que era gente distinguida y que algunas mujeres la miraban con una pizca de insana envidia, y hasta alguna insinuó que estaba acompañada por el soltero de oro más apetecible de la ciudad.
-Lo sé. Y no tengo interés en acapararlo; sigue al alcance de cualquiera. -Aunque estaba convencida que su respuesta era de conveniencia y totalmente falsa.
Regresaron de madrugada. Se desearon buenas noches con un cálido beso -el segundo- y se fueron a dormir. Ambos pasaron la mayor parte de la noche en vela, absortos en los acontecimientos.
Se levantó tarde. Frank había ido a la oficina dejándole una nota. “Comeremos juntos, ya te llamaré. Te quiero”.
A media mañana pasó Anne para invitarla a ir de compras. Carmen aceptó muy ilusionada a pesar de que su inglés era muy básico y el español de su amiga algo elemental. No obstante, se entendían y congeniaron perfectamente. Cambiaron impresiones sobre la vida de ambas naciones, y equiparaban las diferencias abismales que había en algunas de sus facetas. Anduvieron por Old Town y admiró la arquitectura de las lujosas casas victorianas construidas por acaudalados navegantes, empresarios o celebridades que, enamorados de la isla, gozaron de ella durante los dos últimos siglos.
-¿Sabes, Carmen, que Key West -Cayo Hueso para los cubanos-, es el punto más austral de los Estados Unidos?; ¿que existen más de cuarenta puentes para enlazar entre sí las numerosas islas de esta exuberante zona y que tenemos muy cerca de aquí la casa del polifacético y universal Hemingway, además de contar con otras mansiones que han disfrutado personalidades como Tennesse Williams o los presidentes Roosevelt, Truman, Eisenhower y Kennedy? -le dijo su amiga.
Carmen estaba realmente interesada en conocer con detalle todo lo concerniente a lo que, intuía, podría llegar a ser su nuevo hábitat. Tomaron unos refrescos a la sombra de una terraza, compraron chucherías y regalos, mientras Anne seguía relatándole parte de la historia de “su cayo paradisíaco”:
-Tienen estas islas un sabor muy hispano, ya que fueron descubiertas a principios del siglo XVI por Ponce de León, igual que el resto de Florida, y en ellas se asentaron colonias de españoles de los que, seguramente, descendemos la mayoría de nosotros. Nos han dejado parte de su arte y su cultura, y vuestro idioma. Siento no poder hablarlo con la soltura de Frank, por ejemplo, pero creo que me defiendo para que me puedas entender ¿a que sí?
-Me encanta esta conversación, Anne, y estate segura que no he perdido ni una sola de tus palabras. Se nota que estás muy enamorada de todo esto.
Anne había estado con su marido el año anterior en Madrid, en la costa levantina, Granada y Canarias, y regresó maravillada de todo lo que había visto, aunque se sentía muy arraigada en su tierra y no la cambiaría por ninguna otra. Carmen, por su parte, le habló de su Galicia natal, de las costas por donde entra el viento a la península ibérica; de las playas de fina arena, de los castros, y de los umbríos y recónditos bosques repletos de meigas, pródigos en apariciones y la negra sombra que e unha cousa que existe e que non se ve, en los que el misterio y la magia caminan cogidos de la mano por serpenteadas corredoiras y regatos. Comentó las peculiaridades de sus gentes; de las costumbres ancestrales aún muy enraizadas que chocaban con el modernismo americano; las muñeiras que no faltan en sus romerías, evocó la “saudade”, la “morriña” y poco a poco derivó la conversación hacia temas más personales. La americana habló de la felicidad de la vida y de la suya propia; habló de su maravilloso marido; de la necesidad que tenía de ser madre -llevaba dos años casada- de la amistad que les unía a Frank, pilar básico en la empresa coparticipada minoritariamente por su esposo, y de la necesidad de que su amigo pudiera rehacer su vida como mejor quisiera y lo más pronto posible. Sin inmiscuirse en sus decisiones, pero consciente de que necesitaba una mujer a su lado, totalmente opuesta a la que tuvo, una buena amiga, una buena esposa e, indudablemente, una buena amante que le colmara de tranquilidad y le diera los hijos que añoraba desde antes de su primer matrimonio. Ya no era un crío.
-Es, Carmen –siguió-, un hombre lleno de encanto, trabajador y honesto, aparte de cariñoso, leal y nada vanidoso. Estoy segura de que haría feliz a cualquier mujer con gustos afines a los suyos. Conozco más de una docena de chicas, incluso alguna casada, que darían años de su existencia porque él se fijara en ellas y tuvieran la posibilidad de entrar en su vida. Es muy sensible y está lleno de miedos en esta sociedad a la que pertenece y de la que conoce sus esplendores y todas sus miserias. Por eso retarda la decisión de tomar esposa. Intuyo, aunque no lo puedo asegurar pues él ha sido sumamente reservado, que ha puesto los ojos en ti...—espera, déjame terminar, por favor, continuó Anne al notar que iba a ser interrumpida-, sí, en ti. Yo lo presiento; nosotros sospechábamos algo al regresar de España, sin que nunca nos insinuara lo más mínimo. Lo encontramos más jovial, menos huraño que de costumbre y Richard me dice que en el trabajo y en algunas ocasiones lo nota ausente, como pensativo en exceso, aunque no preocupado; por lo tanto, Carmen, si estoy en lo cierto, y le quieres, no se merece que le hagas sufrir -terminó.
-Gracias, Anne, por tus palabras Si he de serte sincera en estos momentos no quiero pensar en ese tema. He venido en visita de cortesía para que pudiera devolverme algo de lo que según su criterio, no del mío, hice por él y por la causa que le llevó a mi país, y aquí estoy; sin necesidad de buscar otros motivos. Así que tranquila, Frank es mayorcito y seguramente sabe lo que quiere y lo más lógico es que lo busque y lo encuentre aquí, en su ciudad, en su ambiente social y profesional. Yo no pinto nada, como decimos allá. Y si me permites, te diré que tenéis que distraerlo, acompañarlo para que vuelva a disfrutar de las personas que conoce, dándole tiempo y animándolo hasta que llegue a consolidar su vida afectiva. Ten la seguridad que yo, en esta corta estancia, pienso apoyaros totalmente. -Estaba Carmen poco convencida de lo que hablaba.
Naturalmente no quiso contarle a Anne, ni pormenorizada ni escuetamente, la forma en que se conocieron, ni las relaciones cordiales que habían tenido a través de Internet; si tenía que saberlo, que fuera él quien la pusiera al corriente.
Sonó el móvil. Era su amado y al saber que estaba con su amiga le dijo que las esperaba en un restaurante conocido y comería con ambas, pidió hablar con Anne“... y llama a Richard para que nos acompañe”.
-Lo siento, Frank, Richard no come en casa y yo he quedado con unas amigas que se proponen organizar un acto benéfico, así que te esperamos en ese restaurante, y cuando llegues me voy. ¿OK?
-OK, Anne, y gracias por no dejarla sola. Cuídala, es lo mejor que tengo.
-Ya lo sé -le contestó ella.
-¿Qué te dijo, que sonreíste mirándome?
-Que eres una joya para él.
-Creo que me mientes... -algo le decía que no.
Frank le dedicó en los primeros días casi todo su tiempo, acompañándola a ver y disfrutar de lo más característico de la ciudad y del entorno.
El siguiente fin de semana viajaron hasta el cayo en el que tenía su “casa de la playa”; el recorrido bordeaba el océano, de puente en puente que enlazaba unas islas con otras, y desde los que se podía observar con nitidez un fondo fascinante repleto de coral.
-Algunos cayos sobresalen unos pocos metros sobre el nivel del mar y están totalmente cubiertos por manglares y pantanos que, con parsimonia, ganan terreno al océano. Son lo suficientemente grandes para que se asienten una o varias poblaciones que con playas paradisíacas llenas de reflejos de luz en sus cristalinas aguas, color, palmeras y conchas marinas, y donde se presencian resplandores crepusculares maravillosos y diferentes día a día..., comparables a los que tuve la suerte de contemplar en Granada.
-Dicen que son espectaculares y únicos. Nunca estuve en esa ciudad con tantas reminiscencias árabes.
-Lo son. Doy fe de ello. Y toda esa vegetación que ves a la orilla -proseguía él- son mangles. Es una palabra araucano-caribeña; ¿sabías que estos árboles con zancos tienen sus raíces en el mar y que sus frutos en forma de estaca germinan en el árbol? –Frank gozaba observando la curiosidad en el rostro de Carmen.
-¿Y...? –le animó a seguir.
-Pues que caen al mar y con su forma de cuña se clavan en la arena desarrollándose como árboles nuevos. Así se consigue que los bosques avancen por el mar. La poca profundidad de las aguas, policromadas de diferentes colores según la estación, la hora del día y el color del cielo, permiten ese milagro en las que abunda, también, una variada fauna piscícola. Y es un gozo añadido contemplar el desove de miles de tortugas en la playa y asistir, después de unos sesenta y cinco días, a la eclosión de sus huevos. Parece que la arena hierve, y son las tortuguitas recién nacidas que van hacia al mar como si un brújula interior las orientara en una carrera ancestral y misteriosa, nunca caminan en sentido contrario, hasta que, adultas, vuelven a desovar. Se pueden ver, también delfines, rayas y muchas otras especies, todo ello en un ambiente con ese olor a salitre tan peculiar.
Carmen contemplaba extasiada el paisaje. Y comentó:
-He visto en las costas de Almería ese espectáculo que me narras. Una especie a la que llaman Tortuga Boba desova en la arena y el nacimiento de las pequeñas es idéntico. La primera vez que lo presencié, quedé atónita.
-Y como no nos privamos de nada -añadía mirándose en sus ojos -de cuando en vez...
-De vez en cuando, se dice así -le corrigió rauda.
-OK...de vez en c-u-a-n-d-o tenemos una distracción maravillosamente espectacular si no fuera tan devastadora. Son los huracanes que casi siempre se forman en el Golfo de México, un golfo muy bello, pero demasiado golfo, como dicen algunos. Aunque tras la noche llega el crepúsculo y al pasar se reparan sus destrozos y disfrutamos de nuevo en este paraíso. Con ellos purgamos nuestros pecados, aunque debemos tener pocos.
-Todos debemos tener pecados, pues la Naturaleza nos premia, allá en Galicia, a veces con enormes y destructivas borrascas.
-¿Y sabes que por esta zona -seguía ante una Carmen asombrada- pasó la mayor parte de su vida Ernesto Hemingway, el inolvidable amigo de España y de los españoles, el que designó como “la generación perdida” a los intelectuales estadounidenses de la década de 1920, y que cerca de aquí se conserva su casa?
-¿Qué erudición, amigo mío!, una, que es de Ciencias, queda obnubilada contigo -a Carmen le gustaba zaherirle cariñosamente. Simulaba ser su víctima, y él lo sabía-. Sí; lo de Hemingway me lo comentó Anne hace días.
-Podría hablarte horas –días enteros- de biología marina, aunque nunca la estudié a fondo, pero la viví en mi casa, con mi padre. Era un sabio en la materia, así que, sin querer, entre sus conversaciones y los libros que tenía, y que leo con fruición siempre que puedo, aprendí bastante sobre ese mundo cercano y fascinante. Y a propósito del tema te diré que hay siete islotes como a sesenta y dos millas llamados “Dry Tortugas”, con playas de arena blanquísima y arrecifes de coral, que están considerados como reserva ecológica, y cuentan con una variadísima riqueza de aves y fauna marina. Tuve la suerte de visitarlos con él en diversas ocasiones, mientras me contaba alguna de las innumerables historias, no leyendas, de naufragios, piratas y tesoros. Creo haber leído que la Casa Blanca, acatando decisiones del Tribunal Supremo de este país, ha reconocido que todos los pecios existentes en esta zona, con fragatas y otros barcos hundidos, son patrimonio exclusivo del gobierno español. Así que, amiga mía, tienes que darte cuenta que son más las cosas que nos unen que las que nos separan, y que aquí estarás como en tu propia casa.
-Por lo menos, si falla la informática, te reciclaríamos como biólogo-historiador -le dijo con una mirada cariñosamente mordaz. Él quedó contemplándola un momento.
-Carmen...
-¿Qué?
-Me encanta tu espontaneidad y tu sentido del humor.
-Suelo ser mordaz, a veces. No te fíes mucho de mí.
-Sería aburrido si no lo fueras. Y me gusta. Yo tampoco suelo ser retraído.
-¿Retraído? Jo... aún recuerdo tus exaltadas declaraciones de amor allá en España.
-Malamente aceptadas, ya que hablas de ellas.
-Eres un ingenuo, cielo ¿no te dabas cuenta que sólo eran cortinas de humo para disfrazar mis sentimientos?
-¿Sí?, ¿o sea que me has hecho perder un tiempo precioso con ese premeditado tira y afloja?
-No quería que se notara mucho que ya te amaba, pero era cierto. Y quedó ratificado el día de tu regreso. Pasé, aunque no quise reconocerlo, los peores momentos de mi vida -Carmen acariciaba mimosa la mejilla de su amado, acercándose para darle un beso en ella. Él la miraba y conducía feliz.
Llegaron a la casa de la playa, una rústica y sólida edificación de madera bien cuidada, de bonito diseño, espaciosa, llena de comodidades y dentro de una extensa finca, totalmente vallada, cuidada por un matrimonio joven. Lindaba con el mar y en su zona norte tenía uno de aquellos manglares tan bellos que había contemplado durante el viaje desde lejos. Carmen no sabía a qué atender; de la mano de su amigo descubría rincones preciosos, exuberantes palmerales y. ante la atenta y apasionada mirada del anfitrión, se quedó en traje de baño para sentirse acariciada por de aquella tibia agua salada. Él la acompañó y entre zambullidas, aguadillas y risas, disfrutaron hasta la hora de la comida pródiga en abundantes y delicados productos del mar.
Tomaron café en un acogedor saloncito como dos enamorados que eran. No podían ni querían esconder sus sentimientos. La música suave y pegadiza incitaba a dejarse querer. Sinatra acababa de cantar “One for my baby”, y comenzaba “Strangers in the night”. Con un gesto la invitó a bailar. Sus cuerpos emanaban excitación en un momento lleno de magia.
-Carmen.
-¿Qué?
-No somos unos extraños, ¿verdad?
-En absoluto, forastero, y cada día menos –le susurró al oído cariñosa, con el chasquido de un beso,.
Se intercambiaban caricias y besos entre largos silencios sintiendo la tibieza de sus respiraciones y dejándose seducir por la armonía musical del momento. Ya está en el bote..., ironizaba ella en su interior ...Esta pieza no la devuelvo a sus aguas, me la quedo..., pensaba él. Y sin darse cuenta estaban haciendo el amor por primera vez, dándose toda la pasión contenida, aunque deseada, posiblemente, desde el día que se conocieron. Era la primera llegada conjunta a una meta de la larga carrera que tenían por delante.
Entre baños y paseos al lado del mar, invitaciones a fiestas de los amigos de Frank, pasó el fin de semana, y volvieron a la ciudad. Se notaba en él un derroche de felicidad tan difícil de ocultar, que hasta los compañeros y empleados observaron el inesperado cambio. Era otro hombre, y Richard fue el primero que lo percibió.
-Te encuentro diferente, Frank -le dijo-, como si de repente en tu vida hubiera amanecido, después de una larga noche. Porque no me negarás que últimamente estabas a oscuras, dicho sea de paso. Nunca quise, ni quiero, meterme en tus asuntos privados, salvo que el no hacerlo pudiera repercutir negativamente en nuestra empresa. Me tenías preocupado; lo comenté con Anne y ella también lo había advertido, haciéndome partícipe de sus conclusiones. Ya sabes que ellas son unas observadoras mas certeras que nosotros y me aseguró que tu vida daría un vuelco muy pronto. Dime, amigo, ¿tiene algo que ver la llegada de Carmen? -preguntó intrigado.
-No te equivocas, Richard, efectivamente sabes poco de mi vida sentimental o privada como tú dices. No quise decirte nada de lo que me llevó a viajar a España, aunque no es lo que tú piensas, espero que algún día, con una copa en la mano y a la luz que despiden las brasas de una chimenea, te lo relate íntegramente. Confórmate conque, sintetizando, te diga que fui en busca de un Eldorado y no lo hallé, pero encontré, por azar, oro puro, aunque tan arraigado en su cuarzo ancestral que me ha costado mucho tiempo y esfuerzo separarlo de la ganga. Al fin lo he conseguido -bien sabes que me agradan las empresas difíciles, pues el éxito tiene mejor sabor-, aunque me queda traerlo definitivamente. Este oro tiene un nombre de mujer. Dejo que lo adivines. Recuerdo que mi padre me decía a menudo: si ves una flor en tu camino, recógela, ya que si pasas de largo, y arrepentido regresas a tomarla, otro la habrá cogido.
Frank reía ante la cara de asombro y satisfacción de su amigo.
-Eres un hombre de frases, Frank, también recuerdo tus palabras: en las situaciones inesperadas se encierran las grandes oportunidades. Yo quiero decirte que existen mil caminos para amar, y tú has encontrado el tuyo. Me alegro por ti, por ella y, egoístamente, por nosotros, ya que tu felicidad redunda en la prosperidad de la empresa. Tengo la certeza de ser un hombre afortunado y agradecido desde que me propusiste participar en su creación; sabes que mis fracasos han sido asumidos como tuyos y siempre sirvieron, me decías, para que los logros fueran más gratificantes. Deseo hablar del tema con Anne, si me lo permites, aunque presumo que no percibiré sorpresa en su cara -también Richard tenía su mejor sonrisa al darle un abrazo a su amigo y socio.
-¡Si lo que se me escape a mí!... –respondió Anne a su marido al conocer la noticia- No te quise decir nada ya que me tildas de fantasear mucho, pero una, que no es tonta, ve crecer la hierba. Me gusta esa mujer y creo que es la idónea para él, aunque lamento que tuviera que ir a un jardín tan lejano para conseguirla y no se hubiera decidido por alguna flor de otro más inmediato.
-Eres chauvinista. No quieres reconocer que algunas extranjeras puedan ser tan buenas esposas... o me-jo-res...que vosotras. Y no pongas esa cara, no va por ti, aunque nunca se sabe...-Richard aprovechaba cualquier ocasión para provocar a su mujer, aunque ella no se dejaba.
-Pues no sé a qué esperas; si quieres te encargo un billete de avión para Madrid a ver si encuentras algo mejor de lo que tienes. No dejes pasar esta oportunidad -Anne le devolvía la pelota.
-Lo voy a meditar. ¡Fíjate que me das una idea! Aunque es mejor lo malo conocido...
-No te prives, cariño. Lo malo conocido, como tú dices, se queda aquí, pero no esperará compungida tu regreso; así date el gustazo.
-No me he explicado bien del todo. Mi deseo es viajar otra vez a esa tierra española y lo voy a cumplir. Es buena época ahora para disfrutarla, pero con una condición: que me sirvas de carabina.
-¿Yo de carabina?, creo que es un arma de fuego o algo así y en estos tiempos debe estar muy anticuada. Además para enamorar a una chica son necesarias otras armas.
-Carabina a la mujer que acompañaba a doncellas jóvenes para que no fueran conquistadas por algún desaprensivo galán; así que te nombro desde ahora “mi carabina oficial” en este viaje, para que ninguna doncella ose poner sus ojos en este apuesto caballero americano, ¿captas?
-Ya sabes que “capto” si te explicas -ella seguía la broma-, ¿tengo tiempo de preparar la maleta?
Se abrazaron.
-Te quiero, mi carabina.
-Yo a ti más, mi galán.
A los pocos días volaban para disfrutar de unas merecidas vacaciones.
-Ya estamos en esta tierra tan acogedora, lejos del bullicio cotidiano, así que hazte a la idea de que es nuestra segunda luna de miel. Y no me desagradaría que ese niño que tanto ansiamos viajara en tu vientre a nuestro regreso -Richard participaba en la avidez que tenía su esposa de quedar embarazada. Solamente eso les faltaba.
Ella zalamera lo apretujó al terminar de bajar la escalerilla del avión. En su mirada, ligeramente empañada, se podía leer que había oído la más hermosa bienvenida que nadie le hubiera dado.



























Tras visitar Orlando y Miami, y después de un precioso recorrido en bote de aire por los Everglades, el magnífico parque natural de Florida, llegaba el día del regreso de Carmen. Ambos sabían que por culpa del destino se habían encontrado y que no es bueno llevarle la contraria. Se prometieron amistad, amor, fidelidad y todo eso que dos enamorados se ofrecen henchidos de ternura, con planes someros para un próximo enlace. A Frank le era indiferente el lugar de la celebración, aunque prefería que fuese allí. Debía invitar a numerosos amigos y de ser en España tendrían muchas dificultades para asistir. La familia de Carmen era escasa y él estaba dispuesto a llevar hasta USA a todos los que se quisieran desplazar. Sin prisa y sin pausa ajustarían los detalles. Carmen lucía un precioso anillo de brillantes en su dedo. Ella no le había regalado nada porque tenía la ilusión de que fuese algo español. A su regreso se lo enviaría.
-No me importa en absoluto, Carmen, el mejor regalo ya lo he recibido. Eres tú -en sus ojos se notaba la felicidad-, no necesito más.
La llevó al aeropuerto y sufrieron el tormento de la primera separación, aunque tenían la seguridad de que era el preludio de toda una vida juntos.
Carmen, hasta agotar sus vacaciones, invitó a Richard y Anne a pasar unos días con ella en Galicia. Intentaba corresponder a las muestras de cariño que le dispensaron. No conocían esa zona y aceptaron gustosos. Los llevó a su pueblo, se maravillaban de todo lo que veían por el camino; hicieron excursiones por las Rías Bajas, degustaron la rica gastronomía de la zona y vivieron otra luna de miel, como Richard decía.
-Anne, cielo, ¿a que no esperabas que hubiera lugares tan espléndidos, y con gente tan acogedora, como éstos?
-Sinceramente no. Carmen me había dibujado un lugar hermoso lleno de brumas, pero creí que era una fantasía suya. La realidad es otra. Aquí se percibe el peso y el paso del tiempo. Hay pazos, casonas y cruceiros, -creo que se llaman- donde la piedra “tiene pátina”. Y aún no he podido adentrarme en el alma de las gentes. Seguro que esas costumbres de las que ella me hablaba son hereditarias. Los americanos somos la cruz de esa moneda: apenas sin antepasados, unas quince o veinte generaciones.
Haciendo caso a las creencias de la zona y conscientes de que son una mezcla de ilusionadas utopías con una pizca de curiosidad, un: por si acaso, y un yaquestamos aquí; Anne recibió el empuje de las nueve olas antes de salir el sol, la víspera de la fiesta de la Virgen de la Lanzada, en la playa homónima y en su viaje bebieron en todas las fuentes que, según la sabiduría popular, hacían milagros ante la infertilidad. A veces conviene hasta encender una vela al diablo. Siguieron ruta: Santiago, La Coruña y el norte de España. Cruzaron los agrestes Picos de Europa y llegaron a León, la bimilenaria Legio VII Gémina romana. Embelesados ante su catedral, la Pulchra Leonina, gozaron de San Isidoro, una joya del románico, y de otros vestigios de tiempos remotos. No se privaron de nada: hicieron noche en el plateresco Hostal de San Marcos, gratamente impresionados de la simbiosis entre lo antiguo y lo moderno. Anne quiso saber si Ponce de León, el descubridor de la Florida, fue oriundo de esta ciudad. La biografía que conocía situaba su nacimiento en Tierra de Campos. Prometieron volver, tras una rápida visita a Astorga, la también bimilenaria Astúrica Augusta y después de presenciar una boda maragata, llena de ancestral tipismo, en el cercano pueblo de Castrillo de los Polvazares, siguieron por Segovia, Ávila, San Lorenzo del Escorial. Se detuvieron en pequeños pueblos gozando de la hospitalidad y adentrándose en la idiosincrasia de sus gentes; disfrutaron de sus rincones y monumentos; del folklore y de la autóctona gastronomía. Y, al final, como todo llega, volvieron a casa.
