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El antiguo estudiante de filosofía llamado Miguel Ángel estaba sentado en mitad de ese islote repleto de Cocos Caídos. Entonces apeló más que nunca al principio cartesiano de “Pienso; luego existo” para derivar la premisa racional que le develó el magma de aquel sueño.

Más que nunca comprendió la incorruptibilidad de la razón que le permitía discernir sobre la falta de realidad del espacio-tiempo donde estaba. Y fue también por la pulcritud de su intelecto que dedujo ser la manifestación mental de alguien tendido en alguna cama o tal vez una hamaca.

Pero hacía frío a pesar del sol como mandarina ígnea en el cielo. Y el aire que lo abatió de súbito no pasó de largo, sino que se cuajó en miles de pupas de gelatina que se pegaron a su cuerpo desnudo.

“Puto sueño”, pensó Miguel Ángel al incorporarse para efectuar una danza chusca con la que se desprendieran los “parásitos neumáticos”, como los definió con desdén antes de retornar a su sitio sobre la onírica arena granulosa y perturbadora.

De repente el cielo fue surcado por docenas de albatros risueños con pergaminos embutidos en botellas glaucas atenazadas con los pies coriáceos. Una de las aves le dejó caer una pieza que Miguel Ángel tomó al vuelo para desenroscarla y extraer el legajo que decía: “¿Cuántas visiones caben en la astilla del tiempo sin dimensión?”

“¿Y esto, que chingados significa?”, pensó Miguel Ángel antes de sentir que las cócleas de sus oídos se quebraban como esferas navideñas para ubicarlo en el Mundo Real, donde había perdido la noción de las cosas durante los segundos en que se fue hasta las cuerdas como consecuencia del upper cut del campeón Gabriel el Jumento Guzmán, contra quien peleaba por el título nacional de peso gallo.

Cuando Miguel Ángel abrió los ojos, se desvanecieron como humo las imágenes que alucinó sobre el islote y los albatros. De manera que se golpeteó los cachetes para reaccionar antes de que su contrincante se fuera con todo en busca del Knock Out.

Sonó la campana y Miguel Ángel retornó a su esquina para recibir los reclamos de su manager: “¡Chingada madre, Miguel! ¿Para qué chingados tienes los brazos? ¡Reacciona, chingada madre!”

Miguel Ángel soportó una untada de grasa en la ceja abierta y expulsó el protector dental mientras resollaba para reinsertarse en aquel mundo carente de vientos animales, con la mirada fija en un Jumento Guzmán que dos rounds antes recibiera un gancho al hígado y un viaje de ida al islote regido por el vuelo majestuoso de los albatros y la gravidez rotunda de los cocos.

Texto agregado el 30-08-2013, y leído por 225 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
30-08-2013 En una astilla de tiempo me regalaste muchas visiones. Me recordaste" muerte sin fin" de Gorostiza. Todo lo que visionó bajo el efecto del anestésico. un placer leerte. abrazo afectuoso. umbrio
 
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