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Sin discurrir mucho decidí irme a vivir a las calles; tenía 24 años y me acababa de graduar de ingeniero; pero no quería hacer nada y no era capaz de suicidarme. Mis padres no me soportaban y yo tampoco los soportaba a ellos.

No tenía un lugar a donde ir, a pesar de esto, un día, antes de almorzar con ellos, en pijama y con chanclas salí corriendo de la casa y corrí durante varias cuadras hasta que sentí que mis padres dejaban de perseguirme. La gente se limitó a mirarme con cara de indiferencia y asombro, y nadie trató de detenerme en mi camino horro. Me detuve para intentar normalizar la respiración y luego caminé tranquilamente como cualquier otro ciudadano sin que nadie se escandalizara por mi estado. Entre más caminaba más sentía que me liberalizaba, pero pronto empecé a sentir hambre, por lo que busqué una panadería para que me regalaran un pan.

No me tardé mucho en encontrar una; me acerqué hasta la entrada, y me quedé esperando a que alguien me pusiera atención; absolutamente nadie se inquietó por mi presencia, por lo que levanté mi mano izquierda y con mi mirada señalé a uno de los panaderos; el hombre levantó su cara de manera despectiva, se me acercó y me dijo que dejara de molestar, yo le repliqué – deme un pancito, pero sin queso porque soy vegano -. El sujeto iracundo, de manera impredecible, me lanzó una patada a mi estómago; pero yo instintivamente alcancé a esquivarla y huí con todas las fuerzas que me dio mi pesado cuerpo.

Posteriormente seguí caminando, pero se me quitó el apetito. Sentí que la vida era un fiasco y no me dejaban expresarme. Caminé unas cuadras más y me llamó la atención encontrar un edificio de dos plantas, con arcos en su primera planta y al frente de él, una fuente de agua con forma de mantarraya. La curiosidad me llevó a dirigirme a la entrada, al alzar mis ojos vi el título de la organización, escrito en letras mayúsculas rojas decía: Asamblea Nacional Constituyente. El día: 26 de Agosto de 1789; mi país Francia, estaba en una revolución y al parecer se estaba declarando algo muy importante.

No había celador en la entrada, y la puerta estaba abierta por lo que pude ingresar sin ningún problema; eché una ojeada al lugar y vi que había cientos de seres, pero no eran completamente humanos, sus ojos estaban completamente blancos, idos; sus orejas, narices y bocas eran muy pequeñas y lo que más me pareció extraño era que sus trajes eran como los de los reos, de color naranja. Uno de estos personajes sobre la tarima empezó a hablar; era La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Yo había llegado justo a tiempo para escuchar La Declaración; el sujeto empezó a leer mientras sus ojos se enrojecían, lágrimas de sangre descendieron de sus lagrimales hasta caer al piso, mientras se pronunciaba cada uno de los derechos a todos les pasó lo mismo, sus ojos se tornaron del rojo más fuerte posible y lloraron con total desazón.

Escuché a varias palomas entrando al lugar por la puerta zureándome, como pidiéndome que dijera algo; me volteé, las miré sobre el suelo y luego me acerqué a la tarima, subí allí, y le quité el documento al personaje; leí todos; hablaban de igualdad, de seguridad etc. Nadie paraba de sollozar; yo sentía el tormento de sus almas, algo estaba mal, algo faltaba; terminé de leer y pude entender qué era lo que faltaba: les dije – omitieron el más importante, “el derecho a no nacer”-. Devolví el documento, salí del recinto, me regresé a la casa de mis padres y me fui a dormir.

Texto agregado el 29-06-2014, y leído por 148 visitantes. (1 voto)


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