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Éste es un cuento que necesita espacio para desarrollar su existencia.

No todo el mundo tiene el tiempo (o el deseo) necesario para leer (¿disfrutar?) de una narración. Incluido yo, no estoy acostumbrado a usar tantas palabras para llegar a un final.

¿Qué hacer?

Lo lógico: dividirlo en cuatro capítulos.

Sin embargo, esa división y la necesaria demora en las entregas, ¿no le resta interés a la historia?

¡Sí, así es!

¿Entonces?

Bien, el sentido común aconseja dejar la decisión a los lectores, (siempre descargar la responsabilidad de tomar decisiones es un alivio, por eso hay pocos líderes):

Solución:
Dividir el cuento, ingresar las cuatro partes juntas y que cada quien decida cuando las lee o si no las lee para nada.

¡Parece una solución salomónica!

Como guía al lector, les puedo decir que existe una diferencia muy marcada entre las dos primeras partes, es decir la primera mitad, con acciones y actividades algo confusas y un poco de humor distorsionado, y las dos últimas partes, es decir, la segunda mitad, más seria y algo apocalíptica.

El resto es silencio.



Capítulo 1

Eran las 9:05 AM, estaba colgando mi abrigo cuando el teléfono en mi escritorio comenzó a sonar, nunca supe por qué se les colocaba esa estridente campanilla pero supongo que querían perturbar a los receptores tanto como para obligarlos a responder sin demora.

Antes de que pudiera tomar el teléfono, Ayelen, mi linda ayudante puso su cabeza en mi oficina y me dijo:

-¡Llamado del Cielo, M!

Alcé el auricular y oí una voz que decía:

-Se lo necesita en el piso 21.

Y se cortó la comunicación.

Me quedé mirando el teléfono tratando de comprender el significado del tono sólido que se oía desde el receptor.

La voz de Ayelen, que tenía la cabeza en mi oficina y su cuerpo en la sala de recepción, me trajo a la realidad:

-¡Despierta, M, tienes que ir al Cielo! ¡Ya sé que es una llamada rara pero tienes que cumplir ahora!

La miré y comprendí el por qué de su premura, ¡no se debe hacer esperar al Cielo!

Así que tomé mi abrigo y corrí hacia Miguel, Rafael y Gabriel, los tres ángeles, que son los únicos ascensores que entraban en el Cielo (el piso 21), de ahí sus nombres.

Miguel estaba vacío. No era de extrañar, nadie va al Cielo a menos que lo llamen.

Cuando llegué a mi destino, las puertas se abrieron lentamente para revelar la figura de San Pedro. Bueno, él era el señor B, pero cuando recibió la tarea de cuidar el ingreso al Cielo, no pudimos evitar que ese apodo le fuera impuesto.

Apenas me vio, sonrió con la mitad de su boca y con su ojo opuesto, nunca supe cómo podía hacer eso, ¡era realmente raro!

-Bienvenido al piso 21, Sr. M, me saludó, -por favor, ¡sígame!

Lo hice, por supuesto, ¿qué otra cosa podía hacer?

Cuando estábamos a dos pasos de una enorme puerta de roble, ésta se deslizó sin hacer ruido hacia un lado dejando paso al Sanctum Sanctorum, seguí a San Pedro dentro de una habitación inmensa, todas las paredes llenas de obras maestras de los mejores pintores del mundo, antiguos y nuevos. Además de que estaba casi vacía, excepto por varios sillones cómodos y un verdadero gran escritorio de teca pulida en forma de L, lo suficientemente grande como para dormir sobre él y un sillón de cuero auténtico (no podía verlo por completo, pero yo sabía, por los rumores en la oficina que era un sillón traído de Francia a petición especial).


San Pedro se detuvo en la puerta y me dijo:

-¡Encantado de haberle conocido, M! Por favor, acérquese al escritorio del Sr. A -¡Y sonrió de nuevo pero cambió de lados de la boca y del ojo! ¡Increíble!

Entré en el Sanctum Sanctorum y con cada paso hacia la gran mesa de teca en forma de L sentí que mi cuerpo disminuía en tamaño hasta alcanzar 2 pulgadas de alto al llegar cerca del escritorio.

