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“SI TÚ ME DICES VEN, LO DEJO TODO. PERO DIME VEN”

Tal era el título del libro que llamó mi atención dentro de una librería del barrio de Boedo aquel sábado por la tarde.

Concurro allí de vez en cuando, luego de mi último fracaso amoroso, en búsqueda de algún ejemplar aún no leído de mi autor favorito. Termino como siempre, tomando un café sola y aburrida en una mesita del fondo, hojeando libros al azar de la más variada especie.

Allí me encontraba, parada frente a la estantería, con aquel título cautivante que me mantenía hipnotizada preguntándome sobre qué trataría aquel texto.
En el preciso momento en que me decidí a tomarlo, una mano masculina se me adelantó y dio por tierra con mi intención hojearlo. Se trataba del último ejemplar disponible según me informó el vendedor. Lo tenía en su poder un individuo que en ese instante me daba la espalda , y con la cabeza baja devoraba su contratapa mientras se acercaba cada vez más a la caja con la obvia intención de comprarlo.

Había sido una semana complicada . Esas semanas que conviene mejor borrar del almanaque vital por su saldo negativo. La palabra “no “ había sido la respuesta de rigor en todo mi entorno, desde lo laboral hasta lo estrictamente personal. Quizás por eso me invadió una rebeldía peculiar, poco frecuente en mí, que me llevó a pararme frente a aquel sujeto y mirarlo fijamente al tiempo que le decía: “ Disculpame, pero ese libro me interesa. Lo estaba por comprar yo y justo te me adelantaste…”

Demas está decir que esta simple frase desencadenó una discusión subida de tono entre ambos que terminó con la mediación del vendedor, quien, para aquietar las aguas, me acompañó hasta la salida tomándome del hombro con la promesa de traer un nuevo ejemplar la semana entrante.
En tanto, el sujeto con el libro en las manos, me miraba con cara de satisfacción y una sonrisita irónica desde la caja.

Salí frenética de la librería, y mientras caminaba con la cabeza gacha rumbo a mi auto, estacionado a escasos metros de la esquina, el mencionado sujeto pasó a mi lado con paso rápido. Lanzándome una miradita de soslayo me espetó :- Chau linda. La próxima,no dudes tanto-. Sin duda fue su comentario la gota que rebalsó el vaso…

No se si fue el destino o la casualidad, pero había estacionado su auto detrás del mío , casi pegados.
Y bueno, pasó lo que tenía que pasar... Mientras él buscaba las llaves distraídamente parado en la vereda, yo subí al mío , puse marcha atrás, y…. sí ….se lo choqué intencionalmente, haciendo añicos la parrilla y los faros delanteros de su rodado.

No me enorgullezco de lo que hice, lo aclaro. Pero reconozco haber experimentado una satisfacción inmensa al ver por el espejo retrovisor su cara aterrorizada , mientras yo huía a toda máquina del lugar. Tuve la deferencia de saludarlo agitando la mano desde la ventanilla. El pobre hombre corría detrás de mí con gritos desaforados e improperios de toda ìndole.

No obstante, siempre tengo presente que conviene no subestimar la memoria de la gente.
Una semana después lo tenía parado en la puerta de mi casa tocando el timbre desaforadamente con una denuncia policial en la mano. Parece ser que había memorizado mi patente y finalmente dio con mi paradero.
Y ahí estaba, solo, todo desalineado, el pelo revuelto , la corbata a medio hacer, un maletín en la mano y cara de pocos amigos, intentando que le abriera y le diera una explicación.

No se puede huír de las responsabilidades eternamente, y ahora que tenía mi dirección, la única forma de sacármelo de encima era darle los datos de mi seguro automotor.
Así fue que decidí enfrentar la situación y atenderlo…
Luego de escuchar en silencio una interminable letanía de quejas y descalificaciones sobre mi estado de salud mental, lo invité a pasar y le ofrecí un té para tranquilizarlo. Traté de explicarle que en realidad, ese día, él se encontraba en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Con o sin intención, ofició como blanco de un estallido de cólera de mi parte, producto de una suma de contratiempos que habían exasperado mi ánimo hasta el límite aquella semana .
La frustración por aquel libro solo fue la gota que rebalsó el vaso, sin más. Y la había derramado justamente él.

Le ofrecí mis disculpas y los datos del seguro, tras lo cual se fue calmando y , no me pregunten cómo ni cuándo, nos fuimos sumergiendo en una amena charla sobre su reciente divorcio, los problemas con su ex mujer, y otras menudencias por el estilo. En un momento abrió su maletín , sacó el libro de la discordia y me lo regaló en son de paz. Los hombres a veces sorprenden.
Como la charla se prolongó más de lo esperado, decidimos continuarla cena mediante.

Y bueno, acá lo tengo a mi lado una semana después, durmiendo plácidamente en mi cama con el auto reparado. En tanto yo, un poco desvelada, trato de conciliar el sueño leyendo el libro de la trifulca, que , en honor a la verdad, no es gran cosa.
Después de todo descubrí que hay diversas formas de decirle al otro “…VEN…”, y además... funcionan.

MARÍA


Texto agregado el 04-05-2014, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-05-2014 *****También lo leí, a mí me lo regalaron...pero esa es otra historia. Escribes bien. Solo_Agua
05-05-2014 Después de este texto puedes iniciar un "Manual con las diez reglas seguras para seducir". Muy divertido. -preciosa-
 
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