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EL GUERRERO Y EL GORRIÓN de York

-¿Qué significan estos kanjis? –repitió el hombre, he hizo una pausa –primero debo servirte otro vaso de whisky, querido amigo, porque la respuesta requiere explicación - puso unos cubos de hielo en los vasos y sirvió dos porciones generosas. Luego de beber un sorbo, volvió a mirar la gran fotografía en sepia. Después comenzó a hablar:
La historia comienza en 1866, cuando Kenshi Yoshida era aun muy joven, estudiaba espada con el legendario Takamori Saigô, y aun no se había convertido en el famoso samurái que 11 años después se batió con los cuatro hermanos Takeda, los espadachines más temidos de la prefectura de Kumamoto, y los dejó tendidos sin vida sobre la nieve, en menos de un minuto.
Durante el entrenamiento, era habitual que el maestro Saigô ordenara que les lanzaran manzanas o bolas de cuero, que debieran intentar cortar o apartar con la espada, pero ese día Kenshi solicitó hacerlo después de la puesta del sol, para extremar la dificultad del ejercicio. Estaba en eso y ya había cortado dos manzanas, cuando un gorrión inadvertidamente se entrecruzó volando. Silbó la espada y el pájaro cayó despedazado frente a él. Asombrados, su maestro y otros alumnos le felicitaron por la gran precisión y rapidez demostrada, pero Kenshi quedó cabizbajo, muy afectado por lo ocurrido. Enterró con profundo respeto los restos y dejó una ofrenda de incienso en el templo. Luego dedicó dos días de ayuno y meditación en expiación por haber quitado una vida inocente.
A la edad de 24 años, su reputación de experto espadachín le llevó a ser contratado como maestro samurái del gran castillo Odawara, donde rápidamente llegó a ser jefe de la guardia, con mando sobre más de tres mil soldados. Estos consideraban un gran honor poder servir a sus órdenes, ya que a pesar de ser un hombre de naturaleza contemplativa, de mirada serena y parco de palabras, era decidido y valeroso en la batalla y parecía no tener miedo a la muerte. Ayudaba a cualquiera que se encontrara en peligro, sin importarle el riesgo, y las varias veces que fue herido en combate, permaneció impasible ante el dolor. El les enseñó que en la batalla solo los que no se aferran a la vida pueden aprender a matar sin odio y a morir sin temor. Por todo esto, su sola presencia infundía un gran respeto y admiración.
En esta época, se casó con una mujer de Edo, con la cual contaba que vivió los mejores años de su vida, aunque nunca tuvieron hijos. Kenshi siempre creyó que le fue vedado engendrar, como castigo por la muerte del avecilla, pero nunca lo mencionó a su mujer, a quien trataba con especial cariño y consideración. Ella murió en el inclemente invierno de 1897, en que se contaba que una noche especialmente fría se congeló un capitán de la guardia y el caballo sobre el que estaba montado.
Vinieron los años malos, había quedado viudo a los 50 años y antes del cambio de siglo las convulsiones políticas trastocaron su mundo. Al poco tiempo, él y la mayoría de sus hombres habían perdido sus puestos y deambulaban sin destino. Decidió vender casi todas sus posesiones, repartiendo el dinero entre aquellos. Respecto a su vida, no le importaba. Solo sabía que no andaría el camino que la mayoría de los samuráis despedidos seguían por necesidad y que su esposa muchas veces le pidió: dedicarse a la agricultura o a la artesanía. Él era un guerrero.
Meditó largamente, en paz interior, y decidió que sin familia ni señor al que servir, lo mejor era poner fin a su vida. En los dos días siguientes, ordenó su modesta casa, regó su jardín, escribió varias notas que luego dejó visibles bajo una cajita de incienso y ayunó. Al tercer día, se levantó de madrugada y después de invocar a su Dios y a sus ancestros, se dirigió a la pequeña loma sobre la que estaba enterrada su esposa. Sentado sobre sus talones, de cara al oriente, espero el amanecer con los ojos cerrados.
Cuando los primeros rayos del sol calentaron sus párpados, desenfundó la daga ritual, que brilló cuando apoyó la punta sobre el costado izquierdo de su abdomen. Inspiró profundo. En ese mismo instante un gorrión se posó sobre su brazo, y Kenshi Yoshida escuchó,o imaginó que el pajarillo le habló - Yo tampoco tengo familia ni señor, pero vivo mi destino con alegría- El viejo samurái quedó profundamente conmovido, pero pasada la sorpresa se convenció de que dicha frase era una especie de acertijo que debía resolver, y que sin esa respuesta su vida no estaría completa y no podría disponer de ella. Guardó el cuchillo. Muchos pensamientos se adueñaron de su alma: Un guerrero más débil que un gorrión no es digno de recibir la luz del sol, pero por otro lado, quizás se necesita más valor para vivir una vida que para perderla. Finalmente, se dijo que lo único verdadero era que el mismo pajarillo al que quitó la vida, ahora le perdonaba al salvar la suya, y ese era un regalo que solo un alma soberbia podía rechazar. Por primera vez en su vida, Kenshi Yoshida lloró.
Cinco años después, había prosperado como el mayor criador de aves exóticas de Japón, se volvió a casar con una mujer todavía joven, y tuvo 4 hijos, todos varones. Murió en 1935 rodeado de numerosa familia y amigos, y casi trescientos ex soldados que estuvieron bajo su mando asistieron a la ceremonia fúnebre desde lejanos pueblos, hombres ya de edad avanzada, donde muchos lloraban sin pudor.
Ese era mi bisabuelo Yoshida Kenshi, el hombre de la foto. Y la espada sobre el cuadro es su Katana. Los kanjis de la derecha los escribió él mismo; es una cita de un poeta francés del siglo 17, que admiraba mucho.
Y ahora a tu pregunta. Lo que dice es:
"A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo."