En ese momento, el sillón giró sobre su eje y el Sr. A ¡se dio a conocer en toda su realeza!

Recuperé mi altura normal rápidamente y miré a la cara sonriente de nuestro venerado Patriarca.

Era un hombre normal, con una sonrisa paternal diseñada para ganar mi confianza, supongo.

Señalando detrás de mí, dijo a través de la sonrisa:

-Siéntese en la silla pequeña.

Sólo entonces descubrí una pequeña silla de madera entre dos sillones, un lugar muy incómodo para sentarse, pero obedecí sin decir palabra.

-Mi querido señor M, -hablaba con la tonalidad de un egresado de alguna Universidad Famosa, -tengo una tarea muy especial para ti, -el Sr. A hablaba íntimamente alejado, mezclando dos maneras de dirigirse a mí que logró confundirme más, si ello era posible.

-Hace un mes recibimos una orden de trabajo muy extraña, no por lo pedido, se trataba de la computadora estrella que hacemos en nuestros laboratorios, una Syn-Vac completa, lo inusual era el origen de la petición.

La orden estaba firmada por el Dalai Lama mismo, ni más ni menos. Ponía en nuestro conocimiento que se les había asignado un trabajo muy lento y difícil desde hacía mucho tiempo y que, para variar, se le había ocurrido que sería bueno ser ayudado por nuestra tecnología excepcional.


No podía ver donde nos llevaba todo eso, ni qué tenía yo que ver en ello, así que me limité a asentir.

Pareció satisfecho que yo entendía la situación y continuó:

-Ahora bien, hemos preparado una de nuestras mejores máquinas que, en estos momentos, está en un contenedor en el aeropuerto de Albery a la espera de reunirse con el equipo que la instalará y el líder de ese grupo para volar a Nepal en las próximas horas. Me complace informarle que el líder es ¡USTED!

Cuando terminó de hablar me di cuenta de que había estado dejando que mi boca permaneciera abierta por sí misma a causa del asombro. La cerré de repente, casi mordiéndome la lengua.

Reuniendo todos mis últimos recursos para no tartamudear, le contesté:

-Pero, señor, yo no soy más que un empleado de la clase M, ¡no puedo tener personal a cargo!

Me miró con una cara amable, donde muy profundamente estaban escondidos sentimientos de pena por la inmensa estupidez que el destino me había regalado y contestó complacientemente:

-Oh, ¡eso! Bueno, se puede arreglar fácilmente, a partir de ahora su nueva clasificación es B y olvidemos todas esas tonterías de ganarnos el lugar.

Se refería al lema de la Corporación sobre la obtención de nuestro progreso en las fuerzas vivas de la comunidad mediante el esfuerzo y la demostración de nuestro valor para el futuro.

Me quedé sin palabras ni aliento. Solo atiné a quedarme sentado en silencio como una estatua.

El hombre tomó una pequeña lapicera de oro y comenzó a escribir en un papel por un rato, luego levantó la cabeza y me preguntó sorprendido:

-¿Todavía aquí? ¡Date prisa!, ¡debes conseguir un traje de Clase B y llegar al aeropuerto a tiempo!





Capítulo 2


Estaba asustado y molesto, al hablar con estos peces gordos nunca sé cuando la entrevista se considera terminada. Así que me levanté de la silla de madera con un pequeño dolor en la parte posterior y corrí hacia la puerta.

Dos pasos antes de llegar a ella, la puerta se abrió y apareció la sonrisa extraña de San Pedro, esta vez usaba toda la boca y los dos ojos, me miró fijamente y dijo:

-Felicitaciones Sr. B, por favor sígueme.

¿Sr. B? ¿Cómo podía saber que yo había sido ascendido?, ¿tal vez estaba escuchando a escondidas? pero no, es un hombre de clase B, no hacía esas cosas o ¿sí? Bueno, no importaba, incluso el Sr. A habría podido decirle a San Pedro antes de mi visita pero el Sr. A estaba genuinamente sorprendido por mi mención de ser clase M, como si fuera un pequeño problema en el que no valía la pena pensar.

Eran demasiadas preguntas para contestar y yo no tenía ni una sola respuesta, dejé el tema con un:

-Gracias, señor.

