Es el frío lo que más recuerdo. Invadía mi cuerpo, lo recorría y lo hacía suyo. El alma la tenía congelada. La lluvia se colaba a través de los vidrios rotos y estaba empapada. Temblaba. Me estremecía. Mis manos aferraban el volante.

Frío. No lo siento en estos momentos, aunque el agua se encuentra helada. Si tan sólo lo sintiera de nuevo… pero ya no puedo sentir nada. Desde entonces he vivido muerta. ¿Cuántos días han sido? O cuántos meses, o cuántos años… no lo sé. Tampoco importa demasiado.

El sonido del agua al caer produce un eco en las paredes del baño. El viento que soplaba ese día dejaba también un eco en mis oídos. En realidad, todos los sonidos parecían ser sólo eso; ecos. Ecos difusos que resonaban confusamente en mi cabeza, ecos sin sentido. Todos, excepto uno.

- Mamá.

La puedo escuchar claramente al recordarlo. Puedo incluso sentirla a mi lado. Su respiración, el latido de su corazón, sus manos.

Abrazo mi cuerpo desnudo. Cierro los ojos. Una sonrisa irónica se forma en mis labios al recordar cómo aquella tarde luché duro por lograr lo contrario: mantener los ojos abiertos tras el impacto. Me aferraba en conservar la consciencia. Estaba asustada y primero lo busqué a él, lo necesitaba. Pero no lo encontré. Ya lo había perdido.

Después la perdí a ella. Los blancos mosaicos de la ducha me traen a la mente el hospital. En esos lugares todo es siempre blanco. Abro los ojos y me rodeo a mí misma con más fuerza, como si quisiera imitar los cálidos brazos que alguna vez me acariciaron.

Comienzo a mecerme, conforme las memorias transcurren en mi cabeza. Llevo tanto tiempo aquí que el agua se ha acumulado y se filtra a través de la cortina.

No termino de entender qué ocurrió, cómo pasó todo. Pero es claro que fui culpable. Todo puede cambiar en un instante, morir en un segundo, perderse para siempre. Eso lo he entendido bien.

Frío. Esta vez lo he sentido. Sonrío y observo la helada cuchilla posada sobre mi muñeca. La primera caricia en mucho tiempo.