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Inicio / Cuenteros Locales / pombero / La esfera Parte I

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Peter Morkowitz soñaba con encontrar un fósil que le permitiera desentrañar el misterio del eslabón perdido en la evolución humana. Con ese motivo había realizado decenas de excursiones por las faldas de las montañas tanzanas de Ukaguru durante el año sabático de su cátedra de Paleontología Evolutiva y ya le quedaban sólo dos meses para regresar a Estados Unidos sin que, hasta ese momento, nada trascendente hubiera sucedido.

En realidad y mirando en retrospectiva, aparte de haber llegado a ser campeón de karate de las escuelas secundarias de su estado, su vida no tenía nada de extraordinario. Pero, si se consideraba un logro tener como esposa a una mujer inteligente y bella, entonces su único éxito en la vida era haberse casado con Camille Lewis a quién conoció en una fiesta de estudiantes de pregrado en Columbia y desde entonces nunca más se había separado de ella. En la actualidad ambos eran profesores de postgrado en Yale, con la diferencia que Camille era una experta de categoría mundial en el estudio de los fósiles del Cámbrico superior y él era sólo un profesor más entre los casi 150 catedráticos de su facultad.

Camille, aprovechando un trabajo de investigación encomendado a Yale, estaba en Tanzania para acompañar a Peter durante el último trimestre de su sabático y no se le había unido en esta excursión porque tenía que terminar unos informes para sus financiadores. Mientras pensaba en todo esto, Peter se sentó un momento para ver el atardecer. A lo lejos se distinguía el Kilimanjaro con todo su esplendor y se maravilló nuevamente de lo espléndida que era la naturaleza en este lugar del África. Lo sacaron de su ensimismamiento los ladridos de Gulag, su perro husky siberiano y compañero de andanzas, que persiguiendo a una musaraña, desapareció súbitamente entre unos arbustos. Al acercarse, observó que los matorrales cubrían una grieta en la pared de roca por la que el perro se había introducido; también notó que las plantas eran de un verde intenso y además más tupidas que otras de la misma especie que estaban a sólo un par de metros de la grieta.

La hendidura medía unos 70 centímetros de ancho en tanto que su altura apenas llegaba a un metro. Al tratar de introducirse en ella, Peter notó que la apertura era angosta para su humanidad de casi 90 kilos. De pronto escuchó los aullidos desesperados de Gulag por lo que dedujo que el perro no podía regresar por sus propios medios. Rápidamente se sacó la mochila, ató a un tronco un extremo de la cuerda que traía y el otro se lo envolvió alrededor de la cintura para luego deslizarse a gatas y con cierta dificultad a través de la grieta. Avanzó unos metros y la oscuridad le obligó a prender su linterna de bolsillo cuyo haz alumbró un declive abrupto del terreno; se acercó cuidadosamente al borde y desde allí, un par de metros hacia abajo, distinguió a Gulag que, al ver a su amo, trató en vano de trepar hacia él. Descendió con cuidado y cuando llegó a la parte plana, mientras trataba de calmar la euforia del perro, notó que se encontraba en una pequeña caverna y que de un extremo de ella emanaba un brillo tenue parecido al de una luz fluorescente.

Desató la soga de su cintura y se dirigió hacia la luz. Al caminar, observó que las paredes y el techo de la gruta iban perdiendo su aspereza a la vez que tomaban la forma de un corredor con la estructura de un cuadrado perfecto y con lados que medían unos tres metros. Continuó avanzando y percibió que la luminosidad provenía de las paredes cuya superficie lisa ya se asemejaba a la de un espejo. Repentinamente la linterna se apagó pero no se preocupó porque ya no la necesitaba. En ese momento, el perro distinguió nuevamente a la musaraña y corrió detrás de ella así que Peter aceleró el paso para seguirlo. Al doblar una esquina se detuvo sorprendido: a unos 20 metros de distancia, flotando en el espacio, había una esfera que parecía hecha de cristal. Gulag continuó corriendo detrás del pequeño roedor y de repente chocó contra una especie de pared invisible mientras que la musaraña la atravesó sin problema. Peter escuchó el aullido del perro y al tiempo que éste se frotaba con una pata el hocico adolorido, él se acercó lentamente y con los brazos extendidos. Los latidos acelerados de su corazón hicieron que se detuviera unos segundos, respiró profundo y de nuevo comenzó a avanzar poco a poco hasta que de repente tocó una superficie que tenía la solidez de una gruesa lámina de acero, pero que era transparente. Ahora la esfera se encontraba a unos 10 metros de él; sacó de su estuche unos pequeños binoculares con los que estuvo examinándola por un buen rato. Calculó que tenía unos dos metros y medio de diámetro y flotaba; simplemente flotaba en una semipenumbra fosforescente.

