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Inmensos recuerdos

Por algún mecanismo que desconozco los recuerdos se amplifican en nuestras mentes desde los primeros días de vida hasta entrar a la pubertad.
Las vivencias almacenadas en algún rincón del cerebro se potencian y distorsionan hasta llegar al extremo de superar los hechos mismos. Como si un grupo de artistas plasmaran en nuestros pensamientos sus mejores obras.
Desde la infancia me llegan los tiempos escolares de patios inmensos y escenarios faraónicos. La ovación con lluvia de palmas con el ingreso de la bandera de ceremonias para presidir los actos.
Los veranos en casa de mis abuelos, bajo el parral, en tardes de juegos bajo su sombra. En el extendido solar, con la gran vendimia de racimos hurtados.
Los veranos en la playa queriendo alcanzar los médanos eternos que se derretían en el mar.
No solo las imágenes se agigantan, los sentimientos también cobran grandeza.
Todos los sentidos se potencian, los olores, los sabores y se fijan para siempre en nuestros corazones. Las emociones en su mayor esplendor.
Nunca sufrí un miedo mayor que en aquellas noches de películas de terror cuando tenía que apagar la luz.
Tengo grabadas todas las temperaturas extremas que un individuo pueda soportar; desde los fríos días de julio para la fiesta de la independencia, hasta las sofocantes navidades de mi infancia.
Los viajes siempre los recuerdo muy largos, cuando acompañábamos a mi madre a tomar el tranvía para ir a la casa de Vicenta; un infranqueable portal con banderola y adentro el inconfundible olor a abuela que nos daba su acogida.
El amor incondicional que sentía por la maestra de tercer grado, sellado a fuego cuando me besó al finalizar el año y aquel rubor que me encendió el alma.
Recorren mis sentidos los maravillosos sonidos de los tangos con que mi padre sazonaba los almuerzos domingueros. .
Lloré por el dolor físico con la fractura del brazo y por el dolor profundo de la muerte del abuelo Teodoro, por el sufrimiento de mi madre, y la angustia por la incompresible pérdida.
Aprendí lo que es odiar cuando me negaron un helado. Supe que no hay regalo mayor que el tren que me trajeron los Reyes Magos, ni frustración mas grande el no poder salir a jugar con mis amigos del barrio.
Cada nuevo acontecimiento de la vida lo comparo con ese patrón de referencia que llevo atesorado con la expectativa de superarlo, aunque siempre resulta infructuoso.


OTREBLA

Texto agregado el 21-11-2013, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-11-2013 Una infancia así de plena solo puede darte como eco una vida plena Carmen-Valdes
21-11-2013 Profundas enseñanzas.. stracciatella
 
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