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Me escurrí en su casa un día de tormenta. No es que buscara cobijo (siento una dulce añoranza de sentir las gotas golpeándome la piel…); Fueron los relámpagos los que, infundiéndome pánico, me llevaron a buscar resguardo en una vivienda ajena. No es algo que hiciera antes, y no me enorgullece, sé que está mal… Pero experimenté un miedo tan extraño y denso, más asfixiante que cualquier otro temor que hubiera experimentado en el pasado. Incluso más intenso que la sensación de fin inminente, como si aquellas descargas trajeran con el bramar de sus truenos una muerte más allá de la muerte.

Ya dentro, me percaté de que no había nadie, aunque ya había anochecido. Habían dejado la ventana abierta, pero no me atreví a cerrarla cuando entré, aún cuando se colaba la lluvia en el interior. No quería que, por una tontería, supieran que estaba allí. Me gustaba esa casa y no recordaba el camino a la mía, así que no me pareció mala idea quedarme.

Cuando oí el tintineo de las llaves que abrían la puerta principal, me escondí tras las cortinas. Me sorprendí gratamente al descubrir que la dueña de la vivienda era una señorita buena moza y trabajadora. Se apresuró a cerrar la ventana y la persiana, repitiendo por lo bajo una palabra malsonante, como si aquello fuera a ayudarla en algo. Luego, observó el estropicio a su alrededor con los brazos en jarras. Cuando suspiró resignada y fue a buscar lo que fuera para secar el suelo, me hicieron una gracia infinita sus ademanes y su desparpajo, porque durante el trayecto, se fue quitando la chaqueta y los zapatos de tacón, aún maldiciendo entre dientes por su descuido.

No me fue difícil instalarme. La casa era pequeña, tenía dos pisos y su moradora pasaba la mayor parte del tiempo en el de arriba, así que decidí hacer de la planta baja mi “territorio”. Me acomodé en el salón y procuré no salir de allí. La jovencita tenía libros y discos, y unos sillones cómodos con almohadones a juego con los visillos. Pero, como la clave para permanecer en un sitio sin que te descubran es no dar señales de tu existencia, no toqué nada. Descansaba en el suelo por no marcar los cojines y reprimí mis deseos de leer, aún cuando me apasiona. Tampoco escuché música excepto cuando ella la ponía, mientras permanecía oculto tras el sofá en su presencia. A veces, me asomaba tímidamente por sobre su hombro para echar un ojo a las páginas de la novela que ella se encontrara leyendo, ovillada en una de las butacas de orejas, envuelta en su manta con un tazón de té con leche humeante. Sus gustos literarios no se parecían en nada a los míos, pero terminé por habituarme a ellos y llegar a disfrutarlos al compartirlos con ella.

Lo único que sí me permití de vez en cuando fue encender la televisión (esa maravilla del mundo moderno…). Esperaba a que se marchara por la mañana, o a que fuera bien entrada la noche para hacerlo. Sin embargo, rara vez fui capaz de sintonizar algún canal. La mayoría de las ocasiones, lo único que conseguía eran ver imágenes distorsionadas o lluvia. Concluí que debía tener estropeada la antena, y tuve la tentación de subir al tejado y arreglarla. Pero sentí que si abandonaba aquel lugar, ya no tendría el valor de volver a entrar, y me quedaría en la calle sin saber dónde ir. Por otro lado, me arriesgaba a que me descubriera, así que preferí no hacer nada. Hasta que una de las noches que quise disfrutar de la discreta compañía del televisor, ella debió desvelarse y bajó de su cuarto, claramente extrañada por el zumbido de la pantalla. Al notar que bajaba, volé literalmente a un rincón oscuro y allí me arrinconé, observándola, aterrado por mi fallo, esperando que no me hubiera visto y que no sospechara nada. Ella, encogida sobre sí misma y con los ojos empequeñecidos de sueño, cogió el mando, apagó el aparato y volvió a encenderlo a continuación. Como el ruido persistía, y seguía sin aparecer imagen alguna, cambió de canal varias veces, sin conseguir que aquello cambiara. Hasta que, fastidiada, le dio un par de golpecitos al marco de la pantalla, gesto con el que consiguió que se viera perfectamente el canal de noticias. Estuvo un instante mirándolo sin verlo, atontada, mientras se acariciaba un brazo a sí misma. Y cuando finalmente reaccionó, le dio al botón de apagado manual y se retiró a dormir nuevamente, bostezando y sin recabar en mí. Me había librado de aquello, pero decidí no volver a encender la televisión por mi cuenta… No soportaba la idea de que me descubriera y quisiera echarme de allí.

