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El caso Mario

La pantalla le ordenaba que seleccionara el tipo de identificación. DNI, le contestó con su pulgar, para luego rellenar aquel espacio virtual con números.

- Que tenga un buen viaje – le respondió el parlante con una voz casi inaudible entre el bullicio de la estación, para luego abrir la baranda. En la pantalla figuraba su huella digital y su nombre, Gregorio Puentes, con un pase especial que le permitía viajar gratis como a todos los empleados estatales.

Una vez se oyó la chicharra que permitía el paso, subió al subte junto a otras decenas de personas, empujando con fuerza para que puedan entrar todos. Se cerraron las puertas en su cara, dejándolo apoyado sobre el vidrio de la misma durante gran parte del viaje, cada vez que se abrían debía preocuparse por no caer en una de las estaciones intermedias. Apenas pudo relajarse en los últimos treinta segundos finales, pero incluso allí debió ceder el asiento a una mujer mayor.
Salió caminando a gran velocidad, subió las escaleras de a saltos y avanzó por la vereda plagada del ejército urbano de una metrópolis en mediodía. Se interrumpió la música de su auricular y en su lugar se oyó el sonido de una llamada entrante. Normalmente hubiera tenido que apretar el botón para atender, sin embargo el celular era de la empresa y estaba programado para – al estar en uso – atender automáticamente las llamadas de la Secretaría de Tecnología.

- ¿Si? – contestó Gregorio.
- ¿Qué hacés Puentes?, mirá, te llamo para avisarte que el pibe este va a venir un día antes.
- ¿Qué pibe? – preguntó mientras esquivaba como un futbolista a los peatones.
- El hijo del jefe, va a venir hoy al final – se escuchaban risas apagadas de fondo.
- ¡Me cago en mi suerte! – exclamó Gregorio haciendo reír a su interlocutor - igual no es el hijo, es el sobrino. Bueno, gracias, nos vemos.

Se sacó el auricular y esperó a que la valla del cordón se abriera, luego cruzó la avenida mientras se llevaba un chicle a la boca. Se encontraba frente al edificio de R&Y, justo antes de entrar vio estacionarse en doble fila un BMW rojo y negro. Se bajó la ventanilla polarizada del auto y apareció la cara de un joven. Tenía el cabello corto y rizado y una barba de varios días que cubría su trigueña tez. Miraba algo confundido al edificio.

- Bienvenido – le dijo Gregorio, pues ya sabía quién era.
- ¿Trabajás acá? – preguntó el otro.
- Si, soy Gregorio Puentes. Usted debe ser el sobrino de Koch.
- Claro. Decime ¿sabés dónde puedo estacionar? – le interrogó el muchacho.
- ¿Usted? Donde quiera – contestó Gregorio sonriendo.

Interpretó literalmente el mensaje, dejando su deportivo ahí. Se acercó a Gregorio y le estrechó la mano. Tenía una campera de cuero de los mismos colores que el auto, una camisa blanca con unos lentes negros en el bolsillo del pectoral, y unos pantalones deportivos. Entre las prendas de los dos había una diferencia de precio de diez a uno.

- Pedro – dijo el chico señalándose con el pulgar.
- Un gusto – contestó Gregorio.
- Estuve hablando por teléfono con la empresa, me dijeron que tenían un caso. No se cómo es el procedimiento, cuando estés listo podemos ir – habló Pedro.
- ¿Ansioso?
- Algo, yo pedí el traslado, así que te imaginarás que me interesa – le explicó.
- No tengo dudas – respondió Gregorio mientras se reía mentalmente del muchacho y de él mismo por la patética situación.
- Esperame acá, entro, hago algunas cosas y bajo para empezar: ¿le parece? – le propuso.
- Dale, pongo en marcha el auto – le dijo el otro. Gregorio se fue con una sonrisa, algo bueno traía todo este asunto, al menos ya no tenía que viajar en esa camioneta con El Gordo, que fumaba sin parar y lo llenaba de humo.

