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Agua

–!No fue tu culpa amor! Ya no te martirices –le dice para consolarlo mientras con ternura le acaricia la barba que no se había afeitado en tres días.
Parece no haber oído. Ambos están a la orilla de un estanque natural que sirve de remanso al riachuelo que cruza los linderos del jardín. Él, acuclillado, sigue con la mirada perdida en la profundidad del agua, ella, de rodillas, también la mira, estudia los gestos reflejados de su esposo que se distorsionan con algunas hojas que el viento arroja sobre la superficie cristalina.
No quiere que ella perciba que adiciona más signos de quebranto, pero una gota salada y traicionera cae de su rostro formando ondas concéntricas sobre el espejo del agua, con apremio sumerge la mano para borrarlas y también aleja algunas carpas rojas que rutinarias se acercaron a explorar qué había caído.
Ya no puede reprimirse y el sollozo interno le deviene en un llanto escandaloso, ella estira los brazos para rodearlo por el cuello, él la abraza y así lloran juntos por un prolongado lapso de tiempo.
Él se incorpora y deja caer la muñeca que de tanto estrujarla le alborotó el cabello, ofrece a su esposa la mano para ayudarla a levantarse.
–¡Gracias! Ya me siento mejor. Vamos a casa.
Antes de ponerse en pie levanta la muñeca, la aprieta con fuerza hasta lastimarse y la arroja con fuerza hacia el otro extremo del estanque. Al impactarse con el agua rompe la imagen reflejada del columpio roto que cuelga de la bóveda verde de un árbol.


Viento

El viento impetuoso se empeña en modificar la topografía ondulante de las arenas del desierto. Inconforme con las formas angulares de las casas de campaña, arremete contra ellas sin éxito.
Guarecido en la más opulenta, el viejo Al Rashid se dispone a escuchar la lectura de su joven esposa. El velo que cubre su rostro deja a la vista sus turbulentas cejas y sus bellos ojos. La chispa que destellan son un fuerte imán para el viejo, y le pide que se acerque porque lo que más le calienta las ganas es el lunar de obsidiana clavado junto a la boca. Él posa sus labios allí, con la misma devoción con que besa el Corán.
Tras minutos de escuchar la voz armoniosa con que va silabando la trama su esposa, Al Rashid duerme y continúa la historia en su sueño. Ahí es él el aventurero que seduce a la protagonista, ya no escucha el chicoteo de la piel de oveja que sella la entrada a la casa de campaña. Afuera el viento enreda dos figuras con la muselina del atuendo de la doncella, también le despoja el velo y deja al descubierto un lunar de geografía malvada.


Tierra

–Si quieres un terreno para sembrar, ya sabes qué hacer –proclama el terrateniente a Rogaciano quien sumiso sigue su recorrido; regresa del monte del monte con su familia.
La esposa del aludido trae hacia sí a la hija de incipientes formas que el explotador mira lascivo, intuyendo lo peor.
El tiempo transcurre, él continúa recolectando leña para vender, ya no es suficiente, el hambre aprieta y doblega voluntades desde ya doblegadas; se pregunta si vale la pena ceder a la vejación a cambio de un lote pedregoso con menos tierra que polvo hay en el aire, y se decide… El terrateniente ya no acosará a la familia.
En el jacal de Rogaciano, la hija llora, acurrucada en un rincón, la madre atiza los rescoldos para avivar el fuego y él, a lo lejos, sin ser visto, pala en mano trabaja la tierra y la vierte en el hoyo para cubrir los pecados, al fin, todos somos polvo.


Fuego

Dicen que anda encharrascado el muy cabrón. Aunque se tome su tiempo, yo sé que no hay perdón pa’ mi pellejo por más que me surja el deseo de que el encono se le resbale, y lo haga reconsiderar; porque pa’ mí, él tuvo la culpa, digo yo.
¿A quién se le ocurre dejar a su mujer desnuda y encendida? No, la verdá, eso no se hace; ni aunque los celos te ganen. ¿Por qué arrojar su atrevida lencería al horno de los bollos?, si yo iba a llegar a hornear… Nomás la vi llegar adelantando las tetas y moviendo sus volúmenes circulares, rebeldes a la lógica de cualquier teorema o algoritmo casado con hipotenusa, ya la carne se me puso como piel de gallina, confusa pero ganosa de desafíos, y pillerías a calzón batiente.
Fue tan sólo murmurarle al oído el desvarío con que me tenía en suspenso la insania de mis calenturas, que pronto mis labios recorrían su geografía prohibida, sus rincones almizclados.
Hoy, como tuitas las noches desde el momento en que me avisaron que me andaba buscando, lo espero aquí, en la panadería, en impío adulterio. Hago una pausa pa’ incrementar el fuego y veo nuestras ropas, tal cual dentro del horno, en llamas.

Texto agregado el 23-11-2013, y leído por 368 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
03-01-2014 Cumples con tu responsabilidad de ESCRITOR.*****Agua y Tierra, mis favoritos en esta ocasión. Solo_Agua
30-11-2013 Poco se puede agregar a lo leído y dicho por nuestros amigos. Te felicito por la imaginación y pulcritud de tu prosa... un abrazo sendero
27-11-2013 Fantástica imaginación para relacionar vivencias del ser humano con los cuatro elementos. En la lectura, uno puede bajar, subir y volver a bajar, encontrando la singularidad de disímiles sentimientos que éstos provocan, volcando una literatura diversa en cada caso y de diferentes culturas; un recorrido a través de ellas, y en el tiempo. Quiero más de esto… Me fascinó. cieloselva
26-11-2013 Que buena relación de lo humano con lo material****** achachila
24-11-2013 1. Nunca mejor utilizados los cuatro elementales VIVOS de la naturaleza. El símil del agua y la muñeca, fiel representante del duelo del alma. Perder un ser, siempre deja dolor, pero a un hijo/a desbarata las fibras. Cuando hablo de perder, no sólo me refiero a la pérdida física de un hijo, sino también a ésa que va más allá de lo terrenal: la sentimental. El mensaje que dejas en el Viento, insuperable, sinceramente MAGISTRAL. (continúa…) SOFIAMA
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