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CONSENSO SILENCIOSO

Hacia el hermoso paraje de “EL Cajas”, fueron a pasar una noche de pesca dos entrañables amigos con sus correspondientes hijos; cuatro mozuelos que bordeaban los quince años. Emocionados, pues la pesca para ellos era uno de sus deportes favoritos, y las montañas su pasión. Llenos de alegría y entusiasmo, con sus mochilas a la espalda, dejaron sus vehículos y les tocó la larga caminata hacia la soñada laguna; laguna muy lejana a la que jamás habían ido, y según las referencias dadas por sus padres, se trataba de una de las lagunas más generosas de todo el bello Parque Nacional “El Cajas”, de la bella ciudad de Cuenca; la Atenas del Ecuador. Broma tras broma, risa tras risa, una parada una comida, sigue el camino viene el cansancio, el descanso, el regocijo. Luego de tres horas de intensa caminata, de disfrutar de un paisaje inigualable, de intercambiar cuentos, chistes, anécdotas; se vislumbra al fin la ansiada laguna. El espejo de agua era gigante, se perdía en el horizonte, destellando rayos de sol, reflejándose en ella con prudente discreción el azul del cielo; las pequeñas olas viajaban suavemente en aproximación hacia la orilla, en donde reventaban con sutileza, como sin querer hacer daño, formando una espuma color de nieve, que daba una sensación de paz, acompañada en su entorno por el sonido del viento y de las aves, ¡simplemente hermosa!… Los jóvenes vislumbrados con el espectáculo, emprenden carrera ladera abajo, dando brincos de liebre por el crecido pajonal, que no dejaba ver sus largas extremidades, albergue celoso de cientos de miles de animales, conejos, osos, ratones, pájaros… y en os riscos, los poderosos y simbólicos cóndores, de quienes se teje una serie de rumores, siendo víctimas de los campesinos, porque al decir de ellos, estos animales roban sus terneros y sus borregos, y les sacan sus intestinos y órganos internos introduciendo su pico por el ano; pero los conocedores afirman es una ave carroñera.
Los primeros en armar sus cañas de pescar, sin más, lanzan sus carnadas al agua; con alegría, con euforia, recogen el hilo esperando, anhelando en cada vuelta de carrete sentir el tirón, ser parte de esa desigual pero encarnada pelea, entre no dejarse vencer, y el “arte” de llevar el trofeo a la orilla, el arte de soltar y apretar sin dejar escapar. Al fin, uno de los prematuros pescadores engancha una trucha; el animal siente el dolor del aguijón, el arrastre de una fuerza desconocida que lo lleva a donde él no quiere ir; y con la nobleza, con la fuerza que sale de sus entrañas, con el instinto de sobrevivir, salta hacia el infinito, surcando el aire trémulo, dirigiéndose hacia el cielo, pidiendo, reclamando al propio Dios, se apiade de él, cae en el agua y profundiza su obligado camino hacia el centro de la tierra, buscando en él refugio, buscando en el ayuda, quizá prefiriendo a Satanás; en el otro extremo, con la gota de sudor en la frente, con el corazón palpitante, con la angustia de perder, el desconocido ser, procura no soltar, envuelve a velocidad, se hace para atrás, busca un lugar donde depositar su botín; afloja, tira, afloja, y al fin, sale despedido hacia el cielo, como escupido por la misma laguna, cae en el pajonal, y aún convencido de poderse salvar, salta y revolotea, mientras su oxígeno se hace escaso, las fuerzas se van, rindiéndose al fin después de unos minutos de larga agonía. Al otro lado del cordel, el muchacho da gritos de triunfo, y es aplaudido por los expectantes compañeros; así pasaban las horas y con ella la noche; ni siquiera el hambre perturbaba a estos tenaces pescadores, pero como todo tiene su final, deben recoger sus cañas y disponerse a saborear el fruto de su destreza. Después de alimentarse, los cuatro muchachos y sus padres preparan el campamento, dotándose de agua y leña; muy pronto el intenso frío llega como invitado, frío que congela los huesos, que atrofia la lengua, que entumece las manos, y corta los pies en pedazos; urge encender la fogata, con ella, como arte de magia, aparece el rondín y la guitarra, la fiesta está; vienen las historias, las anécdotas vividas, y la luna, luna que no quiere perderse el jolgorio, que quiere ser parte de la tertulia, calentarse al resplandor de las llamas… Era una noche hermosa; la gigante laguna se unía con el cielo, invitando a la luna a ser parte de ella, y a las montañas a remojarse con sus aguas; los peces (truchas), curiosos, observaban, saltando a lo lejos, haciendo rondas en el agua, como danzando entre ellas, debajo de una pirotecnia, de una silenciosa sinfonía de colores, de miles de faroles y globos lanzados hacia el cielo, rompiendo algunas en el aire, cuales pavesas… ¡Una noche sin igual!. Llega la hora del descanso; llega la hora de entregarse a los brazos de Morfeo… Cuando se disponían a dormir, y ya se escuchaba más de un ronquido, un estruendo monstruoso interrumpe el silencio de la noche, golpeando de montaña en montaña, dejando el eco desvaneciéndose en el ambiente; era un tiro de fusil.
