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El laberinto de la ciudad antigua..




Recuerdo que aquella noche a diferencia de muchas otras como quiera que hubiera encontrado a un viejo compañero de Universidad y unos amigos suyos el itinerario no fue el habitual. Cuando los chupitos pusieron punto final al recorrido fuimos a recalar a una perdida habitación de pensión donde nos arracimamos vestidos sobre dos camas toda la cuadrilla. Dormitaron/mos un rato y se despidieron mientras yo me desperezaba un poco más en la cama que ahora quedaba vacía. El cúmulo de cosas raras empezaron a pasar a partir de entonces.

Lavé mi cara en un lavabo que había en la habitación y cuando, quizá aún bajo los efectos del sueño, los chupitos y quién sabe qué sustancias adictivas más, me miré en el espejo descubrí unos ojos azules que eran novedad absoluta en mí. Me sorprendió pero qué le iba a hacer: pónganse en mi lugar. Pero no termina aquí la zozobra, digamos que casi empieza. Tras trastabillar por la habitación en busca del zapato izquierdo que finalmente encontré, entre varios que se me daban a probar, de todos los colores, extendidos debajo de la cama,bajé a recepción. Otra sorpresa más, los amigos de mi amigo- como dijeran- habían pagado la habitación pero como me había pasado de las doce del mediodía debía una suma que dije que pagaría a la vuelta mientras me adentraba en una ciudad que me resultaba completamente desconocida.

Tras deambular un rato por aquellas calles sin asfaltar y aquellas fachadas de piedra como las que da el celuloide cuando quiere reflejar una ciudad antigua, coincidí con una rubia lisboeta con el mismo objetivo que yo(que no era otro que adentrarnos en la parte de ciudad que nos resultaba conocida). Tras intercambiar unas palabras con ella entre las que no faltó la mención de su objetivo- repartir su curriculum vitae- y la noticia de mi reciente viaje a tierra lusa, emprendimos los dos la misión de acertar a salir de entre aquellos pasadizos de aquel lugar solitario e inhóspito.

Finalmente y tras buscar la salida con otro grupo de gente que se encontraba igual de perdida fuimos a dar con un lugar sin salida que me produjo la consiguiente y lógica sensación de claustrofobia sobre todo si digo que iba el primero y me podían aplastar quienes venían detrás. En ese mismo instante se hizo la luz, pues saliendo de aquella oquedad sin dirección, hacia la izquierda había unos topes del metropolitano. Me dirigí entonces al vendedor para comprar dos billetes, uno para la lisboeta y otro para mí, poniendo fin a la pesadilla de aquel laberinto.

Déme un billete...dos billetes de un viaje, dije.

-Son tres( y cuando preparaba tres euros del bolsillo, siguió)... millones de euros.

Texto agregado el 24-04-2014, y leído por 197 visitantes. (0 votos)


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