El tiempo pasó, y en mi afán de no hacer nada que delatara mi existencia a la dueña de la casa (que, por la correspondencia que a veces dejaba en la mesa del comedor, descubrí que se llamaba Victoria), empecé a caer en el aburrimiento. Así fue como empecé poco a poco a pasar más tiempo en otras estancias de la planta baja. Ya había incursionado por ellas con anterioridad, por reconocer el sitio donde me hallaba, pero prefería permanecer en el salón. La cocina era larga y angosta. No me gustaba, porque hacía mucho calor allí y por sus ventanas entraba una luz cegadora, casi hiriente. Sólo me pasaba por ahí lo imprescindible, por las noches. No abría los cajones, ni las alacenas, ni la nevera. Sólo me entretenía con lo que dejaba sobre la mesada, y, sin nada mejor que hacer, estudiaba sus hábitos de comida. Durante el invierno, se la pasó cenando sopas, tortillas y verduras a la plancha. Pero, cuando empezó a llegar el verano, se decantó por las ensaladas y el gazpacho. Nunca la vi consumir nada de carne, por lo que debía de ser vegetariana o algo así. Tampoco le gustaba lavar los platos, pero le daba pena poner el lavavajillas por tan poco menaje como el que utilizaba y aunque después de la cena dejaba todo acumulado en el fregadero con desgana, por la mañana lo limpiaba y guardaba pulcramente.

Increíblemente, antes que ir a la cocineta, cuando no estaba en el salón, prefería pasar mis horas en el aseo. Era pequeño, perfecto para desarrollar una claustrofobia al contar sólo con la taza y una tina para lavarse las manos. Pero me gustaba permanecer allí, al ser silencioso, oscuro y resguardado. Disfrutaba escuchar el goteo del agua cuando se cerraba mal el grifo, o el burbujear ronco de las tuberías emparedadas. Además, como Victoria prefería usar el baño de la planta alta, ese del primer piso se utilizaba poco, sólo cuando había visitas, o cuando ella volvía de la calle con alguna “emergencia” que le impedía ascender. En esas ocasiones, me reía mucho, porque entraba a la casa a trompicones, arrojaba el bolso y el abrigo o lo que llevara consigo, abandonándolo en su carrera, y se precipitaba en dos zancadas dentro del cuartito. Y mi sonrisa era la clara señal de que me estaba encariñando sinceramente con esa extraña a la que espiaba con discreción desde mis rincones y esquinas.

No tuve valor de subir a la planta alta hasta un día en el que no bajó a desayunar ni salió de casa, y la oí toser malamente. Supe de inmediato que estaba enferma, y pudo la preocupación por sobre mi temor. Me arrastré por los escalones, alcancé su alcoba y la observé desde la puerta mientras descansaba, tendida en su cama en medio de la manta, rodeada de pañuelos de papel abollados y con la mesa de luz abarrotada de medicinas. No hice nada, no la toqué, no le llevé nada. Sólo la vi dormir en su sueño febril. Durante aquella horas que pasé velando su convalecencia, me pregunté, angustiado, qué pasaría si su malestar se agravaba. Si de repente Victoria necesitaba ayuda. Por suerte, cuando despertó al atardecer, ya se puso de pie y bajó a comer algo, y al día siguiente todo fue mejor…

