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Un pacto con la eternidad


-Llegó la hora –anunció la Sombra con un hilo de voz ahogada.
La sangre discurría por su vientre y alimentaba la tierra húmeda bajo su cuerpo. El barro helado silenciaba la presencia de sus piernas, robadas de toda la movilidad que las rigiera. Dos saetas quemaban en su cavidad abdominal, y otras dos perforaban su pecho y su brazo. El cielo rugía colérico en volutas de nubes negras y fuegos estruendosos, entonaba duramente la tempestad desenfrenada. El campo, sembrado de muerte, se extendía por las altas colinas del ocaso; y él era un sueño vago de una sombra en el sepulcro moruno de la perdición.
La Sombra presagiaba su póstumo aliento, esa emanación del alma hacia el espacio abierto de la inmensidad. Los cuervos de Morrigan danzaban en la tormenta, amenazando la labor del Psicopompo. Tendido sobre el agónico ardor de sus dolores mortales, el hombre aguardaba la gélida caricia de la guadaña.
-Tempus est, mors tua est. -La voz, enclaustrada en la oscuridad abismal que encerraba la túnica cenicienta, se asomaba como un chillido espeluznante hacia la terrenidad convulsionada del mundo. Una roca contra su espalda era lo único que lo aferraba a ese reino carente de vida, extraviado en una sofocante pesadilla.
Los ojos permanecían fijos en la figura espectral, que levitaba entre las sombras vespertinas de la atrocidad y sus últimos instantes de consciencia.
-¿Puedo negociar contigo? –inquirió repentinamente, predispuesto al fracaso fatal.
-Me tienes en falso rigor. No soy un negociante, soy un recolector –contestó la Sombra, y su trémula respuesta se camuflaba en el filo de la creciente tempestad.
-Mas es una sola cosa la que pido. Por favor, acepta mi postrero anhelo.
-Habla, y haz de estas tus últimas palabras.
En la oscuridad lacerante de la batalla, allí, sobre el manto lodoso de la tierra, la guerra hacía ecos pavorosos sobre la desolación expuesta de los hombres.
-Vela por mi reino y por mi mujer. Vela por mi hijo.
-Resulta curioso –apreció la Sombra-. El alma de un rey tiene el mismo peso que la de un campesino leproso cuando cargo mi costal. Pero no puedo negar que me intriga tu petición, y en agradecimiento por el trabajo que has ofrecido esta noche al humilde Sepulturero, concederé tu deseo. Mas con una condición.
-¿Cuál condición impones, Espectro Temible?
-El tormento eterno -En lo alto, bramaba el cielo escarlata con desesperación-. Asistiré tu solicitud y resguardaré tu ruego; a cambio, tu alma vagará por siempre en las catacumbas del fuego y el sufrimiento.
-No es poco lo que pides –contempló el viejo rey mutilado-. Pero el tiempo me ha consumido, y ha corroído todo lo bueno que en mi habitaba. Supongo, entonces, no hay mejor destino para mi alma que las llamas.
-Tu ambición ha sido cruenta, y has traído dolor a esta tierra. Sin embargo, allí donde te encaminas no hay humanidad ni ambición, tampoco misericordia: sólo castigo.
-Acepto tus términos, Tempestuoso Espíritu. Estoy en paz con tu requisito, y lo agradezco desde el fondo de lo que quede de este putrefacto corazón. Puedo partir ahora –gorgoteó, con el esfuerzo de la sangre presurosa por salir a través de su boca.
El mundo se hizo un pozo mudo, enterrado por las sombras desconsoladas de la tormenta y los caídos. En su ojo entornado sintió la última tibieza que la vida pudiera darle, la última señal de redención frente a la Muerte. La lágrima se deslizó por su mejilla sangrante, y se internó en la comisura de sus labios, satisfechos, en mueca de sonrisa.
Al abrir los ojos por primera vez, no vio oscuridad, tampoco fuego ni cenizas. La tempestad había cesado, el mundo y el tormento desaparecido bajo un cielo blanco y luminoso. La luz atravesaba el umbral del infinito, y la Sombra se había desvanecido. Un campo plateado con flores doradas se sumergía en el horizonte y emanaba la pureza de un paraíso sin nombre. Se encontraba austero, sencillo, ataviado únicamente con una túnica gris y sandalias de esparto. No había corona en su cabeza, ni armas en sus manos.
-¿Dónde estoy? –preguntó al diáfano y tranquilo paisaje que se encendía frente a él.
-Donde perteneces –contestó la profunda voz de la Eternidad.


Texto agregado el 26-09-2014, y leído por 200 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-09-2014 Genial. Es increíble la imagen, te envuelve. Saludos :) SsieteLunasS
 
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