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Inicio / Cuenteros Locales / gui / Historia de Juan el Lacayo y Juan el Soberano

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Le gustaba encaramarse en esa enorme rueda de Chicago que se instalaba periódicamente en los eriales de la modesta población y sentir como su estómago se iba contrayendo a medida que alcanzaba la cúspide, emergiendo luego sólo ojos y asombro en el cenit del artificio para contemplar la maravillosa redondez de la tierra. Imaginaba que tras esas azulosas montañas que visualizaba a lo lejos, se ocultaban extraños países y les enviaba saludos que llevaría ese sol anaranjado en su proa incandescente que se sumergía en el horizonte para luego inundar de luz y calor a otros seres tan asombrados y oscuros como él. Cuando el aparato descendía lento y mecánico, centraba sus ojos en lo más cercano, en su barrio modesto en el cual correteaban los chiquillos detrás de una pelota y los perros que se convocaban en ardiente reunión para perseguir a alguna perra en celo que pronto era sometida por alguno de ellos para solaz de los borrachos de las esquinas que azuzaban a los quiltros con sus injurias. Arriba de la rueda de Chicago, él era el héroe, el emperador, el todopoderoso que movía los hilos de esa comarca reducida, ámbito del cual era rápidamente derrocado al descender a ras de tierra en donde la miseria, el olor a fritanga y el vocinglerío se le metían por los ojos, por las narices y por su piel morocha, para recordarle que él era Juan Pérez, el mocito del Café de don José.

La rueda ya estaba una vez más en la cúspide, el orbe resplandecía ante sus ojos alucinados, con sus cimas y con sus valles extendidos en prodigio de vértigos y colores. Era de nuevo el rector del universo, con esa luna blanquecina que parecía un gigantesco trozo de cebolla navegando en el cielo violáceo, con ese sol que ya había desaparecido tras las montañas y con esas nubes que moteaban a las incipientes estrellas. Era el rey, con sus diminutos lacayos sufriendo sus pequeñas vidas, hormigas amorfas a las que, desde la altura les indicaba sendas y trayectos, propósitos y destinos. Destino. Palabra que trasciende alturas y pequeñeces, cimas y profundidades, cielo y tierra, certeza o locura.

Un crujido sordo estremeció al inmenso aparato y un coro de gritos aterradores y aullidos inhumanos acompañó a la rueda en su pesada caída. Juan, el soberano, vio fugazmente como su imperio se le venía de golpe encima, como sus lacayos crecían paulatinamente entre ayes y rechinos. Y cuando la rueda se hizo añicos en esa tierra árida, levantando una enorme nube de polvo maloliente, el muchacho ya era cadáver desde mucho antes. Al igual que esos dictadores que se entronizan en el poder y se abrazan a él como si fuese el fin último de sus existencias, Juan no soportó contemplar el derrumbe de aquel privilegio y prefirió el digno exilio de la inexistencia…
































Texto agregado el 22-08-2004, y leído por 342 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-08-2004 Gramatica diez puntos, una buena historia que refleja la pena de perderlo todo en un tronar de los dedos, felicitaciones por su prosa deliciosa, saludos y abrazos. Aramis
25-08-2004 al leerlo vi la cima y la sima, excelente de principio a fin, puntuación y ortografía impecables india
 
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