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La billetera


I (Domingo, 06:00 am)

Al dar por vencida la búsqueda, Tomás enfrentó la monumental escalera de lo que parecía ser un viscoso palacio de justicia; larga y de frío mármol, le sugería a su conciencia trepar, por lo que comenzó a subir peldaños con zancadas simples y dobles, pero cada vez que alzaba su vista parecía no avanzar y tras su espalda el recorrido se había convertido en una espiral imposible de deshacer. Prosiguió entonces hasta que logró con su persistencia llegar al final y ahí, debajo de un altísimo portal, estaba su billetera; avanzó los pasos que lo separaban de ella y, al recogerla, se abrieron las puertas de lo que pareció su propia conciencia, la que deslumbró con una luz tan blanca, tan blanca, tan blanca.

Confundiendo el sueño con la realidad, justo al momento de despertar, exclamó con voz gastada sin saber por qué:

- ¡Mi billetera! – y llevando su mano a la cara, se refregó con su reloj raspándose una ceja, la que le dolió más de la cuenta; alejó su mano y enfocó – Las seis de la mañana del domingo, llevo un día entero durmiendo – creyó comprender mientras se reclinaba girando sobre su cama, para dejar caer pesadamente sus pies al suelo.

Vagó como un zombi en busca de ropa; logró un pantalón y una camisa azul oscuro manchada con un barro rojizo que aglutinaba la tierra que había pisado en sus últimas horas de consciencia; se abrochó el cinturón y enfiló a la cocina; en el trayecto abrió la puerta de entrada y, divisando los ya dos diarios arrumbados a sus pies, escogió el que le pareció el más nuevo y que, enrollado con un elástico, le ocultaba los titulares.

Al llegar a la cocina tiró boca abajo el diario sobre la mesa y, pese a su jaqueca y malestar, preparó un café que, humeante y suficientemente cargado, acompañó la lectura matutina que, de atrás para adelante, relató las novedades de ese incipiente día domingo:

- LLÉVELO AHORA - dictaba la hermosa modelo invernal en la imagen de la contra tapa que, a principios de primavera y a un precio en apariencias estúpido, sugería en cuotas poseer lo que terminarías en pagar al terminar el otoño. Resoplando dio vuelta la hoja y leyó su horóscopo; se rascó la nuca y dudando, o quizás negándose a leer nuevamente su futuro, tomó un sorbo de café y prosiguió; - EL TIEMPO, parcialmente cubierto a medio día; lluvia copiosa por la tarde … se aproxima una tormenta - concluyó y miró la otra hoja; - PÁGINAS SOCIALES: "Inauguración del exclusivo bar de Andrés Valdeverde" - Ahí aparecía él en una foto junto a una mujer muy atractiva que no alcanzó a reconocer, pero que sabía conocía. En extremo sorprendido, hurgó en su memoria en búsqueda de recuerdos que le permitieran visualizar su pasado inmediato; pero sumergidos en un pantano, éstos se lo dificultaron y abrumado, exclamó nuevamente en un susurro inconsciente; - ¡Mi billetera! - y prosiguió su búsqueda.

II (Viernes, 11:45 am)

Caminó decidido a la dirección indicada en la tarjeta que le había entregado el señor Girasol una semana antes y que llevaba en su billetera de fino cuero de gacela, la que sólo contenía, pese a su finura, la tarjeta antes descrita, unas boletas añejas, un botón y sus documentos de identificación; de dinero nada, ni un solo billete en el estómago vacío de esa inmunda garrapata de cuero.

- ¿Su nombre? - inquirió la secretaria de forma un tanto displicente.
- Tomás Manchado - y recordó las burlas escolares que le hacían los que hoy eran sus amigos y, presto a repetir su apellido tal como debía hacer cada vez que so lo preguntaban, comprendió que esta vez no era necesario.
- Bien, señor Manchado; el señor Girasol lo espera en su despacho, pase por favor - dijo la secretaria, esta vez con una amable sonrisa en su boca.

