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Hector encendió la luz de su velador, hacía más de media hora que mantenía una ardua batalla con los mosquitos que surcaban el espacio circundante a sus oídos.
Con un veloz movimiento logro dar caza a una de las sabandijas voladoras, cerró fuertemente su puño para luego abrirlo de un golpe y apreciar la sangre, su propia sangre, manchando su palma, alzó el brazo mostrando el cadáver del mosquito a sus hermanos insectos en señal de victoria e intimidación.
Resultaba tarea difícil conciliar el sueño para Hector, fuera por una circunstancia u otra, esta vez eran los mosquitos, pero podría ser el calor, ese colchón viejo que nunca cambió por pereza, o simplemente una mente revoltosa que siempre lo mantuvo entretenido.
Hacía ya tiempo que el calor volviera y el invierno había quedado atrás, pero los mosquitos no eran cosa nueva, se las habían ingeniado para molestar aun cuando las heladas escarchaban las tejas naranjas del techo de su casa, Hector juraba haber visto a uno de ellos con bufanda y gorro, comentario que hacía estallar de risa a sus amigos. Esta parecía ser una nueva raza de mosquitos, una súper raza, perfeccionada genética mente, capaces de poder sobrevivir a los fríos más fuertes, a los nuevos insecticidas, con un sentido renovando de existencia, impedir que la especie humana logre pegar un ojo.
Y fue así como noche tras noche Hector emprendía una batalla tras otra. Arremetía con alpargata, ojota y zapato, esgrimía estas con una agilidad prodigiosa, fruto de meses de arduas contiendas. Las paredes de su habitación eran un cementerio de mosquitos, cuerpos desmembrados, manchas de sangre y fotografías antiguas eran los únicos cuadros que adornaban estas paredes.
La tregua no era una opción para ninguno de los dos bandos. Y fue así, que una noche de verano, Hector olvidó cerrar una ventana, el calor era insoportable y su pequeño ventilador de piso no daba abasto, ocasión que fue aprovechada por el bando enemigo. El frente mosquitero preparo un ataque final, era su oportunidad para culminar la guerra. Movilizaron a todos los soldados que quedaban y los concentraron en las afueras de la ventana, el Teniente General de las fuerzas armadas mosquiteras dio una arenga a sus subordinados y luego dio la orden de ataque, las esposas y los niños dejaban caer sus lágrimas al ver a sus esposos, hijos y hermanos, dirigirse a una muerte casi segura, ya que todos estaban al tanto, este era un ataque suicida.
Hector se hallaba recostado en su cama cuando lo sorprendió una masa negra amorfa, apenas logró levantarse cuando la nube de mosquitos lo envolvió. Las alimañas aterrizaban sobre él una tras otra, luego, con un movimiento rápido clavaban sus agujas en la piel y empezaban a absorber la sangre con un esfuerzo voraz, poco a poco sus negras barrigas se hinchaban y se volvían rojas como el vino, pero no se detenían, venían a sus mentes imágenes de sus hermanos caídos en batalla, de sus familias, de sus infancias, pero no se detenían. Las infladas panzas empezaron a estallar y la sangre de Hector salpicó las paredes, pronto cayó al suelo, indefenso, ya sin fuerzas para defenderse.

Texto agregado el 02-09-2013, y leído por 98 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-09-2013 Me gustó tu relato, posees una narrativa envolvente y creatividad en la historia. Un abrazo. gsap
02-09-2013 Interesante batalla. Jamás olvidemos el karma. Buen relato. Saludos. darkzombie
 
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