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Una tos persistente acosaba a Clabulo Reyes que desesperado buscaba un pañuelo en la cómoda. Todos los días era una lucha, que si no tenían esto, que faltaba aquello. Era una situación precaria y angustiante la que padecían desde que toda su fortuna la perdió en inventos alquímicos.

¿Dónde carajos estarán mis pañuelos? Preguntó a su mujer.

--Ya no te quedan--, contestó Dorotea. En esta casa de vaina quedamos nosotros.

Clabulo la miró con descontento.

-- Así de jodidos estamos --, dijo. Y si no vendemos al vergajo loro vamos a comer de lo que tú y yo sabemos.

Dorotea sonrió.

-- más que eso--, dijo. Cras ut arcu vitae stipendium, si non in via domun (Mañana estaremos viviendo en la calle si no pagamos la hipoteca de la casa).

Clabulo la observó con rabia.

--¡Porque esa odiosa costumbre!--, le dijo. Porque carajo no dejas de hablar en latín.

--Y a ti que te puede importar en que idioma hable--, dijo la mujer. En todo caso, era una lengua que le encantaba hablar a mi madre, que por cierto no era la única que hablaba, ella parlaba más de veinte.

--¡Claro que sí!, dijo Clabulo. En eso tienes razón, y por eso fue lo único que se le comieron los gusanos, la lengua, y no te olvides que fue una bruja temible.

--! Non loquuntur de ea!--, dijo. ! Ut vos mos putrescet lingua!

Clabulo se rascó resignado la cabeza. Si no fuera por la venta que iba a concretar del loro se morirían de hambre. Miró al inteligente pájaro rememorando qué, hacía treinta años en una cálida tarde se lo había regalado un buhonero de orígenes desconocidos. Le había dicho que el loro y él deseaban descansar de un largo peregrinaje. También le contó que estaba cansado y necesitaba morir, pero que el ave tenía que seguir viviendo, todavía no era la hora de su muerte. Y finalmente, le dijo que, -- el loro hablaba varios idiomas, pero que sí lo regalaba o vendía, le vendría grandes calamidades. Incluso el que lo comprara o recibiera sufriría una muerte trágica. Clabulo, que no era hombre supersticioso no le dio crédito a las agoreras palabras del pintoresco mercachifle. En cambio su mujer que si era temerosa y llena de fervores fanáticos se las tomó con mucha preocupación. Se sentó al borde de la verdosa alberca y encendió un “Partagas”, y después de una larga bocanada, lanzó una inmensa voluta de humo. Se quedó contemplando al hermoso loro real amazónico que sin sospechar su suerte jugueteaba con una lombriz de tierra con su pico. Cipriano Ariza llegaría pronto, por lo tanto debía darse prisa en acicalarse; para que el suspicaz compadre no se olfateara que se estaban desmoronando.

--No vayas a vender a Lamberto--, le dijo suplicante su mujer. Clabulo en el fondo su corazón estaba preocupado, pero la necesidad tiene cara de perro, y su compadre ya sabía de lo valioso del loro y desde siempre le había ofertado buen dinero por él.

¡Apúrate Dorotea qué llega el compadre! le gritó.

--Anoche vi al fantasma de mi madre--, dijo Dorotea. Y estaba muy atribulada porque vas a vender al loro, y el que lo compre pronto se va a morir.

Clabulo se irguió preocupado ante las palabras de su mujer.

--Tú siempre con tus agüeros y maldiciones--, le dijo. Ya no jodas más con esas historias.

Y era que, la madre de Dorotea había sido en vida una reconocida bruja, lo que no se sabía con certeza si era de las negras o de las blancas. Años después cuándo fueron a exhumar sus restos, la encontraron intacta y boca abajo, pero la peste a zorro viejo por todo el pueblo se sintió casi una década. Mucha gente había visto a la vieja surcar las noches de luna llena volando en una escoba después de muerta y le habían agarrado un miedo cerval. Cipriano Ariza hizo su entrada triunfal a la casa. Era un hombre de rostro porcino que vestía como un dandi y su gordo cuerpo siempre despedía un penetrante olor a pachuli.

¿Dígame compadre cuanto me va costar el pájaro? Preguntó yendo directo al grano.

Se hizo un apremiante silencio. Clabulo olvidándose de tantas supersticiones miró a Dorotea avisándole con un guiño que se fuera a traerles café. Ya le iba a decir la cantidad a su compadre cuándo el loro emitió un largo silbido.

--Bonus dei, ab alio expectes alteri quod feceris --, dijo. Buenos días, espera de otro lo que a otro hayas hecho. Traduciendo inmediatamente la cita de Publio Sirio al español.

Clabulo se sorprendió de la impecable vocalización del ave, porque antes de ese día, (y eso que él había estudiado en un seminario y medio entendía el latín), nunca le había escuchado una oración tan larga y bien articulada, solo algunas palabras sueltas y los buenos días.

¿Después de todo compadre, de dónde fue que le trajeron al loro? Preguntó Cipriano.

--un mondo remoto --, contestó Lamberto en italiano esta vez.