Al tomar la manilla de la puerta del despacho del señor Girasol y notar al tacto su finura y extraordinaria confección, Tomás comprendió que esta era la gran oportunidad de su vida y, girándola suavemente, abrió la pesada puerta que, perfectamente equilibrada, se deslizó como por sobre el hielo.

La reunión fue cordial y grata; el señor Girasol le dijo que lo pensaría y que en cuanto tuviera resuelta su decisión, se comunicaría con él, cosa que no era del todo cierta ya que la decisión ya estaba tomada y era solo una jugarreta que el señor Girasol practicaba regularmente con todo aquel que tenía los huevos de venir a proponerle un negocio.

Tomás se despidió de la secretaria e ingresó al ascensor; pensó en cuanto tiempo pasaría sin tener noticias del señor Girasol, incertidumbre que sumada a la velocidad en picada del ascensor, le revolvió el estómago.

"Felicitaciones Tomás, tu propuesta me parece atractiva, te espero el lunes a almorzar", apareció en la diminuta pantalla de su viejo celular, justo cuando abandonaba el rapidísimo ascensor del magnífico edificio de la potente corporación que encabezaba el señor Girasol. Tomás quería llorar de alegría; el silencioso e ingrato esfuerzo que había invertido en su proyecto culminaba en una cumbre esplendorosa, que rasgaba el límite de lo que Tomás imaginaba era lo más alto.

Caminó de regreso como si fuese un niño recién saliendo de ver la mejor película de su vida; dobló la esquina y enfrentó el banco en que guardaba sus escuálidos ahorros y se preguntó ¿por qué no darles una mascada? Se detuvo, meditó mordiendo una uña, la escupió y entró en busca de su merecido botín.

Tomás dio un sorbo de café y se sobó la sien, intentando apaciguar el tremendo dolor de cabeza comprendiendo a su vez, que las hojas de sus recuerdos caían y se acumulaban frente a su conciencia; ahora sólo debía ordenarlas.

Sus tarjetas ya no funcionaban, por lo que al salir del banco su billetera parecía una anaconda recién alimentada, la que mansa y dócil, le proporcionaría el dinero necesario para saciar su compulsivo y por ya mucho tiempo reprimido ser. No era mucho, no era poco; pero lo que sí, era la puerta de entrada al mundo que se había prohibido disfrutar hasta lograr lo que él creía estaba rozando con sus dedos.

Marcó el número de su yunta, el que lo había apañado como buen amigo todo este tiempo, y al que invitaría a festejar esa noche de gastos pagos.

- Hola, ¿cómo te fue? - preguntó Eloy.
- Estoy adentro, master; hoy nos vamos de juerga, yo lo invito - respondió Tomás.
- Buena mister, qué bien que resultó la cosa; hoy inauguran el bar de Andrés Valdeverde ¿De ahí somos?.
- De ahí somos - confirmó Tomás y agregó - Consiga de esas cosillas, yo las pago - y despidiéndose de su amigo, enfiló a su casa.

Tomás, ahora más incorporado y no así menos dañado de su monumental resaca, recordó del modo recién descrito dónde había estado la noche del viernes; todavía no lograba entender por qué su billetera rondaba su cabeza, por lo que se levantó y procuró hacerse de ella para registrarla y ver si dentro de ella podría encontrar alguna respuesta.

Su pieza estaba tan desordenada como era de esperarse luego de un fin de semana ajetreado. Buscó en su escritorio, en el velador, bajo la cama, en unos pantalones que sabía no había usado, nuevamente en su escritorio y cuando revisó por segunda vez debajo de su cama, comprendió que no estaba y que posiblemente la había perdido; volvió a la cocina y fijó su vista en la foto en que aparecía junto a la atractiva mujer que sabía conocía, pero que no podía recordar quién era. Los ojos de la mujer miraban directa y seriamente al lente, como si quisieran comunicare con la persona que sacaba la foto en ese instante; él tenía la mirada perdida y su sonrisa lo delataba ebrio; miró más abajo y notó que estaban tomados de la mano; al pié de la foto salía su nombre y el de ella, los pronunció mentalmente y se vio junto a Eloy ingresando al bar que se inauguraba esa noche.