- !Qué pasa!, ¡qué pasa! ¿Qué es eso?
- Tranquilos, ha de ser uno de esos cazadores furtivos, esa gente que no entiende el respeto a la madre naturaleza.
De repente; muy cerca de la carpa se escuchan pasos, todos se ponen alertas,
- Tranquilos; solo deben ser algunos pescadores que están pasando
De pronto; otro estruendo,
- ¡Salgan de allí desgraciados!;
Los chicos entran en pánico, los padres no saben qué hacer.
-¡Tranquilos! debe ser una broma pesada nada más.
Al rato; suena otro tiro.
Salen de su tienda de campaña los aterrorizados pescadores, y son recibidos por unas mugrientas botas en sus caras, y unas frías puntas de metal sobre sus espaldas.
- !Chucha! ¿no hay mujeres?,
- ¡No!; contesta uno de los padres, mientras los niños asustados como pajaritos capturados, no atinaban qué hacer; si llorar, si gritar, si suplicar… Uno de los padres de los niños, se atreve y dice a los hombres;
- ¡Por favor!, ¡déjennos en paz! Somos solo pescadores aficionados, les podemos dar lo que tenemos, no es mucho pero no tenemos más. - ¡Ja, ja!, ¡cállate chucha! no queremos huevadas,
- ¿Qué buscan?
Nada que te importe hijo de puta; nada que te importe.
- ¡Tú…! entra ahí; Le grita a uno de los niños el mandamás de los tres mal encarados.
Al escuchar la orden del maleante, todos los niños se disponen a entrar en la carpa, pero, los otros dos malhechores, de un punta pié los arrojan a un lado, ante la mirada de impotencia de sus padres, quienes quisieron reaccionar, pero fueron encañonados y golpeados con la cacha de sus revólveres. El niño aterrorizado, rompe en llanto, gritando pidiendo auxilio a su padre, quien sentía que el alma se le rompía; sin soportar la brutal escena, reaccionó, pero fue dormido de un certero garrotazo; al ver esto el otro de los padres de los muchachos, sin reacción, no hizo más que suplicar, implorar a Dios…
- Se trata de una criatura; por favor, les daremos lo que quieran, ¡por favor! En la casa tenemos dinero; llévense nuestros vehículos, están en la carretera, pero no les hagan daño a los niños.
- ¡Cállate maricón!, ¿o quieres que te mate?
Los niños sollozando; abrazados entre ellos, entraron en desesperación, y rompieron en llanto, siendo acallados de inmediato por los malandrines, quienes los sometieron, amarándoles fuertemente pañuelos en sus bocas. El padre de los niños, espectador privilegiado, no soportó más y trató de defender a los niños, corriendo igual suerte que su amigo, la culata del fusil en su mandíbula lo tiró al suelo, durmiendo el sueño de los justos. Dentro de la carpa, la escena era atroz; nada conmovía al desgraciado degenerado, al parecer disfrutaba más aún. Los gritos de dolor, despertaron a su padre, quien en forma desesperada quería salvar a su hijo, liberarlo del horror; todo era inútil, golpe tras golpe lo reducían al suelo y lo volvían parte de él.
