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Inicio / Cuenteros Locales / Canon / Amores que matan (Cuento Colectivo)

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(01) Había llegado más temprano de lo acostumbrado a la oficina. Eso no era normal en el joven ejecutivo. Siempre llegaba a la hora y organizaba su trabajo administrativo, de tal manera que no se quedaba por nada, ni un minuto más después de la hora... Eso llamó mucho la atención de su secretaria personal…

(02) ...que le miraba de soslayo, mientras tomaba notas de las órdenes de primera hora de su jefe (ante todo tendría que ir a la cafetería y llevarle un café bien cargado, solo, sin azúcar cómo a él le gustaba. Tenía un humor de perros, y por nada del mundo quería ver su furia desatada).

(03) Desde que había comenzado a trabajar con él no perdía detalle de sus actividades, y hasta organizaba su agenda.
Lo observó detenidamente. Su ceño delataba signos de preocupación, la mirada perdida, y hasta el detalle de la corbata anudada en forma desprolija le indicaron que algo sucedía

(04) Salió del despacho...

(05) …hilvanando en su mente diversas fantasías respecto a aquel comportamiento desacostumbrado. Recordó un llamado telefónico del día anterior. Supuso que tal vez en ese momento había comenzado el malestar. ¿Quién lo habría llamado?

(06) Pensando en la llamada, volvió al despacho con el café y lo dejó sobre la mesa de su jefe. Él dijo un "gracias" mecánico e indiferente, y cogió la taza. Sin embargo, al tocarla, el líquido negro hirvió de repente, de forma violenta, repentina, y se desbordó. Alarmado, dejó el pocillo y echó una mirada a su secretaria con los ojos desorbitados, esperando que ella no se hubiera dado cuenta.

(07) En las últimas semanas le sucedían cosas extrañas, como perder objetos para luego encontrarlos en otro lugar. Lo más reciente fue encontrar encendida sola la pasada noche la calefacción en el dormitorio dónde dormía. Sucesos extraños que le atemorizaban.

(08) En pocos días sus rasgos se habían debilitado. Sin duda alguna aquel llamado lo había dejado irritable. Todo él era un manojo de nervios…

(09) …que sólo podía calmar con unas copas de alcohol, pero eso no era de gran ayuda.

(10) Se observó en el espejo, y vio un extraño reflejado allí. Sus ojos estaban enrojecidos, un rictus indefinible deformaba sus labios. Intentó tocar aquella imagen, pero ni bien lo hizo ésta se esfumó.

(11) Un escalofrío subió por su espinazo. Intentó recordar lo sucedido en los últimos meses, pero era en vano. Estaba abstraído en otro mundo, hasta que una voz de mujer le habló en un tono alto: "Señor Otegui, ¿Se encuentra usted bien? "La voz de su secretaria le sacó de su ostracismo y volvió a la realidad, al día de hoy.
(12) Pero la secretaria era otra.
-¿Donde está Clara? ¿Quién es usted?
-Soy su nueva secretaria. Desde hoy los papeles se invierten, usted hará todo lo que yo le diga.
Otegui intentó hablar pero ningún sonido salió de su boca. Comprobó aterrorizado que los ojos de la mujer eran los mismos de su difunta esposa.

(13) ¿Y si todo era un sueño del que le costaba despertar? ¿Por qué ahora, después de tantos años, cuando ya casi la tenía olvidada, se le aparecían los ojos de su esposa con mirada acusadora? ¿Una simple llamada telefónica le provocaba, trastornándolo de aquella manera?

(14) Su difunta esposa falleció súbitamente en unas vacaciones en Haití; el forense después de examinar el cadáver dictaminó: "Muerte por infarto de miocardio".
(Sólo él sabía que la había estado envenenando poco a poco, durante meses con polvo de oro traído de México en el café que le servía con amor todas las mañanas).

(15) Con amor... sí, tanto amor que lo desbordaba. Además, el oro de México resulto excelente para su propósito.
La vida se diluía entre lo cotidiano y los hechos fantásticos, le era ya muy difícil distinguir entre ambos. El alcohol al principio ayudo; sin embargo ahora era ya inútil.
¿Existe la reencarnación? O tal vez la traslación de un alma para... vengarse.
Estaba por descubrirlo.

(16) Lo que le ocurría era inexplicable: tazas de café que hervían cuando las tocaba, su imagen que desaparecía del espejo, una secretaria con una mirada idéntica a la de la mujer que había asesinado.
No cabía duda. Estaba enloqueciendo.
Su nueva secretaria insistió:
- Debe hacer lo que yo le ordene.

(17) Fue en ese momento que reconoció la voz de la llamada telefónica. Su mente se había negado a aceptarlo, pero ahora no tenía alternativa. Era ella, había vuelto y con el mismo graznido con que le había atormentado durante años, ahora le ordenaba obedecer... Necesitaba ayuda especializada, ¡¿un exorcismo?!

(18) Quería librarse de aquel fantasma del pasado. Después de haberse trazado planes una y otra vez, y que todos terminaran en el cesto de la basura, un exorcismo parecía la mejor solución.
Y si aquello no funcionaba, si su difunta mujer quería que hubiera un culpable de su muerte, lo habría: reabriría el juicio, pediría una nueva autopsia y sembraría de pruebas la casa de su amante.