III (Sábado, 01:32 am)

Andrés Valdeverde era un antiguo compañero del equipo de fútbol y les había mandado invitaciones unos días antes. El guardia, un fornido gigantón con cara de pulpo, revisó la lista y permitiéndoles el paso, agarró del hombro a un tercero que intentó ingresar de colado.

El bar estaba rebosante; Tomás y Eloy avanzaron con dificultad entre la gente y cruzaron una pequeña pista de baile; ahí había dos amigas bailando tan apegadas, que cualquiera que las hubiese observado un rato habría pensado que eran pareja.

Eloy ni las miró, su experiencia le decía que las lesbianas eran un caso perdido para él; Tomás en cambio, pensó que eran sólo amigas y, al pasar a su lado, echó una mirada a su elegida y cuando ya estaba a punto de tener que girar su cabeza para mantenerla en vista, ella le devolvió la mirada. Tomás siguió como si nada hacia la barra que estaba en frente, pidieron unos tragos y se fueron al baño a echarse por la nariz las cosillas que había traído Eloy.

Como un par de niños se repartieron líneas y mientras uno inhalaba, el otro vigilaba que nadie se diera cuenta de lo evidente; repitieron la acción, intercalaron ¿La última?, ¡La última!, y salieron de la caseta limpiándose las narices frente al espejo del baño e irrumpieron nuevamente, esta vez como lobos, en el bar del buen amigo Valdeverde.

Tomás fue atraído al instante por el magnetismo de la barra, mientras que Eloy se enredó en una larga y apasionada charla con un desconocido que se hacía acompañar de una preciosa y reconocida modelo. En cosa de media hora, Tomás había bebido lo que habría tomado un camello tras cruzar el Sahara, pero como contaba con sus polvos mágicos, su temple se conservaba intacto. El vaso que sostenía en su mano sólo contenía un sorbo y tres hielos a medio derretir, y en aquella situación fue como un reloj de arena que al concluir el trasvasije, determinaría el momento de ir en busca de la chica con que había cruzado miradas en la pista de baile y a la que observaba indiscretamente, sin percatarse que, cuando apartaba su vista, ella hacía lo mismo. Su atención se distrajo por un minuto o quizás más, se echó a la boca el último hielo y lo mordisqueó, giró para dejar el vaso en la barra, volteó nuevamente y vio de reojo a la chica inmediatamente a su lado, esperando que la atendiera el barman. Tenía segura y bonita figura, se paraba derecha y esperaba en calma, sabiendo lo que hacía y haciéndolo saber con cierta inclinación hacia Tomás, quien notando esto, esbozó una sonrisa invisible, se giró hacia ella y mirándola a los ojos, sonrió.

Le tiene que haber dicho algo inteligente y con gracia, algo ingenioso, o al menos eso creyó recordar, pues ella enganchó fácil y de inmediato iniciaron una conversación. Pidió un trago para acompañarla y se ofreció a pagar el de ella; luego le invitó otro, bailaron un rato, conectaron y se fueron a un rincón en donde hubo besos y un par de intentos de agarrones que fueron repelidos con moderada energía.

Fueron nuevamente a la barra y mientras esperaban, Tomás sacó su gorda billetera y con dificultad motriz extrajo un billete de los grandes - Estoy borracho - reconoció mentalmente y pensó en ir al baño por la última ración que le quedaba - Mejor pido agua - y alzando la vista, vio los tragos servidor frente a él; pagó y se dispuso a intentar controlar su bamboleo, tomó un sorbo y volvió a su fuero - Ella parece estar bien, no puedo quedar en evidencia - pensó y planeó atolondrado - Si le pido que nos vayamos a mi casa ahora, logro la excusa para dejar el trago sin reconocer que estoy borracho, me escapo un momento al baño y vuelvo al cien por cien ¡soy un genio! - y se dispuso a disparar su plan.
La enfrentó y propuso nervioso como una máquina de escribir, ella lo miró a los ojos y sonrió diciendo con una pequeña mueca - Estás un poco borracho y recién nos conocemos - le pescó como una madre a su hijo el mentón, lo abrazó, lo separó, se dio ágilmente vuelta y se dispuso en la barra a escribir sobre …

-¡Mi billetera! - Tomás sintió un chispazo en su cabeza, como si le hubiese caído un rayo directo en la sien; creyó estar llegando al final - Ahora será todo claridad – percibió, mientras tomaba otro poco de café y se hundió nuevamente en sus pensamientos.