- ¿Quieres ayudar a tu hijo desgraciado? Pues ahora vas a ayudarlo; escúchalo así lo ayudarás.
Que tortura tan cruel; que sanguinario acto; los gritos del muchacho y de su padre, hacían eco en la soledad de la montaña y de la noche, pareciendo que la tierra misma, se abría, inconforme del hecho.
En el niño; la dignidad, el orgullo y la vergüenza, podían más que su dolor, mientras que los otros tres infortunados, temblaban, sollozando, sabedores de su ineludible destino. Ya las criaturas agotaron sus fuerzas, prefería morir antes de ser víctimas de semejante acto de horror; infame y desquiciado. Sale el degenerado, acomodándose su mugriento pantalón, marcado por las huellas de la infamia, de un ángel, de un ser que recién despertaba en la vida;
- ¡Sácalo de ahí! ¡Es mi turno!
De uno en uno, se hicieron cargo de desgraciarlos, y con esto, torturar y enloquecer a sus impotentes padres; querían morir junto con sus hijos, lo preferían, antes de ser testigos de tan monstruoso crimen.
Los infelices sanguinarios; satisfechos con su horrendo crimen, festejaban su hazaña bebiendo y gritando, cual enajenados; con los ojos desorbitados, rodaban por el suelo riendo a carcajadas; sus ropas mugrientas, su olor nauseabundo, hacían pensar en animales carroñeros, (invalidando la comparación, por el labor que estos últimos tienen en la naturaleza). Volvió el silencio a la montaña, silencio interrumpido en momentos por los ronquidos salían de de esos urinarios públicos que tenían por boca los infelices delincuentes, quienes dormían su borrachera, seguros de que sus víctimas, en las condiciones que se encontraban; nada podrían hacer en su contra, pero el diablo se les durmió. La luna se había escondido; huyó de la atroz escena, no soportó ser espectadora directa de tan detestable salvajismo, no quiso ser encubridora de tal barbarie. La oscuridad se apoderó del ambiente lúgubre y frío, ambiente de muerte y desolación; oscuridad que en cierta forma cobijaba a las víctimas, escondiéndolos de los ojos del agresor. Pasaban los minutos, y con ellos, mientras se profundizaba el sueño de los bandidos, se dibujaba la esperanza de que de a poco, se restituyan las desgastadas fuerzas a los victimados; efectivamente así fue; uno de ellos, el último en ser ultrajado, haciendo un esfuerzo sobre humano, logró liberarse de sus ataduras; tomó sutilmente el revólver de uno de los culpables de su desdicha, con el sigilo de un chucurillo dando caza a un gavilán sentado al final de un largo palo; despertó a su padre, quien yacía en el suelo ensangrentado; actuó el espíritu de conservación y supervivencia, la destrozada dignidad, el sentimiento de venganza y frustración; sacó fuerzas de donde no tenía, propinando dos tiros que llegaron a dos de los tres durmientes. Al sonar los disparos, el tercero de los verdugos despierta de su borrachera, saca su revólver haciendo un disparo; disparo por ventaja infructuoso, pero para desgracia, el padre de los muchachos, después de descargar los disparos, quedó a merced del desgraciado sanguinario, pues el arma se encontraba bacía. Con el rostro lleno de ironía y sarcasmo, apunta su arma disponiéndose a quitar la vida al valiente padre, suena el tiro, pero cae el bárbaro con un certero y letal tiro en la espalda, propinado por el compañero de quien era amenazado, mismo que escabullido entre el pajonal, sacando fuerzas de indignación, logró hacerse del arma de uno de los delincuentes. Atendieron a sus hijos como pudieron; se entrelazaron en un abrazo; lloraron y gritaron; el eco golpeaba entre montaña y montaña, llevaba un sonido de ultratumba, de indignación, ira y disconformidad; se dirigían al cielo, acusando al creador de su suerte, renegando de su existencia. Pudo más el agotamiento, sus ojos se cerraron por el peso de la extenuación. Pasó un largo rato. y la luz se asomaba como queriendo espiar; el sol escalaba las montañas, calentaba sus congelados cuerpos. Cuando el astro rey se hizo presente en su totalidad, despertaron, dándose cuenta de la cruda realidad, desvaneciéndose la esperanza de que la pesadilla no pasara de tal.
