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Iba por una avenida discurriendo sobre el mejor método para vender mis productos, tratando de utilizar lo poco que sabía sobre publicidad. Llevaba un pantalón de sudadera beis, con dos líneas gruesas de color azul oscuro recorriendo toda la pierna por la parte externa. Además tenía bolsillos abiertos, como todas esas prendas que terminan donde empieza el torso. Adicionalmente el pantalón poseía otros bolsillos cerrados un poco más abajo de los bolsillos comunes, con un mecanismo adherente, que permite que se abra y se cierre muchas veces, antes de dañarse.

En dirección opuesta a mí, venía un hombre harapiento, y como quiero venderle a todo el mundo mis expresiones artísticas, casi me atrevo a pedirle que me comprara algo, pues en mi imaginación pude suponer que a pesar de ser un mendigo, podía tener mucha plata, para drogarse todo el día, por ejemplo. Cuando pasó a mi lado, reflexioné que mañana yo podía ser el que estuviera en su situación, pero al mismo tiempo no supe cómo evitar ese problema. Vi que es leve el filosofar, pues la mayoría de las cosas no se pueden explicar. Llevaba los tenis que mi madre me regaló hace varios meses; nunca me fijé en su color, o en el material, sólo los utilicé para caminar por la calle sin observar esas características.

Para completar, vestía una chaqueta deportiva negra, con algunas líneas rojas y azules dispuestas de manera similar al pantalón. Por último, cargaba una maleta de color marrón ocre, o eso me pareció, que sostenía sobre mi músculo trapecio izquierdo. En ella había depositado cientos de folletos y algunos los tenía en mi mano izquierda para repartirlos doquiera. De pronto, mi mirada se dirige hacia una edificación bastante suntuosa, propincua a mi posición. Estaba lejos de la entrada, pues yo estaba en el extremo de la construcción, contigua a una serie de cigarrerías en las que no quise repartir mi publicidad. A pesar de encontrarme a gran distancia, escuchaba una melodía bellísima que atrajo aún más mi atención.

Me fui acercando, con cada paso mi curioseo se incrementaba, pensé que era una buena oportunidad para darme a conocer en ese sitio; al mismo tiempo que me sentía curioso, las paredes de un solo color ocre carne me fueron aburriendo, por lo que me apresuré para llegar a la puerta. Cuando llegué, un hombre joven con vestido muy formal, con corbatín me dio la bienvenida – Siga, y conozca ésta reunión de todas las religiones del mundo -. Le pregunté que si podía repartir mi propaganda entre los asistentes y me advirtió que no, por lo que tuve que guardarla en mi maletín. Antes de ingresar me alejé un poco de la puerta principal, en dirección opuesta, para ver si había algún logo o un nombre para el lugar en la parte alta, por encima del marco superior del acceso. Efectivamente, como me había dicho el sujeto, estaba un nombre en letras mayúsculas que era – REUNIÓN DE TODAS LAS RELIGIONES DEL MUNDO -.

Eso me pareció muy interesante, y entonces ingresé. Había un grupo de música haciendo una presentación, que fue y/o pareció arabesca. Todos estaban en actitud de humillación arrodillados con unas gafas de color cian. Pronto los músicos, que también tenían las mismas gafas, se arrodillaron frente a unas imágenes. Sentí mucha energía, consideré que si se calculaba la entropía, el trabajo cuántico producido por todos ellos, sería cerca del noventa por ciento de la población, un movimiento inútil. Lo que vi, me produjo una gran sorpresa, había todo tipo de religiosos, con sus vestimentas particulares: cristianos, católicos, musulmanes, budistas, hinduistas, indígenas, de dogmas asiáticos, panteístas y otros. Hasta ese momento yo no había entendido la solución a la paradoja de Rusell, pues no comprendía cuándo un conjunto se pertenece a sí mismo y cuándo no, pero ese día supe que esa asociación sí se pertenecía a sí misma, o eso creí. La asociación de todas las religiones son una religión y no un conjunto y estaban adorando a sus ídolos; todas absolutamente todas.

Con firmeza me aproximé un poco para poder ver detalladamente a qué o a quién era que estaban adorando. Desde lejos, pude ver las esculturas que tenían en el altar, había, yo calculo, unas diez mil personas. Di pasos lentamente para cerciorarme de lo que estaba mirando. Fue algo repugnante, había tres obras esculpidas muy detalladamente, yo lividecí. En la de la izquierda había un pene con su respectivo escroto, en el que se podían observar los testículos con sus formas ovoides aplanadas, el prepucio estaba contraído, por lo que el glande estaba despejado, no alcancé a ver bien el meato uretral. Por mi posición, no pude ver si tenía frenillo, pero lo que sí noté adicionalmente fue el evidente vello púbico que le habían puesto y también pude ver que el escroto tenía una serie de puntos como granos, simulando al original.

Seguí observando, en la mitad estaba la personificación de la muerte, la parca, un ser cubierto de pies a cabeza con un manto negro; a pesar de que la cara estaba descubierta no observé ninguna silueta facial, sólo oscuridad total con los contornos dados por el manto. Sólo tenía destapadas las manos, no sabría decir de qué material eran, pero se veían como si las hubieran quemado. En la derecha llevaba una guadaña. En la cuchilla curva, había un mensaje, pero desde donde estaba no alcanzaba a verlo con claridad. Me aproximé casi hasta a la tarima, con una curiosidad angustiante y entrecerré mis ojos, para leer la frase; era – el poder me lo da el sexo reproductivo -. Posteriormente, vi la tercera y última obra escultórica. Había una vulva, vi notoriamente sus peculiaridades. La forma geométrica que yo le di al clítoris fue como de un rombo hecho con la enfermedad de Parkinson. Claramente se veía el monte de Venus, con su forma triangular invertida y el vello pubiano. También era claro el clítoris y los labios mayores y menores.

Por un momento sentí náuseas, casi me vomito encima de una alfombra roja que se veía finísima, la cual estaba rodeando la tarima principal. Había un silencio absoluto, nadie se movía, todos estaban completamente sumergidos en su adoración, postrados ante sus divinidades. No me pude contener, tuve que interrumpir a algunos, lo hice de acuerdo a sus vestiduras, ya las conocía, por eso sabía quién era musulmán o cristiano. Hice un sondeo entre varios de ellos, y lo que me dijeron me aterrorizó más de lo que ya estaba. Ellos no veían lo que vi, por ejemplo, los cristianos me dijeron que veían la escultura de Dios, Jesucristo y el espíritu santo; los musulmanes veían a Ala, los hindúes, veían a Visnú y a otros. Y así consulté con todos los demás.

Casi me desmayo, con las respuestas de ellos, no fue muy difícil buscar una solución al problema. Lo primero que se me vino a la mente fue que las gafas no los dejaban ver la realidad, así que les dije a algunos – quítense los anteojos para que puedan ver la realidad -. Lo que les dije no les gustó, pues los lentes eran sus creencias, que no les dejaban ver la realidad, y no querían verla, pues me dijeron que preferían vivir en su fantasía. Logré convencer a algunos de que se quitarán sus lentes y pudieron ver el pene, la vulva y la parca. No lo podían creer, muchos se sintieron terriblemente defraudados, deprimidos y enojados. Otros no quisieron quitarse las gafas, por lo que siguieron adorando a dioses que no existen. Salí de allí junto con los que pude convencer de que vieran la realidad. Después me devolví para mi hogar. Yo ya tenía claro que los únicos dos dioses de éste mundo, son el sexo reproductivo y la muerte.




Texto agregado el 07-02-2014, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-02-2014 No hay peor ciego que el que disfruta no ver. rentass
 
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