También Carmen se incorporó a su trabajo, y tenía una respuesta para Juan Luis.
-No voy a aceptar ese ascenso, Juan...; no, no pongas ese rictus de extrañeza -le dijo después de los saludos de rigor-; resérvalo un momento, porque lo vas a necesitar. Dejo el trabajo. Te presentaré mi renuncia hoy mismo para cesar en el plazo que tu creas más conveniente. Yo también me voy y por un motivo parecido al tuyo. Me caso, aunque la fecha está sin determinar -acabó mientras observaba el asombro en la cara de su jefe.
-Vaya, es una sorpresa inesperada -Juan se reponía rápidamente-. Me alegro por ti y más por él, sinceramente. Se lleva una joya. Aunque: ¿por qué dejar el trabajo?, tienes mucho tiempo por delante en un buen puesto. Puedes simultanear tu vida matrimonial con la profesional; ya sabes que la empresa nunca ha puesto trabas a las mujeres casadas, y la mayoría siguen con nosotros.
-¿Por qué dejarlo?, porque me voy a vivir a Estados Unidos. Te agradezco la deferencia que has tenido conmigo y la que tienes, pero mi novio -utilizaba esta palabra por primera vez -es de allí...
-¡Buenooo! -Juan esbozó otra sonrisa- ¿alguna sorpresa más?
-Sí, otra: quiero que vengas con tu esposa a la boda. A falta de mis padres me sentiría menos sola, y aprovecharías para disfrutar uno de esos viajes que siempre te ha ilusionado. Seríais nuestros invitados predilectos. ¿Qué tal una semana en la casa de Frank? -así se llama él-, y en ésto si que no admito negativas. Carmen rehusó la mano extendida de su jefe, ofreciéndole, como a un padre, su mejilla.
La bomba sorprendió a todos los compañeros de la oficina y recibió cariñosas felicitaciones.
José María fue el más afectado. Nunca se había planteado cazarla como esposa, dado su carácter mariposón, pero siempre la había considerado una plaza conquistable que, una vez conseguida, se abandona. Aunque, en este caso, no había contado con una defensa tan bien planeada.
Antonio, su chico preferido, como ella le llamaba, sintió que algo suyo se le escapaba.
-Sabes Carmen que soy inmensamente feliz con la noticia, porque veo que tú lo eres. Sólo me apena que te vayas tan lejos, privándome de tu presencia, de tu cariño de amiga, pero eso no enturbia el amor que te tengo. Me dijiste en una ocasión que la amistad es un amor sin sexo, y lo he comprobado; soy tu amigo y te quiero.
-Yo a ti también. Mucho. Y no tengo por qué repetirlo, tú también lo sabes. Has sido y eres como el hermano que nunca tuve. Estaremos en contacto. -Se acercó y le dio un tierno beso-, y dime, ¿qué tal van esos amores con tu vecina? No me has contado nada últimamente.
-¡Ah! Muy bien. ¡Como te iba a contar algo con lo lejos que estabas!... Un día nos encontramos y comencé a hablar con ella. Como no eludía la charla, supe algo de su vida, de su trabajo y que estaba muy bien sin novio. Algo me decía que era bien recibido. Tomamos una Coca-Cola y comenzamos a salir. Es genial, Carmen, -nunca como tú, no te ofendas- creo que somos almas gemelas.
-Como me voy a ofender, tonto, ya verás cómo me gana, si no me ha ganado ya, en tu valoración personal. Me alegra que hayas encontrado lo que te mereces. Y a ver si me anuncias un compromiso pronto.
-¿Te había dicho alguna vez que eres un sol? -Antonio estaba como en una nube.
-Creo que sí, pero, por si acaso, te lo agradezco de nuevo. Es que tú me ves así, aunque no sea cierto.
Se despidieron amigablemente.
Carmen y su prometido hablaban todos los días. Cambiaban impresiones sobre los preparativos de la boda. Había tanto en que pensar... La ceremonia, los invitados, el banquete, el viaje de novios, la fecha y especialmente el lugar. A Carmen le encantaba que fuera en su tierra y él ponía pocas objeciones, aunque una de ellas de mucho peso. Casi la totalidad de los invitados eran americanos y por sentido común debería celebrarse allá. No discutieron sobre el particular y quedó decidido de esta forma, pero con una condición impuesta por ella: la primera escala del viaje nupcial sería en su tierra gallega y ratificarían su enlace con una ceremonia íntima y privada en la preciosa iglesia de San Juan de Poyo, muy cercana a la ciudad de Pontevedra. Después -le dijo con la alegría en sus ojos, a través de la cámara de video-,...estoy dispuesta a aceptar que me lleves adonde quieras. Soy tuya.
Eran felices.
Carmen presentó su renuncia, y Juan Luis, unos días después, le confirmó que aceptaban gustosos asistir a su boda. Su esposa estaba encantada.
-Y ambos hemos planeado lo siguiente, siempre que tú no lo tomes como una intromisión o tengas mejores planes sobre el particular -dijo, para proseguir al ver la cara de intriga de ella-: ¿Qué tal me ves como padrino? Una negativa no va a menguar el cariño que te tenemos, así que lo piensas y nos das una contestación.
Sorprendida, asombrada y agradecida, y otros calificativos que expresarían cómo se encontraba. Llevaban con mucho detalle todos los aspectos de la ceremonia, pero no se habían percatado de los padrinos. Fallo colosal. Así que, sin pensarlo, le dijo emocionada:
-Sinceramente no tengo palabras para expresaros lo feliz que me siento. No hemos decidido nada sobre ello así que, sin más, acepto ilusionada. Vosotros seréis los únicos que me acompañareis desde aquí en ese día tan importante para mí, junto con mi hermana, mi cuñado y los niños. Iré feliz de tu brazo camino del altar, me recuerdas a mi padre, pues tenéis muchas facetas idénticas. Me faltan las palabras para daros las gracias. Hablaremos de ello, estate seguro. -Se levantó y le dio un beso filial, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Él notó la humedad en su rostro. Era como una hija.
La boda fue todo un acontecimiento en Key West. Lo más selecto de la sociedad local estuvo presente en la ceremonia. Carmen resplandeciente, con un primoroso y delicado traje de novia, del brazo de Juan Luis, caminaba al encuentro de un sonriente novio, el cual tuvo que emplear toda su habilidad para que Amalia accediera a ser su madrina; Rosita y Víctor, sus emocionados sobrinos, portaban los anillos y las arras. Ofició la ceremonia, en español, un sacerdote católico y fue seguida en silencio por los asistentes, saliendo de la iglesia bajo una lluvia de arroz y de felicitaciones, sin que faltara algún que otro suspiro de resignación de rendidas candidatas.
Al final del banquete, y bajo una atronadora salva de aplausos, emprendieron un periplo alrededor del mundo. Sin prisas. Mientras, los hermanos y sobrinos de Carmen, así como Juan Luis y su esposa quedaban bien atendidos.
Su primera etapa fue Madrid, para enlazar inmediatamente con un avión a Santiago. Las promesas son para cumplirlas y viajaron hasta San Juan de Poyo, con el fin de ratificar su enlace ante el churrigueresco altar de su preciosa iglesia barroca, en una ceremonia solamente testimonial. El lazo matrimonial lo tenían bien atado. El religioso que les dirigió unas palabras, deseándoles paz, felicidad y frutos cristianos en su nueva vida, acabó con una bellas palabras:
-Cerrad vuestro corazón a la maldad, como las ostras cierran sus valvas al intruso. Y en el paso temporal sobre la tierra dad frutos y abrid los brazos a vuestros semejantes; no os quedéis con ellos cruzados. Recordad que el hombre más bueno murió con los brazos abiertos.
El día era gris, morriñoso. Contrastaba con la luminosidad de los anteriores al otro lado del mar, pero no lo notaban. Eran felices dondequiera que estuvieran. Recorrieron la zona durante una semana y volvieron a Compostela. Frank quiso pisar sus rúas –en las que la lluvia es arte, dicen-; conocer la Catedral, la maravilla de la Colegiata de Sar, se alojaron en el magnífico Hostal de los Reyes Católicos. Saludaron a sus hermanos, que regresaban de USA el mismo día que ellos seguían su viaje.
-Tía Carmen, quiero que me traigas muchos regalos, muchos regalos -le pidió Rosita dándole el más tierno de los abrazos.
-También a mí, y más que a ella ¿A que sí?, ¿a que me traerás más? -Víctor era más retraído pero ante la palabra regalo no se cohibió.
Tomaron el vuelo que les conduciría a la segunda etapa del fabuloso viaje de novios que habían proyectado alrededor del mundo con escalas en lugares de los cinco continentes, desde ciudades monumentales en Francia, Austria, China, India, o Nepal, a playas mediterráneas, sudamericanas o las de paradisíacas islas en los mares del Sur. En sus planes también estaba subir a montañas nevadas en las que sólo desde la cumbre se deleita uno con el paisaje. En fin que disfrutaron este programa lo inenarrable.
El regreso fue escalonado, con paradas en lugares elegidos al azar que no los desviaba mucho de la ruta. La última escala en Barajas. Para recordar algunos sitios que meses atrás, no tan unidos, habían visitado en Madrid. Allí descubrió Carmen los primeros síntomas de su estado de buena esperanza y se lo hizo saber a su alborozado esposo. En un puesto callejero le pidió un helado, ...pero de fresa y chocolate.
-¿Sabías, amor, que las mujeres embarazadas tenemos antojos? -le dijo mimosona mientras le daba un cálido beso observando su reacción.
¿Qué! –Gritó un asombrado Frank que no se cansaba de hablar sin quitar los ojos de su esposa como si quisiera adivinar cualquier anomalía en sus gestos-. Creí que no se podía ser más feliz, pero veo que estaba equivocado. ¡Gracias, amor! Ahora tienes que cuidarte, ya somos tres... o más, quien sabe...
-¡Sí!, cinco, o mejor sextillizos ¿Qué prefieres? Como tú no vas a tenerlos. -Sus palabras eran irónicas, aunque lo miraba embobada, sabedora que era portadora de algo tan maravilloso, y daba gracias a Dios por haber puesto a un hombre así en su camino.
-No te enojes, cielo, que te va a sentar mal. Después de conocerte es lo mejor que me ha pasado en la vida.
No cabían en sí de gozo. Decidieron volver inmediatamente, sin pasar por Galicia como tenían previsto. Hablaron con sus hermanos y enviaron por mensajería los numerosos regalos que traían para ellos, con la noticia y prometiéndoles una visita tan pronto fuera posible.
Pasaba el tiempo llena de cuidados. Un Frank enamorado y esperanzado que no tenía ojos más que para mirarla y halagarla, con una alegría indecible al saber que se trataba de una niña. Amalia presumiendo de que sería abuela, que no era bueno que la niña se criara sin abuelos. No en vano fue como una segunda madre para Frank. Él seguía mimándolas; a ambas.
-Quiero esto... y aquello... y lo de más allá..., quiero todo -esto, aquello y lo de más allá eran cuantas baratijas o chucherías veía en los largos paseos con él de la mano.
-¿Siiií?..., ¡no me digas!, pues ya sabes que no te puedo dar más de los que te he dado. Eres una abusona y te vales de ardides como éste para lograr que tu pobre marido no sepa negarte nada. Pero ten en cuenta que en cuanto nazca Carmina (ya habían elegido que continuase la saga), ella será la verdadera protagonista y tendrás que privarte de mucho -comentó con una caricia en su vientre.
-¡Carmina, no. Car-mi-ññña! -le reprendió ella, empeñada en llamarla por el diminutivo gallego- métetelo en la cabeza. ¡Ah!, y tengo otro antojo.
-OK. Y dime de que se trata, a ver si puedo proporcionártelo sin que me lleves a la ruina. -Pretendía poner la cara seria, pero la felicidad interior lo delataba.
-Dar a luz en la tierra de nuestros padres, amor mío, te lo suplico -dijo cameladora-. No te pediré nada más, y éso no te va a arruinar -se echó en sus brazos besándole con los párpados humedecidos.
-Estamos tan compenetrados, cariño, que es algo que te iba a proponer, y... hasta hice números para ver si podíamos realizarlo sin ir a la bancarrota -él seguía la broma–. Pero hemos de viajar con tiempo suficiente y siempre que tu ginecólogo lo permita.
-O sea que... ¿hemos de viajar?, yo soy la parturienta y tú, ¿Qué? ¿de vacaciones? Tienes un morro... -Carmen estaba de broma y él quería seguirla hasta el final.
-Vale, vale, tranquila, tienes razón, yo me quedo aquí, como un esclavo. Malo será que no encuentre un alma caritativa que me haga feliz en tu ausencia. Y lo digo muy en serio. –Vano intento, se le notaba demasiado la guasa.
-De eso nada, bicho, que eres un canalla. Pero adorable. Tú vienes conmigo a disfrutar el segundo momento más crucial de nuestras vidas -no sabían si reír o llorar, así que mezclaron sus fáciles lágrimas de felicidad, de absoluta felicidad.
Y se acercaba la fecha del parto. Viajaron ilusionados para que la niña naciera en la tierra de sus antepasados.
Con habitaciones reservadas en la casa familiar, fueron recibidos con el cariño de sus hermanos y encantadores sobrinos, ya bastante crecidos.
-Tía Carmen -le decía ella- ¿cuándo veremos a la nena?
-Muy pronto, cielo, en dos o tres semanas, estate tranquila.
-Pero yo quiero verla antes –insistía la chiquilla.
-Es una perezosa, cielito, y no quiere salir. Hay que esperar. Anda, vete a jugar un ratito -Carmen se imaginaba, al verla alejarse, como sería su hija dentro de cuatro o cinco años y suspiraba de felicidad.
Frank, estaba tan ilusionado que no se separaba de ella ni un momento, pendiente de todo lo que necesitara y, aún, de lo que no precisara, preguntándole a cada momento cómo se encontraba.
-Tranquila y feliz, cariño mío -le contestaba ella-. Me malcrías, y cuando tenga que valerme por mí misma me costará no tenerte continuamente a mi lado.
-No te vas a zafar de mí tan fácilmente, ni en el parto. Quiero asistir al nacimiento del ser que más quiero después de ti -le respondía con la mano en su abultado vientre-. Así que hazte a la idea. Voy a ser tu sombra.
-No quiero sombras. Eres un sol, mi sol, mi vida. Seguramente nunca habría podido ser tan feliz con otra persona. Doy infinitas gracias al destino desde el día que llegaste a mí. -Carmen se miraba en los ojos de su marido mientras los suyos se empañaban levemente, presintiendo que era demasiado grande su felicidad.
Disfrutaban, sin prisa, de los acantilados cercanos, donde el mar traía un aire salado y denso, y desde donde se podía apreciar toda su inmensidad; un gozo añadido era hacerlo, descalzos, por la playa; recibiendo en el rostro la brisa marina, esperanzados y tensos a la vez por el próximo y esperado acontecimiento. Hacían planes para su hija conscientes de que iba a cambiar toda su vida, especialmente los primeros años. Menos viajes, menos fiestas y actos sociales, a cambio de más intimidad, pero eran dichosos, muy dichosos.
Transcurría la primera quincena de junio. Carmen tuvo dos amagos pasajeros de dolor. Hasta que una madrugada se despertó en un alarido. Frank inmediatamente se hizo cargo de la situación llevándola en su coche hasta el Hospital General Autonómico, distante pocos kilómetros. Comenzaba a clarear el día:
-Tranquila Carmen, que llegamos pronto -le decía mientas notaba, a hurtadillas, en su cara un gesto de dolor mal contenido, sin sonoros ayes.
-No te preocupes, resisto, tranquilízate tú -apenas podía hablar.
Faltaba poco para llegar. Ella soportaba a duras penas sus dolores. Él la miraba cariñoso, atento a la carretera, preocupado y esperanzado al mismo tiempo. No cabía en sí de gozo...
-¡Cuidado! -gritó desesperada. El camión avanzaba de frente por el centro de la carretera. Frank, dio un volantazo hacia la derecha para evitar el encontronazo, e impactó brutalmente con el pretil de un pequeño puente. Fue un golpe tremendo. Ella, inconsciente, sangraba por la cabeza; él con la pierna derecha atartallada en el amasijo de hierros.
Fueron evacuados rápidamente en dos ambulancias hasta el hospital al que se dirigían; Carmen llegó con un fuerte traumatismo craneal y múltiples heridas, y pasó inmediatamente a quirófano. Frank consciente y dolorido, sólo atinaba a preguntar por su esposa, mientras procedían a reducir las fracturas y a curarle algunas heridas y magulladuras. Los médicos intentaban animarle diciéndole que su mujer y el bebé -acababan de practicarle una cesárea- estaban fuera de peligro. Aunque la realidad era bien distinta.
La niña estaba perfectamente Sin embargo a la madre la intervenían de una fuerte presión craneal debida a un hematoma en uno de los lóbulos y tenía el cerebro seriamente afectado. Horas más tarde los cirujanos y ayudantes se quitaban los guantes, trasladándola a una sala de reanimación. La señal del osciloscopio era casi horizontal, aunque temblores imperceptibles quedasen registrados en la tira de papel. Era el 14 de junio y presentaba un coma profundo.
Al día siguiente, el escayolado Frank, muy afectado, insistió en ver a su mujer y a su hija. Ayudado por dos enfermeras y acompañado de un médico accedió a la zona de nidos y vio un trozo de su vida, pequeño aún, pero suyo. Su rostro se iluminó al ver aquella carita de ángel.
-Que preciosa es...
Pero no quiso seguir allí de momento para ir a ver a su esposa. Estaba en la UCI, intubada y conectada a varios aparatos, con la cabeza vendada. La cara, llena de arañazos y cortes, transmitía una inmutable paz y tranquilidad.
-No reacciona a nada. Tenemos que esperar. Tenga ánimos que no está todo perdido -le dijo el médico, sin exteriorizar su escaso convencimiento.
Frank estaba destrozado anímicamente. Con un gemido lastimero y culpándose de todo lo sucedido, no acertaba a comprender como podía haber pasado aquello. Sólo descansaba con sedantes.
Pasaron algunos días y todo seguía su curso: la niña como si hubiera nacido en un parto natural. Frank escayolado y dolorido, pero recuperándose bastante bien, y Carmen empeorando. Tanto es así que los médicos fueron a verle y le dijeron que el deterioro era mayor cada día que pasaba. No entraron en detalles técnicos; sólo decían que estaba en fase 4 -no entendía nada- y que temían lo peor en cualquier momento, y autorizaron una corta visita.
-Desesperanzado y, quizá, por última vez... -dijo afligido.
Al salir de la sala, transido de dolor, apenas escuchó que ella estaba inscrita en el registro de donantes de órganos. Con un movimiento de cabeza y aturdido contestó que si ella había elegido la donación, él no se iba a oponer.
Un fatídico 19 de junio falleció. Su cuñado se encargó de todo y la enterraron junto a sus padres. Él apoyado en sus muletas, encorvado, herido y destrozado. Sus cuñados y sobrinos visiblemente afligidos, Richard y Anne, numerosos amigos y vecinos del pueblo asistieron a la escena mortuoria para darle el último adiós a una joven muy apreciada que se les había ido para siempre.
No había consuelo.
Frank, como un autómata vacío y ausente regresó al hospital. Aún se recuperaba de sus heridas, menos dolorosas que la cruel ausencia. NI hablaba, ni comía; sólo bebía sus lágrimas.
“Tanto dolor se agrupa en su costado,
que por doler le duele hasta el aliento”.
Una enfermera que le atendía modificaba levemente los versos de Miguel Hernández, para expresar cómo lo notaba.
Seguía cerrado a los estímulos exteriores, sumido en las tinieblas, comprobando como, en cuestión de segundos, el mundo se había quebrado a sus pies. Cariacontecido, como una esfinge, sólo lloraba, silenciosamente y con amargura. No preguntó nada. Cuando le hablaban de su niña, él ni siquiera contestaba. El mundo se había parado y no quería seguir, mejor evadirse, irse para siempre. Tanta era su angustia. Sentía sus entrañas tan abrasadas que ignoraba a todos, hasta a su hijita.
-Si ha perdido a su madre, qué más da que pierda, también, a su padre. Ella saldrá adelante y yo no puedo. ¡ No quieroooo seguir! – al gritar alarmaba a las enfermeras que, impotentes, intentaban calmarlo.
De retorno a su casa, guardaría todos sus recuerdos y la cerraría para navegar en su velero, libre y solo; dejaría correr el tiempo camino de ninguna parte y con la vista puesta en el horizonte; ya todo daba igual. Volvería a recalar en los puertos con los ojos nublados; notaría su presencia entre las olas de las playas, que tanto le gustaban; escucharía el vívido eco de sus risas en cada uno de los rincones de aquellos pueblos que pateó; percibiría su olor en las sábanas que compartieron en miles de camas. Buscaría el: “te quiero” que dejó escrito con una rama en la crujiente arena del mar de su vida, y las huellas de sus pisadas, borradas cruelmente. Y en las noches largas y silenciosas; en su sempiterno insomnio, sentiría que no tenía nada por qué luchar, ni un lugar al que poder amarrarse en compañía de sus fantasmas. Prefería perder sus señas de identidad y dejar en blanco las páginas del libro de su futuro. Y lloraba. Lloraba descorazonadamente, pidiendo a Dios que tomara su alma y la consolara, aunque era consciente de que todos, nada más nacer, nos ponemos a la cola de la vida y algunas personas, con prisa, o empujadas por otras, ganan puestos, llegando a taquilla y rinden cuentas mucho antes de que les tocara el turno. Había perdido su batalla, alcanzando prematuramente el infierno; su infierno.
Richard y Anne volaron desde USA nada más conocer la noticia acompañándole hasta el día siguiente del entierro, sin que él mostrara el más mínimo interés por la empresa, ni por ellos. Apenas unos fríos saludos con un nudo en la garganta. Ni siquiera se percató de que Anne estaba embarazada. Tampoco quisieron decirle nada. Retornaron a Estados Unidos para intentar ocupar el vacío momentáneo de Frank en la compañía, pesarosos por dejarlo, pero conscientes de que era mejor que se curase totalmente y regresara cuando quisiera, con su hija en brazos.
Se encerró en un silencio y se hacía de día en plena noche al huir obstinadamente el sueño, y lo poco que dormía era a base de somníferos, despertando con el aterrador grito de su esposa. Una sensación de intenso dolor le oprimía el pecho y no cesaba de llorar. Espinosa tarea para los psicólogos.