Como si se tratase de un acto de magia, ella había sacado con suma habilidad la billetera de Tomás.

-¡Las estás rayando! - le dijo sorprendido.
- Es para que no se te pierda mi número - le respondió todavía de espalda y, dando la vuelta, continuó con una hermosa y coqueta sonrisa - No dejes de llamarme mañana - y metió la billetera en el bolsillo lateral de la chaqueta; lo abrazó, le dio un beso que resultó ser el de despedida, él la tomó de la mano, se dieron vuelta, ella quería soltarse; un lente los observaba hace un rato, ella lo miró directo y en negativa, Tomás miró satisfecho y pensando en el mañana, el flash confirmó la foto. Se soltó y se despidió sin mirar atrás, él la quedó mirando y la fotógrafa, acercándose sigilosa, le pidió el nombre de ella y el suyo.

IV (Domingo, 07:12 am)

Casi se atora con el café y, tragando con dificultad, dijo a viva voz como si hubiese ganado un juego de cartas - ¡Por eso estoy buscando mi billetera! Ahí está el número de ella y el idiota se pasó todo el sábado durmiendo a pata suelta, no puedo ser tan pero tan imbécil - reflexionó y, si bien ya había buscado, hizo un nuevo e infructuoso intento en dar con su billetera; el que se tradujo en un torpe ir de allá para acá, revolver cosas que ya estaban revueltas, deambular sin rumbo y dar muchas medias vueltas mirando todo y nada - No está - balbuceó rascándose la nuca y tocó con la punta de sus dedos un abultado chichón, lo circunvaló, lo apretó y le dolió agudamente. Sin saber dónde, cómo y cuándo se lo hizo, lo omitió y persistiendo se dijo, montando un plan - Puede que esté en el bar, no pierdo nada en ir a buscar; doy con ella, la llamo, me disculpo y a medio día estamos almorzando - se dijo optimista y, desnudándose, enfiló al baño a darse un tibia y bienvenida ducha.

Un vez bajo el agua, puso el jabón entre sus manos, lo frotó e hizo una masa de espuma; dejó el jabón, con energía refregó su cara y, de inmediato, notó imperfecciones que le dolieron agudamente y que habían estado ocultas tras la fuerte resaca que lo aquejaba; volvió a palpar, esta vez con sumo cuidado, notando que tenía heridas en su cara y cabeza; al momento, la claridad que había logrado comenzó a esfumarse; algo más había en sus recuerdos que no salía a flote, algo pesado y denso que no sabía cómo o, simplemente, no quería enfrentar. Tomó nuevamente el jabón y lo frotó nervioso entre sus manos, haciendo nuevamente una masa de espuma que rápidamente se tornó en una crema blanca y viscosa como baba de perro en rabia; sus rodillas aflojaron, al punto de tener que agacharse en cuclillas para no caer de rodillas bajo la lluvia vaporosa. Respiró hondamente, fijó su vista en el caño y vio cómo la espuma cremosa que se deshacía en sus manos se iba arremolinada por el negro agujero del desagüe.

Mantuvo esa posición por un momento, hasta que le dolieron los muslos y los talones; lentamente se levantó bajo el agua que lo escurría, abrió la cortina y saliendo de la ducha, enfrentó el espejo, que totalmente empañado le presentaba su borrosa silueta; le pasó la mano y su herido rostro confirmó su pesar.

V (Sábado, 06:45 am)

Al quedar solo, Tomás quiso seguir la juerga, llevó su mano al bolsillo de su chaqueta y cuando rozaba con sus dedos su billetera, alguien lo tomó del hombro, se dio vuelta y era Eloy, quién notoriamente borracho le invitó un trago felicitándolo por su logro; se pusieron nuevamente a tono en el baño y al salir se toparon con el buen amigo Valdeverde, quien muy contento por la inauguración de su bar, los llevó a conocer su despacho y terminaron tomando de buena gana media botella de Whisky gran reserva del cardenal; ¡Un lujo entre los lujos! brindaron chocando vasos, rebotaron y rieron hasta que las imágenes se desfasaron de los sonidos, tornándose todo en un espiral.

