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Regresaba con mi amigo Avelino de un largo fin de semana en Berlín y en el trayecto en avión de Barcelona a Santiago, se sentó a nuestro lado un hombre de ojos muy azules, bien parecido, entre 45 y 50 años, delgado, vestido deportivamente, portando una mochila pequeña de las que ahora están de moda . Muy sonriente se dirigió a nosotros y nos preguntó si hablábamos inglés y aquí empezó una historia que nos dejó impactados.
- Me llamo John, soy noruego y estoy muy nervioso porque voy a encontrarme con mi hijo de 17 años que acaba de llegar a Santiago de peregrinación haciendo un recorrido de 900 kilómetros.
- El pasado año, recién cumplidos los 16 años, lo hicimos los dos juntos. No podía ser de otra forma pues él padece una terrible enfermedad psíquica. Él tenía mucho interés en hacer el camino y busqué la manera de dedicar un mes para acompañarle.
- Nos fuimos a Roncesvalles y allí comenzamos nuestra aventura. Yo soy deportista pero él no; de hecho es más bajo que yo y pesa más de 100 kilos. Al tercer día del camino se le hinchó una pierna y no podía andar. Entró en un terrible trance de depresión.
- Aún no empezamos el camino y ya llegué al final , decía mi hijo bajando la cabeza dejando los ojos en blanco; síntoma claro del comienzo de una crisis.

- Un peregrino que habíamos conocido la noche anterior se ofreció a darle unos masajes especiales: era masajista del Manchester United, se quedó dos días con nosotros en el albergue y la pierna se curó y mi hijo pudo seguir el camino.

Mi amigo Avelino y yo comenzamos a sentir una tremenda empatía con nuestro John pues lo contaba sin ningún dramatismo; al contrario, lo hacía con el tono de un padre ganador y con cada una de sus palabras estábamos más dentro de la historia de nuestro acompañante.
Este año me pidió permiso para hacer él solo el camino.
- Papá no quiero que me acompañes; quiero hacer el camino yo sólo . Si consigo hacerlo sé que podré conseguir cualquier cosa en la vida.
Tuve muchas dudas; los médicos en Oslo no eran partidarios; podía ocurrir cualquier cosa ; para mí era una tremenda responsabilidad. Tenía que tomar la medicina y yo era el encargado de darle las píldoras.
Aborrece las píldoras. En el camino de hace un año, en Navarra, tuvo una fuerte intoxicación y de nuevo pasó por el mismo calvario de la pierna; bajó durante horas la cabeza, mirada lánguida y silencio… A mí me lloraba el corazón.

- Papá, repetía, no he comenzado el camino y ya estoy en el final.

Se nos acercó una peregrina y le preguntó qué le pasaba que estaba tan mustio. Llamó a una compañera suya que era médico y le dio unas pastillas que le dejaron nuevo. Tuve que autorizarlo para que las tomara.

De nuevo vivimos la experiencia del espíritu del camino. En un lugar cuyo nombre no recordaba, su hijo cogió una guitarra y comenzó a cantar, lo que al parecer hace bien. Había muchos jóvenes e hizo grandes amigos y desde aquel día yo caminé sólo. Veía con orgullo cómo se integraba con el grupo de chicos y chicas que peregrinaban juntos. A mí me parecía un sueño; comencé a comprender el sentido del camino; no hay diferencias sociales, ni trabas por el aspecto, ni siquiera barrera de idiomas; caminábamos todos en la misma dirección, viviendo y buscando lo mismo.

Como no tiene móvil me envía mensajes desde ordenadores de diferentes lugares. Mire usted en mi móvil: aquí recibí el mensaje de que ya está en el hotel con un grupo de amigos nuevos del camino. Salí muy preocupado de Oslo pues sólo tenía 40 minutos para el transbordo en Barcelona y me temía que no llegaría a tiempo de encontrarme hoy con mi hijo.

Mi hijo quiere imitarme. Yo he tenido éxito en la vida; soy ingeniero de petróleos (sic). Cuando era niño y traía malas notas le obligaba a estudiar y le amenazaba con que acabaría como vendedor en una charcutería. Y hoy solo tengo una misión en la vida: convencer a mi hijo de que el dinero no es lo más importante; que hay cosas mucho más gratificantes. Lo bueno del caso es que yo creo que lo he aprendido de mi propio hijo.
En este momento yo intervine y le conté mi experiencia en una casa de reposo en Navarra (ahora se llaman casas de salud) donde se convive con un grupo de personas, sin televisión, teléfono ni periódicos. Es una convivencia laica pero de enorme parecido a los ejercicios espirituales de San Ignacio.
Mi hijo y yo el próximo viaje lo haremos a la India y estaremos haciendo ejercicios de meditación.
Cuando ya llegábamos a Santiago le aconsejé que escribiera su historia pues era francamente emotiva. Es más, me permití enviar un saludo para su hijo, una enhorabuena por lo conseguido y le sugerí que su propio hijo escribiera su historia pues es un chico de 17 años con problemas mentales graves que se ha convertido en el maestro de todos nosotros.
Cuando estábamos llegando a Santiago, al despedirnos, John me preguntó si yo había hecho el camino y le contesté emocionado:

Lo acabo de hacer con usted y su hijo.


Texto agregado el 04-09-2013, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-05-2014 Así debiera ser toda la gente, poder hablar de sus problemas con naturalidad. Hoy en día no se hace, es más se esconde, se individualiza y la gente come tristeza y depresión sola. hay que apoyarse, hacer sus descargos o contar cosas importantes como éstas con extraños, una para sociabilizar y la otra para que existe un feed back, una empatía, así ambos se potencian, uno se descarga y el otro aprende que esta vida es de verdad. Muy bueno. nonon
09-03-2014 Buena respuestas, y un emotivo relato. qué bueno (y qué bonito) encontrarse con gente así, tan abierta, que a través de su historia termina dando esas especiales lecciones de vida. Gracias por compartirla. Ikalinen
03-03-2014 Me gusta tu estilo. Se lee muy fácilmente. Saludos! PiaYacuna
 
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