A partir de ahí, después de inquietarme tanto por ella y de haber transgredido la frontera de su lado tácito de la casa, experimenté una cierta dependencia, una necesidad. La seguía donde quiera que iba, y cuando salía a trabajar, o de compras, la esperaba como un perrillo junto a la puerta. No podía dejarla. No me di cuenta entonces de que esa cercanía, esa persecución constante, por muy discreta que fuera por mi parte, con el tiempo me haría ser descuidado y terminaría provocando las sospechas de Victoria. Después de todo, es difícil convivir bajo un mismo techo sin que la otra persona lo sepa; y más aún si te adosas a sus costillas…

Creo que todo fue a mal un día en que la contemplaba absorto mientras se duchaba. No era la primera vez que la miraba en el cuarto de baño, y por eso sabía perfectamente que tardaría siete minutos: empezaría por el pelo y terminaría con un toque de agua helada, para darle brillo a su melena y mantener saludable la circulación. El rito era siempre el mismo, pero ese día fue distinto para mí. No sé por qué, en esa ocasión, al verla, me pareció más atractiva que nunca antes, y empecé a fantasear, pensando que en otras circunstancias me habría atrevido a invitarla a salir, la habría cortejado, y hubiera hecho todo lo que estuviera en mi mano para enamorarla… Era raro, pero no tenía novio que yo supiera, y quizás, sólo quizás… Mientras me estaba dejando llevar por mis fantasías imposibles, ella dejó de enjabonarse repentinamente, se rodeó a sí misma con un brazo, cubriendo sus pechos, abrió apenas la mampara y asomó la cabeza fuera, con un brillo de pánico en las pupilas y un rictus tembloroso en los labios. Por algún motivo supe que, a pesar de toda mi cautela, me había sentido –o presentido-. Acongojado, me arrumbé bajo el toallero y allí, inmóvil, la observé desnuda, indefensa y chorreando agua, empapada. Quizás fue la intensidad de mis pensamientos; debía ser más cauto, más frío… Aunque supe que ya no podía renunciar a verla de la misma manera que sí había desistido de ver el televisor.

Una noche, Victoria se preparaba para salir. Debía tener una cena importante para ella. Desde dentro del armario de su cuarto, la vi sacar y probarse varios vestidos, cantarina y risueña, hasta que dio con uno que la hizo sentir especialmente orgullosa, de color gris claro brillante, corto, y con una espalda pronunciada y sensual. Habiendo elegido el atuendo, se dispuso a recogerse el pelo y maquillarse en un pequeño tocador clásico que tenía junto a su cama. Como no alcanzaba a verla desde donde me encontraba, salí con sigilo y me situé tras ella. Estaba realmente preciosa. Yo le hubiera dicho que no necesitaba ni siquiera un leve colorete, que estaba perfecta así como estaba. Me perdí en la contemplación de su columna, ese hueco fino y largo que la recorría y llevaba mi mirada de arriba hacia abajo como una guía. Tan embelesado estaba, que no me di cuenta de que, por primera vez desde que irrumpiera en su casa casi un año atrás, me había visto en el reflejo del espejo que tenía frente a sí. Y sólo me percaté de ello cuando me sacó una foto con ese infernal teléfono suyo, emitiendo un leve soniquete y un destello de luz que me recordó abruptamente a los relámpagos de los que huí aquella noche. En ese instante, sentí que el cuerpo me pesaba de pánico, y caí de bruces, atravesando el techo, hasta precipitarme en el salón del que me había jurado que nunca saldría… Tuve miedo de perderla. Tuve miedo de que me echara. Aquella ya era mi casa, y ella, mi compañera. No quería que cambiara nada. Lloré, y mi llanto sóno como un lamento del viento entre los árboles… Llevo un par de días sin verla, y eso me desespera.

