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El beso de la muerte

Soy hombre habituado a los principios científicos de experimentación y comprobación, alejado de dogmas y a prudente distancia de supersticiones y de eventos sobrenaturales. Esta determinación es conocida de sobra por mis amigos quienes no pocas veces han puesto a prueba mi incredulidad y mi temple. Aficionados a las vaguedades de los mitos y leyendas se constituyeron en un grupo al que llamaron Club de la Media Noche que busca, persigue y estudia fenómenos del más allá. Con objetividad y avidez he desmoronado uno a uno sus endebles trabajos y conclusiones, admito que más de una vez, mentiría si no lo reconociera, la abstracción rozó mi discernimiento, frías punzadas en mi espalda que estremecieron mi cuerpo me alertaron sobre evidencias que una vez que superaron la primera percepción parecían sólidas y prometedoras.

Esta es la última vez que acepto ir en busca de rastros del más allá, es el último jirón de mi raída tolerancia a estos tópicos, esta vez me he dejado arrastrar mas por los lazos afectivos que por sus blandos argumentos que no aportan mayor prueba que sus testimonios de haber avistado en diferentes ocasiones en la Plaza de las Tres Culturas a La Llorona. La leyenda ¿quién puede desconocerla? y el lugar se presta para las especulaciones más fantasiosas, ningún otro sitio me hubiera cautivado con mayor fruición, con gusto cambiaría toda mi convicción sin tan sólo por esta vez obtuvieran resultados tangibles, únicamente para descubrir a cuál de las tres culturas prefiere.

Según cuenta la leyenda, La Llorona tiene predilección por aparecer en lugares solitarios y de preferencia a un solo hombre o cuando más al par exclamando su desgarrador grito de ¡Ayyy mis hijos! En evidente desafío, más correcto sería decir en calidad de carnada, tres miembros del grupo deambulan por las callejuelas y rincones más solitarios y oscuros, en tanto que yo en mi sencillo papel de testigo espero jocosamente charlando con mi amigo Raúl a media plaza.

Mi paciencia se agota y el cansancio le reclama a mi cuerpo, me despido de mi amigo, estoy a punto de marcharme con mis creencias intactas pero con una tibia decepción. De pronto atisbo tres figuras femeninas que surgen de cada una las culturas, la primera de la iglesia colonial, la segunda de los modernos apartamentos y la tercera por la dirección, sin poder precisarlo pues me queda de espaldas, podría provenir de las estructuras prehispánicas. Las tres caminan a diferente ritmo pero calculo que convergirán justo en el punto en que estamos parados. Dominado por mi parte intuitiva dilato la despedida para esperar su encuentro, ya están demasiado cerca por lo que siento la necesidad de moverme de posición, de lo contrario chocarán contra mí, suceso que sólo ocurre entre ellas, con matemática precisión coinciden, en lo que parece un abrazó se funden perdiendo su corporeidad y frente a nuestros ojos se tornan a una figura inconexa e ingrávida.

Aunque perplejo, no pierdo mi capacidad de observación y puedo, sin faltar a la verdad, afirmar que sus movimientos son parecidos a los efectuados por el aura boreal, intento proclamar mi asombro pero me arranca del piso. Tiemblo. Herido en mi orgullo de hombre valeroso, concentro todo mi esfuerzo para proferir una maldición pero pierdo el sentido, no sé por cuanto tiempo, recupero conciencia con la sensación y el ruido que produce mi cuerpo al impactar con el agua, debí haber caído desde una distancia considerable, así lo constata el ardor en mi piel y porque mis pulmones demandan oxígeno pues el golpe los comprimió expulsando todo el aire, por un breve momento el golpe me desorientó sin poder determinar para dónde nadar y alcanzar la superficie, como el dolor lo siento en la espalda concluyo que caí boca arriba, por lo tanto pataleo en esa dirección pero me detengo, una duda me hace pensar que podría haber girado dentro del agua, afortunadamente mi hábito de razonar mis actos me rescata de la vacilación, me viene a la mente un ejercicio que de niño realizaba cuando aprendía a nadar, fuerzo mi cuerpo a una posición horizontal y espero a que mis pies descienda primero que mi torso, comprendo que esa tarea agota la casi inexistente reserva de oxígeno, al comprobar la diferencia de nivel de mis piernas me impulso con ellas y mis brazos hasta alcanzar la superficie, la inhalación es tan intensa que debido al silencio que reina el ¡Ahggg! que produce mi garganta surge como un bramido.

