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TIEMPOS DE GUERRA


En una verdadera pesadilla se transformó aquellos tiempos en la Abisinia, en el África Oriental, cuando la guerra arreciaba en las interminables dunas de un desierto infinito. Nadie entendía del conflicto, solo pensaban en sobrevivir, lejos ya de las románticas epopeyas que llevaron a unos inocentes soldados a creer en los valores de la libertad y justicia.

Hacía ya dos años que habían llegado a esas tierras, donde hostiles desconocidos buscaban sus pellejos, que pendían solo de las bondades de un estado mayor que los asistía con comida, armas y municiones.

Los recién llegados eran adoctrinados por los veteranos en las lides bélicas, donde solo la astucia, la viveza o la imaginación los harían sobrevivir al infierno.

Entre los personajes más respetados, se encontraba Giuseppe, un escuálido soldado devenido héroe, que había logrado atravesar las líneas enemigas, siguiendo las ondulantes curvas de una nativa hija del jefe tribal y a la que logro seducir, logrando así los favores de la fémina y la confianza de su padre.
Los había convencido de que era un General Pietro Badoglio, Jefe del Ejército de Benito Mussolini, gran amigo de éste y que pretendía negociar con ellos la integración regional con Europa.

Consideraba que para lograr ese fin era menester comenzar unificando la moneda, bautizada como Lira Unificada, que no eran más que cartas de la baraja española. Esta ingeniosa y osada patraña, fue aceptada ´por el mandamás Africano, siendo la divisa de intercambio entre los moradores e invasores de la región.

Fue allí donde descubrieron que para ganar la contienda solo era necesario contar con una gran cantidad de naipes.

El Gran Estratega se abocó de inmediato a proveerse de la mayor cantidad de cartas posibles. Sorprendía al alto mando romano la avidez de los efectivos en el llamado Cuerno de África, por este entretenimiento, casi desplazado en sus preferencias a las del tabaco, acompañante natural de los soldados.

El mismo Pietro era el encargado de recibir el abastecimiento y distribuirlo entre la tropa, situación que garantizaba la supervivencia y el buen pasar a sus tenedores.

La regla de conversión era sencilla, solo bastaba leer el numero en los vértices de la baraja para conocer su valor. Los había desde el 1 al 12, correspondiente al mazo de 50 unidades. Entre los palos, solo se reconocía el doble de valor por los oros, siendo equivalentes los restantes entre si.

Así como se importaron las tradiciones monetarias europeas, se mantuvieron otras típicas de la región. Resultaba muy pintoresco el regateo en los precios en las transacciones comerciales, que se sellaban con un fuerte apretón de manos.

En los comienzos, dentro de este balance monetario, los más beneficiados eran los soldados italianos, muy desprendidos con el “dinero”, ostentaban grandes fortunas que exhibían con una obscenidad manifiesta, ganándose favores en lujos y placeres.

Pero le bon vivant duró poco, fue cuando la logística les jugó una mala pasada a los italianos y comenzaron a escasear los envíos desde la península, cuando el poder del Duce se resquebrajaba.

Ahora los poderosos eran los nativos que contaban con suficiente “moneda” hasta para el derroche, y en donde los famélicos bolsillos de los soldados italianos agonizaban.

A Giuseppe o Pietro, se le ocurrió la peor idea que podía imaginar En nombre de todos los soldados, fue a negociar con el jefe de la tribu un préstamo en la nueva moneda para poder seguir manteniendo relaciones comerciales.

Poco ducho en cuestiones financieras, acepto los términos usurarios del único capitalista de la región y obtuvo para sus camaradas grandes cantidades de cartas que apenas nivelaron sus deterioradas finanzas. Por un tiempo les permitió alimentarse, aunque al no tener capacidad para generar nuevos recursos, olvidados por completo desde la metrópoli, tuvieron que comenzar a desprenderse de algunas posesiones. Comenzaron con los más prescindibles, y terminaron pagando las cuotas del préstamo con armas y municiones.

Algunos trabajaron a las órdenes del jefe de la tribu, quien les asignó un salario de cuatro reinas al mes, casi la mitad de lo que pagaba a los nativos por su trabajo.

Ya hasta se habían olvidado de la contienda, sin armas, y sin provisiones poco podían hacer.

Pietro fue a reunirse con su amada. Ya a escondidas de su padre le propuso que huyeran hacia Italia, para formar una nueva vida, y le confesó el engaño al pueblo africano con su falsa moneda, y le advirtió de los tiempos que se avecinaban con la entrada de los Ingleses para desplazarlos y la poca ayuda que les podían dar los locales que solo tenían cartones con dibujos como muestra de poderío económico.

Comenzó a circular por la tropa la versión de que el jefe de la tribu se había enterado del engaño y planificaba un ataque masivo a las filas enemigas como castigo por el engaño y la deshonra.

Al grupo de italianos los mataba el hambre o las balas propias en poder del enemigo. El equilibrio alcanzado hasta entonces se quebró, ya los ingleses golpeaban las puertas de sus posiciones, y un enfurecido jefe buscaba restaurar su prestigio y honor humillados.

Solo les quedaba un último as en la manga, nada más representativo para el momento, rendirse ante los británicos y unirse con ellos para ocupar la región desplazando a los locales. Fue el momento en que la libra esterlina hizo su entrada a la región, desplazando a caballos, sotas y reyes de los bolsillos lugareños y lograron imponer un poder colonial en la región en base a la misma técnica que el malogrado Pietro, que cayó víctima de una mujer despechada casi para los finales de la guerra.

OTREBLA


Texto agregado el 11-01-2014, y leído por 206 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-01-2014 Una buena narrativa. Ingenio al contar la historia que narras. Un abrazo y ***** NINI
 
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