¡Qué carajos dijo este avechucho compadre!, dijo Cipriano.

--De un mundo remoto --, dijo Clabulo, sintiendo que se le erizaba la piel.

Dorotea les sirvió un café cerrero aduciendo que así desabrido era bueno para el calor y la diabetes, sin dejar ver que ya no tenían azúcar.

--Mire compadre dígame lo que vale el loro--, dijo Cipriano.Y no perdamos más el tiempo.

-- Autre que vous possédez qui peut --, dijo en francés. Que no sea de otro quien puede ser dueño de sí mismo. Tradujo lo dicho por Paracelso.

Cipriano le sonrió a su compadre mostrándole la amarilla caja de dientes mientras se frotaba las manos.

--Me gusta lo que habla el loro--, dijo. Aunque es novedoso, prefiero que me hable siempre en español, porque no entiendo nada de esos lenguajes tan raros.

Clabulo miró con ira contenida al loro, necesitaba urgentemente el dinero sino acabaría en la calle. Y el jodido animal la estaba embarrando. Pero no importaba porque lo iba a vender como fuese. Y así, de café en café, concluyeron el precio. Entonces Clabulo, trató de ponerle el dedo índice al loro para entregarlo a su nuevo dueño, pero a cambio, recibió un feroz mordisco. Sacudió su mano por el dolor y lo miró enfurecido. Cipriano, sorprendido observaba la escena.

--i Eri a fost de doua ori pe mizerabila fericit --, dijo esta vez el loro en rumano desde lo más alto del manduco.

Y tradujo Dorotea: -- dos veces miserable el que ayer fue feliz --.

¡Te ordeno que te calles! Dijo Clabulo con ganas de retorcerle el pescuezo. Y tú, ave de mal agüero, bájate de ese manduco de inmediato.

Cipriano, pensativo daba vueltas por el zaguán.

--Yo pensé que el loro era dócil --, dijo.

--No sé qué le pasa --, dijo Clabulo. Este pajarraco jamás se había comportado de esta manera.

La intrépida ave los miró astutamente, y luego, comenzó a bajar hasta el segundo manduco y señalando a Cipriano con su alón le dijo en húngaro: -- Voltam, mi vagy te, te leszel mi vagyok --.

¿Qué dijo el loro compadre?--, preguntó Cipriano desesperado.

Clabulo sintiendo la mirada de reproche de su mujer en la nuca le tradujo.

--Yo era lo que tú eres, tú serás lo que soy --, dijo y se sorprendió de que pudiese entender y hablar esa lengua si a duras penas hablaba el español. Se volvió a rascar la cabeza y se quedó como hipnotizado observando los billetes que agitaba en una mano su compadre. Dorotea sintió un enorme dolor en el pecho y manoteando a su esposo le dijo: --que Lamberto era como el hijo que nunca habían tenido.

—Ya no hay negocio--, dijo Cipriano. Y en vista de que no hubo nada de nada por el avechucho y no siendo más, me retiro.

--Calmase compadre que ya casi el loro es suyo--, dijo Clabulo en tono suplicante. Y se dispuso con un cazamariposas a capturar al animal.

--¡No, ni lo pienses hombre insensato! Exclamó Dorotea. Si lo atrapas con violencia tendrás un final siniestro y doloroso.

Y vio con tristeza como su esposo corría indolente tras el ave. Cipriano se alejó timoratamente de la trifulca, no sin antes darle una mirada malévola a Lamberto.

--¡Der Rest wird Zeit, ohne zu sterben sterben!--, gritaba en Alemán el loro mientras se alejaba de las garras de clabulo.

-- Moriras el resto de los tiempos sin morir--, traducía Dorotea como en un trance.

--!Desgraciado animal! Gritó clabulo. Quedate quieto o seras comida para perros.

Al fin, y después de tanto corre corre, fue imposible capturar al loro. El digitígrado bajó pausadamente y caminó hasta donde se encontraba Dorotea, y se le subió en un hombro, todo ello ante las miradas atónitas de los compadres.

Dorotea se acercó a los compadres y el loro señaló a Cipriano.

! Antes da morte do mesmo tempo nos trazer tanto! Dijo en Portugués.

-- ¡Antes de la muerte que la misma hora nos lleve a los dos! --, tradujo Dorotea con ojos desorbitados.

Y al instante el señalamiento del loro fue para Clabulo.

--¡kaj via vaganta estos vagadi de mia flanko por multaj jarcentoj!--, dijo en Esperanto.

--¡Y tú, errante vagarás a mi lado por muchos siglos!--, tradujo Dorotea.

Clabulo sintió pánico por la sentencia proferida por Lamberto. Algo no estaba bien en todo esto de la venta del loro. Y si mal no recordaba esa primera sentencia, eran las palabras que utilizaba su suegra para lanzar una maldición de muerte.

Cipriano comprendiéndolo todo al ver la cara funesta de Clabulo, sintió un miedo atroz y salió corriendo de la casa, porque sabía que sus días con vida ya estaban contados.

Texto agregado el 23-01-2014, y leído por 163 visitantes. (0 votos)


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