Descubrí algo, y por lo general los descubrimientos son revelaciones de extrañezas. Bueno, en realidad no es lo que se descubre lo extraño, sino el hecho de descubrir algo, es nuestra cabeza la que se extraña al reconocer algo que antes no habíamos reconocido. Y hay dos tipos de algos a descubrir: esos nuevos que no conocíamos, que nunca habían pasado por nuestras vidas y que de un momento para el otro aparecen; y esos algos que estuvieron siempre ahí, y que por un motivo u otro nunca vimos pasar. Esto que descubrí ayer es uno de esos que estuvo siempre ahí, que de hecho usé durante toda mi vida, pero de lo que nunca fui del todo consciente. Y se refiere a nuestra manera de pensar. Si nos detenemos a pensar un rato el cómo pensamos, si pensamos la manera en la que pensamos y valga la redundancia, nos podríamos dar cuenta muy fácilmente de esto que siempre hemos usado y nunca hemos descubierto. Sí, nos involucro a todos. Cuando pensamos hablamos. Bueno, no hablamos, porque no emitimos sonidos, pero la parte de nuestra cabeza encargada de redactar frases y unir palabras para expresar nuestros pensamientos no da cuenta de que no estemos emitiendo sonidos, y trabaja tanto como para cuando hablamos que para cuando pensamos sin hablar. Por lo tanto, no dejamos de elaborar frases que si las dijéramos o escribiéramos serían entendibles por los otros. Es entonces que nuestra cabeza se comunica con nosotros de la misma manera que nosotros con el exterior, sin hacer mucha distinción. Uno pensaría que con nuestra consciencia hay suficiente confianza y empatía como para poder comunicarnos de una manera particular, de una manera más telepática si se quiere. Pero con nuestra cabeza no hablamos con imágenes abstractas, con nubes de pensamientos y códigos particulares que sólo nosotros dos podemos descifrar, no. Con nuestra cabeza nos comunicamos con palabras, con frases bien armadas (quizás sí, algunos se tomen un par de licencias y cometan algunos errores de gramática; o sí, en nuestro interior probablemente podamos cortar frases sin terminar y que nadie se queje por ello), y no nos damos el lujo de descansar de nuestras enseñanzas culturales. Y es por esto que las personas de diferentes nacionalidades piensan en distintos idiomas, en sus idiomas natales, o en los idiomas que tengan frescos en la mente, ya que si nos esforzamos mucho en hablar en un idioma terminamos pensando en él.
Y de repente el pensar ya no es tan abstracto, ahora baja un escalón, queda flotando entre lo intangible y lo tangible, entre la nube en la que metemos todo lo que llamamos abstracto y no podemos tocar y el piso donde apoyamos lo físico, pesado y que se puede romper. Y queda entonces todavía flotando, pero ahora al alcance de nuestras manos, que de alguna manera (quizás no cómodamente y constantemente), pero de alguna manera es posible de ser agarrado, pensado, analizado, transformado y utilizado a nuestro gusto.
Me di cuenta de esto y no lo pude creer. Viví creída de que el pensamiento era una niebla de abstracciones, una maraña enmarañada que sólo yo y mi consciencia podíamos descifrar y utilizar, y tan convencida estaba que nunca se lo pregunté a nadie ni verifiqué que de esa manera fuera, y nadie se encargó tampoco en corregirme ni validarme, por lo que nunca me cuestioné ni me enteré de si los otros estaban en la misma que yo. Entonces fue que quise probar si por estar pensando en eso era que mi mente me estaba jugando una broma, y no podía correrme de ello. Puede ser que eso pasara, pero enseguida recordé que siempre había pensado con palabras, a pesar de no pensar en ello. Y eso le quitó cierta profundidad a mi relación con mi mente, me decepcionó un poco hasta pensar que todas esas conversaciones que habíamos tenido podría haberlas tenido con cualquiera. Pero pronto me di cuenta, para mi contento, que a medida que el consciente se va apagando, a medida que nos vamos dejando llevar por el inconsciente y la mente nos va ganando el control, a medida que eso va sucediendo vamos dejando las palabras detrás, vamos relajando la comunicación y distendiendo el lazo hasta llegar a un punto en el que no puedo determinar cómo nos comunicamos, porque precisamente no soy consciente en esos momentos, pero en el que estoy casi segura de que la niebla destituye a las palabras y toma el poder.

Mi relación con mi consciencia, inconsciencia, mente y pensamientos dejó de decepcionarme. Pude encontrar entonces algo que aunque sea por un tiempo más, hasta que descubra otro algo que cambie mi percepción, me haga pensar en que tenemos la capacidad de comunicarnos a nuestra manera, particular de cada uno, y no cómo nos enseñaron que hiciéramos.