-No me llames señor,
-respondió él, -eres un compañero mío ahora y puedes llamarme B.

-Sí, gracias B.


Lo dije incómodamente, era muy pronto para llamar a San Pedro mi compañero.

Caminamos por el pasillo hasta una puerta pequeña de roble macizo que se deslizó fuera del camino cuando estábamos... sí, a dos pasos de ella, B me hizo señas de entrar pero él se quedó afuera.

Unos pocos segundos después de que la puerta se cerrara, un hombrecillo con una cinta métrica de plástico alrededor de su cuello se acercó corriendo y me dijo:

-Por favor, permítame tomar sus medidas y a continuación ¡quítese toda la ropa!

-¿Toda?
-Le pregunté confundido.

-Sí, sí -dijo, con determinación, ¡todo! No son dignas de su nuevo estado!

Ah, bueno, también sabía de mi ascenso en la escala. Esto era un poco extraño pero, en fin, no conocía el piso 21 y quizá todas estas cosas eran normales.

De modo que hice como me pedía el hombrecillo y esperé desnudo durante algunos segundos hasta que regresó con las manos llenas de ropa de un tipo especial. Después de ponerme todas estas cosas me sentí como un príncipe sin reino pero tengo que decir que me hallaba muy cómodo en ellas.

El hombre, un sastre, ¿tal vez? Controló que todo estuviera en el lugar correcto, dijo «Buena suerte» entre dientes y se escapó a la habitación contigua. En ese momento, la primera puerta se abrió y San Pedro estaba allí, parecía como si tuviera prisa.

-¡Vamos, B! dijo, tenemos que alcanzar el siguiente transmigrador!


¿Transmigrador? ¿Qué podía ser eso? No me atreví a preguntar, simplemente lo seguí casi corriendo hacia una puerta de acero de color verde que... sí, sí, ya sabes.

Era como una cabina de ascensor. San Pedro señaló hacia el vano de la cabina y me dijo:

-Entra de prisa, ya casi estamos en tiempo de llegada.

Entré, la puerta se cerró y en pocos segundos sentí como si me estuviera diluyendo en una fina niebla y soplado por un ventilador grande hacia una salida canalizada. Casi pierdo mis sentidos por el miedo pero pronto "mi" niebla estaba en otro coche verde y en unos cuantos segundos la niebla se condensaba en mi propia persona, me quedé quieto, asustado y sin saber lo que me había sucedido.

La puerta de acero verde se abrió, un enfermero me pidió que saliera antes que el transmigrador iniciara el próximo viaje.

Obedecí sin entender nada.

Tan pronto como estuve afuera, el hombre trajo un pequeño escáner y examinó toda mi persona. Después de eso, murmuró como si hablara consigo mismo:

-Todo parece estar en el lugar correcto.

Luego, mirándome dijo en voz alta:

-Siga este corredor, Sr. B, y encontrará su equipo esperándolo.

¿Mi equipo? Así que yo estaba en el Aeropuerto Albery. Pero, ¿Cómo? Oh, bueno, pensé, mejor dejarlo como está.

Hice lo que se me solicitó y pronto encontré una habitación con seis hombres y una chica. Tan pronto como entré, dejaron de hablar y se pusieron de pie, el más viejo, al parecer, dijo:

-Bienvenido, Sr. B, el contenedor ya está a bordo del avión, estamos listos para salir cuando lo ordene.

Yo no estaba acostumbrado a ser jefe, así que tuve que hacer un esfuerzo para parecer importante y le contesté, tratando de hacer que mi voz fuera dos puntos menos aguda:
-¡OK, vamos! -Sonó tan pobre que me adelanté al grupo para que no vieran cuán avergonzado estaba!

Subimos al avión, nos sentamos en la cabina y el piloto anunció el comienzo de nuestro viaje a Nepal.



Capítulo 3


Llegamos al aeropuerto internacional de Tribhuvan en Katmandú, la capital de Nepal, en las primeras horas.

Era noche cerrada pero había tres camiones preparados para la carga de las partes de Syn -Vac, nuestras pertenencias y nosotros mismos. El viaje a través de un territorio desconocido había comenzado. Tuvimos que ir hasta una pequeña aldea donde una grupo de mulas esperaba por nosotros para llevarnos con todas nuestra pertenencias a un valle cuadrado entre los altos picos de la cordillera.