Apenas acababan de abrir los ojos, evidencian que sus agresores no estaban muertos; que los disparos propinados no fueron letales; esto les llenó de un sentimiento de venganza, de justicia, de rabia e indignación; se abalanzaron a los desgraciados, queriendo arrancarles los ojos; enloquecieron, golpeándolos hasta agotar sus fuerzas, pero se dieron cuenta, que no merecían morir así, que su muerte debía ser un ritual de sufrimiento. En el mismo lugar en donde desgraciaron a sus hijos, colocaron a los sanguinarios, amarrados pies y manos, a la espera de su tiempo.
Sin pronunciar palabra; como caminantes sin vida, bajaron a la laguna con sus hijos, enjugaron su deshonra tiñendo el agua con la indignación. Los sanguinarios despertaron, y con desfachatez pedían piedad. La satisfacción se dibujó en el rostro de los padres de los niños, y en estos también; veían venir la venganza; pensaban esta era la oportunidad que Dios les daba, como disculpándose, como queriendo aplacar su error. Cogieron a los desgraciados; enloquecidos halaron sus ropas con furia, destrozándola hasta desnudarlos; parecían unos salvajes en algún ritual de muerte. Pensando cómo sería más dulce la venganza, y cómo se podría causar más dolor y sufrimiento, decidieron aplicar la ley de Talión; ojo por ojo, diente por diente; ayudados de un palo largo en la punta como anzuelo, hicieron lo que el majestuoso cóndor hace con sus víctimas… un acto de locos, pues solo la locura podría llevar a una persona a realizar cosa tan inhumana. Los infelices gritaban con gritos de dolor interminable, gritos que retumbaban en el páramo, haciendo volar a las aves y huir a todo animal a doscientos metros a la redonda. Mientras más gritaban los sacrificados, más se nutrían de satisfacción, más fuerte era su deleite. Cortaron sus miembros viriles de raíz y les hicieron saborear; sangraban los infelices, como si su cuerpo fuera caña de azúcar que pasa por los rodillos. Poco a poco los desgraciados morían desangrados, gimiendo y gritando, hasta que dejaron de existir. El lugar se convirtió en un camal clandestino, en un lugar de sacrificio de rituales satánicos, en un infiero terrenal que describirlo sería grosero… Se apoderó de ellos el diablo.
Salieron de la laguna camino hacia la carretera; caminaban con la mirada fija y los ojos sin parpadear, con paso lento, arrastrando los pies, sin articular palabra, todos sabían por dónde ir, pues caminaban de frente, uno junto al otro tomados de las manos; subían para atravesar una hermosa cresta, un mirador con una vista privilegiada, paisaje que invitaba a volar; al pasar por este hermoso mirador se detuvieron; los seis, en un consenso silencioso, se detuvieron al borde del risco, con su mirada fija al horizonte; sin más, se lanzaron al vacío; volaron libres, dejando en este mundo la deshonra, el dolor y la impotencia de lo vivido. Cien metros abajo encontraron sus cuerpos inertes con sus manos entrelazadas, imposibles de separar. Encontraron en la muerte, la única forma de limpiar su desdicha, amiga única que podía ayudarles con su tragedia.
FIN.

Texto agregado el 15-11-2013, y leído por 134 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-11-2013 Empezó tan hermoso y terminó tan horrendo. Algo que talvez ha sucedido: Abuso y venganza. Los seres humanos somos capaces de todo, si la ocasión se da y nos dejamos llevar. Ágil narración. simasima
 
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