La abuela Julia fue el ser que nunca olvide ya que lo poco que tengo de bueno de ella lo herede. Me recuerdo que los nietos siempre hacíamos guardia para estar pendientes de los calambres que le daban cuando dormía y las piernas le quedaban por fuera de la cobija. En sus pantorrillas se hacían unos nudos que nos tocaba bajarla de la cama a toda prisa y ponerla de pié para que el calambre le pasara. Durante mucho tiempo abuela y nietos formamos una simbiosis gracias a los benditos calambres. Un día todo pasó. Juanito era el boticario del pueblo y era, como quien dice, el alquimista al servicio de la gente. Ella le consultó sobre su dolencia y el se la curó de la siguiente manera. Le explicó que los calambres se debían a un desequilibrio entre el calcio que contrae y el magnesio que relaja. Que al faltar el magnesio hay contracción y se produce el calambre. Le dio un frasco con cloruro de magnesio y le indico, que todos los días y sin falta, en un vaso de agua echase una pizca pequeña de cloruro, la revolviera bien y se la tomara. Además de ordeno comer dos bananos maduros diarios y tomar dos tazas al día de agua de manzanilla la cual podía comprar fresca para preparar en una herboristería o sacarla del huerto! Santo remedio!. Murió de 86 años y nunca más.