Ya no le quedaban lágrimas. Pasaban los días y continuaba con la mirada perdida en un punto de la habitación. Tampoco exteriorizaba sentimiento alguno y aunque no descuidó totalmente su aseo personal, dejó de afeitarse, hasta que los médicos decidieron llevarle a su hija para intentar el milagro.
La nena lloriqueaba y al oírla rompió también en sollozos, con una zozobra y un hipo desgarradores que daba pena la escena. Hasta a las enfermeras -ángeles sin alas, mirándolo con aquella mezcla de ternura y compasión-, se les escaparon unas lágrimas.
¡Hija mía!... ¡vida mía!... -decía bebiendo su pena y como si tuviera sus manos vacías- ¿Quién es tan cruel que permite que la felicidad se convierta en un minuto, en un segundo, en inenarrable tristeza? Ahora comprendo la amargura de la Virgen.
Y mezclaban sus lágrimas. Hasta que con delicadeza se la llevaron de allí. Ver a su hija y tenerla en sus brazos, le sirvió de revulsivo. Llegó a la conclusión de que ella lo necesitaba, que era un trozo de su vida y de la de su esposa a la que nunca vería más. Comprendió que debía luchar, sonreír mirando al cielo: a su hija, que era su cielo, entendiendo que era una obligación, su obligación y no podría abandonarse.
Nada de viajes a ninguna parte, tampoco páginas en blanco. ¿Que no tenía por qué luchar? Esa criatura, ese ser tan frágil, era suyo y reivindicaba atención; tenía unos derechos y él no le privaría de ellos, al contrario.
Una sensación de paz y esperanza pugnaba por abrir un resquicio y entrar en su alma. ¿Conseguiría penetrar apartando a un lado el dolor?
Pensativo y con muletas salía de su habitación para sobrellevar su convalecencia. Sentado en una salita, con la cabeza entre las manos, reparó en la presencia de alguien y levantó la mirada. Una niña rubia lo observaba con sus grandes ojos azules, como si en ellos se viera el mar.
-¿Te duele la cabeza? -le preguntó con esa candidez infantil y un gesto de lástima.
Él negó con un movimiento, sin poder responder.
-¿Cómo te llamas? –Insistió.
Frank dudó un poco, pero le contestó:
-Francisco, ¿te gusta mi nombre? -si le decía que se llamaba Frank le resultaría extraño, y sus padres le llamaron siempre Paco o Paquiño, así que no mentía a la nena.
-Anda, si, como mi tío Paco..., ¿y te puedo llamar Paco?, -puso emoción en sus grandes y expresivos ojos.
-Sí, preciosa, me puedes llamar Paco o como más te guste. ¿Y tú como te llamas?
-Alicia; y vine a ver a mi mamá, que está malita ¿sabes?; ella se llama Sara y mi papá José Ángel -un mohín gracioso empañó su carita–. Además mi tío Paco es mi padrino; ¿Lo sabías?, ¿tú tienes padrino? –la niña era preguntona.
Qué delicia de criatura, qué carita más linda. Frank dejó volar un momento su mente para imaginarse la de su hijita a la misma edad.
-Claro que sé quién es tu padrino. Yo sé muchas cosas, aunque no tengo padrino ni madrina, ¿quieres ser tú mi madrina? -él siguió la conversación acomodándose a su maravilloso mundo de fantasía.
-¡Si tu quieres!..., ¿te gusto como madrina?
-Eres la madrina más encantadora que pudiera haber tenido, ¿me das un beso Alicia?
-Claro que sí. Yo a mi padrino le lleno la cara de besos -y se acercó dándole uno en la mejilla de Frank humedecida por una lágrima.
–Me pican tus barbas. ¿Por qué todos los mayores tenéis barbas?, y estás llorando..., no llores... –suplicó.
-Es que se me ha metido una pestaña en el ojo, pero no lloro, de veras. ¿Y si yo fuera otro padrino tuyo? Así tendrías dos -le dijo Frank con una sonrisa.
-¡Bien, bien!... -palmoteó Alicia -voy a decírselo a mi mamá.
Y, efectivamente, salió corriendo por el pasillo hasta llegar a su habitación.
Con qué facilidad se puede hacer feliz a un niño, pensó, y, recíprocamente, cuánta felicidad rebosan y devuelven ellos. Dan mucha más de la que reciben. Son más sinceros e ingenuos, carecen de maldad ya que aún no están contaminados con la envidia, el egoísmo y otras lacras de los adultos.
Caminó hasta su habitación. Se acercaba la hora de la comida.
La recuperación seguía su curso, sus cuñados iban a verle cada dos o tres días llevándole a su hija. Cuidaban de ella en su casa y animaban a Frank para que se fuese con ellos aunque periódicamente volviera a la consulta. Pero él estaba reacio. Tenía que acostumbrarse a ir viendo en su hija solamente a la nena de sus sueños, pero no podía desligarla de su madre. Su mente no separaba la una ensangrentada de la otra delicada y virginal, por eso quería espaciar algo los encuentros. Si la tenía en sus brazos sentía que la paz y la felicidad le invadía, hasta que caía en una profunda depresión echándose a llorar desconsoladamente. Sus cuñados, participaban de ese dolor, se despedían y lo dejaban. Era lo mejor.
Ojeaba sentado una revista técnica, con la que se evadía algo de su dolor psíquico, ya que el físico apenas lo sentía. Se abrió la puerta asomándose una cabecita rubia.
-¡Hola padrino, soy yo!
-¡Hola! Ya veo que es mi madrina, con la cara más bonita del mundo la que está ahí asomada - él simuló asombro.
-Quería verte; le dije a mi mami quién eres y tu nombre, pero no me dejaba venir, porque dice que te voy a molestar..., ¿a que no?..., por eso he venido, pero me tengo que ir. No quiero que ella se enfade -Alicia seguía agarrada a la manilla de la puerta sin entrar.
-Dentro de un rato salgo al pasillo y nos vemos, ¿quieres? -le dijo Frank.
-Vale..., vale..., estaré allí, esperándote -sopló un beso sobre la palma de la mano y cerró.
-A veces -musitaba él- pasan ángeles por nuestra vida. Unos se quedan, otros se van. Sé que este ángel se tendrá que ir, pero, entretanto, debo gozar de la candorosa felicidad que me transmite. Seguro que, entre sus alas, trae un bálsamo para mis heridas y no puedo rehusar algo que tanto necesito.
Un suspiro grande y sonoro surgió de su pecho.
-¡Cuánto alivia, a veces, suspirar!
Salió con sus muletas y la niña corrió a su encuentro y con los brazos abiertos levantó su cara para abrazarle. Emocionado, se repuso al instante para que la niña no viera nada.
-Mira, Paco, allí al fondo del pasillo está la habitación de mi mami. Ven, que quiero estar cerca por si me llama.
-De acuerdo, vamos, pero poco a poco que yo no puedo correr.
-Si quieres dejas una muleta y te ayudo yo -estaba la niña muy convencida de sus posibilidades.
-No, preciosa, que si me caigo te hago caer a ti. Eres un solete. -Frank estaba cada vez más emocionado con su nueva ahijada.
Llegaron hasta la puerta de la habitación y oyeron que una voz decía:
-Alicia, ¿adónde estas?
-Aquí, mami, con mi padrino -respondió asomándose a la puerta, como tenía por costumbre.
-Vaya, ha venido a verme ¿Y por qué no entra?, dile que entre ¿o está con alguien? -dijo la madre.
-No me has en-ten-di-do... es “mi nue-vo pa-dri-no” -había abierto y Frank vió a la madre sentada en la cama del fondo. Se cruzaron las miradas y ella le invitó con un amable gesto, indicándole una silla.
Saludó cortésmente y tomó asiento.
-Buenos días. Mucho gusto, señora. Tiene la niña más preciosa que he conocido –esbozó una mueca, parecida a una sonrisa, de satisfacción.
-Y somos muy amigos, ¿verdad Paco?
-¡Verdad!, lo somos. Ella es la madrina que yo necesitaba y yo soy su segundo padrino –bromeó.
La otra cama estaba ocupada por una señora bastante demacrada. Tenía un gotero puesto en su muñeca.
-Buenos días, ¿qué tal? -más que una pregunta era una frase de cumplido, pero ella no lo entendió así, ya que comentó con voz débil:
-Pasando lentamente del infierno al cielo, pero bien, gracias, señor.
-También es mi amiga, se llama María -Alicia asumía el cargo de maestra de ceremonias
-¡Niña, por favor!... -interrumpió su madre-, cállate un poco y deja de molestar a María.
Alicia miró a la enferma con un gesto de culpabilidad, pero al notar que era correspondido con una sonrisa, se le esfumó y siguió con su voz cantarina.
Supo Frank que Sara, la madre de Alicia, estaba aquejada de algunos achaques sin importancia, pero con uno más grave,
-Ya que estoy a la espera de un transplante de médula -dijo textualmente la enferma.
-Somos una familia que vive sin grandes lujos ni grandes necesidades. Y ahora yo en estas condiciones pues... qué le voy a decir que usted no comprenda.- La mirada fue suficientemente elocuente para saber que no quería mostrar su inquietud ante el ser que más quería, y que esperaba un hueco en la conversación para intervenir.
-Soy muy lista, ¿sabes? Ya se leer, sumar y restar, claro ya tengo cinco años.
-Sé que lo eres, y se te nota en la cara; las niñas guapas son las más listas -le dijo Frank, mientras Sara asistía embobada a la infantil conversación. Parecían dos niños que hablaban de sus cosas.
-Tú sabes muchas cosas, me parece a mí, pero no sé como has aprendido a saberlas -Alicia estaba llena de dudas.
-Ya te contaré como las he aprendido. Tenemos mucho tiempo.
-¡Ajá!, ¿me lo prometes? –sentada en una silla movía sus piernas sin parar, y comenzó a leer un cuento, mientras su padrino asentía.
Siguió la conversación animada con su madre pero presintiendo que podía molestar, se despidió, no sin antes recibir una queja de la niña porque se iba.
-Te dejo marchar si me prometes que vas a volver -le dijo mientras se acercaba para darle el consabido beso- ya sabes que eres uno de mis padrinos favoritos.
-Perdone, Francisco, -dijo Sara- y no le haga caso. Sabe que no molesta, pero no se sienta obligado a venir. Estamos acostumbradas, y me refiero a mi compañera de habitación y a mí, ya que compartimos algo común.
-Ha sido un placer, no se preocupen. Si me lo permiten volveré aunque sólo sea unos minutos en cada visita para ver que cada día están mejor. Encantado, gracias, y que pasen un buen día.
Salió renqueando.
La gente, pensó, está llena de sufrimientos. Cada día se daba cuenta de que muchos tenían otros problemas tan graves o más que el suyo y que se aferraban a la vida con ahínco, tuvieran o no algo por lo que luchar. Aunque siempre existía un motivo más o menos importante y diferente en cada caso. El suyo era su hija recién nacida, a la que veía dos o tres veces por semana.
Los psicólogos que le atendían trabajaban lo indecible para su recuperación. Pronto le quitarían la escayola para comenzar el periodo de rehabilitación. Frank había optado por permanecer en el hospital, pues pensó que estorbaría menos allí que en casa de sus atareados cuñados (ya tenían bastante con su sobrina). El personal sanitario lo apreciaba y siempre tenía algún detalle de agradecimiento para cada uno de ellos.
Visitaba regularmente a sus tres amigas, como las había bautizado Alicia, quedándose el tiempo necesario para no importunar demasiado. Les ofreció su ayuda, leal y sincera, especialmente a Sara, y llegó a comentar el caso con los médicos que la trataban. Les advirtió que no repararan en nada para conseguir una recuperación de la paciente. Él asumiría anónimamente los gastos. Podía permitirse este gesto altruista, aunque lamentaba no poder extenderlo a otros enfermos.
Supo que María se recobraba felizmente de una operación cardiaca, y eso le agradaba. ¡Cuanto satisface a cualquier persona de bien, notar como mejoran sus amigos! Ineludiblemente y por decisión de la pequeña de ojos azules, eran sus amigas y se sentía contento de tenerlas como tal, aunque no exteriorizara mucho ese sentimiento.
Esperaba impaciente las visitas de sus cuñados con su hijita. Le llenaba de gozo contemplar que cada día era más hermosa. Aceptaba bien la alimentación y, aunque carecía de la leche materna, se criaba sana y llena de vida. En una de éstas no se pudo contener y aunque la criatura no cesaba de llorar, quiso llevarla hasta la habitación de Sara para presentarla con orgullo de padre. Ellas no conocían nada de lo sucedido y él nunca quiso hablar de ello y si de alguna forma notaba un interés especial, cambiaba hábilmente de tema, dejándolas de nuevo en su ignorancia. Llegó con ella en los brazos preocupado por el lloro de la pequeña. Quedaron prendadas. María le rogó que se la dejara un momento -...a ver si consigo que deje de llorar-; y, milagro: la niña acurrucada en su regazo cesó en su llanto y al poco tiempo estaba dormida.
-Será, como dicen los médicos, que notan los latidos del corazón y ellos le sirven para serenarse -dijo María.
-Será, como usted dice, pero mi corazón también late -apuntó Frank.
-Claro que late, pero el mío está sólo cubierto por mi camisón –ya no tenía gotero y estaba incorporada en la cama.
-La Naturaleza es muy sabia..., ya decía yo... -Frank no supo qué más decir. Afloraba tímidamente su sentido del humor.
El problema de Sara posiblemente se resolviese con rapidez. Existía un donante de médula compatible con la suya y estaban pendientes de las pruebas definitivas de idoneidad. Tan pronto se confirmase positivamente se efectuaría la operación. Su marido, al que Frank había conocido, estaba radiante ante la posibilidad de que todo volviera a la normalidad. Trabajaba mucho, incluso horas extraordinarias para que nada les faltara a “sus chicas”, decía con los ojos puestos en ellas. Así que todos estaban expectantes y esperanzados, ignorantes que alguien movía los invisibles hilos de la burocracia y luchaba contra el tiempo.
A María le daban el alta, aunque debía someterse periódicamente a chequeos rutinarios. Se despidió con pena, pero con la esperanza de volverse a ver todos recuperados de sus dolencias. Se fue con lágrimas en los ojos, mientras Alicia lloraba con hipo.
-La vida sigue -dijo a modo de colofón-, os deseo lo mejor.
-Y nosotros a ti -la misma frase salió sincera de los labios de sus amigos, mientras que Alicia la despedía lloriqueando:
-María, te quiero.
-Y yo a ti, mi amor. -También lloraba.
Y yo a ti, mi amor. Que frase tan bella cuando se escucha de la persona amada, pensaban tanto Sara como Frank. Ambos la habían oído antes.
Quedó un vacío. Frank, ya curado, se resistía a dejar el hospital. Allí flotaba sin materializarse un irrecuperable trozo de su vida, y se asía a él desesperadamente. En una de las visitas a la habitación de Sara se encontró con su esposo. Era día festivo y aprovechaba para pasar el mayor tiempo posible con ella. También estaba su hija que alborozada al verlo, se echó en sus brazos y zalamera le llenó la cara de besos.
-Ummm, te quiero -era un angelote rubio.
-Pero poquitín..., te quiero yo más a ti -le dijo él.
-De eso nada. Bueno quiero más a mis papás, pero después a ti.
-Mentirosilla, ¿y a tu padrino?
-A los dos padrinos igual, pero ahora te veo más a ti -replicó la nena.
Los padres observaban la escena con ese arrobo que sólo ellos podían sentir.
Alicia jugaba, y Frank, en un aparte, les dijo algo que había meditado días atrás.
-Quiero hablaros de algo que desearía aceptaseis como lo que es. No se trata de un regalo -ellos estaban con cara de intriga-, y me explico: Desde que os he conocido, y especialmente a la niña, siento un profundo agradecimiento por algo tan intangible pero tan hermoso como su cariño y vuestra amistad. Ella me ha servido para comprender que debo luchar por mi hija, como vosotros lo hacéis por la vuestra. Es recíproco, y algo que quiero conservar. Yo volveré pronto a mi país, y no quiero que la distancia diluya estos sentimientos. Así que he tomado la determinación de ejercer de padrino de Alicia sufragando los gastos de los estudios que ella elija, y que a vosotros os agraden. No. No me interrumpáis, por favor. Tengo una posición acomodada, no creáis que soy multimillonario, por ventura lo soy en otras facetas de la vida, pero me puedo permitir, salvo algún revés importante, atender lo que os ofrezco. Con la condición de que la niña lo ignore.
Estaban asombrados. Lo que menos esperaban era un gesto como el que acababan de oír. Las lágrimas asomaban a los estupefactos ojos de Sara y quedaron mudos unos minutos mirándolo fijamente. Él dejó que se serenaran y escuchó la respuesta de José Ángel.
-Creo que puedo responder por los dos, aunque mi esposa dé su opinión si difiere de la mía: nos abruma tu ofrecimiento y no tenemos palabras para agradecer algo tan hermoso y altruista, aunque no podemos, ni debemos, aceptarlo. Y, si me permites, añadiría que este gesto filantrópico es algo exótico en este mundo tan materialista. Nuestra posición económica, sin ser boyante, nos permitirá, aunque nos sacrifiquemos un poco, darle estudios superiores a la niña. Otra cosa sería si tuviéramos más hijos. Así que: muchas gracias Francisco.
-Opino lo mismo -dijo ella muy emocionada- valoramos como se merece ese gesto que no merecemos, pero, como dice mi marido, no podemos aceptarlo. Gracias Francisco. Mil gracias.
Quedaron un rato sin decir palabra, hasta que Frank repuso:
-Comprendo vuestra reacción, aunque no la asumo. En ningún momento he querido adjudicarme un lazo afectivo que no me corresponde como es el apadrinamiento de Alicia. Sé que ella lo vive como cierto. Aún no tiene capacidad para discernir lo real de lo soñado pero yo lo vivo de otro modo, digamos más afectuoso y por eso insisto. Me vería contrariado con vuestra negativa. Sabéis que nunca intervendré directamente en la educación que le deis a ella, si eso es lo que os preocupa. Esta decisión, que he meditado largamente no me causa ningún trastorno. Puede ser que lo haga por egoísmo, ya que he quedado sólo con mi hija y los parientes de mi querida esposa y necesito conservar el calor que alguien sin darse cuenta me ha regalado. Pensadlo y dadme una respuesta definitiva.
Volvieron a verse a los pocos días. Sara estaba preparada para la inminente operación. Recibió de María un precioso ramo de flores con una tarjeta de aliento y otra en blanco con el ruego de que se la diera a Francisco, ya que al irse olvidó dejarla. El matrimonio había cambiado impresiones sobre la propuesta de Frank -Francisco para ellos-. Coincidían en rechazarla con infinito agradecimiento. Sin embargo Sara, temerosa de que su salud empeorara o de que él tuviese algún percance profesional y ante la desinteresada insistencia del benefactor de su hija, estaba decidida a aceptarla aunque nunca supiese como agradecerlo Así que:
-Accedemos, amigo Francisco, a que ejerzas de padrino de la niña, siempre que aceptes nuestra lealtad, nuestro cariño, y que sepas que estamos a tu lado en todo lo que puedas necesitar -su marido asentía emocionado. No dijo nada.
-Nunca se sabe, amigos míos. Os doy las gracias por ello y me vais a permitir que asuma desde ahora este compromiso que tan voluntaria y agradablemente contraigo. Cuento y contaré con vosotros como unos hermanos que nunca tuve y tened la seguridad de que no os defraudaré.
Siguió animándoles en un intento de poder quitarles los miedos que tenían por la inminente operación de Sara, anunciándoles que le daban el alta y volvía a Estados Unidos con su hija, pero seguirían en contacto.
-Quiero regresar pronto ya que necesito gestionar algunos asuntos relacionados con mi esposa; os llamaré y comeremos juntos.
Alicia había estado absorta ante la pantalla de TV, con unos dibujos animados pero oyó las últimas palabras, se levantó y con lágrimas le dijo:
-¡No quiero que te vayas!; Quiero volver a verte –lloraba compungida.
-Y me verás, bonita. Estaremos siempre muy cerca. Ahora eres muy pequeña y no lo comprendes, pero sabes que eres mi niña preferida ¿a que sí?
Acabó abrazándole llorosa, mientras sus padres no podían contener sus lágrimas. Tampoco Frank.
Se despidió cariñosamente con un: cuidaos y cuidadla. Salió con paz en su alma. La niña seguía llorando.
Previamente se había despedido del personal médico que le atendió durante un periodo tan crucial de su vida. Repartió algunos obsequios como muestra de su gratitud. Ellos, a pesar de la lógica rutina profesional también lo recordarían con afecto.
Al salir llovía. Serenamente, como sólo sabe llover en Galicia. No le importó que las gotas resbalaran por su cara, empapando sus ropas y llegando a la piel. Ojalá penetrara más hondo y lavara su alma. Deambuló por calles desconocidas sin ver nada, sin percibir ni ruidos, ni los olores de la ciudad, sin extrañarse de que la gente se sorprendiera al ver a un loco, bien vestido, pingando y de madrugada, desfallecido y calado; hasta quecon una extraña sensación de alivio pidió a un asombrado taxista que le llevara al pazo.
Volvería a América llevándosela con él. Amalia lo había criado como un hijo y sabía que sería para ella como una nieta y no tenía duda de que estaría asistida y protegida al máximo.
No obstante y a petición de sus sobrinos, se quedó unos días para disfrutar de y con ellos, como si la palabra disfrutar estuviera llena de gozos. Veía integrada a su hijita en aquella familia. Había sido un regalo para todos poder tenerla como algo suyo aunque sólo Elena y Ramón fuesen conscientes de la inminente marcha. Los niños ni siquiera lo pensaban. Eran de la opinión de que los regalos no se quitan.
-Vete tú y déjala con nosotros, tío. Así tendrá con quien jugar -le decían zalameros. Él Los miraba emocionado.
-¿Mamá, verdad que puede quedarse? -insistía su sobrina.
-Seríamos felices con ella, criándola como otra hermanita vuestra, pero, neniña, has de comprender que tiene que estar con su papi -le contestaba Elena- dile a tío Frank que te prometa venir con ella a menudo, así quedaremos todos contentos.
-Prometido. Os mandaré fotografías y videos de ella cada poco tiempo y casi, casi, será como si estuviera con vosotros Pero ella tiene que ir en su casita allá lejos, ¿sí?, ¿lo comprendéis?














Amalia se abrazó a Frank compungida y lacrimosa. Sentía la misma congoja que su niño, como cariñosamente le llamaba, habida cuenta que casi lo había visto nacer, y era, para él, su segunda madre. Nunca, ni en vida de sus padres, la habían tratado como a una criada. Muy desmejorada de tanto llorar; habría dado su vida a cambio de la de Carmen.
-Ya estoy vieja –repitió sin cesar- ¿por qué, Señor, no me llevaste a mí?
-Que preciosidad de criaturita -miraba extasiada a la niña- Amá te va a cuidar, amor. ¡Pero que ojos tiene, Frank, son como los de su madre! -disimuladamente se secó una lágrima. Necesitaba ser fuerte. Ahora sus cuidados debían duplicarse, tenía dos niños a su cargo, y estaba orgullosa de ello.
