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EL VIEJO VAGO

Florecen los jazmines que cuelgan hacia la calle de las altísimas paredes de tapia de los caserones grandes y antiguos de Loja. En aquella ya lejana época de nuestra niñez, oímos comentar a nuestros abuelos que en uno de esos caserones un poco fantasmales vivía en total soledad de familia cercana un hombre de aspecto distinguido, muy callado. En la época de su juventud había escandalizado a sus padres con la necedad de querer viajar a Francia, hasta que lo consiguió.
Algunos dicen que cuando se fue ya estaba un poquito chiflado y que de allá regreso loquito, del todo y para remate vago para el trabajo. Otros en cambio aseguraban que él fue desde la escuela muy inteligente, pero huraño, lleno de locas extravagancias y vago, vago de remate.
Cuando éramos niños, solo con pararnos en el puente de la salida a Zamora, en la calle 10 de agosto, mirando al occidente hacia el parque central, veíamos a eso de las diez u once de la mañana de todos los días, emerger de repente como un aparecido aquella figura, que poco a poco se nos hizo familiar; un hombre alto delgado, que debió haber tenido en ese entonces unos setenta años, de pelo rubio y cano. Venía caminando despacio, con pasos cortos apoyado en su bastón elegante. Digo elegante, porque la empuñadura estaba forrada de nácar.
Vestía siempre la misma ropa: pantalón negro, camisa blanca, corbata, chaleco y saco negro, con discretas rayas blancas. Sin importarle que haga frio o calor sobre toda esta ropa, llevaba un grueso y largo abrigo o paletó negro, guantes negros y un sombrero de copa, que a veces lo llevaba puesto y otras veces lo llevaba agarrado con cierta elegancia, con su mano izquierda.
Se lo veía avanzar caminando sin prisa, muy despacio, con presencia elegante a pesar de lo sucio y deteriorado de sus ropas. Todos los días hacia la misma ruta: lo veíamos aparecer en el parque central camino a las bancas del puente en donde se sentaba sin muestras de cansancio, ni apuro, ni nada que lo perturbe.
Con esa curiosidad de niña me acerqué a aquel hombre que se encontraba descansando bajo la copa del enorme sauce, cuyas ramas se metían a mi casa junto al rio. Y, desobedeciendo todas las indicaciones de mi mamá de que no hablara con desconocidos, al menos que ella lo sepa y me autorice, tomé las precauciones del caso y guardando una distancia prudente del tamaño de “por si acaso”, le dije en voz alta y con la esperanza de encontrar pretexto de un inicio agradable de conversación.
-¡Buenos días señor!
El hombre, sin inmutarse y, tal vez sin siquiera oírme, continuó su labor de espulgar su ropa y su cabello para sacar algunos piles, piojos y pulgas que allí habitaban. Lo miré detenida y curiosamente. Se había desabrochado el abrigo y en la correa del pantalón colgaba una llave grande y oxidada, amarrada a una piola sebosa. Probablemente esa llave será de los candados de su casa, pensé. Pude ver también una cadena de oro que salía desde el pecho hasta un bolsillo del pantalón, ¿sería tal vez un reloj sostenido por una leontina de oro? Me negaba a pensar en aquello porque al viejo parecía no importarle que el tiempo vaya o venga, vaya lento, vaya rápido o se detenga.
No sé qué tiempo me embelesé mirando al viejo en su afán, hasta que nuevamente insistí con toda la fuerza de mi voz chillona de niña fastidiosa.
-¡Buenos días señor!
Mi sorpresa fue grande al ver que el viejo alzó su rostro hacia mí, mirándome sin mirarme y, por lo visto, sin haber oído mi saludo. Me quedé impactada, me paralicé por completo ante tan indescriptible imagen. Aquellos ojos eran como dos grandes lagos cristalinos, de un azul profundo e intenso que me dejaron sin palabras, y me quede ahí…. sin poder decir nada. Mirando sin entender de dónde provenía tan fantástico color de ojos, aquella mirada tan profunda; simplemente, me quedé asombrada por aquel espectáculo de tono azul. Y me di cuenta que estaba ante un viejo que gozaba de una paz interior inexplicable.
Detrás de esos ojos puros estaba su alma transparente, límpida e inocente. Fue solo un instante que su mirada de Viejo Vago se cruzó con la mía de niña impertinente. Y luego volvió la vista para mirar y agradecer a los tenues rayos de Sol que le daban un poquito de calor, en esa mañana fría y ventosa de agosto en Loja.
Mi hermano Nayo y sus amigos que elevaban cometas, con gran bullicio y junto a mí en el puente gritaron:
-No seas necia, déjalo, y ven a jugar. El Viejo Vago tiene pereza hasta de abrir la boca para responderte….Soltaron toda una carcajada sonora, festejando como siempre las ocurrencias de mi hermano y en coro empezaron a gritar:
-¡Viejo Vago!, ¡Viejo Vago!, ¡Viejo Vago!, mientras le votan piedras pequeñitas. Él sin impacientarse, los miró a todos con tanta atención que los niños se acobardaron y dejaron de molestar para ir bajando poco a poco la euforia del grito.
-Viejo Vaaago….Viejo Vaaago… hasta que se callaron. Entonces todos vimos que el viejo nos sonreía, las grietas de sus arrugas, tan marcadas de su expresión, daban vida a esa sonrisa; el Viejo Vago nos mostraba generosamente sus dientes bien formados aunque sucios amarillentos y gastados.
Fue una sensación de ternura que nos invadió a todos por aquel viejo, tan conocido y, a la vez, tan desconocido de nuestra ciudad.
De pie estábamos todos esos niños juguetones de mi barrio delante de él, y con sorpresa vimos que se levantó, con cierta elegancia y distinción se abrochó el abrigo, tomó su sombrero y su bastón, dio unos pasos adelante y con su mano tocó levemente la cabeza de cada uno de nosotros, luego empezó a caminar en su camino de regreso de siempre y se perdió a lo lejos entre la luz y la sombra del parque central de donde aparecía cada mañana.
Cerré mis ojos por unos segundos, dejé que el viento de ese momento acariciara mi rostro, respiré profundo y pensé que los jazmines que cuelgan hacia la calle de las altísimas paredes de tapia de los caserones grandes y antiguos de Loja, me traerían de por vida recuerdos de mi niñez de barrio, en la calle y junto al rio. Recuerdos que provocan sumergirse en una paz inefable y hermosa.


Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec


Loja, Ecuador 25 de diciembre de 2012

Texto agregado el 12-08-2013, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-08-2013 Muy bien logrado el personaje, felicitaciones! galadrielle
12-08-2013 Ademas de haber leido un bellizimo cuento me entraron ganas de conocer Loja. jaeltete
 
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