Roberto ya no puede vivir así. Su vida es un infierno gracias a Samael. Perdió su matrimonio, lo echaron del trabajo, su perro murió y ahora está a punto de perder la cordura. La entidad que lo está atormentando se llamaba Samael y es un demonio. Roberto sabe bien su nombre porque lo tiene escrito en su pecho. Desde aquel día que con un cuchillo de cocina, Samael “lo obligó” a tallar su propia carne para poner su firma.

Roberto probó de todo; espiritistas, sacerdotes y hasta chamanes, pero nadie ha logrado alejar a la criatura demoníaca de su vida. Sus encuentros van en aumento, pero durante los últimos meses fueron empeorando en intensidad. Desde paredes escritas con sangre, hasta alucinaciones que harían al más valiente orinarse encima.

Ayer, cuando Roberto se disponía a lavarse los dientes, tuvo una sensación de vacío que le empezó a llenar el estomago. Fue como si estuviera en un carrusel a toda velocidad, sin poder bajarse. Cuando pudo incorporarse para mirarse al espejo, notó que algo viscoso le estaba emanando del ojo izquierdo. Era algo así como oruga saliendo de su pupa. En la desesperación por tratar de sacársela notó que su dedo se había hundido en su carne, casi como si fuera un muñeco de cera. El horror le nubló la vista. Volvió a mirarse al espejo y se dio cuenta que estaban al descubierto músculos y cartílagos. Su cara empezó a desmoronarse como si se estuviera derritiendo. El frenesí de sangre y carne duró varios segundos hasta que de pronto, como en un déjà vu, todo volvió a la normalidad. No había sangre ni cartílago. Su cara estaba bien. Enseguida se escuchó una espantosa risotada que resonó por toda la casa. Eso fue la gota que rebalsó al vaso.

Tiene que encontrar la manera de vengarse de Samael. Roberto sabe que hay un solo camino para pelear en su territorio. Mientras se pone el caño del arma en su boca, un último pensamiento le surca la mente:
–“Prepárate Samael. Voy por ti, por toda la eternidad”—