Al fin en casa. Pero qué vacía la encontraba. Acostumbrado a los últimos meses con Carmen a su alrededor intentando ayudar a Amalia en los quehaceres diarios: colgando cuadros adquiridos en el viaje, y las acuarelas que él había pintado, colocaba las porcelanas de Lladró, (tan universales y valiosas); las figuras de Sargadelos y de Castro fabricadas con aquel caolín purísimo –tierra gallega- y pintadas con esos luminosos colores entre los que predomina el azul cobalto, que engrosaban la colección iniciada por su madre muchos años antes: pelegrinos a pé, a cabalo, gordos, despistados, troveiros o gallofos que son falsos pelegrinos recubertos de repenicos e feridas pra impresionar á xente e pra explotar o Camiño de Santiago, o fillo maior do Zebedeo.
En uno de ellos se leía:
Eu non veño a morrer a Compostela senon a recadar unha gabela. Longas barbas, ferido e transferido ainda que pelengrin repenicado por Galicia a Santiago non camiño que VEÑO AO MEU profesional negocio facendo o pelengrin de pelengrino
-¡Viajes...!, ¡Caminos!... –decía él-. La vida no es más que un peregrinar, un viaje por innumerables sendas, llenas de encrucijadas, y puentes, delicias, y sinsabores –meditaba, y seguía-. Topando con pelegrinos o gallofos que te ayudarán a alcanzar una Compostela a la que muchos llegan, con calzado apretado en pies andariegos, hartos de caminar, y que buscaron, en los valles de la vida, praderas con hierbas asolanadas ansiosas de lágrimas que hicieran germinar las margaritas. Otros llegaremos heridos, cansados, y solos. Muy solos y jadeantes, con el resuello de la caminata en nuestras sedientas gargantas, conscientes que el tiempo pasa y cura las rozaduras de nuestros pies, aunque sin que nadie nos proporcione remedios para que cicatricen y desaparezcan las del alma -Frank, descorazonado, abatido aún y lleno de pesimismo, monologaba en voz alta mientras contemplaba todo aquello que representaba la omnipresencia de su esposa.
Qué intenso y a la vez qué fugaz había sido todo. Miraba por enésima vez las fotos del maravilloso viaje. En cada de ellas una subyacía una esperanza no cumplida. Con los ojos cerrados rememoraba sus expresiones de curiosidad y fascinación ante los monumentos o paisajes que gozaron en un inmenso caleidoscopio cultural. Recordaba las visitas a los diferentes mercados, como el tailandés Damnoen Saduak, lleno de sampanes, atiborrados de frutas y verduras multicolores; a los bazares en estrechas callejuelas de la India, atendidos por sijs de largas barbas y turbantes de los más variados colores, que competían con las tonalidades vivas de los saris. Evocaba los ambientes tan cargados de aromas que se hacían insoportables. Atmósferas en las que flotaban, mezclándose, acres olores: a especias, al tanino de los curtidos; o el de los frutos exóticos, junto al sándalo, el incienso y otros sutiles imposibles de identificar. Algunos mercados en Java o China, con sus grandezas, sus miserias, y sus productos raros y peculiares, muchos de artesanía indígena, que tanto le maravillaron.
-En esta foto, creo que en el mercado de Yunnan, tiene una expresión de asombro total ante un saco de saltamontes listos para comer -Recordaba.
O embelesados por la quintaesencia del lujo y confort de los hoteles de Bali; la delicada atención de los empleados rayana en el servilismo; la belleza lujuriosa del paisaje, de sus mujeres o de sus increíbles playas en un mar con aguas cristalinas donde los peces multicolores proporcionan inenarrables aventuras a cualquier submarinista. Y tantas y tantas leyendas y fábulas inverosímiles contadas por otros viajeros que coadyuvaron a un viaje con resultado muy gratificante.
Carmen, en las enmarañadas y ruidosas callejuelas de los zocos, había disfrutado con el acostumbrado regateo lleno de sutilezas y paciencia. Ofrecía su puja a veces por señas o con los dedos de la mano En los tenderetes de la plaza Jemaa-al-Fna de Marrakech, para comprar más barata cualquier baratija o una pieza de valor, regateó sin cuento, hasta conseguir un precioso collar de plata con signos y figuras geométricas originales; ignorando que para ellos –ellas, mejor dicho- son joyas cargadas de simbolismos ancestrales; tanto como el espectáculo alucinante de la parafernalia que emplean zalameros y persuasivos mercaderes que alaban la mercancía, dan coba servil a los clientes, y a compradores resabiados que miran y remiran, tocan lo expuesto con gestos desaprobatorios; preguntan el precio; se lo dicen; ponen caras de asombro; gestos de indiferencia y contraoferta mínima; vendedores que le indican como enfadados que se vayan. Y se van, pero al segundo paso se vuelven, y pujan al alza. Nada, que no aceptan; ahora sí que se marchan, pero los mercaderes los llaman a gritos. Regresan malhumorados, fingen tener prisa (pero es algo que allí no existe) tocan otra vez la mercancía, con aparente desprecio; nueva rebaja y contraoferta algo más alta. Sigue el tira y afloja, trufado de palabras y gestos, mientras las fanfarrias y chirimías impiden oírse. Transcurre un tiempo interminable que no se cuenta; es la misma escena teatral repetida a diario y siempre diferente en los diferentes escenarios del zoco. Salta la última oferta; el que vende se echa las manos a la cabeza, como resignado a perder dinero, pero hay que vender, sonríe y le cobra con una buena ganancia; y el comprador marcha ufano de haberlo conseguido por la tercera parte de su precio inicial.
Frank, se oponía a este regateo.
-...al final, se paga más caro si consideras el tiempo empleado –aseguraba.
-Nos sobra tiempo, cariño –replicaba Carmen- tenemos toda la vida por delante. Gocemos todos los placeres del presente y si pagamos menos, también es un placer.
-Tenemos toda la vida por delante -mascullaba, Frank con la mirada perdida- qué corta es, a veces, “toda la vida”.
Seguía contemplando fotos en mercados como mundos, mejor dicho: como abigarrados mosaicos multicolores; llenos de mendigos, barberos, sacamuelas, contadores de historias ante un público ávido... ¿de qué? Y compactos grupos de hombres ociosos, de étnias irreconocibles y edades indefinidas que conversan sin cesar por el simple placer de hacerlo, gesticulando como si se tratara de un campeonato de ademanes que no tiene meta, quizá ni duermen. Y niños; muchos niños, con miles de manos extendidas y grandes ojos muy abiertos a todo lo peculiar que llegaba hasta allí: morenos, desarrapados, y tan pegajosos como las moscas que abundaban hasta la saciedad. Se veían pocas mujeres.
Compraron unas docenas de rotuladores de colores con la creencia de que serían como joyas para tanto niño pedigüeño, repartiéndolos mientras soportaban un espectáculo inenarrable: gritos de alegría y ansiedad por hacerse con alguno; codazos y empujones de los mayores, que relegaban a los pequeños a la parte de atrás, carreras, un intento de formar una cola, algo imposible en aquellas circunstancias. El reparto acabó en menos que se tarda en narrarlo.
-¿Otra tanda igual?
-O alguno más, muchos se quedaron sin el suyo –dijo Carmen-. Y volvieron para comprar otro lote, mayor que el anterior. Se quedaron atónitos al ver como los chavales vendían sus rotuladores en el mismo tenderete en el que ellos los habían adquirido, por unas monedas que, posiblemente, representarían la mitad del precio pagado. Era parte de la rutina del zoco, y merecía la pena disfrutarla, a pesar de todo.
En otras fotografías, metidos en el mar de paisajes exóticos -maravillosos efectos especiales de la madre Natura, como decía ella-, se cruzaban miradas llenas de amor y sensualidad, las ternezas y zalamerías dadas y recibidas.
-Anda, ésta es en Turquía -recordó Frank-. Carmen pedía el precio de un kilim a un turco sefardí. Después de un rato, le preguntó:
-¿Tú ser espaniola?
-¿En qué lo has notado? -respondió ella.
-En el dialekto ke hablas -afirmó el turco muy seguro de la pulcritud de su español.
Nos reímos los tres a carcajadas.
-¡Ya había notado que tú hablas un español muy puro! -Carmen bromeó con él, aunque el turco lo tomó como un sincero cumplido.
¡Cuántas sensaciones y recuerdos transmitían aquellas fotos! Aunque...
-¡Cuantos deseos no confesados! Qué fugaces –repetía- fueron esos momentos para nosotros. Para ella que no está y para mí que no me dio tiempo a saborearlos y no sé si podré salir de este trance... ¡Si no fuera por mi hija!
A través de la ventana vió que Anne y Richard se apeaban del coche. Dejó el álbum y salió a su encuentro. Ella estaba en su sexto mes de embarazo.
-Es una sorpresa muy grata, Anne -le dijo, dándole un beso, y un abrazo al emocionado padre-. Enhorabuena a los dos. Sabéis que casi participaba en vuestro anhelo de tener hijos. ¿Es un niño?
-Sí -dijo él- un novio para Carmiña. Ya se le notaba cuando fuimos a lo de Carmen -dijo como de pasada con una mano en el vientre de su esposa.
-Perdona, Anne, no me di cuenta. -Se dirigió a ella, con una caricia en su rostro- Lo siento. Creo que en aquellos momentos no veía. Gracias por vuestra compañía, y siento no haberos atendido como os merecéis. -Sus ojos se volvieron a humedecer, como casi siempre que la recordaba.
-No te tortures más, Frank -Anne se acercó apoyándose cariñosa en su brazo-. De los tiempos, el presente. No olvides. No podrás; pero vive de nuevo. Te quedó la joya más preciada y tienes la obligación de bruñirla y engastarla en tu corazón y tienes que presumir de ella como lo hace una mujer orgullosa y coqueta, de su mejor camafeo.
-¿Tenéis padrino? -él quiso dar un giro a la conversación.
Se miraron, algo sorprendidos por la pregunta, e intercambiaron telepáticamente la respuesta.
-No -contestó Anne-, le ofreceremos el apadrinamiento a alguien a quien queremos, si él lo acepta. Y que lo bautice con el nombre que elija, aunque nos gustaría que se llamara Frank.
-Pues no se hable más. Frank va a tener el padrino más rumboso de toda Florida. Os lo prometo.
Y lo fue. Dieron fe de ello los ecos de sociedad. Era un niño vivaracho; hijo ansiado de unos padres nunca desesperanzados. Frank ya tenía dos ahijados.
Tomó las riendas del despacho que nunca dejó, y que sólo en su ausencia fueron transferidas a Richard. Tuvo ocasión de comprobar que los rendimientos habían sido óptimos. El prestigio era mayor día a día, los contratos parecían germinar y algunos se multiplicaban para complacencia de todos, directivos y empleados. Se vislumbraba un futuro prometedor. Ellos, como decía Frank, eran su activo principal y los pilares sobre la que se asentaba la viga maestra que soportaba la sociedad, aunque, ahora la valoración de sus prioridades cambió, situando a su hija en primer lugar. La empresa podía prescindir de su persona; la niña no, de su padre.
Bonita, como la llamaban sus padres, hija del jardinero y que desde un año antes ayudaba a Amalia, se incorporó a la casa como interna ya que Carmencita -Carmiña, le hubiera llamado ella- exigía todos los cuidados de un bebé y no quería dejarla sola con la fiel sirvienta que se hacía mayor y, aunque ella no quisiera asumirlo, los años pasan y pesan. Amalia llegó de Cuba con apenas 20 años. Sus padres la acogieron en casa al poco de nacer él, tratándola como de la familia, así que siempre fue su tata, su amiga, su confidente, el paño de lágrimas al regañarle su madre por cualquier travesura. Ahora no concebía la casa sin su presencia. Sería lo que siempre fue, hasta que llegara su hora, sin que le faltara nada y tenía previsto todo lo necesario para el hipotético caso de que Frank llegara a irse antes que ella. Amalia, siempre en su sitio, disponía las tareas cotidianas. Sabía lo que le gustaba y le sorprendía con platos sabrosos y postres variados y riquísimos, y, en fin, volvía a ser, lo que siempre fue desde la muerte de los padres de Frank: la señora de la casa.
Frank tenía que asistir a numerosos actos sociales reuniones presentaciones de sus productos, o al desarrollo de proyectos para empresas. Gustoso al principio, acababa aburrido si para complacer a muchos de sus conocidos tenía que hablar inexorablemente de su vida particular. No soportaba las indirectas sobre su “nueva etapa después de lo pasado...”. Sabía que, a pesar de todo, era un viudo apetecible para muchas chicas casaderas que, con cualquier disculpa, coqueteaban a su alrededor. Este trasiego le dejaba poco tiempo para disfrutar de su hija, pero todas las noches y los fines de semana se la adjudicaba, como solía decir. Le daba las papillas, cambiaba torpemente sus pañales, la bañaba tarareándole alguna nana aprendida de su madre o de Amalia, le vigilaba el sueño y la vivía como padre. No pocas veces su cámara digital llegó a echar humo. Cualquier monada era instantánea única.
-¡Amá!, ¡Amá! -La llamaba a gritos- ven, que la niña se ríe.
-¡Qué padre más tonto eres!, son tics que tienen todos los bebés -aún recordaba los mismos gestos en Frank- exactamente igual que los hacías tú a su edad; si sólo tiene tres meses.
-¿Y recuerdas eso?
-Claro que lo recuerdo, y tus primeros pasos, y las primeras palabras que aprendiste: Pa.pá, con el consiguiente enfado de tu madre. Después comenzaste a decir otras: ma.má, nene, alia, como me llamabas a mí... Que tiempos aquellos, que felices eran tus padres. Ni en mil vidas que tuviera podría agradecerles todo lo que hicieron por mí -gruesas lágrimas resbalaban por su cara-. Y ahora completaría mi felicidad si la niña me llegara a llamar abu. Sería una buena mamá grande para ella. Y me podía ir feliz.
Llenaba la casa. Tanto si lloraba, como si dormía. Ya tenía cuatro meses y ahora sí que reía. ¿Los ojos? Los mismos ojos que su madre y se parecía mucho a ella. Dentro de la profunda desgracia era un sueño, un regalo, que había recibido de su esposa, el último regalo el más valioso y mágico. No había momento que no la recordara, pero ahora con serenidad y con el pensamiento de que el gozo, como el triunfo, siempre llega después del sacrificio. Él, que había sacrificado tanto, tenía derecho a gozar un poco. Creía en la magia de la vida, su hija era un ejemplo. Pensaba que quien guarda una rama verde en su alma al final verá posarse un pájaro cantor en ella. Aún estaba en el nido, pero pronto oiría su armonioso trino.
Los contactos con Sara y José Ángel eran frecuentes, por carta o por teléfono. Supo que la intervención había sido un éxito –por ventura un milagro- y que ya estaba totalmente recuperada. Su hija Alicia cada día más guapa y estudiosa ...qué te va decir un padre. Tú lo eres y no ignoras cómo son ellas y cómo las vemos..., palmotea de alegría si llega una carta tuya, y le dice a todo el mundo que tiene dos padrinos. Es un ángel, ya lo sabes -le decía en la última carta. Y continuaba: Puntualmente recibimos la ayuda que tan desinteresadamente nos ofreciste y de la cual, aún no hemos dispuesto nada. De momento los estudios de la niña no son excesivamente costosos y mejor lo dejamos por si, Dios no lo quiera, tenemos algún revés o lo precise para la universidad. Aún no sabemos de que forma podríamos corresponderte. Reconsidera, amigo Frank, tu oferta y si ves que te causa la más mínima preocupación la suprimes. Sabes que lo entenderíamos perfectamente.
Se despedía con un abrazo de Sara y, de puño y letra de Alicia ...millones de besos, padrinito.
Frank quedó pensativo; le venían a la memoria uno de los consejos que le había dado su padre cuando era un mozalbete: Cuida de tus amigos, especialmente si comienzas a subir los peldaños de la escalera de tu vida, es posible que los precises si los tienes que bajar y nunca cierres la puerta a ninguno que te necesite; vuestras suertes pueden ser paralelas.
Estaba satisfecho con los amigos que tenía.
Dejó la carta sobre una mesita. En la que tenía enmarcada una foto de Carmen, la primera que le dedicó antes de casarse. Sabía de memoria la dedicatoria: Si al ver esta foto te acuerdas de mí, no me mires; pero si al acordarte de mí la tomas en tus manos y me miras, ¡mírame siempre!
-Existirá la predestinación -pensaba con los ojos clavados en ella.
¡Qué sé yo...! -murmuró

Tenía el buzón electrónico atestado de cartas. Nunca echaba ninguna a la papelera sin darle antes un vistazo. Le llamó la atención una de ellas con una palabra en el remitente: Loli.
El corazón le dio un brinco y la abrió precipitadamente. Leía sin salir de su asombro; incrédulo:
Estimado amigo:
Pensarás que soy un fantasma, pero existo, gracias a Dios. Lo más lógico es que no quieras seguir con la lectura de esta carta por lo mal que me porté contigo; déjala, si quieres, pero tengo la obligación de explicarme aunque tú no lo desees.
Una grave enfermedad y el rechazo a todo lo que me rodeaba, me obligó a suspender una correspondencia que llenaba mi ser, a la vez que endulzaba mi vida, como no te puedes imaginar. Tuve que dejar el trabajo y volver a casa de mis padres abandonando todo y a todos, tú incluido, y sin caer en la depresión total no me encontraba con fuerzas para explicarte lo que me sucedía y tampoco quería –aunque la febrilmente la necesitara- tu compasión. Sabía que era prácticamente irreversible y conque sufrieran conmigo los más allegados tenía bastante hasta que llegara el desenlace. Lo nuestro fue algo tan bello que perderlo me causaba una zozobra mayor aún de la que me producía la enfermedad. No estaba en mis manos disponer un final feliz y me rendí a la evidencia. Después de meditarlo y muchas lágrimas, ahogando un intento estúpido de seguir, decidí, acaso con egoísmo, que un brusco silencio sería lo mejor. Tú llegarías a pensar en la trivialidad de nuestra relación amistosa -¿amorosa?- y, lógicamente te olvidarías de mí, sin trauma alguno. Lo deseaba y espero no haber sido más que una ilusión fallida. Acaso ni eso; pero la vida nos depara sorpresas y se esconden tras donde uno menos lo espera. También en el siglo XXI existen los milagros, doy fe de ello. Uno de ellos me permite volver a contemplar con ojos radiantes de ilusión el mundo que nos rodea.
Ésta es, a grandes rasgos, la explicación que te indiqué al principio. Es posible que no hayas leído hasta aquí, y no te lo reprocho. Pero necesitaba quedar bien conmigo misma.
Tengo la convicción de que habrás rehecho tu vida y me alegro por ello; durante el tiempo que hablamos me demostraste ser una persona excepcional y merecedora de algo mejor que lo que yo te hubiera podido dar.
Recibe mis disculpas y mi afecto.
Un beso. Loli.
Estuvo más de media hora totalmente alucinado con la mirada en el techo y la mente confusa sin salir de su asombro. Pasó a velocidad de vértigo por su cabeza todo el proceso desde que comenzó la relación con ella, tras la separación de su primera esposa; las numerosas cartas intercambiadas y llenas de ilusiones; las no contestadas; la impaciencia por sus inexistentes respuestas; el cúmulo de hipótesis que barajó; el viaje en su busca; el encuentro con Carmen, -joooó... esto es demasiado para mí en estos momentos.
Cerró el correo y se fue a dormir. Tarea imposible; pasó la noche en blanco y a la mañana siguiente no sabía discernir que era lo más conveniente: responder la carta, o ignorarla y seguir el camino en cuyos bordes comenzaban a germinar las flores, con dedicación especial al cuidado de una delicada rosa del rosal de su jardín, emulando al jardinero de la poesía de los Álvarez Quintero:
...que cuidaba con esmero
del vergel
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro,
para él.
¡Que lejanos los recuerdos!... Debía contestar a Loli aunque solamente fuera por cortesía, para contarle, sin mucho detalle, lo que en ese tiempo le había acontecido. Al fin fue un episodio de su existencia, grato en su momento, y de no haber sido por la grave enfermedad que narraba, su vida sería diferente es este momento. Quizá no hubiese sufrido tanto, o acaso más. Tampoco tendría a su hijita, o quien sabe si otra u otro, o varios... ¡Cuantas flores con o sin espinas encontramos en el jardín de la vida! Si tememos pincharnos, mejor no intentar recogerlas.
Amiga Loli,
Permíteme emplear este saludo. Tengo delante de mí tu carta. Mentiría si te dijera que la esperaba. La he leído numerosas veces y aún estoy confuso y asombrado.
Puedo decirte que el tiempo y los desengaños, a partes iguales, desvanecen la amistad, los afectos y hasta el amor. Te escribí, te busqué ansiosamente y desilusionado me negué a seguir. Fuiste para mí, ya lo sabes, un poema, una flor y una esperanza en la que puse todas mis ilusiones. Una cruda realidad me privó de ti, y empleo esa palabra ahora que conozco, someramente, los motivos que tuviste para desaparecer. Mi vida cambió y encontré algo precioso que cauterizó mis heridas. Como lo sublime suele estar acompañado con una dosis de dolor, éste es el que me embarga ahora con la misma intensidad con la que gocé de su breve compañía. Mi consuelo, mis anhelos y mis ilusiones están ahora depositados en una hija que me dejó; un ángel que me obliga a volver a vivir, porque estuve muerto.
Veo que también has sido maltratada, y mucho. Percibo, por lo que leo, que tienes superado todo lo negativo y que te aferras a la vida. Saberlo me alegra llenándome de alivió. Vive, Loli, recupera el tiempo perdido y sé feliz. Te lo deseo de todo corazón.
Frank.
Pulsó la tecla de envío. Un suspiro largo y profundo salió de su pecho, librándole de angustias pasadas. El destino también escribe recto con renglones torcidos.
Pasaron unos días sin que nada nuevo perturbara la normalidad rutinaria del feliz padre y de su familia. Sus cuñados le llamaron. Querían comprar la mitad de la casa familiar que le correspondía a Carmiña por herencia. Frank lo pensaría. En principio, consideró que era un bien privativo de su hija y no le gustaba que algún día ella tuviera nada que reprocharle. No necesitaba el dinero y le apetecía tener algo allí que le recordara momentos felices. Se ofreció a comprar para su niña la mitad que ellos tenían, siempre que lo invirtieran en adquirir otro negocio hostelero con atractivo comercial. Si para ello fuese necesaria una inversión superior, él podría participar como socio minoritario, hasta el cuarenta y nueve por ciento.
-Déjalo estar -le le dijo Elena- lo pensaremos
Loli, por su parte releía la carta de su amigo. Había estado muy enamorada; conocía muy bien a Frank a través de la correspondencia que habían intercambiado. En las cartas se volcaban los gustos: por la música; por los viajes; por la naturaleza. Disfrutaba de placeres sencillos, como una puesta de sol, el parloteo de un niño, la fragancia de las flores, especialmente violetas y jazmines, plantarlas y seguir paso a paso desde que ruchan hasta que son adultas; un buen libro, una obra teatral, una tertulia agradable y tantos otros... Compartían afectos y sentimientos, sueños e ilusiones con una afinidad asombrosa y se sentían unidos a pesar de la distancia. Tenía guardadas todas las cartas que él le había dirigido. Las había leído tantas veces durante su larga enfermedad que se las sabía de memoria produciéndole un agradable bienestar que se traducía en un profundo dolor: No llegaría a conseguir nada de lo soñado. ¡Cuántas veces había pensado en él! Cuántas conjeturas hizo sobre el desenlace que ella había provocado. ¿Qué habría pensado Frank? Se recriminaba a veces haber sido tan cruel. Él no se merecía un desplante así, habría comprendido la situación y hubieran quedado como amigos. Pero no tenía derecho a involucrarlo en algo tan irremisiblemente perdido.