(19) Realmente se sentía atormentado, confuso. El pasado lo estaba volviendo loco y su conciencia le recordaba una y otra vez, que era un asesino. Su exitosa carrera comenzada a declinar. A veces, se retiraba de los primeros, para volver horas más tarde y quedarse de los últimos en su trabajo. Y no porque adelantara en los asuntos comerciales, sino para evadir el regreso a su departamento, para no sentirse solo y no seguir escuchando la voz de su difunta esposa...

(20) Su conciencia no estaba limpia, miró como en sueños a su secretaria, y sin mediar palabra salió huyendo del despacho, atropellando a su paso a una becaria que terminó en el suelo. En el ascensor se le cayó el maletín que portaba celosamente. Guardaba toda la documentación del juicio dónde fue absuelto por falta de pruebas. (Él sabía por un amigo médico que el polvo de oro no dejaba rastro en el cadáver).
Sudoroso, se presentó en casa de Gaynor, su amante....

(21) Ella abrió la puerta y él se abalanzó a sus brazos y comenzó a quitarle la ropa. En medio de las caricias desenfrenadas, él sintió un fuerte dolor en el pecho que lo dejó casi sin respiración. Gaynor gritaba con descontrol mientras él se elevaba pero su cuerpo permanecía junto a su amante.

(22) Otegui creía en su amor, aunque sólo buscara consuelo en sus brazos.
Esbozó una sonrisa .Si ella lo hacía por dinero, él también lo había hecho antes, y había pagado hasta el último centavo las deudas contraídas con sus tortuosas alucinaciones.

(23) Finalmente, vio cómo ella se desembarazaba de él como quien se quita de encima un saco de harina, y él caía pesadamente a un lado, con los ojos muy abiertos y un rictus horrible. Observó toda la escena como si se encontrara suspendido del techo, y se perdió en sus propias pupilas, que no lo reflejaban ya. Supo que se estaba muriendo.
Su compañera, aún alterada, entre gemidos, se cubrió como pudo y buscó su teléfono. No llamó a la policía ni a urgencias, como cabía esperar, sino a su amigo médico...

(24) - ¿Gabriel?- susurro Gaynor
- Si, él habla, Gaynor -
- Ese polvo, vaya que es estupendo… apenas ha empezado y ya está desplomado...-
De regreso en su ser, había escuchado la conversación (que se vio cortada por la sorpresa de Gaynor al verlo levantarse de pronto)
Él sabía ahora lo que pasaba, y la oportunidad que se le presentaba...
Con una sonrisa enorme dijo a Gaynor...

(25) -Sabia que algo extraño estaba ocurriendo...era acosa de tiempo descubrirlo- Se dejó caer en el sillón agregando -Casi me engañas mi querida Gaynor, pero soy más listo que tú. Con respecto a los bienes que heredé de mi difunta esposa, déjame decirte....

(26) ...los maldigo, los maldigo desde lo más negro de mi corazón. Intenta hacerte con ellos, y la locura que me ha atormentado a mí, caerá sobre ti.-
Y tras un estertor ronco, exhaló su último aliento.

(27) Cayó desplomado por el suelo. Gaynor, veloz, se apoderó de las llaves que él guardaba en el bolsillo de su chaleco. Rápida abrió el maletín que el portaba siempre como una segunda piel, para encontrarse con diversas tarjetas de crédito, un pasaporte, y dos billetes de avión con destino a Suiza. Con sorpresa descubrió que uno estaba a su nombre. (En un departamento se encontraban unas llaves correspondientes a una caja de seguridad, que pertenecían al The Swiss National Bank).
En quince minutos preparó la maleta y se dirigió al aeropuerto más cercano. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Por fin se había desembarazado de su amante con ayuda de su amigo, el prestigioso Dr. Wallas, que le esperaba en el aeropuerto Kennedy.


Participantes
(01, 19, 25) Pithusa - (02, 04, 07, 11, 14, 20, 27) Audina - (03, 16) Agostina - (05) Godiva - (06, 23) Ikalinen - (08, 13, 18, 22) Yosoyasi2 - (09) Vogelfrei - (10) Glori - (12) Ninive - (15) Yar - (17) Adelsur - (21) Gsap – (24) Principessapostmortem - (26) Canon

Título: Pithusa


Texto agregado el 31-03-2014, y leído por 238 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-04-2014 Bien... Méritos a quien hizo la ardua tarea de hilar todas los fragmentos... Quedó fantástico.... A la espera del siguiente. pithusa
01-04-2014 Gaynor introdujo con dificultad la llave en la cerradura de la caja de seguridad, sus manos temblaban incontroladamente, finalmente consiguió abrirla la decepción se reflejo en sus ojos en su interior solo había un sobre dirigido a su atención. elisatab
01-04-2014 Qué interesante ejercicio!! Un abrazo. gsap
01-04-2014 ¡Me ha encantado de principio a fin! Es laboriosa el hilar texto de cada uno de los cuenteros. Sólo una mano hábil y experimentada ha logrado que este relato se convierta en una buena historia policiaca. El final... ¡de película!. ¡Bravo por todos los que colaboraron. Juntos... se hacen unos textos de antología. Muy bueno***** Audina
 
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