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Andrés era un hombre joven, trabajaba como mensajero en una empresa de ingeniería civil. Siempre fue una persona muy discreta y se caracterizó por poseer un temperamento flemático y melancólico. Tenía un hermano mayor que vivía a tres kilómetros de distancia de él. Ese hermano tiene cinco años más que él, ya está casado y se fue a otra ciudad porque le salió un mejor trabajo. Siempre le gustó libar, pues consideraba que la vida había que disfrutarla lo mejor que se puede mientras es posible. Una de sus comidas preferidas eran los tacos mexicanos con mucha pimienta, tenía que usar mucha pimienta, porque si no lo hacía así, no disfrutaba mucho la comida.

Uno de sus pasatiempos más usuales era realizar un acamado con cartas con las que jugaba póquer con sus compañeros de trabajo cuando salía de su jornada laboral. También actuaba como filosofastro, o bueno, eso es lo que creían sus colegas de la entidad en la que laboraba. La vida no le ha parecido muy llevable, pues sus padres sólo le dieron educación hasta quinto de primaria igual que a su hermano y lo pusieron en trabajos forzados hasta que logró comprarse una motocicleta con la que logró ingresó a la última empresa en la que trabajó. Cuando estuvo en la escuela ganó un premio con su equipo de fútbol como goleador del torneo colegial, por lo que entregaron una medalla opalina que conservaba colgada de una de las esquinas de la mesa de estudio que tenía en su habitación.

Amaba más a su abuela que a su mamá, pues ésta última fue la que lo trajo al mundo, en cambio la primera no tenía incidencia directa en la desgracia de su vida. Su abuela siempre le zurcía los pantalones de sus pijamas cuando era niño, pues era muy gordo y solía romperlos cuando dormía, pues se movía mucho estando dormido. Por un tiempo, en su infancia, se vinculó a una iglesia evangélica en la que fue corista del grupo de alabanza simplemente porque le gustaba cantar y al director le pareció que cantaba bonito. Luego de varios dejó de asistir pues se dio cuenta de que no podía evadir la realidad ni con la fe ni con las prácticas religiosas.

Llevaba tres años trabajando en la institución en la que se encontraba, desde los veinticuatro. Un viernes no quiso salir a parrandear con nadie, quería regresar a su hogar con sus padres, aunque no precisamente para verlos, sino para ver partidos de fútbol. No se había ido de su hogar, porque le daba miedo independizarse y a pesar de que tenía una mala relación con sus progenitores trataba de llevarse bien con ellos mientras se estabilizaba emocional y económicamente para alejarse de ellos. Tomó su moto, a las seis de la tarde, y como le aburría irse por la misma ruta de siempre, se dirigió por una avenida solitaria, cerca de las montañas.

Eran diez kilómetros hasta su casa, pero sólo tuvo que transitar cuatro; porque más o menos a esa distancia un hombre salió de la nada, por el mismo carril por el que él venía y lo golpeó con un palo de madera en el cuello, de tal manera que perdió el control de su vehículo y cayó al suelo sintiendo un dolor urente en el codo derecho con el que trató de recibir el golpe. En menos de lo que canta un gallo, el sujeto desconocido intentó ahorcarlo con un cable grueso, Andrés se resistió y trató de bolearle una piedra de unos cinco centímetros que alcanzó a ver cerca de él, pero el criminal se dio cuenta de eso y trato de alejarlo de ella. Estaban al lado del carril por el que Andrés venía, la moto había quedado bastantes metros adelante y había chocado en diagonal contra la barrera de seguridad adyacente. No pasaba ni un alma por ese sitio, el delincuente lo sabía muy bien y por eso se le facilitaban las cosas.

El casco de protección del motociclista, no tuvo esa función en la gresca, lo estaba asfixiando más; aunque Andrés se revolcó de todas las maneras posibles e intentó salvar su vida, finalmente fue asfixiado como un pobre pez cuando es sacado del agua; con la diferencia de que el pez no gimió como él. El malhechor escondió el cuerpo entre la vegetación y luego se dirigió a una avenida más concurrida, tomó un taxi; y se encontró con una muchacha con la que tenía una cita de amistad; antes de encontrarse con ella le compró unas rosas para que se enterneciera con su bondad.

Texto agregado el 30-01-2014, y leído por 133 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-01-2014 Muy bondadoso el tipo. Legendario
 
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