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JAZMÍN


La muchacha se llamaba Jazmín. Un día al levantarse fue al jardín y recorrió palmo a palmo el vergel. Imbuida en su pensamiento no se percató que los capullos de rosas al pasar se abrían, tomaban vida. Con emotivo esplendor, desplegaban sus pétalos aterciopelados como para absorber la sutil fragancia que despedía la muchacha al pasar. Expresaban su sentir al mostrar con elegancia una bella sonrisa que dejaba al descubierto sus corolas como hileras de dientes blancos refulgentes al darle los rayos de sol.
Cada mañana visitaba el jardín. Las rosas desconcertadas, acurrucadas en la fronda esperaban su llegada. Al sentir sus pasos, como olas de agua al andar iban parpadeando, quedando todas despiertas a sus pasos.
Su alegría era infinita. Sus vestidos de muselina engalanada de colores embellecía la huerta. Maravilladas movían sus cinturas al compás del viento que fluía helado a esa hora de la mañana. Como muchachas enamoradas guiñaban un ojo desplegando con picardía sus faldas verdosas que cubría sus torneadas piernas hasta sus pies. Las hacía lucir bellas. Sus labios de diferentes tonalidades y sus mejillas ruborizadas al darle el sol, excitaban con su aroma exquisito a las mariposas y al colibrí que entusiasmados bebían afanados el néctar dulzón desparramado en sus cáliz.
Un buen día la joven muchacha al voltear, por primera vez contempló azorada todos los capullos sonrojados y sonrientes de orquídeas, camelias, margaritas, hortensias; de diferentes colores: violeta, azul, rojo, amarillo. Las rosas colocadas más allá, aún dormidas, al caminar iban abriendo sus ojos aletargados a sus pasos, hasta quedar mágicamente todas despiertas.
Desde entonces, cada mañana al despertar iba al huerto para ver con admiración como los hermosos capullos de rosas iban abriendo sus parpados a sus pasos.
Entretenida, feliz observaba el despliegue de hojas al abrir todas las rosas sus ojos despidiendo felicidad. Su esplendor al darle el sol hacía que el corazón regocijado de la muchacha latiera de prisa. Sus ojos explayados recorrían el jardín y su nariz al respirar absorbía el maravilloso perfume que despedían sus corolas con el batir de la brisa.
Un día enfermó la hermosa muchacha. Acostada en su cama sufría, sabía que las rosas la necesitaban, le echaban de menos para realizar el encantamiento. Hizo ingente esfuerzo para salir del lecho, pero su arrojo fue imposible.
Pasaban los días y la muchacha no daba señales de vida. Las rosas muy tristes al no tener su compañía, también enfermaron. Sin abrir sus corolas palidecían.
Restablecida, corrió desesperada al jardín donde estaban sus amigas. Sus ojos con tristezas recorrieron el huerto. Su débil corazón no soportó lo que sus vistas vieron. Las rosas se habían secado, murieron.
Raudales de lágrimas brotaron de los ojos de la bella chica y caían sobre las hojas marchitas abatidas sobre el suelo.
Las rosas al sentir en sus cuerpos las gotas de llanto, como un acto de magia reverdecieron. Sus almas regresaron a sus cuerpos, la de la muchacha se había ido definitivamente. Su cuerpo sin vida estaba tirado en el suelo.
En el lugar donde cayó la hermosa muchacha, creció una enorme mata de jazmín que nunca sus flores dejaron de sonreír, para brindarles cada mañana, el suave aroma que hace alucinar a todas las rosas resucitadas del vergel.


JOSE NICANOR LA ROSA.





Texto agregado el 29-11-2013, y leído por 493 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-11-2013 Un tierno y hermoso cuento.UN ABRAZO. gafer
29-11-2013 muy buena narrativa me encantó su descripción************ yosoyasi2
29-11-2013 Qué hermoso,,, un jardín de letras... y huele muy bien... Saludos. La_Pachamama
 
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