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Destierro de edam

Sentado sobre la raíz de un árbol y recorriendo el entorno con su mirada, Arturo evaluaba su trabajo, había estado allí toda la mañana, ejecutando la ardua labor de desmonte, recuperando la porción de tierra de su parcela descuidada y olvidada debido al abandono. Hacía una semana había vuelto, en su cara se reflejaba todo el sufrimiento padecido por el incomprensible conflicto que libró el Gobierno y los Grupos Subversivos, enfrentamiento que lo obligó a abandonar su herencia, ese rancho que por muchas generaciones perteneció a su familia, en el cuál habitaron sus padres y abuelos y fue testigo de todas sus travesuras de niño para luego enseñarlo a ser hombre, a vivir de la tierra para sostener a su familia, a encontrar la felicidad y el sosiego al lado de la naturaleza, hasta verse inmerso en medio de dos fuerzas que no tuvieron en cuenta su opinión con el fatal desenlace del destierro.

La esperanza estaba latente, pero el temor seguía vivo; su mente atestada de recuerdos horribles y violentos luchaba por liberarse, no era fácil, sobre todo sabiendo que en el mismo sitio en que se encontraba bajo la sombra de un frondoso árbol recibió la visita del Ejercito, quienes lo acusaban de ser colaborador de la guerrilla, sometiéndolo a él y a su familia a un interrogatorio brutal y espantoso, advirtiéndoles que si comprobaban que ayudan a los subversivos debían atenerse a las consecuencias. Ese día por la noche reunió a su mujer y a sus cuatro hijos y mientras cenaban les comentó lo mucho que los quería, en su improvisado discurso reflejaba la preocupación por el futuro familiar, fue entonces que la conversación se interrumpió intempestivamente, la vieja puerta de la vivienda fue tirada al suelo de manera abrupta y salvaje, al instante ingresaron cerca de diez hombres fuertemente armados; eran guerrilleros que se habían enterado de la presencia del Ejercito esa mañana en la parcela de Arturo por lo que fue tildado de informante del gobierno, no hubo tiempo para explicaciones, los militantes destruyeron gran parte de la vivienda, arrasaron con las aves de corral que tenía la familia, sacrificaron el cerdo que Arturo ofrecería en la fiesta de grado de su hijo, luego lo golpearon y se llevaron a su primogénito de 16 años para según ellos reclutarlo con el fin de defender la causa.