Entre líneas intuía que a él no le habían ido demasiado bien las cosas. Se había casado, o por lo menos había tenido pareja, y algo grave (¿separación, enfermedad, acaso la muerte?) debía haberle ocurrido para hablar de la conversión del “gozo en dolor”, quedándole una niña. Supo siempre que sabía que la felicidad completa no existe; y que la poca que se disfruta está entremezclada con el dolor, y que nadie se libra de ello. Es como una línea ondulada, con crestas y valles. Diferente para cada persona, crestas amplias y valles profundos pero breves, para algunas; para otras, todo lo contrario. Sin poder elegir.
Al empeorar su salud causó baja en el Instituto del que era profesora de literatura. Ahora, agradecida, necesitaba volver al trabajo. Era cuestión de días. Regresaría a la bulliciosa ciudad mediterránea en la que vivió aquellos años maravillosos y conoció, a través de Internet, el amor.
-Esto me ha servido para valorar de otra manera lo grato de la vida; me voy a desquitar y vivirla, como me dice Frank—musitaba para si.
Dejó pasar unos días antes de responder a su amigo americano. Quería animarlo, consciente que lo necesitaba.
Amigo Frank,
Gracias por tu contestación. Mentiría, también, si te dijera que la esperaba. Tenía el convencimiento de que no acabarías de leer la mía lleno de rabia o, por lo menos, de indiferencia. A pesar de lo que vislumbro en tus palabras, eres la persona amable y amiga que conocí hace tiempo.
Gracias, de nuevo, por las frases cordiales que me escribes. No sabes el bien que me han causado. Las hago mías y te deseo de todo corazón, lo mejor. Ten presente que te recordaré con afecto y cariño, aunque ya no con amor. El tiempo cicatrizará nuestras heridas; y digo nuestras, porque me doy cuenta que tú las tienes más o menos profundas que las mías, seguramente muy diferentes pero al final con dolores parecidos. Mira el futuro con esperanza, como lo veo yo. Dale un beso a tu hija. Cuídala, cuídate y recuerda que aquí, en España, tienes una amiga.
¿Me permites que te escriba por Navidad? Aunque de tarde en tarde me agradaría saber de ti.
Un beso. Loli.

















Loli se incorporó a su trabajo. Llevó desde Galicia algunos productos típicos de la tierra para celebrar el regreso con sus antiguos y los nuevos compañeros. Fue una fiesta. Parabienes por todas partes, contentos de tenerla de nuevo y ella sumamente agradecida y emocionada. El director y los profesores notaban que había madurado y sabían que no tendría problemas para integrarse, como si fuera la vuelta después de unas vacaciones. Ella estaba allí, llena de vida, tras un viaje, afortunadamente frustrado, del que, a veces, nunca se regresa. Bienvenida.
Pasó unos días en el hotel, mientras buscaba un apartamento que le agradase. Salió a pasear y sin proponérselo estaba enfrente del que tuvo antes. ¿Quién viviría en el coqueto piso?
-Era, es, -se dijo-, un lugar acogedor, ojalá encuentre algo parecido.
Entró en varias agencias de alquiler de pisos en demanda de uno no muy lejos de su trabajo, tomó nota de lo que le ofrecían, para verlos y después de conocer la zona y el entorno. Buscó en su agenda el número de teléfono de la inmobiliaria que le había alquilado su antiguo apartamento y llamó desde una cabina. Tenían algo, pero obviamente mejor una visita. Iría al día siguiente.
Casualidad. Había vacío uno exactamente igual encima del que tuvo. Se lo enseñaron y, aunque el mobiliario era diferente, se quedó con él. Estaba muy complacida con el hallazgo y presentía que era señal de buena suerte volver al lugar en el que había sido tan feliz. Para celebrarlo se invitó a una copa de helado.
-De fresa y chocolate, por favor -le dijo a la camarera. Lo paladeó con gusto y recordó cuánto le gustaban los helados en su niñez. Los de fresa los que menos. Bueno -pensó- los gustos cambian. Antes prefería la vainilla o la nata. Y claro, el chocolate, el placer por antonomasia, tanto en helados como en cualquier otra delicia que lo incorporase.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuantas horas había estado con la nariz pegada al escaparate de las confiterías sola, o con otras amiguitas, eligiendo qué pasteles o dulces se comerían a continuación. En algunas ocasiones todo quedaba como proyecto, ya que dependía de las pelas que tuvieran para gastar!
-Yo voy a comprar ése de nata, y aquel relleno de crema -decía una- y después un milhojas, o dos. Sí mejor dos.
-Pues yo quiero -decía ella casi siempre- dos, de esos de ahí. Bueno, mejor tres.
-¿Cuáles?, ¿canutillos?
-¡Eres tonta! ¿No sabes que la crema me gusta menos? ¡Esos bañados de chocolate, y después un trozo de esa tarta, de la marrón -con sus voraces ojos era capaz de dejar el escaparate vacío.
-Sí, que te crees que te van a dar un trozo de la tarta. La venden entera, ¡lista!
-Ya-lo-sé. Y lista serás tú. Le digo a mi mami que la compre y lo como en casa, y te quedas con las ganas. ¿no ves que no hay más que una? Y tu madre no te la lleva porque la mía llegó primero -le replicaba
-Y con el dinero que me sobre compro unas cuantas chocolatinas, pero no me gustan las blancas, mejor marrones y con almendras. Y de las más grandes.- Le gustaba soñar.
-Ya,... ¿y cuanto dinero tienes?
-Para comprar un pastel, ¿y tú? –Loli enseñaba su dinero.
-¿Yo? Ni una pela.
-¡Nada..., nada?...¡Jooo! Pues compramos un pastel para las dos. ¿Vale? -Al final sabían compartir como buenas compañeras.
-¡Vale! Pero de crema o milhojas.
-No, de chocolate, y si me sobra algo te doy una chocolatina entera para ti.
-De eso nada, milhojas si quieres, el chocolate no me gusta –insistía su amiga.
Y entraron. Eran alevines de parroquianas. Las conocía bien.
-Hola, quería un milhojas –pidió Loli.
-¿Y para ti?- preguntó la confitera.
-Sólo uno; nos lo parte y lo comemos entre las dos—agregó Loli.
-Un momento, voy a coger un cuchillo.
Se hizo cargo inmediatamente de la situación y entró en el obrador para salir al momento con un hermoso pastel de chocolate. Premeditadamente le había aplastado una esquina.
-Loli, ¿a que a ti te gustan más los de chocolate? Mira a éste se le cayó una pinza encima y no está presentable para la venta.
-Qué más da... ¡Gracias! ¡Muchas gracias! -evidentemente el desperfecto no era óbice para comerlo.
Una el milhojas. Loli el “deteriorado”. Ambos les sabían a gloria pura.
-¡AH! Y dos barras de regaliz -Loli gastó lo sobrante para compartir con su compa.
¡Que tiempos aquellos!...
Salió abstraída y llegó a su hotel. Daría años de su vida por poder tornar a la infancia. Aunque bien mirado, si tenía que volver a pasar lo mismo, prefería dejarlo así.
-Seguro que no. Ahora, después de todo, vuelvo a ser feliz.
Poco tenía que llevarse, así que el traslado lo hizo en un taxi. En un próximo viaje a su casa, traería algunos objetos decorativos y otros personales que siempre estuvieron con ella.
Aquella noche se conectó a Internet para navegar un rato y abrir el correo, con pocas esperanzas de que hubiera algo en él. Tenía dos e-mails, ambos de Frank, uno de cuatro días antes y otro reciente.
En el primero le agradecía sus palabras de aliento y le rogaba que no demorase sus cartas hasta Navidad, si le apetecía escribirle antes:
...A veces necesitamos algún amigo con el que intercambiar algo, incluso sufrimientos y acaso esperanzas. Es mi caso. He pasado del gozo celestial a una angustia demoníaca en muy poco tiempo; creo que es bueno desahogarse, así que, amiga, no te prives de escribirme siempre que quieras. Llegamos a compartir ilusiones, y si ahora nos toca soportar dolores hagámoslo, juntos, puede ser que nos beneficie-. Se despedía con un hasta pronto, Loli, sabes que te aprecio
En el otro, más corto que el anterior, se disculpaba por si en algo le había molestado, rogándole que olvidara el ofrecimiento hecho en la anterior.
...y como no has contestado, si crees que es mejor que nuestra comunicación se limite a una carta por Navidad, lo acepto, y esperaré impaciente esa felicitación. Me hará bien recibirla y corresponder a ella, pues sabré que vives, aunque sea allá lejos. Recalco lo de vives, por lo que he vislumbrado. Necesitas, mejor dicho, necesitamos vivir, pues presiento que no es tarde para recuperar lo irrecuperable. Se despedía con cordialidad.
Quedó pensativa. Algo en su interior le decía que este hombre había sufrido mucho, tanto o más que ella, o a lo mejor más profundamente. Aunque recordaba nítidamente su propio dolor, sabía que, igual que ella lo había superado y entreveía con optimismo un futuro prometedor, él podría perfectamente llegar a lo mismo. Pudiera ser que sólo necesitase un empujoncito amable, un gesto amistoso, con vibraciones positivas iguales a las que le transmitieron a ella en los momentos más duros de su enfermedad. Generosamente decidió continuar con un correo regular y poco a poco, y sin que lo notara demasiado, insuflarle aunque fuese una pizca de esperanza. Se puso a teclear:
Amigo mío:
Acabo de leer tus últimas cartas. Opino como tú. Compartimos mucho negativo, lo mismo que hace tiempo participamos en otra clase de sentimientos. Si nos animamos -yo lo estoy- podemos cambiar el signo de resta en otro que sume. La suma crece, no escatimemos nada; sumemos, Frank, sumemos kilómetros hacia el futuro y demos la espalda al pasado. Veamos -yo lo veo ya- que un día gris con un atardecer borrascoso ha traído otro diáfano y lleno de esplendor; y sigo con la metáfora: cambiemos las isobaras de nuestras vidas hacia un anticiclón permanente.
Si necesitemos un hombro en el que apoyarnos para susurrar en el oído amigo nuestros desasosiegos y desembarazarnos de ellos, acudamos a la cita epistolar. Para mí es y será un alivio saber que estás ahí y hago votos para que ésto sea recíproco. No quiero preguntar nada; tampoco responderé a preguntas no formuladas, pero creo que tenemos mucho que contarnos y, poco a poco, soltaremos lastre. Lo necesitamos mucho. Estoy segura.
Un beso. Loli.
-La historia se repite; otra vez -pensaba Frank- esta mujer irrumpe en mi vida como un bálsamo y cuando más necesitado estoy.
Antes fue nada más consumarse el divorcio con su primera esposa, y le sirvió, apoyado en su hombro, como paño de lágrimas. Una amiga que le escuchaba, y a la que confió todos sus problemas. Y sobre todo que lo comprendía animándole a olvidar el pasado y a seguir viviendo. Y lo llegó a conseguir. Ahora, después de perderla y del cambio radical acaecido, reaparecía como rara avis, con diestra sensibilidad e intentando conseguir un nuevo milagro. Pero la primera fue una separación incruenta de su mujer. Ahora otra muy distinta, cruel e irreparable, con el añadido de la culpa por no haber podido evitarla.
-Tengo la certeza de que no hay segundas oportunidades. Aunque tampoco tengo derecho a impedirle que lo intente-. Se quedó pensativo.
Loli estaba desbordada y optimista. Volvía a las aulas con esa necesidad de compartir, de enseñar, de discutir con sus alumnos, como al principio de su carrera docente. Muy diferente a los últimos días de clase, abatida por la enfermedad, baja de forma y con un horizonte del color de la ceniza. El diagnóstico había sido un mazazo que desbarató su vida: una cardiopatía valvular sin posibilidad de mejorar y con la perspectiva de una intervención a corto plazo. Análisis; exploraciones; ecocardiogramas, electrocardiogramas; radiografías, ecografías abdominales; estudios hemodinámicos..., todo un calvario de pruebas antes de pasar a una lista en espera del transplante cardiaco como única solución a su problema. Entre tanto la dieta rigurosa, el tratamiento y la maleta preparada.
Qué largas y espesas pueden ser las noches aguardando el retorno a la vida. Pero todo llega. ...¡Tenemos un corazón para ti! ¡¡Ven!! -Le habían dicho. Expectante repetía a sus padres en el taxi -¡Mamá. Me espera un corazón! –Sentía unos latidos acelerados en el pecho.
-Sí, mi amor; tranquilízate -le contestaba ella sin poder reprimir las lágrimas. Su padre callaba con un nudo en la garganta. Solamente la miraba con la alegría y alivio en su cara. Y rezaban. Con fervor, como nunca lo habían hecho. Hay ocasiones en que todo nos parece poco.
Despertó, como de un mal sueño, invadida por tubos y cables que mostraban la realidad. Allá arriba médicos y enfermeras inclinados y pendientes de ella. Estaba muy fatigada y, a pesar del gran choque, sentía como una agradable laxitud. Visitas muy cortas de sus familiares y amigos. Numerosos controles, durante la larga semana que pasó en la planta de cirugía cardiaca. Aunque débil, evolucionaba satisfactoriamente; era joven, no había rechazo, tenía ganas de vivir y todo eso actuaba positivamente. La llevaron a otra planta. Allí podía recibir visitas más largas, hablar con la compañera, y con otros pacientes. Se contaban sus respectivas dolencias, sus sueños, veían TV y, en fin, ella tenía la impresión de haber resucitado.
-La ciencia ha vencido -decía emocionado su padre.
-No, Dios ha ganado -rectificaba su madre.
Loli sonreía:
-Y vosotros y yo, y los médicos, y las enfermeras, y mis alumnos, y mis amigos; todos hemos ganado.
Se acostumbró a los platos con poca sal, y sin grasas, eliminó la mantequilla que tanto le gustaba, y ajustó las comidas a las indicaciones recibidas. Prefería pasar algo de hambre. El tabaco lo había dejado con el primer diagnóstico. Su nueva vida, tras pasar el puente de regreso, tenía un tratamiento severo y alguna limitación, pero benditas prohibiciones. Conservaba su figura estilizada y como no hay mal que por bien no venga, la dieta impuesta le servía para no coger peso. Ejercicio moderado, aire libre y ganas de vivir hacían el resto que le iban a permitir gozar de los pequeños placeres de la vida.
Así que no era un sueño vano sentarse en su mesa para impartir las clases a los chicos. Aunque todos eran nuevos se permitió comenzar la primera clase con la frase histórica: Decíamos ayer... y continuó con aquellos temas que dominaba y que ...me gustaría transplantar a vuestras mentes -les decía a veces. Ahora comprendía mejor el valor de lo que estuvo a punto de perder. Era como si permanentemente, y en cualquier acto de su vida, diera gracias por el don recibido.
Por la noche tenía una carta en su buzón electrónico La leyó despacio.
Apreciada amiga:
Que bienestar he sentido con tu cariñosa misiva. Me transportaba a otras tuyas tan lejanas y tan llenas de afecto que me llenaban de esperanza en momentos delicados de mi derrumbada vida afectiva. Ahora, con un motivo diferente y más amargo veo que surten el mismo efecto sedante. Me transmiten el coraje que tanto necesito. Siempre tuve algo porqué luchar: mis estudios, el trabajo, mi futuro, pero ésto es distinto. Es algo vivo, muy mío, una preciosa criatura que mantiene intacta mi fe, y mis sueños. Me debo a ella, quiero ejercer de padre y de madre (de abuela se encarga Amalia, ya te hablaré de ella). Verla crecer, hablar y reír. Soy el padre más dichoso del mundo, a pesar de que me privaron de ser el esposo más feliz, pero...
Acepto y hago mías tus palabras: sumemos en vez de restar. Sumemos sosegadamente pasos hacia el futuro. Veamos crecer a nuestros seres queridos, y afiancemos una reencontrada amistad, que mutuamente nos beneficiará. Aunque sea una lucha separada por nuestros respectivos proyectos, tenemos algo en común: dos almas necesitadas de caricias. Acepto ese hombro que me ofreces, y el mío aún sin necesitarlo; está aquí. Háblame, que te contestaré; a veces no es necesario preguntar para obtener respuestas; no preguntes, si no quieres; pero ten la certeza de que lo sabrás todo y recíprocamente yo conoceré tu odisea. Hago acopio de fuerzas para ir desgranándolo poco a poco, pero te advierto que no es agradable, de narrar, ni de escuchar. No obstante me servirá, como tú dices, para arrojar lastre... ¡Lo necesito tanto!
Gracias por todo, Loli. Siento que recupero algo que perdí.
Recibe mi afecto.
Frank.
Quedó pensativa. La leyó otra vez.
...¡Este es Frank, mi amigo de siempre!
Era franco y cortés. Había sufrido mucho, y se percibía desde las primeras cartas que su herida aún sangraba. ¿Qué le habría pasado? Rebosaba dolor, pero también lo notaba colmado de entereza y esperanza. Ella, durante su enfermedad, estuvo muy resignada a que sucediera lo peor, con poca serenidad de ánimo y mucha menos esperanza, aunque ahora la resignación había terminado.
Tenía que ayudarle; se lo debía. También a ella misma.
Leyó otra vez el final de la carta. ¿Qué recuperaba Frank?, ¿acaso la ilusión por la vida?, ¿o se referiría a la encontrada amistad con ella? -Seguramente se trata del anhelo que recupera al gozar una vez más de los pequeños placeres, ahora que tiene una hija.
Seguía con las clases. Contaba su odisea particular a todos los que se interesaban por ella. Agradecía a cada uno, las palabras de ánimo. Indefectiblemente, en las reuniones de profesores, siempre salía a relucir algo ocurrido en su ausencia. Luis, uno de sus compañeros se brindaba a darle detalles. Al estar soltero disponía de todo el tiempo que quisiera. Quedaban a última hora de la tarde y charlaban; Loli tomaba alguna nota, pero la realidad es que a Luis le gustaba su compañía. Mucho. Era un profesor recién llegado y, aunque no se habían conocido antes, él supo de su enfermedad y la vivió con el mismo interés e incertidumbre que el resto del claustro. Estaba atento y obsequioso y Loli lo notaba. A veces es lástima disfrazada –pensó ella- en un intento de que el regreso no le fuera traumático. La exquisita corrección de su colega no le daba pié a pensar algo diferente.
-Mañana sábado estrenan una buena película. Podrías venir conmigo si no tienes algo mejor que hacer –tanteó, aunque esperaba una respuesta negativa.
-¡Vaya!, Luis, ¿No tienes nadie mejor que yo con quien ir? -le devolvió un chorro de su medicina.
Se rieron.
-Sabía que me darías una respuesta ambigua, y me doy cuenta que tiene fundamento la fama de los gallegos: contestáis con otra pregunta.
-No siempre, amigo mío, no siempre; y como no me agradan las ambigüedades, accedo gustosa, pero iremos a la sesión de tarde. Los médicos no me permiten aún, trasnochar -notó la alegría en los ojos de Luis.
-Pero si estás estupenda... quiero decir estupendamente -agregó con rapidez bastante turbado. -Si tú no lo dices nadie pensaría que has estado... así. Me gustaría invitarte después a tomar una copa y a bailar, creo que necesitas divertirte un poco.
-“Así”, como tú dices, estuve. Y “muy así” -añadió Loli mientas sonreía largamente-; ahora me veo, y estoy, estupenda... bueno, estupendamente -seguía la broma al tiempo que aumentaba el rubor de su amigo. -Pero no como tú me ves, ni tanto como sería mi deseo, así que yo pongo las condiciones. Más adelante me soltaré la melena, y te propongo que la primera noche de juerga será contigo, pero, ojito, sin alcohol y muy serios ¿eh?
-Gracias, Loli, te prometo que seré como un monje.
-¡Oye, oye! Ni tanto, ni tan calvo, como dice mi padre.
La carcajada fue de antología.
Y el sábado fueron al cine. Estaban muy a gusto juntos. Ella alcanzó a ver que lo que sentía Luis no era lástima; se había equivocado: era amor. Pero no creía poder corresponderle; algo, allá dentro, le imponía cautela
Volvieron a tomar sus animados cafés, y a la semana siguiente tocó una visita al Museo de Bellas Artes. Atesora, en un edificio grandioso, obras de más de un centenar de artistas. Desde magníficos retablos a pinturas del Greco: un San Juan Bautista maravilloso; uno de los autorretratos de Velázquez; también conserva obras de Berruguete, José Ribera, y alguna de Sorolla, el pintor mediterráneo, maestro por antonomasia de la luz y de las sombras, con retratos, pescadores de su tierra valenciana, y niños en la playa. Quedaron gratamente impresionados de la visita y prometieron volver.
-¿Sabes Luis que un cuadro de Sorolla que vi en el Museo del Prado hace algún tiempo -Y aún dicen que el pescado es caro- te hace comprender la dura vida de los pescadores? Es magnífico, como todos los de este genio, pero uno de los más trágicos que conozco. -Loli comentó emocionada.
-Sí, lo conozco. Tiene la fuerza dramática que transmiten sus figuras y el cromatismo del conjunto: un joven pescador con el torso desnudo, mientras otro compañero lo sujeta por las axilas y un tercero le cura, consigue una expresividad en los rostros que es lo mejor de la obra, para mi gusto. Es sencillamente genial -Luis también estaba impresionado de la visita y del comentario de su amiga.
-Yo había visitado antes este Museo -dijo Carmen-, y cada vez que vuelvo a contemplar alguna pintura conocida me embeleso con detalles que me habían pasado desapercibidos: una expresión, una pincelada del paisaje, una sombra que realza alguna zona de luz. Es fascinante pararte a contemplarlo, detenidamente, sin prisa y analizarlo, e intentar comprender la destreza en manejar los colores con los que juega el autor.
Camino de casa, Luis le tomó la mano. Ella no rehusó la caricia y pasearon un buen rato comentando peculiaridades de otras pinturas, sobre compañeros y avatares del Instituto.
-Hasta mañana Luis –se despidió dándole un beso en la mejilla.
-Descansa bien, Loli, y gracias por tu compañía.
Loli no se dio cuenta, pero habían pasado varios días sin contestar a su amigo de América, así que, antes de acostarse, se puso a ello.
Estimado amigo:
¡Este es Frank! ¡Este es mi amigo de siempre! Aunque no lo creas esas fueron mis palabras al leer tu última carta. Te noto eufórico y eso me alegra. Yo también lo estoy, cada día más, a pesar de que sigo con una dieta y vigilada temporalmente por mis médicos, pero ya trabajo. Me incorporé al instituto en el que estaba y me siento de nuevo una persona. Lo pasado ha servido por lo menos para madurar, y me permite ver la claridad del horizonte apreciando atardeceres nítidos que son preludio de días hermosos en el periplo de mi vida. Como ves, sigo con las metáforas que tanto te agradaban. Deseo que seas el Frank que conocí y quisiera insuflarte un mucho del optimismo que tengo en estos momentos.