Dos minutos después estaban dentro del auto, regocijándose con la calefacción. Tras señalar la pequeña caja de herramientas que traía el otro, Pedro dijo:

- ¿Eso sólo necesitamos?
- Exacto – contestó Gregorio - ¿Qué esperabas? – añadió, ante la clara sorpresa del chico.
- Nada – hizo una breve pausa - ¿tenemos un arma al menos? – preguntó luego como aparentando saber del tema.
- ¿Un arma? ¿Para? – dijo Puentes extrañado.
- Y… no se. Suponé que se escapa alguno…
- Los robots no huyen.
- Pero ¿y si está fallado y se enloquece? Nuestro trabajo es desactivarlo, ¿no tenemos algo para eso? – Gregorio lo miraba con algo de ternura, ahora comprendía porque había llamado al trabajo “caso”, ni que fueran detectives.
- No, no es la idea. Si se escapa, cosa que nunca pasó, llamamos a la policía. Si nos ataca, cosa que nunca pasó, tenemos un bloqueador PEM. Es parecido a una pistola Tazer, dispara un cable largo y se engancha en la punta y bloquea a la máquina – le explicó Gregorio, masacrando las ilusiones del muchacho.
- ¿Nunca tuviste que usarla?
- No, la verdad que no. Aunque la probamos cuando cursamos. Ah, y una vez – comenzó a reírse un poco – la usamos para tirarle a una PC vieja – dijo el técnico mientras buscaba una sonrisa cómplice de su nuevo compañero, pero éste estaba aún traumado por la caída abismal de sus expectativas.

Llegaron a una casa viejísima, tipo chorizo y llena de gente en la vereda. Antes de bajar Gregorio miró a Pedro.

- ¿Es acá?
- Si – le contestó el joven.
- ¿Qué es? – preguntó mientras miraba a las ancianas de la acera, reunidas y (seguramente) conversando sobre la llegada del auto.
- Un humanoide, lo denunció una antigua inquilina, no quiso decir su nombre - hizo una pausa y apagó el motor del coche - ¿Estará haciéndose pasar por humano? ¿Te imaginás, toda una vida con un vecino y de golpe te enterás que es un robot? – agregó luego, viendo al igual que su compañero a las señoras de la puerta.
- Eso pasa sólo en las películas – contestó Gregorio, golpeando una vez más el espíritu del muchacho.

Bajaron del auto y se acercaron al grupo. Eran cinco ancianas, un viejo y apenas un chico entre todos. Una mujer algo gorda se paró entre los habitantes y ellos.

- ¿A qué vienen? – dijo con rostro severo.
- Tenemos informes de un sospechoso de ser IA – contestó Pedro, tenía los lentes para sol puestos y se paraba sacando pecho, como un guardaespaldas no muy impresionante.
- ¿Qué? – preguntó la señora, claramente mareada.
- Ignórelo, venimos de la Secretaría de Tecnología, señora. Como usted sabrá, las IA ya no son legales en nuestro país, me refiero a los robots. Nos llegó una denuncia de que había uno acá…
- ¿Con qué autoridá viene usté acá? ¡Sinvergüenza! ¡no se van a llevar a Mario! – gritó la abuela.
- Oiga, cálmese por favor. Nosotros no somos policías, sólo cumplimos nuestro trabajo. Ni siquiera nos interesa a nombre de quién está, sólo tenemos que desactivarle algunas cosas y listo, va a durar apenas unos minutos – habló Gregorio con paciencia, repitiendo el mensaje que muchas veces había dicho, prácticamente no había variación alguna en las palabras que usaba.

La mujer se tomó la cara entre las manos y comenzó a llorar de forma escandalosa, sus vecinas la consolaron y se hicieron a un lado. Una de las mujeres se acercó a los visitantes y les dijo dónde estaba Mario. Los hombres entraron al largísimo pasillo y comenzaron a caminar hacia la penúltima casa para cumplir con su trabajo.

- La pobre gente se encariñó con el tipo, toda una vida, toda una vida… - decía Pedro, que seguía con su teoría.
- Lloran porque ya no van a tener un sirviente, eso que decís no pasa en la vida real, Pedro – la juventud de su compañero era más evidente en su mente que en la apariencia, tal vez por eso Gregorio comenzó a tutearlo.
- Y pero si es una Inteligencia Artificial entonces puede actuar como un hombre.
- No, nada que ver. Le decimos IA porque la gente conoce un poco el término, en realidad no tienen inteligencia propia, es una computadora muy potente, con plataforma móvil y, en éste caso, una carcasa humana – a esta altura el sadismo de Gregorio para con la imaginación de su compañero era inconmensurable.

Cruzaron los metros llenos de manchas de humedad y baldosas gastadas, hasta que llegaron a la anteúltima casa. Adentro había dos personas, debían tener cincuenta años una y setenta la otra. Uno de los hombres estaba jugando al solitario mientras sonaba de fondo una TV a máximo volumen. El otro, el más joven, se encontraba sentado rígidamente sobre una silla a su lado. Pedro golpeó la puerta para que el viejo, que se encontraba de espaldas a ellos, se enterara de su presencia. El hombre se dio media vuelta con la silla, pues no podía mover bien el cuello, su amigo apenas giró los ojos hacia los visitantes.