Era tan difícil el descenso a este pequeño valle que sólo se podía hacer a lomo de mula. Desde las alturas de la montaña, se podía ver un cuadrado perfecto con un huerto en cada una de las cuatro esquinas y el enorme Monasterio en el centro exacto del cuadrilátero.

Bajamos lentamente, por seguridad y obligados por el camino estrecho y empinado con una pared de la montaña a un lado y un precipicio por el otro.

Después de lo que pareció mucho tiempo pero sólo había sido un par de horas, llegamos a terreno llano y a unos tres cuartos de milla a la derecha del templo.

Cerca del final de la ruta, un grupo de jóvenes novicios se había reunido para ayudarnos con las mulas, lo que era una bendición ya que ninguno de nosotros, viniendo de la ciudad, sabía cómo manejarlas adecuadamente.

En muy poco tiempo, estábamos en el patio cerrado del Monasterio, la descarga de los animales y la preparación de todo para llevar al lugar donde mi equipo iba a instalar Syn –Vac fue rápida y quedó completada sin inconvenientes.

El monje jefe vino a ofrecer sus respetos y a pedir nuestra clemencia dado que el Dalai no podía estar presente porque luego de la ocupación de Nepal por China se exilió en la India, lejos de las autoridades que habían invadido el país.

El anciano religioso estaba encantado de vernos y me preguntó si podía cambiar el nombre de Syn -Vac, ya que ese nombre traía a la mente el regreso y la presencia del pecado, que era desfavorable para los usos de la Comunidad. (‘Sin back’, la vuelta del pecado en inglés)

Tuve que pensar en esto un poco antes de que entendiera la petición pero estuve de acuerdo con su solicitud. No era importante cómo se llamaba la máquina, ya que ésta trabajaría ignorando por completo el nombre que se le impusiera.

De todos modos, parecía abrumado por mi bondad, ¡sin duda, era un alma muy gentil!

Mientras mi equipo procedía a localizar las diferentes unidades de la computadora central e interconectar las mangueras de las interfaces, fui a visitar los edificios invitado por el monje jefe.

Pasamos por diferentes habitaciones llenas de novicios y monjes ya ordenados orando por el Nirvana o eso creo yo en mi ignorancia supina acerca del Budismo. Cuando traté de cruzar el gran patio central, el monje jefe me pidió que no lo hiciera y se disculpó profusamente, diciendo:

Este es un lugar sagrado que sólo puede ser pisado por los monjes especiales con una preparación previa para conocer y reconocer el trabajo santo que estaban haciendo allí.

Tenía curiosidad, pero no podía ofender a un hombre tan bueno, así que lo seguí a otros lugares, como la sala de ruedas mecánicas de oración que ayudan a orar.

Según el monje principal, Buda fue el creador de estos cilindros metálicos huecos que contienen un mantra de grabado muy apretado en el exterior, rodeado de pequeñas campanas sostenidas por cortas cadenas y un texto sagrado escrito o impreso en sánscrito en papel o piel de animales, en el interior.

Estos textos se utilizan para rezar o recitar un mantra o invocación a una deidad particular. Dijo que girar la rueda era el mismo que recitar las oraciones y mantras en voz alta ya que la potencia del sonido era igual a la oración con la boca. Además, las ruedas, son muy útiles para los analfabetos que estaban aprendiendo a orar.

Después de mostrarme algunas de estas ruedas, agregó que ellos, los monjes, fueron nombrados por el Dalai Lama algunos eones antes de compilar todas las oraciones, mantras, invocaciones y varias otras formas de orar.

El Dalai actual quería terminar el trabajo en su vida, ya que se le dijo, en un sueño, que una gran conciencia se extendería por el mundo cuando terminara la obra. Esta fue la razón para comprar Syn... err. , Esperanza , el nuevo nombre de la máquina.

Después de eso, nos fuimos a visitar hasta la torre alta,

Bajo el pináculo de la torre, había un cubículo donde un guardia podría vigilar todo el lugar.

Se podía ver a todo lo que se acercara a las viejas murallas con una anticipación que podía ayudar a mantener seguro al Monasterio.

