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Inicio / Cuenteros Locales / albertoccarles / El abcé de una buena historia

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Conversan sobre cuentos y sueños. También hablan de héroes y villanos.

-El abecé de una buena historia es que esté bien contada, que sea verosímil, y que se extienda estrictamente lo necesario- señala en un momento del diálogo el escritor al ingeniero entre copa y copa. Continúa:- Pero volviendo a lo que usted me decía, hasta ahora, nadie me ha demostrado que un sueño pueda ser compartido…

-Lo que no es imposible si la historia convence - retruca sin mucho fundamento el ingeniero. Y completa, irritando a su ilustre visitante: - Lo que no me resulta muy verosímil es el supuesto de que las mujeres tengan sus propios héroes, que para nosotros serían los villanos de siempre.

Al advertir que había hablado en demasía, el ingeniero se inclina solícito y, en señal de reconocimiento por el silencio (ni bien terminó de hablar había esperado la reprimenda), carga con tono obsequioso la copa de su acompañante. Saluda con el vaso y bebe, echándose hacia atrás en el confortable sillón de cuero. Pero, hostigado por una idea irresistible, arremete nuevamente, adentrándose en terreno peligroso:

-¿Quiere oír ahora una historia de mi autoría que podría minar su aseveración?

- ¿De su autoría…?- No cabe en sí el escritor ante la audacia manifestada por el ingeniero. “Estos aficionados que garrapatean hojas y hojas con la inocencia de un angelito, y después demandan la atención de los profesionales…” Bebe un largo trago y define tajante.- Si es corta, que tengo que volver a la estancia y ya se está haciendo noche, ingeniero…

- Ahí va, escuche-, avanza éste, que no se amilana frente a gestos adustos del pelo y marca que fueren. Abriendo el cuaderno donde registra habitualmente los sueños, lee:

EL PÁJARO Y LA DAMA


“Después de una cena frugal y una breve lectura, para evitar las pesadillas, el matrimonio duerme. Él sueña que es un pájaro, y revolotea sobre una ciudad cuando las primeras luces del alba disuelven poco a poco la bruma que la cubre. Se aleja hacia las afueras y, desde lo alto, reconoce el techo de tejas de su casa, enmarcado por el oscuro piso de lajas de la abierta galería. Registra el parque y, más allá, el angosto y tortuoso camino vecinal. Sí, es su ciudad, su casa. Alborozado, decide bajar, y comprueba que la ventana del dormitorio principal está abierta de par en par. Hacia allí se dirige con vuelo vertiginoso. Planea el último tramo; agita las alas con un elegante movimiento antes de cerrarlas y termina posándose con suavidad en el alféizar de la ventana.”

“Ella sueña que está sola en la casa. Su marido bajó al centro de la ciudad solicitado por un negocio impostergable y no volverá hasta el día siguiente. Temerosa, recorre las habitaciones, colocando cerrojos y llaves en todas las puertas hasta llegar a su cuarto. Allí, abre la ventana para disfrutar del fresco de la noche y luego se recuesta en la silla mecedora, con una escopeta descansando sobre sus faldas, y se adormila. Amanece. De pronto, un enorme pájaro aparece con gesto aparatoso en el marco de la ventana. Ella se sobresalta, apunta instintivamente el arma hacia allí y dispara.”

“Ambos despiertan bruscamente y se incorporan con violencia, apoyándose sobre los puños que mantienen apretados contra el colchón, los brazos rígidos. Encienden la luz y se miran, inmóviles, perplejos, sin poder avanzar en la comprensión del sucedido, aturdidos aún por la conmoción que el disparo de la escopeta provocara en sus respectivos sueños.”

- ¡Pero, ché…! Esas son gansadas que no se las traga ni un chico de escuela, ingeniero- remata con tono sentencioso el escritor antes de alejarse de la casa. Como lo intuyera desde las primeras frases, ha confirmado el despropósito, y busca desprenderse de ese gustito amargo que la velada ha depositado como al descuido en su interior, siempre tan razonable, desapasionado, objetivo. Más allá, saluda con mano alzada, sin volverse. “Aunque no puede dejar de reconocerse que la historia está medianamente bien contada, es bastante ingeniosa, y lo más significativo, es breve”, farfulla para sí, congratulándose con el flujo interior de una inesperada condescendencia que lo sorprende antes de subir al automóvil. Pero, casi inmediatamente: “Caramba, ché, al fin y al cabo uno es escritor y tiene la obligación de asumir siempre un juicio crítico sin concesiones… ¿No le parece, ingeniero?” Y sonríe con una mueca de alivio al ponerse en marcha. “Sueños compartidos. ¡Qué ganas de joder con esas especulaciones! Si yo me resolviera, que no es el caso, a escribir un cuento de tal suerte… ” El escritor enfoca la vista en el callejón que iluminan dos faros algo descentrados, sintiendo en la espalda lo desparejo de las precarias huellas flanqueadas por enormes eucaliptos, y comienza a imaginar el almuerzo tardío del próximo lunes con María Pía en el habitual restorán, nada especial pero discreto y bien ubicado en el tradicional barrio porteño de la Recoleta.

Adentro, el ingeniero junto al fuego agonizante de la chimenea, con un vaso ya vacío en una mano y el cuaderno en la otra. Se inclina hacia las brasas y deposita el cuaderno sobre ellas, que comienza en seguida a emitir una columna espesa de humo que excede la boca de la chimenea e inunda el ambiente, hasta que el fuego regresa ganador con lengüetas multicolores, originadas quizá por la cobertura plástica de las tapas. El ingeniero mira el vaso, y recuerda algunas frases de su amigo: “El abecé de una buena historia…“ Sonríe, suspira hondamente y se incorpora en busca de la botella, sacudiendo la cabeza como quien procura despegar pensamientos reiterativos que no terminan de retirars

Texto agregado el 09-07-2013, y leído por 199 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-05-2014 Me uno al comentario de El_Galo. Un abrazo maravillas
09-10-2013 La pluma. El_Galo
 
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