Los cuervos no dejan de graznar... estridentes chirridos que perforan mis sentidos... toda la puta noche igual.

- No... estoy... ¡¡ JODER !!

Agonizo, con un rictus amargo cincelado a regañadientes en el ectoplasma, convulsiono, inerte, a escasas revoluciones por segundo. Taquicardias, vómitos y mareos jalonan las cristaleras. Repto por los pasillos con ese maldito aroma a plumas quemadas incrustado en las grietas de las paredes que se terminan por desprender... Como queriendo responder a mi desesperación el polvo pulula libre adheriéndose a cada rincón, dibujando remolinos de humo gris, levemente conmovido por la escalofriante brisa ignea que mece las desfiguradas cortinas del balcón.

Otra vez... Creo que arden por mis huesos.

Como si es el mismísimo Pedrito el Licántropo el que araña insistentemente la cerradura del portón...

No tengo nada para él.


¡YO! Estoy muerto... pero me llevé a una manada por delante.















Y a otra por detrás.