Era una tarea fácil mirar hacia los pequeños huertos en cada esquina de la plaza y hacia cualquier otro lugar de la vasta tierra plana.

Tomando ventaja de la altura, miré a través de los paneles transparentes sobre el patio interior y pude vislumbrar un trabajo extraño allí pero no logré descifrar que hacían en realidad antes de que el monje jefe me interrumpiera y me llevara hacia abajo por las escaleras de la torre.

Después que me guió a la sala de la instalación, el monje principal se excusó con la explicación de que tenía muchas cosas que hacer y yo me quedé con mi equipo dando los últimos toques a Esperanza con la visita de un novato quien dijo que fue designado como operador de la máquina, por lo que quería saber todo sin necesidad de leer los manuales.

Le pregunté si sabía cómo hacer que Esperanza recopilara las oraciones, dijo que él era el que había escrito el algoritmo para hacer precisamente eso, y también había escrito un algoritmo para resolver los pasos del misterio en el patio central pero que se le pidió que olvide ese trabajo.

Sentí que mi curiosidad crecía y le pregunté al joven monje que quería decir con este "misterio". El novicio estaba orgulloso de su conocimiento y no podía dejar pasar la oportunidad de hablar de ello, por lo que nos dijo sobre el objetivo principal de la comunidad.


Capítulo 4

El compromiso real de la comunidad era trabajar en la solución de este misterio, dijo, y se procedió a explicar lo que yo sólo había vislumbrado desde arriba.

Había tres estacas altas, firmemente fijas en el suelo del patio (las había visto desde arriba).

Las estacas estaban situadas a varios metros de distancia una de otra. Cuando empezaron este trabajo, hace muchos eones, la primer estaca estaba llena de cilindros de piedra achatados, con un agujero en el centro, diez centímetros de altura y diámetros diferentes, de varios metros a treinta centímetros de diámetro, estos cilindros se apilaban de forma que siempre había uno más pequeño sobre un cilindro más grande en una especie de ladera de la montaña.

Los monjes recibieron la tarea de mover la pila de cilindros de una estaca a otra, no importaba a cual de las dos restantes, moviendo un cilindro por vez entre las estacas, las únicas restricciones eran que nunca un cilindro de menor diámetro quedara debajo de uno de mayor diámetro, ni que un cilindro quedase fuera de una estaca. Esta era una tarea muy difícil debido a los muchos movimientos que requieren y el peso de los cilindros.

Pensando en aliviar la tarea de los monjes, seguía relatando el joven novicio, escribí el algoritmo que puede resolver la secuencia de todos los movimientos en unos pocos segundos pero los monjes de más edad estaban muy asustados por este concepto, son demasiado crédulos y supersticiosos, creen en todos esos cuentos de viejas sobre el fin del mundo cuando este trabajo se termine, así que planean descubrir unos pocos movimientos próximos cada vez y así evitar las equivocaciones y las vueltas a atrás que tanto nos retrasan. Yo aprendí en la universidad, al estudiar Ciencias de la Computación, que es casi imposible acabar con el mundo en los próximos años. La ciencia tiene el control de todo.

Por desgracia, se me dijo que no me podía quedar aquí si yo insistía en correr mi programa. Me encanta ser un monje, y no voy a hacer nada en contra de eso, además ya le prometí al monje jefe olvidar la idea.

En ese momento, mi equipo, interesado en la narración, lo rodeaba. La pequeña muchacha del grupo, Eva, le preguntó:

-¿Ha prometido no dar ese programa a ninguna otra persona?

-No, dijo el novicio, - me comprometí sólo a no ejecutarlo. Como comprenderá, es muy improbable que conozca alguna persona adecuada en toda mi vida aquí, por lo que el monje jefe no estaba preocupado por esa posibilidad.

-Bueno, entonces puede dármelo a mí y yo lo ejecutaré, vamos a demostrarles que estaban equivocados y que terminando su pesado compromiso, van a tener tiempo para orar y buscar el Nirvana. -Eva hablaba con la seguridad que todo científico desarrolla en le ejecución de sus tareas.

El novicio tenía algunas dudas. No quería disgustar a los monjes pero su manera de pensar lo convenció de que como Eva decía, era la manera correcta de hacer algo, por lo que no se necesitaron muchos argumentos más para hacerle aceptar el trato.