Yo no me casé (se me figura que tú si lo hiciste). Estaba como para cometer esa insensatez, y ahora pienso en ello. Presiento que un compañero siente algo especial por mí. Tendré que darle un empujoncito, porque es un timidón. Me encuentro muy a gusto en su compañía, y quien sabe si llegaremos a un noviazgo. Ya te diré algo, como espero que tú, si quieres, me hables de lo tuyo, salvo que hacerlo te cause dolor. Si es así prefiero ignorarlo y me hablas del mar y de los peces. ¿Recuerdas esta expresión cuando nos faltaba tema?
Cuídate. Un besito para tu nena. ¿Está bien?, ¿ya anda?
Otro beso para ti.
Loli.
Antes de salir a trabajar a la mañana siguiente impulsivamente chequeó el correo. Imprimió una carta de Frank para leerla sin prisa, en clase.
Querida Loli:
Tengo que regañarte aunque sea cariñosamente. Hace nueve días que espero tu contestación. Me has tenido en vilo. Recuerdo la inquietud durante los meses siguientes a tu ‘desaparición’ y tengo en mi alma la misma sensación que entonces. Las mismas preguntas, todas sin respuesta, aunque ahora ya tengo alguna. Al no responder a mis correos electrónicos, escribí a tu casa más de una veintena de cartas, que nunca fueron contestadas. Sólo obtuve silencio y una pizca de incertidumbre añadida para desbordar mi fantasía y preocupación. Recuperé, y aún conservo esas cartas por si dudas de mis palabras. Sufrí por ti y por mí, como creo que nadie puede hacerlo. Algo tan bonito como lo nuestro se desvanecía como un castillo de arena en la pleamar. Viajé hasta España, lleno de ilusión. Te busqué, pero absolutamente nada y... esa es otra historia que me gustaría narrarte algún día, si quieres.
Te decía que me he vuelto a acostumbrar a tus cartas. Si no es mucho pedir, te ruego que no demores tanto las respuestas. Me reconfortan sobremanera y necesito curar heridas, aunque queden cicatrices después de haberse quebrado todos mis esquemas. Evoco con melancolía el tiempo en el que planeábamos el futuro. Sabes que te aprecio y que en el fondo de mi alma aún estás; nunca te fuiste del todo.
Me alegra que tu vida sentimental se normalice, si se puede emplear esta palabra después de todo lo pasado. Sabes muy bien que mi ferviente deseo es tu felicidad. Tuve la esperanza de que la compartieras conmigo, pero el destino separó nuestros caminos, y me resigno. Quiero ser tu confidente, y ten en cuenta que existen miles de caminos para amar; seguro que encontrarás el tuyo y nunca permitas que nadie te lo imponga.
Le di tu besito a Carmiña, ¿sabías que se llama como su madre? Creo que le gustó, pues me sonrió al recibirlo.
Gracias por el tuyo. Otro para ti, amiga.
Te añora. Frank.
Quedó alucinada. Recordaba, y aún conservaba en su buzón electrónico, las numerosas cartas que él le escribió, narrándole inquietudes, incluso proyectos. Y llenas de amor las últimas; de sueños; sensibles y cariñosas, con textos tan cuidados que llegaban al fondo de su alma. Ella lo compartía y lo alentaba ilusionada, hasta que comenzó a notar síntomas de su enfermedad. No quiso dar un paso atrás. Aunque fuera pasajera la dolencia, debía frenar los impulsos de su adorado Frank; así ganaba tiempo. Él quería viajar para conocerla y ella con alguna disculpa había demorado aquel viaje. Barruntaba que su salud comenzaba a fallar, hasta que el diagnóstico la derrumbó. Empeoraba día a día. Tratamiento, cambio de vida... Drásticamente, y después de noches enteras en una pura lágrima, decidió que el silencio era lo mejor. Conque sufriera ella era suficiente. Y calló. Frank quedó, clavado también, en un rinconcito de su alma.
Alucinaba con el relato recibido.
-Vino a buscarme después de las numerosas cartas no contestadas y claro, no me halló. Vegetaba en el pueblo en espera de la muerte o de la vida; la primera que llegase, con resignación y esperanzada -recordaba con los ojos humedecidos-. Conocía su amor por mí, pero nunca creí que un hombre llegara a tanto. Lo más lógico hubiera sido que dolido por el desplante me llegara a olvidar. Lo que hizo ratifica la opinión que tenía de él. Pero se casó, así que me olvidó -se ponía a la defensiva- y debió ser feliz mientras estuvo con ella, y tuvo una hija. ¡Loli!... -se dijo en voz alta- no seas rencorosa, no es tu estilo. Él no ha cambiado nada, hubo algo durante ese largo silencio tuyo y no tienes nada que reprocharle. Al contrario, debes estar agradecida de que te haya vuelto a admitir como amiga muy especial, y no te lo mereces.
-Carmiña se llama su hija, un diminutivo tan peculiar de nuestra tierra –pensaba-. La vida está llena de coincidencias, ¿sería su madre también gallega?...
En sus clases intentaba que los chicos no se percataran de lo ida que estaba. Ímprobos esfuerzos por centrarse e n el tema del día y salía, al terminar, sin prisas, absorta en sus contradictorios pensamientos. Se dispuso a contestarle. Nunca corrigió ninguno de los escrito de los que le enviaba, pero hoy escribió un borrador y lo repasó antes de mandarlo. Estaba lo suficientemente aturdida como para decir cualquier inconveniencia. Tecleó, corrigió y antes de irse a la cama oprimió send.
AMIGO mío:
Permíteme darte este calificativo con letras mayúsculas. Tengo la sensación de que existen amigos; Amigos y AMIGOS. Tú eres, para mí, de estos últimos, de los que están siempre a tu lado, de los que tienden la mano y nunca te abandonan, por grave que sea la ofensa. Estamos obligados a elegirlos, pero no podemos garantizar el acierto. Yo he atinado plenamente contigo. Se me han saltado las lágrimas al leer tu carta. Sé como eres. Sé que nunca podré corresponderte, aunque lo intentara cada día el resto de mi vida. Pero aquí me tienes, para lo bueno y para lo malo. Y si puedo hacer algo por ti, sólo es necesario que me lo insinúes, si no quieres pedírmelo; sé leer entre líneas y quedaré encantada si puedo devolverte algo de lo mucho que te debo.
Siento que mi desplante voluntariamente silencioso te hiciera viajar para encontrarme. Sé que nadie lo hubiera hecho en las mismas circunstancias. ¡Que ignorante estaba yo de ello y que felicidad me hubiera proporcionado entonces saberlo!, pero vislumbro, por tus palabras, que algo ocurrió y como dices ‘...esa es otra historia’. Me figuro que muy bella, así que, si quieres, me la narras si te sirve de alivió, aunque sea sucintamente.
Gracias por tus buenos deseos sobre mi vida sentimental. Hago mías tus frases, para desearte que entre los miles de caminos que existen para amar encuentres el mejor. Tienes derecho a ello. No te quedes en la encrucijada; continúa y elige bien. Tú sabes.
Me encanta que tu hija se llame Carmiña. Gracias por decírmelo. Es un diminutivo tan de mi tierra que me satisface mucho más que si se llamara Doris o Jane. Cuídala y cuídate, Frank, dale otro besito y un fuerte abrazo para ti.
Loli.

Frank se había concentrado totalmente en su trabajo para agrado de su socio y alegría de sus empleados que observaban como, después de un crudo invierno, renacía la primavera en la vida de su jefe. Este presente era preludio de seguridad y de prosperidad. Atrás quedaba la incertidumbre del ayer. Aunque Frank siempre había dicho que la empresa no podía resentirse porque una persona, cualquiera de la plantilla, fallara temporal o definitivamente, ellos lo veían como el principal pilar del edificio y lo cuidaban para que siguiera enhiesto. Lo necesitaban tanto como un buque precisa a su capitán. Tal era el volumen de negocio que habían conseguido, que la planta se quedaba pequeña, y precisaban contratar nuevo personal técnico y administrativo, con la consiguiente necesidad de espacio, y decidieron proponerlo a un pequeño comité de directivos. Darían el salto hacia otro edificio más céntrico y a una oficina más espaciosa. Ello suponía unos desembolsos importantes y aunque podían permitírselo, decidieron ampliar el capital social, dando acceso a los empleados, con la suscripción del número de acciones que cada cual estimase oportuno. Los socios fundadores no renunciaron al derecho de suscripción preferente, y mantenían el cincuenta y uno por ciento del capital. De esta forma, cada uno conservaba su diferente categoría profesional, y los que quisieran estarían vinculados a la empresa, participando en los beneficios y en las hipotéticas pérdidas que se produjeran. La ampliación fue un éxito. Todos, sin excepción, quisieron suscribir tantas acciones que se tuvo que ir al prorrateo. Inmediatamente se establecieron los contratos para el cambio de domicilio social y se estudió el proyecto de adaptación de la sede a las nuevas necesidades.
Frank contestó la carta de Loli al día siguiente. Era la Loli de antes; el paño de lágrimas que conoció tras su separación matrimonial, la Loli de la que se enamoró perdidamente.
-Y tan perdidamente, nunca mejor empleada la palabra -pensó.
La que no supo encontrar, o es posible que al final de la búsqueda no quiso hallarla. Se topó, a cambio, con algo sublime que llenó efímeramente el vacío de su vida; que le dio una hija y que..., mejor no seguir. Su esposa estaría siempre en su corazón; admitiendo, a veces, que la niña no necesitaba una madre; tenía a su abuela Amalia y a él. Sin embargo sus amigos le intentaban convencer de lo contrario: que sí la necesitaba; y presentía, egoístamente, que precisaba, además, una mujer para él. En su círculo social había muchas que le agradaban como amigas. La mayor parte lo veían como un buen partido, un number one atractivo, interesante y trabajador. Él se resistía, aunque notaba la carencia de unos brazos femeninos y un hombro en el que apoyarse. Su interior estaba lleno de parches multicolores, algunos se habían agrisado; tiempo era de avivar su calidad cromática. Las heridas cicatrizan mejor en la juventud.
AMIGA Loli,
Como ves, en justa reciprocidad, tomo la misma palabra en mayúsculas. Fuiste y eres mi mejor amiga. Aún creo que algo más. Algunas hogueras no se extinguen; siempre queda una brasa y un leve soplo la aviva. No sé si queremos que se levante algo de aire -recojo esa forma tuya de hablar en metáforas que tanto me gusta-. Pasaría horas hablando contigo: de mi pasado y de mi futuro, pero este sistema de correo electrónico está algo superado con las ‘webcam’. ¿Tienes una? Me gustaría conectarme y hablarte a través de una pantalla, conocerte y que me conocieras. Aunque recuerdo que en la etapa anterior nunca quisiste intercambiar fotos. Fíjate que he empleado dos palabras muy a propósito: ‘Etapa anterior’. Hemos iniciado una segunda fase, tras una cruel interrupción que nunca olvidaremos. Noto que mis sentimientos actuales hacia ti son parecidos a los que tuve; mentiría si dijera que iguales, pero advierto que me has servido de revulsivo. No intento modificar la relación que, parece, has iniciado con ese compañero, pero conoces mi franqueza y quiero que sepas lo que emerge nuevamente en mí. Supongo que me he explicado con claridad y soy consciente de que tienes derecho a seguir el camino que quieras elegir, y dejar otros más o menos interesantes... ‘Siempre nos quedará Paris’. Yo modifico la frase: “siempre nos quedará nuestra sana amistad”.
Ya me dirás algo a propósito de la ‘webcam’. Gracias.
Un beso. Frank.
Ella se dejaba acompañar por Luis. Se veían a diario en el trabajo y tomaban el café juntos; la mayoría de las veces con otros compañeros, pero siempre buscaban algún rato para hablar a solas, sentados en una barra o en un banco del parque, mirándose a los ojos, a la sombra de los vetustos árboles como hacían las mamás y alguna pareja de ancianos. Les entretenía ver corretear a los chiquillos que lo llenaban todo de gritos y carreras empeñados en perseguir, con sus patinetes y bicicletas, a las palomas y a los confiados gorriones, ávidos de picotear cualquier alimento. Él con sus gestos tiernos le dejaba entrever su enamoramiento. Loli, sin ser arisca, pisaba el freno, aunque le gustaban sus requiebros. Prefería serenar su espíritu antes de dar un paso que mostrara a Luis que la atracción era recíproca. Algo en su interior le pedía tiempo y mesura, sobre todo después de leer la última carta de Frank. Acaso tenga razón y conque sople un poco de aire el fuego se avive, y sino se emplea un soplillo. No podemos cambiar el pasado, pero podemos elegir el futuro.
-Estás como ida, Loli, ¿en qué piensas? -le decía Luis, tomándole una mano y mirándola a los ojos con un incómodo gesto, sin saber que los fines de semana eran largos para ella-, ¿no estás a gusto conmigo?
-¡Claro que sí, tonto, es que pienso en tantas cosas a la vez! Date cuenta que hace poco veía el final de mi camino. -Acabó con un profundo suspiro-. No te preocupes; dame tiempo para que me llene de serenidad -le dio un beso en la mejilla y tiró de su mano para que se levantara. Siguieron su paseo silenciosamente como dos buenos amigos. Luis no conocía la existencia de Frank.
Carmina había cumplido un año. Era una niña sana y alegre, vivaracha como su madre y tenía maravillados a su padre, a su abuela Amalia, y a cuantos amigos la conocían
Frank, a pesar de lo que le comentó con Loli, tenía sus miedos. Miedo a enamorarse otra vez; miedo a comparar a Loli con la esposa fallecida; miedo a perderla si se reactivase su enfermedad, ya que no podría soportar otra tragedia. Tan pronto veía todo blanco como todo negro, sin matices intermedios. Su escala anímica no tenía color. Seguía refugiándose en casa y en su trabajo. Ahora en plena actividad con la realización del proyecto de las nuevas oficinas: pintores, decoradores, electricistas...; aquello parecía una jaula de grillos, pero las obras iban a buen ritmo y de acuerdo con el proyecto. Con la suscripción de acciones se habían conseguidos los objetivos previstos; uno de ellos y el más importante implicar a los empleados en la empresa, se consiguió plenamente. Ellos habían asumido la tarea como algo propio y el porvenir comercial estaba limpio de nubarrones.
Recibió, a los pocos días, carta de Loli. Le decía que:
-... es mejor seguir de momento con esa sana amistad. No tengo prisa para atarme a nadie. Quiero disfrutar algún tiempo de mi renacimiento ...perdona la palabreja, Frank, pero es la más idónea para mi caso, pues me siento como si hubiera nacido de nuevo. Doy más valor a todo lo que me rodea, a mi trabajo, a la amistad con los míos -tú eres el mejor amigo, ya lo sabes-. Algo tan nimio pero tan bello como admirar la delicadeza de una flor y aspirar su aroma; reír con las ocurrencias de los niños que conozco y jugar con ellos es muy interesante para mí ahora. Quiero admirar de nuevo la grandiosidad del mar, sentir en mis manos el agua cristalina de las fuentes, ensimismarme con los colores de la naturaleza y tantas y tantas cosas que antes pasaban desapercibidas, que sería interminable detallarlas. Creo, amigo mío, que simultáneamente ha emergido en mí una gran dosis de romanticismo del que creo carecía. Supongo que tú eres más pragmático y mis palabras te aburran, pero permíteme que me explaye contigo a mi manera.
Seguía, Loli, expresándole sus inquietudes y pidiéndole que la comprendiera y que ...en cuanto al derecho a seguir el camino que quiera elegir, dejando otros más o menos interesantes y atractivos, supongo que lo dices en segunda y primera persona. Tanto monta, monta tanto, ¿no? Modifico aquel refrán tan español “no quieras para otros lo que no quieras para ti”. Mira a tu alrededor, seguro que tienes varios caminos... ya me entiendes. Te mereces algo mucho mejor que lo que parece pretendes.
Se despedía con besos para su hijita y con abrazos para él.
Deliberadamente eludió hablar de la instalación de la cámara de video Tenía que pensarlo. No estaba dispuesta a sentarse ante el escaparate del ordenador en días y horas preconcebidas y a exponer su cara distorsionada por las interferencias del sistema. Conocía someramente como funcionaban esas cámaras y, aunque comprendía su utilidad en asuntos comerciales donde el físico de los contertulios importaba poco, ella, muy coqueta, se resistía a la utilización de tantos adelantos. Había idealizado a Frank en su etapa anterior (mira que le gustaba la frasecita), y prefería seguir viéndolo con los ojos del alma, Aunque tampoco le afectaría mucho que su fachada fuera poco atractiva; era maravillosamente guapo por dentro, y eso le importaba mucho más.
Acompañó a Luis a una sesión cinematrogáfica. Reponían por enésima vez Esplendor en la yerba, un glorioso drama sobre el amor y sus barreras. En ella, se recuerda a Wordsworth: “...y cuando ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la yerba, del brillo en las flores, no te apenes, porque siempre perdurará la belleza en el recuerdo”. Solamente por ver actuar a la cautivadora Natalie Wood y al debutante Warren Beaty, merecía la pena volver a disfrutarla. Al salir tomaron un ligero refrigerio y, a pesar de su insistencia a salir de noche, Loli, cameladora, le hizo desistir hasta mejor ocasión. Luis, seguía tan enamorado que sólo veía lo que ella quería que viese. Se marchó tranquilo con el consabido beso en su mejilla, consciente de que a Loli le agradaba su compañía, pero ajeno a cualquier otra situación
Las cartas iban y venían. Frank recibió una de sus amigos Sara y José Ángel, con un apéndice de puño y letra de su ahijada Alicia. En ella le contaban el total restablecimiento de Sara gracias al donante anónimo de médula, a la ciencia médica y a los cuidados que todos tuvieron con ella, a los que nunca podría corresponder en su totalidad. Le decía que José Ángel seguía en el astillero, últimamente en una ligera recesión, pero que suponían fuese corta y no influyera negativamente en el trabajo. La niña y ellos, le recordaban con cariño y esperaban una visita si en algún momento volviera de viaje a España. Alicia le decía ... y me gustan mucho las “mate”, y ya sé multiplicar, y hago algún quebrado, y leo muy bien como dice mi profe, y me recuerdo mucho de ti, y tengo ganas de verte, y quiero ver a Carmiña, y ven pronto, y te mando muchos besos, y, bueno padrino, nada más.
Tenía ganas de verla. Cumplía mensualmente con la asignación prevista para soportar los gastos de sus estudios. Era lo mínimo que podía hacer para compensar el ánimo y la felicidad que le habían dado en aquellos momentos aciagos.
Todos los fines de semana seguía adjudicándose exclusivamente a su hija. Los viernes al mediodía salían hasta la cabaña: “abuela”, hijo y nieta para disfrutar del mar y de la playa, haraganear y desintoxicarse de la ciudad. Allí la encontraban, limpia y atendida por Meg y John que vivían en una casa próxima y cuidaban de la finca, con el intento de que cada visita de los dueños fuera más agradable que el anterior. No tenían niños, aunque los deseaban ansiosamente, así que Carmina era para ellos como una hija y como tal la trataban. A veces llegaban Richard y Anne de visita, con una simple llamada “...estamos de camino, Frank. Llevamos el postre” decía Anne. Y pasaban el fin de semana juntos. Largos paseos por la playa, chapuzones en las aguas verdes y transparentes, gozando del refrescante choque del agua con el cuerpo caliente; una buena pesca y tertulias hasta altas horas de la noche sin acordarse de la empresa o de los negocios. En ocasiones se les unían algunos vecinos, o Meg y John. Degustaban platos que Amalia y Meg se entretenían en preparar con tranquilidad, mucha tranquilidad; el antónimo de la agitación cotidiana. Carmina era una muñeca y el centro de aquel universo para satisfacción de su padre. Cada día estaba más preciosa y juguetona. Volvían con las pilas cargadas para los cinco días siguientes. Premeditadamente, intentaban que no durase más tiempo la carga.
Decidió contarle a Loli lo acaecido en el periodo en que estuvo enferma; missing para él, y se puso a ello. Narró, con detalle, las numerosas cartas que envió a su domicilio, la ansiedad soportada al no recibir respuesta, llegando a imaginar mil y una calamidades. Le habló del viaje a España en su busca y del encuentro con Carmen, que vivía en el mismo apartamento, ...y la confundí contigo. Al llegar a la cafetería, le dije: Hola Loli...”. Le habló del equívoco sufrido; de la corrección con que ella le trató, y de la ayuda ofrecida pasa buscarla, sugiriéndole una agencia de detectives; Frank continuó el relato con los nulos resultados obtenidos a pesar del tiempo empleado; la frustración que lo abatía al no tener pistas para hallarla ...temiendo te hubiese pasado lo peor. También le comentó su amistad con Carmen como fiel colaboradora, su enamoramiento, nunca correspondido antes de su vuelta a USA; ...yo le escribí para mandarle unas fotos que nos hicieron en el aeropuerto, y comencé a insistir en que tuviésemos una relación; creo que fue una autodefensa ante el fracaso de la búsqueda. Sabes que a veces funcionan estos sistemas sin que podamos evitarlos. Ella cordial y distante, en absoluto quiso corresponder, pero...ya me conoces. Soy tesonero y, al final, conseguí mi objetivo. Verla a ella era como si te viera a ti. Achácalo a una simbiosis de mi subconsciente. Era la más dulce y delicada de las mujeres, Loli, no te ofendas; no se mentir. Nos casamos, viajamos durante casi tres meses. Al final me dijo que estaba embarazada, todo normal, llenos de ilusiones; el capricho de que la niña naciera en su pueblo; el viaje desde USA bastante anticipado. Los acontecimientos se suceden: los dolores de parto una madrugada, la salida precipitada en coche (que yo conducía), el camión que se nos echaba encima y un accidente gravísimo, que ella no superó. Pero, generosa hasta el final, me dejó un trozo suyo”
Y eso es casi todo, Loli. Buscándote la encontré y llegué a bendecir ese día. Ella me decía:
-Te olvidas de otra persona: de Loli. Ella fue la que hizo que nos conociéramos, y me permito bendecirla por los dos.
La perdí, llorándola desesperadamente, y te vuelvo a encontrar semioculta en los dobladillos de mi corazón; ya sabes aquello de que: los caminos del Señor...
No quiero abrir más mi herida y que tú te disgustes, así que por hoy, solamente desearte salud y felicidad.
Un beso. Frank.
-Ya me parecía que algo muy grave había sucedido -pensaba Loli al leerlo- pero, a veces, la realidad supera a la ficción.
No quería pensar que su enfermedad fue ni peor ni menos mala que lo que Frank acababa de contarle. Simplemente de diferente crueldad. Cada uno lleva la amargura que le toca en la tómbola de la vida. Y la mayoría de las veces sin opción a cambiar la papeleta que, nos es obligado aceptar cuando llegamos. Daba la oración por pasiva y se metía en la piel de su amigo para intentar comprender su sufrimiento, pero era imposible. Son muy diferentes los papeles de protagonista y espectador; lo sabía por experiencia. Pero la talla personal de Frank había crecido. Seguir escribiéndole cartas sin respuesta; viajar a España para buscarla, dejando todo lo que tenía allá; sincerarse con Carmen poniéndola en antecedentes de todo y aceptar el ofrecimiento de colaboración para encontrarla -supongo que llegó a comentar particularidades del amor que me tenía, o nos teníamos-, la búsqueda infructuosa, que seguramente la obligó a soportar sus decepciones. Eso significaba que Frank es mucha mejor persona que la que yo conocía antes de mi enfermedad . Fue normal que se enamorara de la mujer que le ayudó en la empresa. Absolutamente nada que reprochar. Al contrario.