- Señor, venimos de la Secretaría de Tecnología, seguro le notificaron – se presentó Gregorio.
- Sí, sí, estábamos esperando acá. Él es Mario, es nuestro robot. ¿Las chicas lo jodieron mucho? – preguntó el anciano.
- No, sólo se molestaron un poco, pero es normal, no se preocupe.
- Y bueh, perdónelas, es que a Marito le tenemos cariño ya, nunca nos trató tan bien nadie. La mitad de nosotros estaríamos en un geriátrico si no fuera por él – les explicó amablemente.
- Claro, nosotros los comprendemos, pero es nuestro trabajo… - dijo Gregorio dejando su discurso a medio camino.

El abuelo se fue al pasillo, mientras Pedro miraba a Gregorio de reojo, como queriendo trasladarle quién sabe qué sospechas. Se acercaron a Mario, justo antes de comenzar la entrevista, el joven le dijo a Puentes:

- Tenemos que mirar bien las señas que hace, así sabremos. Tengo lista una serie de preguntas para descubrirlo – susurró.
- Dejame a mí – le pidió el otro.
- Mario, ¿es usted un robot? – preguntó luego, Pedro puso cara de rabia.
- Sí señor - contestó Mario, los miraba a ambos, pero su cuerpo apenas se había movido. Pedro sacó su celular y lo apoyó en la mesa, estaba grabando la conversación. Gregorio lo observó con un poco de vergüenza.
- ¿Número de serie? – preguntó rápidamente Puentes, quería terminar ya con el asunto.
- A455612FH – respondió.
- Pedro, ¿me hacés un favor? – el otro asintió - ¿sacás esta grabación ridícula y llamás a R&Y para averiguar? – inmediatamente después de decir aquello se arrepintió, se olvidó por un instante que era el sobrino del jefe.
- Dale, pero si no fuera por la grabación tendría que haber preguntado otra vez el número de serie – respondió Pedro, aliviando a su compañero por no tomarse mal la broma.

El chico salió de la casa y llamó desde el pasillo. Gregorio abrió su caja de herramientas y sacó un bisturí y un destornillador. Se acercó a la nuca de Mario y le dijo que baje la cabeza, el otro obedeció. Un segundo antes de cortar el cuero cabelludo frenó, se acercó a la televisión y la apagó. En el silencio de la habitación escuchó la inhalación y exhalación de Mario. Se alejó bruscamente del robot y le miró el pecho. Se aproximó y le tomó el pulso. Pulso normal, normal de hombre. Al rato entró Pedro.

- Desde soporte me dicen que ya fue desactivado el serial ese – informó el muchacho con los ojos muy abiertos - ¿Será un error? – agregó.
- No. Es un tipo. Un humano – le contestó Gregorio aún mirando el pecho de Mario.
- ¿Entonces el robot será el viejo que nos atendió?¿o será la señora indignada? – preguntó exaltado el otro.
- No, sólo es un loco que se cree una máquina. Vamos.

Gregorio Puentes tomó sus herramientas y las guardó en la caja. Salió de la casa y caminó rápido por el eterno pasillo hasta el hermoso automóvil de su compañero.

- ¿Estás seguro? ¿No deberíamos revisar a todos? – le dijo su compañero, aún preocupado por su primer “caso”.
- Tranquilo, fue sólo una equivocación. Después llamamos a algún loquero o qué se yo – lo tranquilizó.

Se subieron al BMW y se dispusieron a irse, mientras las vecinas miraban extrañadas la situación. De golpe Gregorio miró a su compañero y le dijo:

- ¿Por qué querría alguien ser un robot? Yo entiendo que alguien se crea pájaro, Napoleón y esas cosas, pero ¿un robot? ¿Obedeciendo siempre las órdenes de unos viejos? ¿Sin libertad, sin placeres? Supongo que por algo están locos…

Entonces una llamada interrumpió la reflexión, Gregorio asintió varias veces y cortó. Segundos más tarde marcó en el GPS la dirección de su nuevo caso.

Texto agregado el 01-10-2014, y leído por 162 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-12-2014 Está muy bueno el cuento. La trama entretenida, mucha habilidad para contar. biyu
01-10-2014 Un texto muy interesante, le diste una vuelta de tuerca al final, sorprendiendo. Se nota el gusto por los clásicos, Blade Runner, Asimov... Mi género favorito es la ciencia ficción así que acertaste de pleno. walas
 
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