Había llovido como nunca antes. El agua había caído a borbotones, más que en un diluvio.

Vio la escena desde arriba, desde una perspectiva diferente. Su rostro estaba mojado. Ella sabía que la casa estaba llena de agua; podía ver cómo los muebles menos pesado flotaban y como las pinturas colgadas de las paredes se desvanecían.

Tenía los pies descalzos y la cara magullada, pero no sabía por qué tenía los brazos abiertos como si estuviera esperando un gran abrazo. Era extraño pero no sentía la urgencia por respirar cada vez que una maza de agua le llenaba los ojos con una visión acuática, entregándole difusas y desvaídas formas. No luchaba sólo se dejaba llevar por el suave oleaje que se acomodaba a sus delicadas formas.

Ella sabía de los secretos que guarda el agua y por eso dejó de pelear, dejó de estar y se fundió con el río dejando que éste se ocupara de su cuerpo frío.

Durante mucho tiempo no se dio cuenta de que era uno de los muchos cuerpos que estaban a la deriva después de la gran inundación, pero esto no le causó asombro ni angustia, porque sabìa que no hay ningún río capaz de ahogar a un muerto.