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La cartera

El otro día, a diferencia de los últimos doce años, no te regalé nada por tu cumpleaños; sin percibirlo parecía que despreciases mis presentes, los cambiabas, los vendías, los regalabas, o quedaban cobijados en tu armario, casi olvidados; estos si tenían importancia, sólo los sacabas de vez en cuando, para mirarlos abstraída por unos minutos y hacer revista, después volvían a la oscuridad, hasta la próxima vez en que la quisieras medir mi amor, o recrear el momento feliz en que te los di.

Este año yo sabía que indefectiblemente mi cumpleaños sería diferente, no se si por llevar la contraria o por demostrar que tu cariño era mayor, me regalarías alguna cosa que mereciese la pena, aunque deberías saber, que todo lo que viene de ti me gusta.

Saliste pronto como cada día, pero estaba convencido de que ahora sería diferente, sabía que mi espera tendría recompensa; nervioso caminaba por la casa, intentando descubrir que estarías pensando y que me habrías comprado; tal vez un reloj que sustituyera a el último que perdí (ya van tres), a lo mejor, una camiseta juvenil, de esas que dices me quedan tan bien, a pesar de los años (siempre dices que soy un hombre maduro pero apuesto, aunque no me lo crea, viene bien que me lo digas de vez en cuando); dejando esas opciones por muy obvias, seguí estrujando mi sesera, debatiendo conmigo mismo tus razones y tu mente de veleta.

Esa tarde llegaste sin ruido, deslizándote ante mi mirada como hacías cada vez, haciéndome sentir vivo y alerta ante tus movimientos de gacela, tus palabras sin medida y tu hacer libre y novato.

Con un “felicidades vida” dejaste caer en mis manos la caja envuelta en papel abrumadoramente azul y con un lazo rosa que aún hoy no comprendo.

Nervioso, comencé a intentar adivinar lo que había dentro; primero caí en lo más prosaico;
-es un calzoncillo,
-no,
-una agenda (tu sabías que ya tenía varias, aunque estuvieran sin estrenar y siguiera usando la del Kennel Clube de Campinas, toda rota y deshojada),
-no,
-un mechero (cada vez que me regalas uno, por bonito que sea, acabo usando el Clipper que nunca falla y él nuevo acaba en mi cajón de los recuerdos, yo también lo tengo, pero solo alberga cosas viejas, estropeadas e inservibles, con la utópica intención de que sirvan algún día para algo),
-no, dijiste por tercera vez, ya un poco enfadada por mi demora en abrir el regalo.

Dándome por vencido rasgué el envoltorio como manda la tradición y abrí rápidamente la caja.

¡Una cartera de piel!, (es verdad que ando con la de los zumos que me dieron en aquél bar, la verde y blanca, que siempre te recuerda a Andalucía, y a mi Nigeria [ya sabes que soy un poco raro]).

Puedes cambiarla si quieres, la compre en condicional, tienen más modelos, o si no la cambias por otra cosa; dijiste.

Casi doce años y todavía no sabes que no la cambiaría por nada en el mundo, sólo, en último caso, por esa otra piel, que hace tiempo me vienes negando; cariño.

©Aguilagris

Texto agregado el 19-11-2013, y leído por 219 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-11-2013 Conmovedoramente triste, pero qué bien contada. Me gustó leerte. SOFIAMA
19-11-2013 Y tú la amas también.. PiaYacuna
19-11-2013 Seguro te ama demasiado. Rentass
 
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