Trató de registrar el objeto en su cámara de video pero ni siquiera logró activarla. Miró su reloj electrónico y la pantalla estaba apagada. Apretó varias veces el interruptor de la linterna pero ésta no se encendió. Dedujo entonces que en el lugar había algún tipo de fenómeno electromagnético que impedía funcionar a cualquier instrumento alimentado por energía eléctrica. Al secarse el sudor de la frente recién notó que dentro de la caverna la temperatura llegaba fácilmente a los 40 grados centígrados y que la humedad del ambiente debía estar cercana al 100%. Observó un rato más la esfera y luego decidió que era tiempo de volver al campamento así que puso la traílla a Gulag y emprendió el regreso.

Ya era de noche cuando arribó y una vez allí, resolvió que, con la excepción de Camille, no le contaría a nadie sobre su hallazgo hasta por lo menos encontrar algún tipo de respuesta al fenómeno que acababa de descubrir.

Al atardecer del día siguiente Peter llegó a su casa en Dar es Salaam y entró como una tromba buscando a Camille. Se sorprendió al encontrarla jugando con Tommy, el pequeño de dos años de sus vecinos, ambos fotógrafos profesionales. Ante la cara de sorpresa de Peter, Camille le comentó que la pareja había partido esa mañana a un safari a Kenya y que debido a que no podían llevar a Tommy con ellos, ella se ofreció a cuidarlo por los cuatro días que duraría su viaje. Peter la miró en silencio unos segundos pensando que quizás ya era tiempo que tuvieran un bebé propio, luego se sentó al lado de ellos y con palabras atropelladas contó a Camille lo de la esfera. Ella lo escuchaba con la boca abierta y cuando Peter terminó su relato, estuvieron un largo rato discutiendo si convenía o no notificar de su hallazgo a las autoridades de Tanzania. Peter convenció a Camille que lo mejor era que ambos fueran a examinar la esfera y una vez que volvieran, decidirían qué hacer. Podían partir al día siguiente, y si alquilaban una avioneta, estarían a mediodía en Iringa, allí los esperaría un vehículo que los llevaría en sólo dos horas hasta el campamento base. Si todo funcionaba bien, durante la tarde alcanzaban a visitar la caverna y a estar de vuelta antes de que oscureciera. Dado que no podían dejar a Tommy, decidieron llevarlo con ellos. El perro, esta vez se quedaría en casa.

Todo salió como estaba planeado, y ya que ahora Peter llevaba los implementos necesarios, fue sencillo deslizarse por la hendidura. Caminaron despacio y en silencio hacia la esfera. Camille apretaba nerviosamente la mano de Peter quién llevaba a Tommy cargado a la espalda. El pequeño, en su media lengua, mostraba su admiración por el brillo de las paredes. Al doblar el recodo, la exclamación de Camille al ver la esfera fue suficiente para demostrar su absoluto asombro. Se acercaron lentamente con los brazos extendidos y cuando Camille tocó la pared invisible, no pudo evitar un grito de sorpresa. Se quedaron en silencio ya que ninguno podía explicar ni el origen y menos el uso que podía tener el objeto. La humedad y el calor molestaban a Tommy así que Peter lo dejó sobre el suelo, el chico seguía inquieto y trataba de sacarse la ropa que llevaba puesta así que Camille lo desvistió completamente y luego sacó un cuaderno de notas para registrar lo que veía. Por su parte, Peter mirando a través de sus binoculares, grababa en su memoria cada detalle del lugar donde la esfera flotaba. Era un cuadrado de unos cuatro metros por lado, con paredes relucientes de color azul fosforescente y la esfera, completamente lisa, flotaba exactamente al medio. En ese momento Camille dio un grito y cuando Peter giró la cabeza hacia ella, quedó estupefacto cuando vio a Tommy gateando al otro lado de la pared.