Mucho antes idealizó a su amigo, pero ahora había ganado muchos enteros en su ranking particular, estaba en grado sumo en el altar de su corazón, aunque no quería reconocerlo. Mejor olvidarlo y, sobre todo, intentar que se enfriasen los rescoldos que se avivaban. Notaba su calor. Le narraría someramente su historia. También tenía derecho a conocerla.
Empezó cuando le diagnosticaron la cardiopatía valvular, los numerosos análisis y pruebas, y el deterioro que experimentaba a pesar de los tratamientos; la baja en el Instituto y el regreso a casa de sus padres con una excedencia laboral, ...después de haber tomado la determinación de cortar, sin explicaciones, nuestra correspondencia, en la creencia de que era lo mejor. Continuó relatándole la historia. La estricta dieta a la que fue sometida durante el periodo que estuvo en lista de espera para un transplante como única salida; la alegría que experimentó el día que le avisaron que un corazón le esperaba; el postoperatorio y la convalecencia sin apenas rechazo, el mimo con que fue tratada por el personal, la vuelta al trabajo con “sus chicos“. En fin, amigo, simplemente la andadura de un camino sin retorno que me fue impuesto. Pensaba hace un momento que cada uno de nosotros hemos tenido diferentes situaciones brutales y amargas. Yo me repongo con celeridad y quiero, fíjate que no digo espero o deseo: ¡Quiero! que tú estés repuesto cuando me leas. Sigue tu vida, disfrútala, como te he dicho; dedícate a tu hija, a tu profesión, a tus amigos y no olvides nunca a la mujer que adoraste y perdiste; ella desde allá seguirá viéndote como eres. Como te veo yo.
Tampoco quiero extenderme más. Si en alguna ocasión quisiéramos pormenorizar algo de lo hablado lo hacemos, con la promesa de que será únicamente para mejorar nuestra calidad de vida, no para sufrir. En este último caso, me niego rotundamente a comentarlo. Como si no hubiera pasado ¿De acuerdo? ¿Me lo prometes?
Besos, muchísimos besos a tu hija. Y tú recibe mi afecto especial.
Loli.













Allá, en Key West, habían inaugurado la nueva sede de la empresa. Luminosa, funcional y amplia. Algo ostentosa si se miraba con ojos europeos, pero normalita para los indígenas. Tan febril era su actividad, que algunos técnicos casi vivían en ella, dada la premura en terminar proyectos y trabajos, funcionando sincronizadamente bajo una hábil dirección. Frank se sentía muy satisfecho de su obra y comenzaba a recuperarse emocionalmente, aunque no podía olvidar a su esposa. Todos los días dedicaba una hora de su tiempo en ojear el álbum con fotos de sus padres desteñidas por el tiempo, otras de su infancia y adolescencia, y, como no, muchas recientes que hablaban de dicha compartida en los parajes visitados, recreándose en comentarios y situaciones del viaje de novios, y depositaba, al terminar un beso en la foto enmarcada. Se le escapaba alguna que otra lágrima, pero sabía que necesitaba mirar al frente, sin olvidar el pasado.
Loli continuaba con su tarea: preparación de temas, horas de clase, claustro de profesores, estudios, (siempre tenemos algo que aprender, decía muchas veces). Aceptaba salir algún que otro día con Luis. No tantos como él demandaba. Un concierto; la visita a algún museo o, simplemente, un paseo sin prisas hablando de todo, cogidos de la mano, sentados en un parque o delante de un café.
-Si no te agrado, me lo dices; no quiero que te sientas obligada a salir conmigo por piedad; sabría comprenderlo. Intuyo que tienes un amor que no conozco y me ves solamente como amigo. En este caso, seguiremos siéndolo, no te preocupes, pero déjame estar a tu lado, como novio o como compañero. Sólo te pido eso. -Le dijo con acento apasionado.
-Luis, eres un amor, y tienes derecho a saber algo de lo que tengo aquí dentro -puso la mano en su pecho-, además de un corazón regalado. Antes de mi enfermedad comencé una relación por carta, algo atípica, con un chico. Epístola va, epístola viene. No quiero entrar ahora en detalles. Fue como un sueño, pero se frustró al diagnosticarme la enfermedad. Corté el contacto sin darle explicaciones. No lo olvidé, pero el mal irreversible que me aquejaba diluyó bastante el hechizo. No podía permitirme tener bellos e irrealizables sueños. Como sabes, salí milagrosamente de aquello y me encontré en la obligación de escribirle para que comprendiera el motivo de mi brusco silencio, aunque sólo fuera por cortesía. Y lo ha comprendido, aunque me reprochó no haberle permitido ayudarme dentro de lo posible; él también había sido tratado brutalmente, jugándole el destino malas pasadas. Vivimos muy lejos y seguro que, al fin, todo quedará terminado. Pero necesito, Luis, poner en orden mis pensamientos y mis afectos; separar las quimeras de las realidades y aún no sé donde terminan las unas y comienzan las otras. Estoy en la frontera, miro a ambos lados para distinguir en qué sentido debo ir y la niebla me lo difumina. Dame tiempo, sigamos así, como buenos amigos si quieres, y no te ilusiones demasiado. No sería bueno para ninguno de nosotros.
-No sé si asombrarme, Loli, ya que entre lo que me cuentas y las metáforas que empleas me permite intuir bastante más de lo que has dicho. Soy consciente de que no debo preguntar nada más. Percibo que estás a gusto a mi lado y, de momento, me complace. Nos daremos tiempo y solamente te ruego que cuando la niebla se disipe, sea yo el primero en saberlo. Gracias, amiga. -Alzó su mano hasta depositar un beso en ella.
Ella regresó a su casa. Tras una ducha y una frugal cena, conectó Internet y observó que tenía un mensaje en su buzón de entrada. Era de Frank.
Después del saludo insistía en la conveniencia de que instalara una cámara de videoconferencia, según habían quedado. Le contaba que ya trabajaban en la nueva sede social, describiéndosela someramente, con cierto orgullo profesional. También de que la suscripción de acciones por todos los empleados fue un éxito, ante el prometedor futuro que vislumbraba, ...aunque aún me quedan ilusionados sueños por realizar. Algunos, muy pocos, profesionales; otros muy personales, ya que necesito llenar carencias; algunas de mi hija y otras mías. Leí con detenimiento tu última carta y voy a hacerte caso ya que quieres que esté repuesto de todo. Lo intentaré, te lo prometo, aunque tengo la seguridad de no conseguirlo sin tu ayuda. No me la niegues, por favor. Sin olvidar, borremos este intervalo y sigamos, amor, juntos aquello que empezamos, deseosos de compartir. Realicemos los sueños aletargados -nunca mejor la palabra-, durante este invierno de nuestras vidas y abramos la caja de los recuerdos. Si el destino nos devuelve las sonrisas que nos robó con crueldad, y quiere volver a unirnos, no vayamos contra él. He meditado mucho esta declaración y al final la hago; acógela con el mismo cariño con que la escribo y dime si notas que el rescoldo se aviva.
Loli lloraba. Por sus mejillas caían gruesas lágrimas. Aunque amargas como tantas y tantas pasadas, ahora de felicidad. Poco a poco le devolvían, además de la vida y el trabajo: el amor. La niebla se disipaba y un camino real estaba delante de ella. Y lo iba a tomar.
-Claro que lo voy a tomar, sin falsos pudores, con decisión y con esperanza. Tengo derecho y él también lo tiene. Ahora mismo le contesto y mañana compro la cámara de video..., faltaría más.
Fue breve en la respuesta. Le agradecía sus frases y antes de despedirse cariñosamente, le dijo ...y mañana, jueves, tendré instalada la cámara de video, así que a las diez de la noche, hora española, estaré para que veas y oigas todo lo agradable que quieres ver y oír. ¿De acuerdo? Te espero, ilusionada.
Frank suspiró con alivió al leer esta lacónica y tranquilizadora carta y puso su reloj biológico en marcha descendente. Faltan menos de 24 horas para un acontecimiento singular, y se preguntaba: ¿Cómo será?, ¿me defraudará físicamente?, ¿le gustaré?, ¿y si ella busca alguien muy atractivo? Miraba mirar el reloj continuamente, hasta el punto que Richard se lo hizo notar en una reunión que tuvieron.
-Frank..., ¿esperas a alguien? Te noto distraído e inquieto
Ella también se hacía las mismas preguntas y aunque prefería que la belleza de una persona fuera interior tampoco le gustaría compartir su vida con un adefesio de hombre. Recordaba que en alguna de las primeras cartas le dijo que su talla era de 1,73 mtrs. y que pesaba 72 kgs., medidas que estaban dentro de lo normal, incluso mejoraban la de otros que conocía. Su figura, debido a la dieta impuesta y al ejercicio diario, era más esbelta que dos años antes, así que esperaba no defraudarlo. Aunque, nunca se sabe.
-Estos americanos suelen venir programados para tener a su lado una barbie como las que incluyen las portadas de Vogue o Playboy.
Loli conectó puntualmente a las diez y cinco; Frank ya estaba al otro lado. Con un maquillaje somero, sabedora que la fisonomía pierde bastante a través de las cámaras. No obstante encontró una cara varonil agradable. La imagen no era demasiado nítida, pero se percibía una mirada viva. Grandes entradas preludiaban una incipiente calvicie, y sonreía mientras saludaba:
-Hola Loli, ¿que tal estás?, aunque la pregunta creo que no procede; veo que maravillosa. Y eso que tienes poca luz ahí.
-Hola Frank –su voz era algo turbada-, estoy bien, y nada maravillosa. Y es que, acostumbrada a las pasarelas, prefiero poca luz para pasar desapercibida -se atrevió a bromear.
-¿Me imaginabas así?, ¿defraudada?, ¿represento más edad?
-Para, amigo; frénate. Pues sí. Creo que te ajustas perfectamente a la foto que tengo aquí -le contestó risueña, con un dedo en su cabeza-. Y aunque fuera totalmente opuesta no me importaría en absoluto. Tienes algo muy bello dentro y eso te hizo atractivo, hace tiempo, para mí. ¿Y tú?, ¿me imaginabas así?
-Menos atractiva de lo que eres, de verdad, y no es un cumplido. Tienes una belleza serena, nada sofisticada, un óvalo de cara agradable, ojos preciosos, aunque no capto su color. Un aspecto muy juvenil. Me gusta lo que tengo ante mí.
-¡Oye!, que soy joven. No una adolescente, pero nada vieja. ¡Ah!, y mis ojos no son ni azules ni verdes, qué más quisiera yo. Son de color castaño, ¿y los tuyos?
-Marrones. Supongo que castaños como los tuyos. Tengo la sensación de que te he visto siempre; y no se explicarme, pero tu figura también la tengo aquí -en su cabeza- y aquí -su pecho-, eres..., como diría..., algo familiar, conocido, cercano..., no sé...
Decía la verdad. Cuanto más la miraba más convencido estaba de haberla visto. Alguien de su entorno, acaso de alguna empresa con las que colaboraba...; nada que ver con su adorada Carmen, con una belleza diferente, cada una en su estilo, pero.. era cierto que comenzaban a prometerse cosas sólo con mirarse.
-Nos habremos conocido -Loli le sacó de su ensimismamiento- en una vida anterior; quien sabe si en la España de la Edad Media, o cuando llegué con los descubridores de América, o, acaso, cuando vivimos en China, durante la dinastía Ming –sus palabras rezumaban guasa punzante.
-No te mofes, cielo, que mi sensación es positiva y cercana, muy cercana, mi subconsciente me lo dice, pero..., mejor. Sé que eres real, como te he visto siempre y... dejemos de divagar. Te decía en mi última carta que, sin olvidar emprendamos de nuevo el camino que iniciamos felices hace un tiempo. Yo te quiero a mi lado para compartir todo lo que tenemos, quiero que veas en mí al de antes. No pienses que te dejé por otra, que no es así. Sabes que te busqué, y al no encontrarte me aferré desesperadamente a un ser tan bello interior y exteriormente como tú, ni mejor ni peor, solamente diferente a ti, como diferentes son dos pinturas de Murillo y El Greco, pero seductoras ambas. Me dejó una hija, que es lo que más quiero en este mundo. Me necesita, mejor dicho nos necesitamos. Sin ella, creo que no estuviera vivo; y precisa una madre. Dale una oportunidad, Loli. Estoy seguro que sus primeras palabras serán: mamá, papá. Y no llores, por favor.
Lágrimas de felicidad bajaban por sus mejillas, mientas los ojos de Frank estaban humedecidos. Pasaron unos segundos en silencio, mirándose, con la magia del momento.
-Si no lloro, amor, a veces se me meten las pestañas en los ojos -le contestó entre hipo e hipo.
-Ummm, ¡amor!, ¡cuántas veces lo leí en tus cartas y qué feliz me hacía!; ahora lo oigo de tu boca y suena gloriosamente en mis oídos. Gracias. Pero contéstame a lo que te acabo de pedir, aunque creo que no son necesarias las palabras, tus ojos expresan lo que sientes.
-Muy observador, cariño, efectivamente. Las mujeres tenemos recursos para hablar sin mover los labios y los hombres inteligentes, y enamorados, los captan perfectamente. Y tú eres inteligente.
-¡Y enamoradísimo! -terció Frank inmediatamente.
-Y enamoradísimo, casi tanto como yo de ti -respondía mimosona- aunque no debemos precipitarnos, sigamos una temporada conociéndonos y...
-¿Conociéndonos? -le interrumpió él- Nos conocemos de otra vida anterior; ¿no es cierto?, y ahora vivimos un presente, un reencuentro, y el preámbulo ya pasó. No lo alarguemos más. Te espero en esta tierra tan hispana, con los brazos abiertos. No demoremos el viaje. ¡Por favor! -acabó con un gracioso mohín en su cara.
-Anda, no seas impaciente, es el primer día que hablamos “como antes”. En menos de dos meses se acaba el curso, dame algo de tiempo para reponerme y te prometo que haremos planes.
-¿Estás aún convaleciente? ¿Pero no me habías dicho que te habías recuperado totalmente?
-Sí, estoy físicamente recuperada. Pero necesito poner en orden y al día mis sentimientos. Han sido muy intensos. Sé paciente. Todo llega; y como todo llega, amor mío, aquí son cerca de las doce de la noche y mañana trabajo, así que... un beso.
-OK., Loli, otro para ti. Lleno de esperanza. ¿Nos vemos mañana?
-OK.—respondió con una amplia sonrisa-, vale, de acuerdo; todo quiere decir que sí. Cuídate. Muackkk.
-Tú cuídate también. Te quiero.
-Y yo.
Loli se fue inmediatamente a la cama, a gusto con las circunstancias y consigo misma. Era como viajar hacia atrás en el tiempo. Frank, sin embargo, todavía tenía que dictar varias cartas a su secretaria. Pasó al despacho de Richard para cambiar impresiones, firmó el correo y salió antes de la hora. Dejó el coche en el aparcamiento y paseó dando un rodeo camino de su casa. Necesitaba estar a solas, tomar el aire de la tarde. Algo flotaba en su interior sin llegar a materializarse. Como un recuerdo; como una intuición imprecisa y tenue. Tomó una cerveza y paró un taxi al salir. Quería jugar con su angelote antes de que se acostara. Cuando llegó, Amá la envolvía en una toalla y se la quitó de los brazos haciéndole carantoñas, disfrutadas con algazara por la niña, y arrobado con aquella carita angelical le dijo muy bajito: ¿...Sabes que vas a tener una mamá?
-Ta, ni, to, ta -siempre contestaba lo mismo. Aún tenía un repertorio muy escaso.
Amalia le hablaba siempre en castellano. Él lo mezclaba con el inglés. Los dos querían que las primeras palabras que aprendiera fuesen “papa”, y “abu”. La interesada ni lo intentaba.
Amá estaba entretenida, pero creyó oír la palabra final y, curiosa, preguntó:
-¿Qué dices de mamá?, desde que me adoptó, soy su abuela, y nunca consentiré que me llame mamá.
-No he dicho nada, vieja gruñona, ni he mencionado esa palabra -le dedicó la más cariñosa de las sonrisas, al tiempo que con la niña en brazos le daba un beso en su cabello blanco –creo que pierdes el oído.
-Ya, ¡si no te conociera!..., venga, preciosa mía, a momir, que te lleva abu a la cunita... ¡Vamos! -se dirigía a Frank con acritud, mal disimulada- Que es muy tarde; ya te esperamos demasiado.
Cantándole una nana, llena de amor y de cadencia caribeña, se la llevó medio dormida.
Quiso cenar en la cocina, como otras veces, con Amalia y con Bonita. De no haber sido por Bonita se hubiera sincerado hablándole de Loli. Estaba radiante y desbordaba felicidad. Ellas cambiaron miradas de complicidad ya que notaban algo.
Nada más levantarse se programó para que a las diez de la noche “...hora española, como ella dice” pudiera estar frente a su pantalla. Nada lo impidió, como tampoco los siguientes días. Ya era una costumbre. Hablaban de todo, pero especialmente se miraban, como si estuvieran cara a cara ante unos cafés. Solamente les faltaba extender los brazos y tocarse las manos. Se habían dado tiempo. Pronto llegarían las vacaciones de Loli y era el momento de planear algo. A Frank se le hacía más familiar la cara de su amada, cada día que pasaba, pero era incapaz de situarla; como si en su interior un tul velara su imagen. Ella, sin embargo, tenía la impresión de que lo conocía de siempre, como un amigo de su adolescencia.
Además de hablar diariamente de cuanto les apetecía, cine, arte, informática -él como experto con mucho que enseñar y ella como alumna con ganas de aprender-; o de intercambiar sensaciones o situaciones vividas en el día a día, surgían comentarios sobre sus respectivos pasados y eran habituales las referencias a cada uno de ellos. Como cuando él le preguntó:
-¿En qué clínica te hicieron el..., bueno la... operación?
-En el Hospital General Autonómico de Galicia –le dijo-. Frank no expresó su asombro. Mejor pasar del tema, pero ella, notó algo y sonsacó:
-¿Lo conoces?
No podía eludir la respuesta y no tenía sentido posponerla. Con la máxima naturalidad confesó:
-Claro que lo conozco, amor mío. Lo nuestro está lleno de casualidades, tantas que pienso que al “señor azar” se ha enseñoreado con nosotros. Allí llevaba a Carmen para que diera a luz; allí nació mi hija; allí murió ella y allí me curaron. En él pasé los momentos más amargos de mi vida -una lágrima resbalaba por su mejilla- y también recibí el mejor trato de cuantas personas conocí. Les tengo, a pesar de todo, un profundo agradecimiento.
-Pues sí que es otra casualidad. Aunque mi enfermedad no me la diagnosticaron en ese hospital, todo el proceso hasta que salí reparada -perdona la expresión- fue seguido por su equipo médico. Tampoco conozco palabras de agradecimiento con las que expresarles mi gratitud.
-El mundo es un pañuelo, Loli, como decía mi madre.
-Sí. Y de señora.
-¿Por qué de señora y no de caballero?
-Tonto, porque los de señora son más pequeños, como todo lo nuestro, los pies, las manos,...
-¡Menos los ojos! -le interrumpió con una carcajada él-, los tuyos son más grandes que los míos y eso no es justo.
-Xacto -Loli siguió la broma- los tuyos son más pequeños, pero con chispitas. Me gusta tu espontaneidad.
-¡Las notas, eh! Pero sólo si estoy enamorado, como ahora.
Era tarde, se despidieron hasta el lunes siguiente. Frank iba a su retiro de la playa y como le dedicaba casi todo su tiempo a la niña se aislaba del mundo exterior, como ella sabía.
-Dale muchos, muchíiisimos, besos a Carmiña, amor, y uno muy cálido para ti -acercándose a la pantalla con sus labios -y hasta el lunes. Cuídate, te necesito.
-Gracias, mi vida, se los daré, sé que le gustan, y tú cuídate, ya que te necesito más que tú a mí. Muackkkc. -Llevó sus dedos a la boca para enviárselo-. Adiós.
La mañana invitaba a relajarse. La niña jugaba con la arena a la sombra de unas palmeras, mientras le tomaba numerosas fotos. Ella se afanaba en llenar un cubo con agua, vaciarlo y volverlo a llenar, mientras su padre le llamaba la atención para obtener poses originales. Y claro que las consiguió. En algunas, parecía una croqueta en la que únicamente aparecían los ojos; el resto estaba rebozado de arena. Disfrutó como un chiquillo con ella y con otros niños que se acercaban a jugar. Algunos, algo mayores, entablaban transcendentales conversaciones, en aquel idioma tan primitivo de monosílabos y gestos que, todos ellos, tan bien dominaban.
Al regresar ya esperaba tata Amalia para el consabido baño.
-¡Ay mi nena!, seguro que traes más arena que la que has dejado en la playa! Me vas atascar el desagüe ...pero tengo que bañarte. Ven, preciosa, mi vida, mi amor, que abu te deja aseadita pa darte las popas.
Cuanto amor se profesaban. Era cuanto Frank poseía en la vida. Y, a pesar de todo, daba gracias al cielo por tenerlas. Otros, con incontables amigos y aduladores, estaban solos en una sociedad totalmente egoísta y desnaturalizada.
Las comidas en la cabaña eran invariablemente sorprendentes. Amalia, muy buena cocinera, las improvisaba y acertaba de pleno. Conocía los gustos de su nene, como algunas veces y en privado llamaba a Frank, a cambio de recibir de él otros apelativos verbalmente menos cariñosos, como solterona, vieja gruñona, y otros, pero tan tiernos que ella, a pesar de saberlo, replicaba:
Ni vieja, ni gruñona, ya te gustaría a ti tener mi garbo sandunguero. Si salgo a comprar me echan piropos a cada paso y no soy capaz de ahuyentar a los moscones, y solterona, sí, porque he querido.
-¡Anda ya! Algún carcamal como tú, tatarabuela, pero si has llegado a una edad en la que sólo tienes una arruga... así de grande, como para que se fijen en ti... -ponía los brazos en cruz para dar más énfasis a sus palabras. Siempre acababa dándole un beso en la frente o en su blanca cabeza. Ella, le devolvía la caricia con los dedos en su cara; lo miraba, al tiempo que añoraba otros momentos, y mascullaba entre dientes: ¡cuánto has crecido, bribón!
-Pero, bueno ¿es que siempre has de decir tú la última palabra y con tanta claridad que no me entero de nada?, ¿qué murmurabas?
-Nada, nene mío, añoranzas de vieja cubana, no me hagas caso.
Si estaban solos se permitía hablarle como lo hacía en los años lejanos de su infancia, cuando lo reñían por cualquier diablura y se refugiaba mimoso en su regazo.
Frank era feliz en el paradisíaco refugio de los fines de semana, y desde los martes ya empezaba a sentir la necesidad del descanso. La verdad es que le dedicaba muchas horas a la empresa; y aunque se desentendió de muchas labores físicas, sentía la necesidad de supervisar la mayoría de los trabajos. Cambiaba impresiones con los técnicos, puesto que preferían consultarle modos y maneras de enfocar algunos problemas, y para los que siempre tenía un parabién, y últimamente esperaba la llegada del lunes y el contacto con Loli. El rato que estaba con ella, además de resultarle relajante, le servía de evasión de su quehacer diario. Dejaba órdenes estrictas a Daisy, su secretaria, de no ser molestado, “...salvo en caso de incendio, y sólo si los extintores no funcionan”, como le dijo textualmente. Faltaría más que ella no cumpliera escrupulosamente la orden de su admirado jefe. Le faltaban dos años para llegar a la jubilación y ambos estaban tan compenetrados que, a veces, con cruzarse una mirada sabían lo que el otro quería.
