No siempre, a veces es difícil no caer en la nostalgia y no pensar en cómo engañar a mi esposa, o al revés, y quererla por falta de memoria. “Ven a mi lado pequeña”, le digo, “Te prometo que nunca te enterarás de nada” y ella se duerme en mis brazos, y le canto una nana, y le acaricio el cabello rizado, su bello pelo rizado, y si fuera posible lloraría por ella. Pero mi corazón se abre, mis brazos se abren, mis ojos se abren, mi falo se abre, y abierto a todos los vientos floto sin ser capaz de evitarlo, sin ser capaz de no quererlo.

“No te preocupes cariño, te follaré con amor, te daré tanto que olvidarás que hace mucho dejaste de querer a tu marido”

No hace falta rellenar los silencios pues no habría con qué hacerlo y somos así dos agujeros que intentan vaciarse para olvidar las ausencias. Todo es sorprendentemente fácil, todo es jodidamente fácil, basta con abrir la boca y llenarla de coño, o de lengua, o de un pezón, y ya está. Incluso si se escapara una palabra tendría la perfecta naturalidad de un fruto maduro cayendo para fecundar el suelo.

“No digas nada cariño, desconozco a qué cama regresas, como yo. Sencillamente desnúdate con calma como si esta vez fuera la última que me equivoco, como si tuviera sentido el arrepentimiento”

Y a partir de ese momento ya puedo hincarme de rodillas cuantas veces haga falta para mis plegarias, mi semen está ya enriquecido con gloriosas imágenes y a mi espalda sólo pesan los crímenes que no cometí.