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CAPITULO X

Traté de abrir los ojos. No podía hacerlo. Sentía que tenía algo sobre ellos que me impedía abrirlos. Por fin, luego de unos minutos, sentí que lo quitaban. Abrí los ojos y vi que me encontraba amarrado a una silla. A mi izquierda estaba el jurado, a mi derecha el Juez y enfrente dos mesas. En la mesa de la derecha estaba el Fiscal. La mesa de la izquierda estaba vacía. Al fondo estaba una cantidad significativa de personas. Entre esas personas pude ver a Karina, su padre y a otro hombre que, por alguna razón, me llamó la atención.
-Orden en la sala –dijo el Juez golpeando con su martillo-. Acusado, identifíquese.
-Fernando, 26 años, acusado injustamente de violación.
-¿Violación eh? –díjome le Juez-, creo que unos cien años bastarán. Caso cerrado.
-Pero señoría –dije algo angustiado-, aún no se han presentado pruebas en mi contra.
-Es cierto. Señor Fiscal, su turno.
-Gracias señoría. Damas y caballeros del jurado: Iré al grano. Es obvio que le individuo es culpable, punto. No hay que discutirlo más, pues la prueba que tengo en su contra es irrefutable.
-¿Y cual es? –dije sonriendo confiadamente. El Fiscal sonrió. Chasqueó los dedos y de la nada cayó en mis piernas una bolsa transparente sellada que decía “Evidencia”. La miré. Había un condón.
-Lo recuerdas desgraciado? –Dijo el Fiscal-, ¿lo recuerdas? Es el condón que usaste para violar a Karina.
-¿Dónde lo encontraron? –preguntó el Juez.
-El barrendero del parque lo encontró hace dos meses en un basurero.
-Pero yo no he violado a nadie –protesté. Además, nunca compro esas cosas.
-¿Y entonces por qué hayamos tu ADN en el condón?
Volví a mirar la bolsa. Ahora, además del condón, había un papel con lo siguiente: “Prueba del ADN encontrado en el condón. Fernando, positivo”. No tenía palabras. ¿Cómo había pasado eso?
-¿Nada más Fiscal?
-Nada más su señoría.
-Bien. Condeno, en ese caso, a Fernando a cien años de prisión.
-Momento –objeté-. ¿No van a dejar que me defienda?
-De acuerdo –dijo el Juez ya impaciente-. Abogado defensor, su turno.
Todos voltearon a ver la mesa vacía de la izquierda. Bajé la cabeza. No tenía abogado, no tenía quien me defendiera.
-Bueno –dijo el Fiscal riendo-, parece que hasta tu abogado sabía que eras caso perdido y ni siquiera se molestó en presentarse.
-Eso parece –dijo el Juez-. Muy bien señores del jurado, les haré esta pregunta por puro trámite: ¿Hallan al acusado culpable o culpable?
-Culpable su señoría.
-Entonces, condeno a Fernando a cien años de cárcel sin posibilidad de fianza ni libertad condicional.
Estaba pasmado. Levanté la cabeza para ver a Karina por última vez, antes de ser enviado a prisión. No daba crédito a lo que veían mis ojos. Karina se besaba con el hombre que había llamado mi atención hace un momento. Las lágrimas inundaron mis ojos. Vi al padre de Karina. Sonreía mientras aplaudía lentamente la decisión del Juez. De repente todos desaparecieron. Quedé solo yo. La habitación se volvió negra y empezó a encogerse.
-¡No! –grité. Me desperté sobresaltado. Respiraba agitadamente.
Miré a mí alrededor. Estaba en una sala de un hospital. Un hombre estaba sentado cerca de la puerta. Yo estaba conectado a un respirador artificial.
-Por fin despertaste –díjome el hombre mientras se levantaba.
-¿Ya me condenaron?
El hombre se rió y se dirigió a la puerta.
-¿Condenarte? Tu juicio es en tres días.
El individuo abrió la puerta y se fue. Yo me recosté y suspiré.