Mi cuerpo reacciona más rápido que mi mente, las náuseas por el hedor me revelaban que estoy sumergido dentro de agua estancada y el olor putrefacto característico de animales en descomposición me sugiere que estoy por abajo del nivel de la tierra, sólo así se explica que cayeran al estanque. Deslizo mi mano extendida sobre la superficie en busca de algo sólido, la oscuridad es tan profunda que no logro ver la palma de mi mano al ponerla frente a mis ojos, toco un objeto redondeado, lo palpo para delinear su contorno y con horror descubro que se trata de una calavera, estoy a punto de soltarla pero me doy cuenta que mi posición no es para sensiblerías la necesito y voy a utilizarla para orientarme, la lanzo para escuchar si impacto contra pared, el agua u otra superficie. La arrojo calculando una distancia de entre treinta y treinta y cinco metros sin imprimir mayor fuerza que me sumerja a reacción y desafortunadamente el impacto es contra agua, encuentro otro objeto y realizo un segundo lanzamiento en sentido contrario, este tiene mayor suerte pues esta vez el madero se estrella con alguna estructura metálica.

Inicio mi desplazamiento en esa dirección y el estruendo del agua al ser golpeada por algo de gran tamaño me detiene, cauteloso me mantengo inmóvil y después de unos instantes de angustia escucho muy próximo a mí el chapoteo que se ejecuta al intentar mantenerse a flote, sin determinar si es un animal o un ser humano me aventuro a llamarlo.

-¿Me escucha? ¿Puedo ayudarlo?

Por respuesta el chapoteo se intensifica y deduzco que es un animal que alteré aún más, pero el ruido cambia, se escucha como si dos contrincantes pelearan, en ese instante una luz espontánea, como emitida por un relámpago de una claridad finita, me devela la imagen incorpórea que levantaba a Raúl y la veo prendida a su boca y no puedo suponer que lo reviva, ¿Qué vida puede aportar ese ser?, una segunda luz que puedo determinar con certeza que es emitida por ella y que lo hace deliberadamente para que observe el espectáculo más horrendo que ni la imaginación más audaz pueda crear ni el más temerario soportar, a través de una oquedad que funge como boca absorbe los vapores vitales de Raúl, mi cobardía me paraliza pero que puedo hacer en esas circunstancias o en cualquier otra ante ese poder sobrehumano y sin embargo, me fustigo para reaccionar, y como si tratará de espantar una simple bestia, emito penosos alaridos y golpeo el agua para distraer a La Llorona, que infantil el esperar que con esa acción iba a soltar a mi amigo, la luz desaparece y adivino que la próxima vez que se decida a mostrármela será demasiado tarde para hallar vida.

Como si respetara mi osadía y mi temple levitaba aluzando una escalera con pasamano que significaba mi salvación y se sitúa tan cerca de ella que inevitablemente tengo que pasar rozando su figura, volteo en todas direcciones y la oscuridad es inmensa, sin más opción regreso mi vista hacia el área develada por la luz y veo flotar diferentes esqueletos y también un sutil movimiento de su manto, como si practicara un pase de torería, que me invita a cruzar, nado tan lento para retardar el encuentro pues aún dudo si se trata de una treta pero por qué usar una estratagema si puede tomarme cuando le plazca, quizá quiere incrementar mi pánico. Al estar a tres o cuatro brazadas de ella, levanto la vista y observo la parte superior que no es un rostro humano ni un cadáver, es más parecido a una momia, se retira para darme paso y me aferro al pasamanos de la escalera; me impulso para salir y ella posa su oquedad frente a mi rostro y aspira un poco de mi aliento débil y cansado, por el horror aflojo mi cuerpo y caigo al estanque. Ella se aleja de la escalera para promover otro intento, pero esta vez espero que repita su conducta y al hacerlo casi me alegro al constatar que no obstante que puede asustarme hasta provocar mi muerte mi intelecto puede dar la última batalla.

¿Qué muerte podría ser peor?, me resuelvo a morir con una última satisfacción íntima, reaccionar de forma contraria a lo que ella espera, me arrojo hacia ella y le pego mis labios cuando abre su simulada boca.

Texto agregado el 03-09-2013, y leído por 615 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
01-05-2014 Uf... Yo me admito semejante a tu personaje (por eso trato con tanta irreverencia ciertas temáticas), pero si me pasara algo así, no sé ni cómo reaccionaría. No creo que pudiera hacer lo que tu personaje, incluso si fuera mi último acto consciente. Ikalinen
03-01-2014 Nos mantuviste al filo de la butaca.***** Solo_Agua
26-09-2013 Justo estoy en un debate con ateos, jajajaja, este cuento me viene al dedillo para hacerlos reír, y decirles que por culpa de escritores como vos, no creen en las experiencias que tenemos los creyentes, jajajajaja!!! Te abrazo, amigo, sos un grande. cieloselva
14-09-2013 excelente amigo.. me has tenido leyendo a bocanadas... un abrazo sendero
12-09-2013 Ayy! Que bueno! Recien te leo, no hay ninguna duda, sos un genio amigo!! Una historia fuera de lo común....No paré hasta terminar de leerla...Te felicito! silvimar-
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