La tierra promete el verde y los otros colores. Como una caricia hunde las manos en ella, luego, la prepara y la respeta como una madre a la piel del hijo recién nacido.
El huerto detiene el apuro de la mujer que lo trabaja. Los surcos contenedores del sustento, le indican que el tiempo de correr acabó, y que de ahora en más, las mañanas no serán las mismas. Las tardes traerán acurrucadas en el crepúsculo, el sueño del día consecuente, porque un huerto nuevo, anticipa la calma.
Las hortalizas crecerán y no habrá vendavales que las arranque del suelo. La mujer proveerá de lo preciso. Regará como quien inunda la casa de felicidad y la mueca alegre se transformará en niñez cada mediodía.
Un huerto nuevo es el silencio. Es la brisa circundante ante el agobio humano. El verde y los otros colores albergan lo necesario para que la mujer que nunca usó sombrero, no dude ni un instante que no se ha equivocado.