***

Al siguiente día el hombre que Fernando había visto cuando despertó de su estado de coma regresó.
-¿Te sientes mejor?
-Un poco.
-Me alegro. Por cierto, no me he presentado. Soy tu abogado defensor. Un placer conocerte.
-Gracias. ¿Y cómo va mi caso?
El abogado suspiró
-Bueno… podría ir peor.
-¿A qué te refieres?
-El Fiscal buscará condenarte por los delitos de acoso y violación a menor incapaz. El primero no me preocupa; el segundo si. El hecho de que la supuesta victima es menor de edad y tu vinculación con ella harán un gran peso en tu contra.
-Ya veo. ¿Y ellos tienen algún testigo?
-No.
-¿Y cuál es el problema? Si ellos no tienen testigos no podrán probar nada.
-Ya lo se. El verdadero problema es que nosotros tampoco tenemos testigo para demostrar tu inocencia. Y tu testimonio no será de mucha ayuda.
-Oh Dios, ¡estoy perdido!
Se oyó que tocaban la puerta. Una mujer entró en la habitación.
-¿Te encuentras bien Fernando?
-Si.
-¡Gracias a Dios!
-¿Se conocen? –preguntó el abogado defensor.
Si. Soy la madre de Karina.
-¿Y cómo es su relación con mi cliente?
-Nos llevamos bien.
-Y entonces, si se llevan bien, ¿por qué inculpa a mi cliente de un delito que no cometió?
-Yo no lo acuso de nada. Mi esposo si.
-Pero por qué –dijo Fernando-, ¿Qué he hecho para que me odie tanto?
-Nada. Es solo que cree que eres muy viejo para Karina.
-¿Y usted no? –preguntó el abogado defensor.
-No. Mientras Karina sea feliz, yo soy feliz.
-¿Y no quisiera colaborar con la felicidad de su hija?
-¿A qué se refiere?
-Señora, usted sabe que mi cliente es inocente, ¿verdad?
-Si.
-Entonces usted podría ayudar con la felicidad de su hija siendo testigo a favor de mi cliente. ¿Qué le parece?
-No lo se.
-Por favor señora, ¡usted es nuestra única esperanza!
-De acuerdo, de acuerdo. Seré su testigo.
-¡Hurra! –Dijo Fernando- ¡mami suegra al rescate!
Los tres se pusieron a reír. La madre de Karina se despidió y abandonó la habitación.
-Pues ya está –dijo el abogado defensor.
-¿Y a qué hora iremos al juicio?
-A si, sobre eso… tú no irás.
-¿Perdón?
-Eres algo débil mentalmente. ¿Sabes por qué estás aquí? Porque no soportaste las burlas que te hacían los policías en el camión. Y si no soportaste esas burlas, ¿cómo soportarás un veredicto contrario?
-Vamos, ¿qué es lo peor que podrían decirme?
-No lo se… cien años de cárcel, confinamiento solitario, que no te permitan tener visitas, que te exilien, que no te permitan ver a Karina… ¿te sientes bien?
-¿Por qué la pregunta?
-Estás moviendo tu brazo izquierdo.
Fernando miró su brazo izquierdo. Efectivamente se movía, pero no porque el quisiera. Entonces su brazo derecho comenzó a moverse también. Luego su pierna izquierda y después la derecha. Cuando acordaron todo el cuerpo de Fernando se sacudía violentamente. Su ritmo cardíaco comenzó a bajar.
-¡Oh no, que hice!
El abogado defensor salió corriendo de la habitación y buscó al doctor.
-¡Doctor!
-¿Qué pasa?
-¡Es Fernando!
-¿Qué ocurre con él?
-¡Está convulsionando!
-¿Qué… ¡Dios, es cierto!... ¡Y su ritmo cardíaco está en un punto crítico! ¡Se nos muere! ¡Enfermera, el desfibrilador!... ¡Despejen!

Texto agregado el 07-11-2014, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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