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Iniara Iniesta (VIII)

Calleja tiene algún informante y lo tiene bien cerca de mí. Ayer Tomasa trajo la invitación para que papá, Jerónimo y yo concurriéramos a la gala en honor a su esposa, doña María Francisca.
Pensé erróneamente que íbamos a ser un grupo numeroso de personas, pero nuestro enemigo común es inteligente: Apenas si somos diez. La conversación es tensa, el menor error y estamos en serios problemas. Calleja pone a prueba a Jerónimo una y otra vez.
Cruzo miradas con mi padre, el espíritu venal de mi supuesto primo nos juega en contra y no logra explicar convincentemente por qué habita con nosotros teniendo fortuna en Europa. Hasta Doña Francisca está al pendiente. Disimuladamente miro hacia afuera, el patio interno está lleno de soldados. Creo firmemente que es una trampa. Sé -por lo que se comenta en la Ciudad- que el Virrey ha hecho diezmar toda aquélla aldea que apoyó a los revolucionarios.
Papá se acerca y casi en un murmullo me dice que le siga la corriente, algo está planeando. En la mesa, apenas servida la cena, anuncia que Jerónimo y yo contraeremos matrimonio. Me quemo la boca con la sopa, pero sonrío ante las felicitaciones de los comensales y el gesto caballeresco de mi futuro consorte.
No puedo montar ninguna escena a papá frente a Jerónimo, así que espero a que estemos solos. Estoy en apuros, cómo voy a salir de esta situación. A lo que me contesta que no me preocupe: Si es necesario buscaremos un falso cura y simularemos una boda, de todos modos su nombre, Jerónimo, es lo único verdadero en la fachada de mi futuro esposo. Que no falta mucho para que los verdaderos patriotas se unan en armas y por fin Calleja abandone Nueva España.
Quiero pensar que mi padre tiene el suficiente criterio, pero no lo tuvo con Humberto, y nada me asegura que lo tenga ahora.
La fiesta de compromiso es todo un éxito, invitamos a casi media Ciudad. Estoy al pendiente de todos los que me saludan, pero algo me dice que nuestro Virrey no se creyó el cuento.
Dilatado en el tiempo elegimos casa y mobiliario, pero parece ir más rápido nuestro camino hacia el altar que la revolución. No me queda otra opción que comprar el ajuar. De repente se actualizan mis recuerdos con mi único enlace y me aterran ciertas cosas.
Voy a lo de Eulogia para preparar mi vestido nupcial. De repente río por mis adentros. Cuando realmente me casé, ni siquiera pude tener a mi padre y a Matilda cerca. Ahora, con mi casamiento falso hasta puedo elegir lo que voy a vestir. Me siento rejuvenecida.
No nos casamos en la Iglesia, demasiado con un cura falso. Preparamos la ceremonia en el jardín de la hacienda. De allí nos mudamos directamente a nuestra nueva casa. Los ánimos reales no parecen serenarse.
La vida de casada con Jerónimo es muy diferente a lo que viví con Humberto, porque a pesar de que tenemos diferentes dormitorios, él está muy presente. Para mi sorpresa pide mi opinión sobre los negocios que emprende. Me siento útil a su lado. A veces cuando nos sentamos en la mesa toma mi mano. Esto acelera mi corazón y me enciende la sangre. Cuando me habla se me acerca cada vez más, como si fuera un susurro y me corre una energía desde la nuca hasta los talones.
Salimos a pasear por la plaza y nada me enorgullece más que nos vean juntos. Hace unos días, con el pretexto de que pasaba la guardia real me besó. En la boca. Fue suave, gentil, despacio, húmedo. Yo simplemente cerré los ojos para abrirlos luego lentamente. Me perdí en su mirada y luego sonreí levemente. Cada vez estamos más cerca. Quiero que me bese una vez más. Y otra vez. Y otra vez.
Calleja nos ha pedido albergar a un diplomático. Sé que el Virrey tiene lugar de sobra para dejarlo en su residencia, pero parece que Tomasa le ha ido con el cuento de que Jerónimo y yo no dormimos en la misma habitación. Por eso he mudado nuestras cosas al dormitorio central. Demasiado tarde: Calleja se entera que el cura del casorio no era tal.
Papá me advierte pero es detenido. Jerónimo me rescata de la guardia real. Salvamos nuestras vidas, pero no sé qué será de mi padre. Quiero volver, pero sus amigos me convencen que haga lo contrario: Si me tienen a mí, tienen el punto débil del Conde Iniesta.
Viajé con Jerónimo a Santa Fe y paramos en una aldea humilde y polvorienta, leal a la revolución. Nos recibe un matrimonio mayor y nos hace lugar en una pequeña piecita al fondo del terreno.
Estoy exhausta y lloro acurrucándome en la pequeña camita que nos prepararon. Jerónimo se recuesta y me abraza. Ese gesto tan tierno del hombre que para todo el mundo es mi marido me enternece. Me duermo sollozando mientras Jerónimo me acaricia el cabello.

Texto agregado el 11-08-2014, y leído por 73 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-08-2014 Siiiiiiiiiiiiiiii, éste es el capítulo que recordaba y lo amo. Me fascina esta historia. Es un cuento que suena real, pero tiene magia y romanticismo. Sigo. SOFIAMA
 
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