- Oiga, conteste pues, ¿Tiene plata para pagar la carrera? - preguntó el taxista al ver que su pasajero no daba señales de vida - Le pregunté si tiene plata, mire que ya vamos en la mitad del recorrido y si no me muestra la plata lo dejo aquí tirado en medio de la nada.
Tomás, que escuchaba el alegato del taxista como un adolescente escucha a su padre cuando éste le inquiere cambiar su actitud, inhaló una fuerte bocanada y sopló:
- ¿Que si tengo plata hueón? Oye hueón, si me junté, si el señor Girasol hueón me dijo que el lunes almorzamos, estoy lleno de plata, ¿La querí ver hueón?, ¡Mira poh hueón! – respondió Tomás casi chillando con un resto de habla, mientras se metía la mano al bolsillo para sacar su billetera.
- ¿Que si tengo plata? ¡Claro que tengo! - insistió y al tacto notó que su gorda anaconda había digerido el alimento y más bien parecía un lombriz de tierra y, al abrirla, comprobó que no tenía ni un solo peso.

- ¿Cómo es la hueá? – Preguntó al aire, mientras revolvía inútilmente el interior de su billetera; la cerró y trató de enfocar el mensaje que estaba escrito en el fino cuero de gacela; este decía: “Perdón, de verdad la necesito”
- ¡PERRA DE MIERDA! – gritó Tomás lleno de ira y ahora más incorporado.

Totalmente ciego de rabia, tiró la billetera con todas sus fuerzas hacia adelante; ésta le llegó en plena cabeza al taxista, quien paró en seco su máquina y, con la paciencia colmada, agarró un garrote que escondía bajo su asiento, se dio vuelta y le conectó sin más un golpe justo arriba de la ceja izquierda; echó para atrás el garrote para dar el golpe de gracia, esta vez con más fuerza aún, pero Tomás, que ya sabía lo que venía, lo detuvo con su mano izquierda; al instante recibió un combo en plena cara y otro más; el siguiente lo contuvo con su otra mano, mientras lograba arrebatarle el garrote al taxista, quien siguió golpeándolo. Tomás empuñó el garrote.

EL FINAL

No dejaba de mirase en el espejo, fijamente, sin siquiera mover un solo músculo de su cara.
Alguien golpeó la puerta de entrada, fueron tres réplicas secas. De nuevo, ahora más fuerte.
- ¿Tomas Manchado? – gritaron del otro lado de la puerta
- ¿Sí? – respondió Tomás en un grito seco y ahogado asomándose por la puerta del baño.
- ¿Es usted Tomas Manchado? – volvieron a gritar del otro lado.
- ¿Si, quién es? - preguntó angustiado.
- ¡Carabineros, abra la puerta!

Luego que se marcharan a la comisaría, quedó la casa totalmente inhóspita; la ventana de la cocina estaba abierta y permitió que entrara el primer soplo de viento de la tormenta que se avecinaba; éste cuidadosamente continuó dando vuelta una a una las hojas del diario que estaba sobre la mesa, al revés, tal como lo hacía Tomás hasta que llegó a los titulares; ahí y en primera plana, con foto a todo color, llenando casi toda la página, se relataban los hechos de sangre de los que fue protagonista.

Texto agregado el 09-09-2014, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-03-2015 Me entretuve siguiendo a Tomás en una historia contada con destreza, retrocediendo en los hechos nebulosos para irlos aclarando en el presente. Además hay algunas expresiones bien logradas para describir las acciones, que rematan sorpresivamente y en contra de los propósitos del bebido y aporreado héroe de la billetera. Ya te había leído antes (con otro nick) y en este texto cambiaste cierta extravagancia irónica por una historia más extensa, con éxito durante y hasta el final. Saludos, juan_pablo
 
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