Solo cuando la guerrilla abandonó el lugar, su mujer y sus tres hijos menores corrieron a socorrerlo, el pobre campesino lloraba y con rabia maldecía su desdicha, no pasó mucho tiempo cuando se escuchó la estridencia del bombardeo y el ruido ensordecedor de helicópteros y aviones sobrevolando la zona, la noche se convirtió en día debido al voraz incendio que comenzó a consumir el bosque, el escenario era tenebroso y hostil, el ensordecedor tiroteo se escuchaba tan cerca que Arturo tomó un respiro, se olvidó del dolor que sentía su cuerpo ordenando a todos que recogieran lo que pudieran y abrazados corrieron a refugiarse en la selva. Corrieron hasta más no poder, no se detuvieron en toda la noche, sintieron el cansancio cuando el sol aparecía en el firmamento.

El abrazador calor lo trajo de vuelta a la realidad, se quitó el sombrero y abanicó suavemente sobre su cuello, nuevamente realizó otra inspección ocular a su trabajo, el recorrido de su vista chocó con el entechado de palma de su vivienda, podía divisarlo desde allí, el camino húmedo y barroso que conducía hacia ella le recordaba su infancia, así hubiese querido la de sus hijos, libres, sin temores, rodeados de belleza natural, alejados de los vicios y peligro de la ciudad en la que les tocó sobrevivir por más de seis años de destierro.

Gracias a Dios el conflicto terminaba, el Gobierno había implementado un programa de restitución de tierras, brindándoles garantías y seguridad al campesinado para que regresaran a sus parcelas, a trabajar en lo suyo, a trabajar en lo que saben.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas por Carmen su abnegada y fiel esposa, escudera silenciosa en tan encarnizadas batallas contra la vida, cómplice de llantos tormentosos e impotencias infinitas, bastión sólido para subsistir en un mundo ajeno que amenazaba con devorarlos pero que al final fue dominado cual caballo salvaje. Con su característica ternura Carmen besa a su marido ofreciéndole las viandas para el almuerzo, luego se acomodó a su lado y advirtiendo el agobio de su compañero pensó con toda su sensatez, que se puede abandonar el lugar donde se vivió media vida, pero no se puede evitar el seguir arrastrando una larga secuela de recuerdos.



Texto agregado el 18-07-2013, y leído por 189 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
18-07-2013 Dos cuentos maravillosos. Destierro fué mi favorito en el reto. El de York es impecable, muy bien documentado y describe de una manera simple, una cultura ta lejana a la nuestra. suedith
18-07-2013 el cuento de york me fascinó lleno de simbología, inmerso en una cultura que siempre me sorprende en su riqueza. Lo felicito Carmen-Valdes
18-07-2013 Ya había leído el de edam un cuento maravilloso, real, doloroso lleno de sentimientos. lo felicito. Carmen-Valdes
18-07-2013 Destierro: Espectacular cuento, mi favorito del reto. Bien escrito, con fuerza y realidad, ahora que desde España me he venido a vivir a Colombia lo puedo entender mucho mejor. El guerrero y el gorrión: Un gran cuento, de mis favoritos en el reto. Me gusta la cultura japonesa, me encantó cuando leí shogun, y esta historia capta perfectamente el ambiente y su filosofía. walas
18-07-2013 Fueron mis favoritos, felicitaciones!!!=D mis cariños dulce-quimera
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