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Vicky-TeKna: Mami, stas?
MARITERE1967: Viqui, hija, ¿qué tal el día?
Vicky-TeKna: Fatal. Tengo la prueba
MARITERE1967: ¿la prueba de qué, tesoro?
Vicky-TeKna: De q hay fantasmas en mi casa
MARITERE1967: Corazón….
MARITERE1967: ya hemos hablado de eso…
Vicky-TeKna: Q no, mami!!!!! Te paso la foto
Vicky-TeKna: cliquea en la palabra “download” cuando aparezca el iconito
DESCARGA
MARITERE1967: ¿Descarga es lo mismo que dowload?
Vicky-TeKna: Siiiiiiii
MARITERE1967: Está bien
DESCARGANDO
DESCARGA COMPLETA
MARITERE1967: Viqui, cariño
MARITERE1967: yo no veo nada en esta foto
Vicky-TeKna: Mami, está en la esquina de arriba a la derecha
Vicky-TeKna: de verdad no lo ves???
Vicky-TeKna: es como un mancha de luz
MARITERE1967: Luz es lo único que veo en esta foto
MARITERE1967: Si sacas una foto con flash a un espejo, se ve todo blanco
MARITERE1967: Lo único que veo que parece un fantasma en esta foto eres tú.
Vicky-TeKna: Mami, haz un esfuerzo, por favor.
Vicky-TeKna: hay como unas manchas arriba
MARITERE1967: Sí, las veo. Pero creo que son un reflejo. Nada más
Vicky-TeKna: Q no!!!!
Vicky-TeKna: es una cara
Vicky-TeKna: la cara de un hombre
Vicky-TeKna: y me estaba mirando!!!!!!!!!!!
MARITERE1967: Bueno, hay que echarle un poco de imaginación
MARITERE1967: Pero sí, parece una cara
MARITERE1967: o algo
Vicky-TeKna: Mami, estoy muerta de miedo
Vicky-TeKna: entre la tele que se enciende sola
Vicky-TeKna: lo ojos que me miran en la ducha
Vicky-TeKna: esto, y que el viento en el patio suena como un aullido…… yo ya no sé qué hacer………
MARITERE1967: Calmate hija.
Vicky-TeKna: Hoy iba a salir con Rober, pero no me apetece
MARITERE1967: ¿Ese chico del trabajo que dices que es tan mono?
Vicky-TeKna: Puedo ir a dormir a casa?
MARITERE1967: ¿Con él?
Vicky-TeKna: No, mami
Vicky-TeKna: yo sola
Vicky-TeKna: ya no me apetece salir.
Vicky-TeKna: no quiero volver y estar aquí sola.
Vicky-TeKna: y no me quiero precipitar, entiendes?
MARITERE1967: Está bien.
MARITERE1967: Tu padre se pondrá loco de contento de tenerte en casa hoy.
MARITERE1967: ¿Tienes llave?
Vicky-TeKna: Si
MARITERE1967: Entonces sal con el tal Rober y luego ven
MARITERE1967: te vendrá bien divertirte y pensar en otras cosas
MARITERE1967: más alegres
MARITERE1967: Tu habitación está siempre preparada para ti
Vicky-TeKna: Gracias, mami
Vicky-TeKna: te quiero
MARITERE1967: Yo también te quiero, Viqui.

Texto agregado el 30-11-2013, y leído por 330 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-06-2014 La historia una maravilla...el final necesita algo más para que sea perfecta. De todos modos el final es realista y a mí me gustan los cuentos que son fantásticos pero de apariencia realista porque son, de algún modo, creíbles. filiberto
14-06-2014 "Me asomaba timidamente por sobre su hombro" desde allí mi imaginación creó el espectro, aunque no sabia exactamente si ese era el personaje de tu historia, pero que linda historia me fascino toda, muy bello, felicidades. krisna22z
25-04-2014 Muy bueno!! Me acodé de "La metamorfosis"" de Kafka y pensé también en un ratón o un insecto, pero pronto supe que se trataba de un fantasma...Despuésde todo no es el primero en tus textos. Original el final. Clorinda
22-02-2014 Genial!!! Y el chat con la madre al final me parece un detalle novedoso e inteligente. Concuerdo con Nayru sobre el final, y tambien aunque primero pensé que era un vagabundo, luego me imaginé que podia ser algo así como un ratón. Sorpresa! Era un fantasma.... 8-D sabiel
19-01-2014 Uno de tus mejores relatos, sin duda. Líquido, ameno y mantienes al lector en vilo, en suspense, con ese final desbordante que al final abre sus pétalos, envolviéndonos en luz, triste, pero luz..Fue un placer. pielfria
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