-¡Qué será de mí cuando jubilosamente me dejes! -le decía a veces, y la frase era de pesar.
Ella, afable, le contestaba que nunca se iría definitivamente, que seguiría a su disposición dondequiera que estuviese. “...además, recuerda que soy la consejera de más edad, y me siento obligada a fiscalizaros”. Sentía una gratitud inmensa desde que, sin trabajo, y sin importarle su madura edad y sí la experiencia, la había incorporado a la empresa. Ahora, aunque sin familia, caminaba, gozosa y agradecida por el camino que él le había abierto. Le daría la sangre que le pidiera. Sin dudarlo.





















Loli salió el sábado con Luis. Reponían Agua, azucarillos y aguardiente y él, castizo, era un forofo de la zarzuela. Tenía entradas para la sesión de noche, según le dijo por teléfono: “tomaremos una ligera cena y disfrutaremos de la obra”. A Loli no le entusiasmaba un género tan madrileño y español, pero no mostró desagrado. Le acompañó algo ausente, sin enterarse de nada, atenta a los gestos y breves comentarios de su amigo, absorta en sus íntimos pensamientos, que viajaban a la velocidad de la luz más allá de los mares.
Luis, prudente, no sacó a relucir el tema que días antes ella le confesó. Prefería dejar pasar el tiempo y seguir ignorante, aunque notaba que eran como dos líneas divergentes, cuanto más enamorado estaba él, más se distanciaba ella.
Salieron de la representación, tomaron un taxi y a la puerta de su casa, como siempre, se despidieron amigablemente, no sin antes hacer él un tanteo:
-Si quieres vamos mañana a Gandia a comer un arrós amb faves al forn, o un arrós amb costra, que tanto te gusta.
-Gracias, Luis, pero quiero dedicar la tarde dominical a preparar la lección del lunes. La tengo un poco flojilla, ya sabes.
-Vale, no quiero pensar que mi compañía te desagrada y...
-¡Pero..., como dices eso! -le cortó rápidamente ella- Si estoy siempre, fíjate, siempre, encantada a tu lado. Eres mi mejor amigo. Sabes que es cierto y, aunque mi corazón pudiera llegar a estar con otra persona, nunca dejarías de serlo. -Acabó, como siempre, con un amistoso beso en la mejilla, deseándole un feliz domingo.
-Que frase tan espontánea me ha salido –quedó pensativa- y que profunda es. “...mi corazón pudiera estar con otra persona...” Pero si ya estuvo, con una persona y más tiempo que conmigo. Tengo que cuidárselo, ella lo preservó generosamente para mí... ¿ella?... claro, ella, la persona. ¿Sería ella o él? ¡Mira Loli que si tú, tan femenina, tienes “algo de hombre”!...-musitaba, mientras subía hacia su piso sonriente, aunque visiblemente emocionada.
El lunes se conectó con Frank, vió como se sentaba colocándose los cascos, sin percatarse de su presencia. Distraído se entretuvo unos segundos con algo que tenía en la mesa. Ella esperaba que mirara a la cámara para saludarle y al levantar la vista se sorprendió levemente, como cuando se coge a alguien “in fraganti”.
-Buenas tardes, amor, estás radiante -La saludó con aquella sonrisa fácil que a Loli tanto le agradaba.
-Buenas noches, tú también lo estás.
-¿Se me nota mucho?
-Mucho, pero menos que a mí.
-¡Guasona!, es que tú lo escondes. Yo, con mi pecho de cristal, no puedo; me brota y se me ve todo. Estoy tan feliz -alargó la palabra premeditadamente.
-¿Y puede saberse el motivo de esa felicidad? -inquirió ella irónica.
-No hay motivo. Pero dejo que lo averigües, aunque creo que ni en mil años lo adivinarías -seguía Frank la broma iniciada por su amada.
-A ver..., déjame pensar..., ¿un negocio sustancioso?
-Frío, frío; mejor dicho: helado –aguantaba la risa.
-¿Unas vacaciones muy esperadas en alguna isla paradisíaca con una compañía muy especial?
-Gélido, totalmente polar –imperturbable.
-No sé..., ¿una mujer?
-Templado, bastante caliente.
-¿Guapa?
-Muy caliente. Para mí la más bella –la miraba sin pestañear.
-Ummm, ..., ¿está lejos?
-Frío, muy frío; está muy cerca.
-¿Ahora también?
-Te quemas. Sobre todo ahora, amor.
-Pues me rindo. No veo a nadie ahí a tu lado.
-Ya te lo decía yo. Ni en mil años.
Estrepitosa carcajada a dúo. Hasta les brotaban lágrimas de la risa. No. De felicidad.
Se intercambiaron las vivencias del fin de semana. Él le contó hasta las veces que le cambió los pañales a su hijita. Si comenzaba cualquier otro comentario, siempre terminaba con algo alusivo a ella. Deliberadamente omitió hablar de las incógnitas que tenía pendientes de descifrar. Temía revivir recuerdos poco gratos y desvanecer el sortilegio del momento. Ella, como de pasada, le habló de la zarzuela que había visto con Luis. Insistió en la negativa a su invitación para comer el domingo un arroz con costra, a pesar de que era uno de sus platos preferidos y por lo que casi siempre claudicaba dejándose convencer,
-...así que el domingo preferí quedarme en casa, enviándote mentalmente mis mejores vibraciones. Pensaba: ahora se despereza; ahora desayuna; o se habrá ido a la playa con su hija; o comerá con amigos. En resumen, pensé en ti. Te dediqué todo el día, ¿no te diste cuenta de mi etérea presencia?
-Claro que sí. Percibía que eras tú, ¿quién sino?
Frank salía de viaje y estaría tres días fuera por motivos profesionales.
-Si no puedo conectarme a nuestra hora, no te aflijas. Pero ten en cuenta que estaré mentalmente contigo. El viernes, como siempre, ¿OK?
-OK. cielo, me hago cargo, y no te intranquilices, sé esperar. Un beso, que me voy a dormir -acercó sus labios, cariñosamente, a la pantalla.
-Otro...sss cientossss para ti. Te quiero. Nos vemos, amor.
Y cerraron la conexión.
Frank pasó toda la tarde dándole vueltas a lo que, desde hace días, le obsesionaba. Tenía que preguntarle restándole importancia y como de pasada, la fecha de su transplante.
-¿Acaso Loli?... -pensaba-,. Imposible, no pudo coincidir en absoluto. Además durante mi estancia no oí nada al respecto. Y eso se sabe. Déjalo así, Frank -se dijo-. Ella altruistamente se dio en vida, primero a mí, después de su muerte a otros. No tengo derecho a remover esto por curiosidad. Fin del asunto. -Acabó, aunque no muy convencido.
Daisy lo sacó de su meditación anunciándole, por el teléfono interior, la visita del Sr. Williams, presidente de una importantísima empresa considerado como uno de sus mejores clientes.
-Espera, salgo a recibirle.
-Lo suponía -dijo ella.
Abrió la puerta de su despacho, con la mano extendida.
-Iba a preparar café -ofreció Daisy al cerrar la puerta tras ellos-. ¿Les apetece?
-No, gracias. A estas horas me quitaría el sueño -aseguró el visitante-. Ya duermo demasiado poco.
Frank aceptó con un gesto.
-¿Un zumo de naranja fresquito, Sr. Williams? -insistió Daisy.
-OK. Sí. Gracias. -Le agradaba hablar con ellos en ambos idiomas.
Expuso brevemente el motivo de su visita. Pretendían abrir una sucursal en España que sirviese como puente para dar el salto al mercado europeo. Valoraban varias opciones, aunque acariciaban la idea de instalarse en Madrid o Barcelona. En principio no habían descartado otras ciudades siempre que contasen con una planta comercial que reuniese las condiciones necesarias en cuanto a superficie y equipamiento. Al final, se habían decidido por una en Madrid. Era una de las ciudades más cosmopolitas y centro neurálgico. Quería que se encargase, personalmente, de estudiar un proyecto semejante a otros que ya habían realizado.
-Ya sabes, Frank. No reparamos en gastos. Queremos lo mejor. El personal directivo lo llevaremos desde aquí y hemos iniciado allá la captación de personal técnico cualificado. No nos importa la edad. Sabemos valorar tanto la experiencia de una persona madura como la fuerza interior de muchos jóvenes valores que esperan una oportunidad y se la vamos a dar. Unos y otros tendrán que demostrar que valen lo que cuestan.
Antes de salir, pidió a Frank que le enseñara la nueva sede. Quería verla, sino hubiera bastado una llamada de teléfono para el encargo. Quedó maravillado del modo de combinar la técnica con un ambiente luminoso de febril actividad, agradable y humano.
Frank prometió que el lunes siguiente se pondría en contacto con ellos para recabar información e iniciar el proyecto. Agradeció su visita y la confianza que, desde siempre, tenía en ellos.
Al volver a su despacho, intercambió una mirada elocuente con su secretaria. Daisy sabía que la visita había sido positiva. Muy positiva, se atrevía a asegurar.
-¿Puedo felicitarte, Frank? -nunca hubiera dicho esto si hubiera alguien cerca de ellos. El cariño que como al hijo que nunca tuvo le profesaba, le permitía tratarlo como tal, sin que ello desmereciera el respeto que, indudablemente, le tenía.
-Podemos felicitarnos, Daisy. Tenemos seguro uno de los mejores contratos de los últimos tiempos.
-Gracias, jefe por la parte que me corresponde -le dijo en perfecto español.
-Gracias a ti. No tengo para darte tantas como mereces. Eres una joya -le repuso en el mismo idioma. Había complicidad entre ellos. Como una especie de telepatía.
La visita sirvió para que tuviera ocupada su mente el resto del día. La responsable envergadura del encargo le tendría atareado bastante tiempo, hasta distribuir las tareas entre su personal técnico. Posiblemente tendría que viajar a España. De seguir así, las nuevas y flamantes oficinas se quedarían pequeñas –pensó- aunque, emulando a Peter, no quería ascender por encima de su techo. Comenzarían los fallos. Mejor por debajo y rendir al máximo donde estaban.
Y llegó el viernes esperado para conectar con Loli. Los tres días de viaje habían sido agotadores. El refuerzo de Richard y tres de sus más cualificados colaboradores no evitó que el peso de las reuniones recayese sobre él.
Acababa de llegar a su retiro del fin de semana y se dio cuenta que eran las diez y cinco de la noche en España. Ella estaba distraída con los cascos puestos.
-¡Ejemmm, ejemmm! -carraspeó él con guasa-, ¿alguien ahí? No veo nada.
-¡Aquí, aquí! -ella agitaba ostensiblemente le mano-...Frank, ¡Frank!, ¿no me ves?, qué raro, si nunca había pasado esto -si estás de broma, vas a quedar chasqueado, canalla, decía para sí. -Bueno, tendré que cortar, se ha olvidado de mí...
-Oye, Loli, que te veo; que es una broma -pero ella le daba una dosis de su medicina.
-¡Umm!, creo que llamaré a Luis. Aún llegamos a ver esa película -dijo en voz baja, aunque audible, pensativa, con la mano en la barbilla y una mirada a su reloj. Mientras, oía unas voces desaforadas que le destrozaban los tímpanos.
-¡Vaya!, pero si estás ahí -mintió descaradamente-, pues por un pelín no me he marchado al cine, tardón.
-Ufff. -dijo él-, te decía que era una broma, cielo, pero algo raro sucedió, ¿qué tal estás?
-O sea ¿que no oíste nada de lo que decía? -¿no querías caldo?, pensó.
-Que sí; al carraspear simulé no verte, no te enfades, anda, que bromeaba.
-¡Ya!... ¡tonto del bote!, ¿creíste que yo hablaba en serio y no te veía? Date cuenta que cuando tu vas yo estoy de vuelta. Pero, no te enfades, eres el tonto del bote más encantador de la tierra. Y entiendo del tema ¡tela marinera!... -hizo un gesto con su mano.
-¡Guasona!, ¿por qué cada día que pasa estas más guapa?
-Porque soy como los vinos: cuanto más viejos mejor bouquet, y... voy haciéndome añeja.
-Dime algo de lo que hiciste estos días ¿Te acordaste de mi?
-En absoluto, ya se te figura, pero tengo una agenda que me da la vida. La consulto a cada momento.
-¿Que te da la vida? No sé que quieres decir... -hablaba en serio. No entendía nada.
-Es una expresión que indica que sin ella estaría perdida para recordar algo como, por ejemplo, que hoy es viernes y que a las diez, no a las diez y cinco o más, tenía que conectarme a Internet.
-OK. Acepto la reprimenda, pero es que tuve que cambiarle al pañal a mi hija Ese fue el motivo del retraso -la cara que puso denotaba fehacientemente la inútil explicación.
-Acepto tus excusas, vaquero, pero ya lo confirmaré con ella. No me fío nada de ti.
-Pues te la paso y habláis las dos. Aunque temo que tendré que traducirte lo que te diga.
-Pues mira; sí no está dormida, me gustaría verla.
-Un minuto...
Y llegó al poco tiempo con la niña en brazos. Miraba con sus vivos ojos todo lo que tenía su padre en la mesa, e intentaba alcanzar lo más cercano.
-Es preciosa, Frank, que hija tienes. Y vivaracha. Me encanta. Dale este beso que le envío -y él la besaba en su cabecita.
-Sí, es lo más bonito del mundo, por lo menos de mi mundo. Espera que la llevo de nuevo con Amá y hablamos algo serio.
-¡Ah! Estaba segura que teníamos una conversación seria y formal, pero...
Frank se había quitado los cascos para llevar la niña y no oyó esto último.
Y hablaron. De la salud; del trabajo de ambos; del inminente final de curso, del viaje de Frank; de los excelentes resultados que preveían; del maravilloso tiempo que disfrutaban. Él le comentó sus deseos de verla y de la posibilidad viajar pronto a España por motivos profesionales. Se dieron cuenta que habían pasado los sesenta minutos reglamentarios. Seguían muy enamorados.
-¿Llegarás pronto? -le preguntó esperanzada Loli.
-Aún no tengo fecha definida, pero creo que va a coincidir con tus vacaciones.
-¡Sería magnífico! Así podría dedicarte más tiempo.
-No quiero más tiempo. Quiero todo tu tiempo. Hazte a la idea.
-¿Todo? no sé, eres un egoísta. ¿Crees que mereces tanto? Ya veremos. Un beso que me voy a dormir; tengo que cuidarme.
¡Hale!, buena noche, hasta el lunes. Muackkk –y cerró.
Días después comenzó a preparar el viaje a España. Llevaría a dos de sus mejores colaboradores para estudiar in situ el encargo del Sr. Williams. Tenían muy avanzado el proyecto y precisaban conocer la ubicación de la planta. Para ello necesitaban aproximadamente una semana. Él aprovecharía para pasar unas vacaciones con Loli.
Intencionadamente no le comunicó fecha de su llegada. Prefería dedicarse a su trabajo la primera semana, antes de consagrarse a ella en cuerpo y alma. Se pusieron manos a la obra nada más llegar, y aunque cuando se conectaba, la tuvo ignorante de lo cercano que estaba. Era una pequeña maldad.
Quedó gratamente impresionado de la situación de la oficina, de las prestaciones con la que contaba el edificio, de la luz, del entorno, etc. Era el emplazamiento idóneo para un cliente exigente. En cuatro días terminaron, y sus empleados volvieron a USA. Frank, ya libre, decidió volar hasta Santiago para ver a sus cuñados y a los sobrinos. Les dio una sorpresa. Lleno de regalos para mayores y niños pasó el fin de semana con ellos, mostrándoles numerosas fotos y vídeos de Carmiña.
El lunes, antes de regresar a Madrid, quiso hacer una visita al hospital en el que tuvo tanto de todo. Saludó a las personas que le cuidaron y les dejó pequeños obsequios. En su día se había interesado por conocer el destino de los órganos extraídos a su esposa, aunque no ignoraba que existía el deber de secreto. El doctor que le comunicó la donación había insistido:
-Obviamente no conozco el destino de los órganos. Tenga la certeza de que su esposa vive en otros seres, que le estarán agradecidos todos y cada uno de los días de su existencia. Puede tener la satisfacción de que ella, con su generosidad, habrá dado vida a alguien con quien, por ventura para él, se cruce usted en la calle. Ésa es la verdadera grandeza de estos actos.
-Gracias, doctor, soy consciente de ello, y quedo convencido de que lo importante no es quién los haya recibido, sino que vive por esta causa. -Con un apretón de manos se fue satisfecho.
Aprovechó el viaje para llamar a Sara y decirle que le gustaría saludarles antes de irse. Ella muy contenta le propuso que si se quedaba hasta el domingo podrían comer juntos.
-No soy mala cocinera y, aunque no es buena época de marisco puedo ofrecerte algún plato típico que seguro será de tu agrado. Cuando Jose -siempre llamaba así a su marido- y Alicia lo sepan van a dar saltos de alegría. Él está en el trabajo y ella se fue a jugar a casa de sus primos.
-Lo siento, Sara, no puedo quedarme, únicamente podría acompañaros un rato esta tarde, antes de cenar, y charlamos.
-Pues cenas con nosotros. No nos prives de tu compañía, Frank, ya sabes que te queremos.
-OK. ¿A las nueve te viene bien?
-De acuerdo. Te esperamos.
Fue toda una fiesta. Alicia con seis años, estaba muy alta. Ensimismada lo miraba con sus bellos ojos azules, como el mar. Sentada en su regazo, estuvo besándolo y acariciándolo durante un buen rato después de la cena, hasta que su madre la llevó a la cama con gran disgusto por su parte, aunque...
-Si vienes tú a taparme, me voy más contenta, -le dijo mimosa a su padrino. Con una mirada a su madre y un gesto afirmativo, la siguió hasta su dormitorio.
-Mi papá siempre me cuenta un cuento antes de dormirme -añadió mirándole con aquellos grandes y suplicantes ojos.
-Ummm, ¿sabes el de Blancanitos y las siete Enanieves? -le dijo él, sentado en la cama.
-¡No seas bobo!, ese cuento no existe, y me quieres engañar -sus padres observaban la escena desde la puerta.
-Sí, mira, ¿empiezo? -asintió la niña con la cabeza- ”Una vez había, en un país muy lejano, muy lejano -alargaba con énfasis el final de alguna palabra- y muy pequeño; tan pequeño que no se necesitaban gafas para ver lejos y en las calles no había sitio para la acera de enfrente. En él nevaba mucho, mucho, había- digo- un príncipe que se llamaba Blancanitos y siete niñas, muy pequeñitas, muy pequeñitas, llamadas Enanieves. Eran hermanas y vivían en unas cuevas, al lado de la ciudad y del palacio principesco. Eran muy guapas y hacían las labores de la casa. Una cosía, otra lavaba, otra llevaba leña para la chimenea, otra hacía la comida... -Alicia se había quedado dormida, como cualquier angelote después de un día de ininterrumpidos juegos. Le dio un beso en la frente, acariciándole la cara y volvió con sus padres. Hablaron del pasado y del futuro durante un buen rato, aunque, premeditadamente, él no les reveló el principal motivo de esa visita. Ya tendría tiempo de hacerles partícipes de la felicidad que caminaba, de nuevo, a su encuentro. Así que, satisfecho, se despidió de sus agradecidos amigos. Seguirían en contacto. Se sentía querido. Era un sentimiento recíproco.
Telefoneó a Loli para anunciarle que llegaría al día siguiente. Estaba esperándole en el aeropuerto. Oscurecía. Se fundieron en un abrazo y un largo y cálido beso. Durante unos minutos no hablaron. Era como si estuvieran solos en la terminal. Conversaban con sus pensamientos, se soltaban, se miraban y se volvían a abrazar.
-Hola, María Dolores García Quiroga, alias Loli García Qga. -le dijo, amorosamente al oído, mientras leía, por encima de su hombro, la tarjeta que conservaba desde que María la dejó para él en el hospital.
-Hola, Francisco nosecuantos, alias Frank Abelleira -le respondió, también al oído, y sin soltarle del abrazo.
Volvieron a mirarse; de arriba a abajo. Con las manos entrelazadas y separados por la longitud se sus brazos.
-Eres hermosísima. Pero yo te conocí muy demacrada.
-Y yo a ti muy barbudo; y feo... Me gustas más así.
Pasaron por sus mentes momentos llenos de ansiedad y dolor, también de esperanza: la estancia en el hospital, las visitas a su habitación sin saber que María era ella; la recuperación de su transplante; la cicatrización de heridas en el cuerpo y en el alma; Sara, Alicia y sus ocurrencias; médicos, enfermeras...
-¿Sabes que cené hace unos días en casa de Sara?-comentó Frank.
-¡La recuerdo con tanto cariño! Sé que está recuperada. ¿Y cómo está tu ahijada?
-¿Alicia?...Como un ángel rubio de ojos azules. Como lo que es.
Era un momento mágico y trascendental como si todo se hubiera parado. Ellos eran el eje del mundo, ajenos a todo lo que no fueran las caricias de sus ojos, de sus oídos, de su olfato, de su tacto; incluso de su gusto, pues sus besos eran ansiosamente dulces. Algo tan ávidamente esperado sucedía y ellos eran los protagonistas. Todo lo demás era atrezzo y figurantes.
-Tengo que darte dos besos... -Loli apenas podía hablar.
-¿Solamente dos? -él también estaba sumamente emocionado.
-Este te lo doy yo -y le besó apasionadamente- y éste te lo da Carmen -volvió a besarlo mientras comenzaba a sollozar.
-¡No llores, mi amor!, ¿crees que tu corazón?... –La voz de Frank era trémula y apagada.
-¡No sé. No estoy segura. Pero intuyo que sí!... Hasta ese joven que lee el periódico ahí sentado puede haber sido el receptor de sus córneas, ¿no te parece?
-Sí, seguro que tienes ahí dentro algo suyo. ¿Y recuerdas que allá lejos te espera tu hijita?
Asintió con la cabeza. Nunca había llorado bebiendo a sorbos tanta felicidad.
-Cuanto anhelo tenerla de nuevo en mis brazos, amor –las húmedas chispitas de sus ojos eran más elocuentes que sus palabras.
-¿De nuevo?...
-¿Recuerdas..., cuando la cogí en el hospital y dejó de llorar. Me llamará mamá?
-¿Crees que podría llamarte de otra forma? Somos: su mamá y su papá, naturalmente. Y Amá su abuela.
Salieron. En la calle estaban solos. Nadie a su lado, a pesar del bullicio de la muchedumbre. Las sombras caían sobre la ciudad y miraron al cielo, aunque no les importaba que fuera de día o de noche. Sólo que iban a retener, para siempre, la felicidad encontrada.
-¿Te das cuenta que hay una nueva estrella allá arriba? -dijo uno de los dos.
-Sí, aquella que parpadea y nos irradia tanta luz -fue la respuesta.

Texto agregado el 27-11-2014, y leído por 150 visitantes. (0 votos)


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