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Doble asalto

La puerta de calle comenzó a vibrar. Se detuvo por un instante. Continuó con un temblor violento. Pareció que la puerta y la casa toda iban a venirse abajo.
Don Ramón aprovechó el instante para repasar si había puesto la llave. Si había cruzado la traba metálica por dentro. Pensó que podría ser un robo. Que alguien quería entrar sin importar cómo.

-¿Llamá a la nena?, que venga urgente. Yo voy a traer el revólver del dormitorio.

Su mujer se movió con una rapidez como de costumbre ante las cosas urgentes, y desapareció en la penumbra del pasillo para alcanzar el teléfono que estaba en la cocina.

-¿Cómo puede ser si vivimos casi al lado del Parque de Mayo, y es una zona segura… Se pregunta Dora. ¿Cómo puede ser? ¡Ah mi Dios sálvanos!…

Los ruidos de la puerta se volvían cada vez más intensos. Don Ramón vio cómo caía la traba en cuanto llegó nuevamente desde el dormitorio.

- Mirá, también se ha soltado la cerradura.

Esperó unos segundos más. Se sentó en el sillón en el que acostumbraba a leer durante la tarde. Tomó el arma con evidente experiencia; ajustó los dedos amoldando la palma de la mano derecha al frío del metal y acercó su espalda al respaldo mullido de pana azul. El codo apoyado en su mano abierta y el brazo contra su panza, se dispuso a disparar. De cabellera entrecana y algo calvo, de unos setenta y pico de años, se defendía bastante bien con un ojo, ya que el otro luego de varias cirugías quedó con una visión muy limitada. De entrecasa con ojotas y pijama, estaba el alto hombre medio agazapado esperando que se defina la situación inesperada.

- ¡Ahora que venga! que estoy esperando, dijo Don Ramón.

Eran dos tipos altos y decididos los que de golpe entraron, como si conocieran el lugar.

Se escucharon dos disparos. Don Ramón no parpadeó. Su boca se apretó tanto que sus labios cambiaron de color: ahora eran de un pálido más pálido que el hielo. Sus manos temblaban.
La camisa de uno de los ladrones se tiñó de sangre. Había sangre a la altura de la tetilla izquierda. El otro lo tomó de los hombros y protegiéndose con el cuerpo del herido, comenzó a arrastrarlo desde la vereda hacia la esquina. Se perdieron de vista. Todo había sucedido muy rápido.

- ¡Que los parió!, no he querido matar a nadie…

Dora permanecía inmóvil en la abertura del pasillo que da a los dormitorios.

- Ramón ¿qué está pasando?

- No sé. A lo mejor nos han queriendo asaltar. No sé. ¿Vos estás bien?

- No Ramón…

-Pero no te ha pasado…

- No Ramón; ¿Y a vos?...

-Tampoco. Pero no sé cómo levantarme de aquí.

-No, no, quédate, quédate. Y ponte tranquilo.

-¿Llamaste?...

-Si llamé, pobre hija, casi se muere de susto.

- ¿Vendrán?...

- Sí Ramón, ella vendrá…

- ¿Y…?

- No sé, tenía que ubicarlo. El está trabajando.

- Pero si hoy es 25 de Mayo. Y a esta hora…

- Son casi las ocho de la tarde. Seguro que vendrán Ramón, ¿no querés que llamemos a la policía?... Mirá que…

- No, después.

- Ramón tengo mucho miedo.

- Ya pasó. Esos tipos ya se han ido.

- Pero tengo miedo Ramón.

- Yo también

En el mudo silencio en que la casa quedó por un instante, se sintieron nuevos golpes en la puerta, ésta vez eran más débiles pero no por eso menos intensos y repetitivos. Una voz fina y agitada pregunta:

-Abran la puerta por favor. Abran rápido.

- ¡Abrí Ramón que es la nena!

- Claro, ya le abro.

- Rápido denme las joyas y la guita que ustedes tienen…

La otra también hablaba y solicitaba lo mismo:

-lo más rápido, ¡sino son boletas!...

Ramón y su mujer no salían del susto anterior. Les entregaron, relojes, joyas, y dinero como cinco mil dólares. Se los colocaron en un bolso rojo, que en su boca permitía ver el destellar del metal que una de ellas empuñaba.
Esta vez no hubo tiros.

Las dos mujeres raudamente desaparecieron de la vista de Don Ramón y de su mujer y se metieron en la “casa de chocolate”, que aunque destruida en parte y con algunos vidrios rotos, servía de aguantadero para los delincuentes. Allí había repartida del botín.
-Mirá que necesitamos mucha guita;
-Sí, pero están muy jodidos los cabrones, ¿no?
-No sé; en el otro robo, del otro lado del Parque, la hicimos bien y aunque no matamos al jubilado ese, ni a su señora tampoco, no pasó nada;
-Cambiaré éstas joyas para juntar la guita y pagar la operación de estos cabrones.

Texto agregado el 31-05-2014, y leído por 117 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-05-2014 solidaridad entre ladrones. rentass
31-05-2014 Un poco enredado, al final lo entendí y me reí bastante... Hay que ser quemados ¿No?... sabiel
 
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