Impedidos de atravesarla, ambos golpearon desesperados la muralla invisible mientras que el eco de sus alaridos de impotencia retumbaba desde el fondo del túnel. Tommy, al verlos gesticulando aparatosamente, se puso de pie y se largó a llorar. Camille se dio cuenta que estaban poniendo nervioso al chico, así que se sentó con las piernas cruzadas, pidió a Peter que hiciera lo mismo, y los dos, con los brazos extendidos, mediante cantos y sonrisas, empezaron a llamar al pequeño, quién dejó de llorar, pero los miraba sorprendido. Peter dedujo que Tommy no los escuchaba y de pronto vio que Camille se desnudaba completamente y luego trataba de atravesar la pared pero sin lograrlo. Su voz temblorosa y las lagrimas que rodaban por sus mejillas mostraban el pánico que la invadía. Él, deduciendo que Camille pensó que la ropa que traían impedía que traspasaran la pared, también se desnudó, pero tampoco pudo cruzarla. De pronto Tommy empezó a gatear hacia ellos y atravesó la pared sin problema. La pareja no podía contener sus lagrimas y risas de júbilo mientras abrazaban a Tommy y la mirada de alivio que ambos se cruzaron fue suficiente para convenir que era tiempo de regresar al campamento base.

Ya en Dar es Salaam, pronto acordaron que debían volver a la caverna y que todavía no reportarían su descubrimiento. La cuestión que quedaba por resolver era por qué Tommy y la musaraña habían logrado traspasar la pared en cambio ellos y Gulag no. Camille encontró la respuesta: sus cuerpos portaban materias extrañas a ellos mientras que los de Tommy y el roedor seguramente no tenían ninguna. Ella le comentó sobre el dispositivo intrauterino que usaba para evitar los embarazos y Peter se acordó que tenía caries en dos muelas que fueron tratadas con resina dental. Camille comentó que también tenía una caries que fue curada con el mismo material. Peter luego dedujo que el collar de Gulag debió ser la razón por la que no pudo traspasar la pared y en cambio el roedor, que no portaba algo ajeno a su cuerpo, sí pudo. Las decisiones que tomaron fueron sencillas: ella se sacaría el dispositivo intrauterino, ambos irían al dentista para que les extrajeran la resina de sus dientes y volverían a la caverna lo antes posible.

Durante los siguientes dos días, mientras esperaban el regreso de los padres de Tommy, se dedicaron a investigar por Internet cualquier dato que les diera una referencia de la esfera. Buscaron en las leyendas e historias de varios países pero no encontraron ni un dato que les diera una luz sobre el misterioso objeto. Una cosa sí estaba clara: para acercarse al artefacto debían estar completamente desnudos lo que significaba que no podrían portar nada que les ayudara a registrarlo y examinarlo. Peter pensó en llevar una cámara fotográfica mecánica, pero no pudo conseguir ninguna que le asegurara obtener una buena foto en la semipenumbra en que flotaba la esfera.

De vuelta en la caverna, Peter y Camille estuvieron un largo rato admirando la perfección de la esfera. Luego se desnudaron en silencio, se tomaron de la mano, extendieron sus brazos y avanzaron lentamente hacia el artefacto.

Y atravesaron la pared.

(Continuará…)

Texto agregado el 20-08-2014, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-08-2014 Interesante hasta el momento. Te dejo 5*. Si el resto no me gusta, me las devuelves. Nyarlathotep
21-08-2014 va bien..voy por la segunda. manejas muy bien el relato.... york
 
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