Mientras que Eva estaba introduciendo los datos en Esperanza, me detuve a escuchar los ruidos apagados provenientes de todo el monasterio.

Allí estaban los cascabeles de las ruedas de oración, los fuertes movimientos desde el patio donde los monjes estaban continuamente cambiando los cilindros de una estaca a otra, los cantos sagrados del altar, todos estos sonidos mezclados entre sí creando un zumbido sólido que parecía llenar el monasterio como otro huésped.

Eva se agitó en la silla cerca de la consola de Esperanza y dijo:

-Bien, está listo, voy a empezar... ¡ahora!

Estaba esperando algún milagro o que pasara algo maravilloso pero nada ocurrió, Esperanza ejecutó el programa tarareando un ritmo desconocido dentro de sí misma con alegría y después de algunos minutos, se detuvo como si estuviera revisando el resultado y luego envió el trabajo terminado a la impresora. Dio por finalizado su deber y se quedó tranquila guiñando las lamparitas de su consola.

El novicio corrió a la impresora, tomó el papel recién impreso y lo leyó, luego dijo emocionado:

-¡Sí! Aquí está la solución final; hemos ayudado a esos pobres hombres. Ellos descansarán ahora.

Cuando dejó de hablar sentí que algo faltaba, después de un momento me di cuenta de que estábamos inmersos en un profundo silencio, ¡no escuchaba ruido alguno en todo el edificio!

Temiendo lo peor, aferré mis prismáticos y corrí hacia la escalera de la torre, no había nadie a la vista, lo que era un presagio en sí mismo ya que el monasterio estaba lleno con los monjes y novicios.

Llegué al sitio de observación y vi que estaba desierto, otra cosa extraña, siempre había un guardia en el lugar.

Entonces miré a mi alrededor, había un brillo extraño en el terreno exterior, vi movimientos en uno de los huertos en la esquina noroeste del cuadrilátero, levanté los prismáticos y miré en esa dirección.

Un hombre, si se trataba de un hombre, sacaba un caballo del huerto, giré sobre mis pies y miré a otro huerto y vi a otro hombre y su caballo, lo mismo sucedía en las otras dos esquinas.

Lo extraño de verdad eran los caballos, dos de ellos tenían un color muy extraño: uno era púrpura, y el otro era pálido. Los otros dos eran, uno blanco común, y negro el otro.

Los hombres ensillaron sus caballos y saltando sobre ellos vinieron hacia el monasterio, cuando estaban a las puertas de las murallas dieron la vuelta y se enfrentaron con las montañas.

Pude ver muy claramente ahora, sus rostros eran de temer y se les veía amenazante, cada uno de ellos tenía una etiqueta en la silla de montar:

El caballo blanco llevaba la palabra: Pestilencia

El caballo púrpura tenía la palabra : Guerra

El caballo negro lleva a la palabra : Hambre

El caballo pálido, utilizaba la palabra : Muerte


Se quedaron inmóviles durante un tiempo como esperando una señal, entonces las cordilleras del Himalaya comenzaron a desaparecer en el horizonte, cuando todo era una inmensa terraza y los rastros de la picos altos del Himalaya desaparecieron, los cuatro jinetes comienzan acelerar sus monturas y a desplegarse sobre el mundo entero .

Las últimas cosas que pude ver de estos espectros eran las letras bordadas en sus banderas que componían la frase:

El tiempo ha terminado, esto es...

El Fin

Texto agregado el 28-03-2014, y leído por 329 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
21-10-2023 !Hijueputa, usted ya se va a suicidar! scire
12-05-2014 Sos único!!!***** MujerDiosa
05-05-2014 *****"Nada" es perfecto. Solo_Agua
05-04-2014 El fin? o quizás asi debio ser el comienzo, me hisistes pensar por un momento en aquel arbol prohibido de Adan y Eva al que no podian hacercarse, sin embargo asi lo hicieron y algo paso, pero que fué lo que paso. Me encanto tu relato, lo disfrute, original y bien narrado. Un abrazo. jaeltete
05-04-2014 terminé el segundo, estas por iniciar un extraño viaje, mmm que será. jaeltete
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