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MAGIA CARIBEÑA

Llegué a aquella playa cubana buscando algo diferente que me alejara de la rutina. Había dejado atrás por unos días una Buenos Aires febril, agitada y hasta hostil a veces.
Al partir, sin embargo, no pude evitar esa leve nostalgia que siempre me invade al verla desdibujarse en la distancia desde la ventanilla del avión .
Al fin de cuentas no deja de ser mi hogar, mi identidad, mi historia.
Sin embargo, en aquella ocasión, ansiaba tomar distancia de ella, aunque más no fuera para extrañarla un poco y energizarme con algo diferente.

Cómo no impactarse con el primer contacto visual con el Mar Caribe…
De un intenso turquesa fosforescente, casi sin olas, bordeado de palmeras , con sus solitarias y extensas playas de arena blanca, llenas de pelícanos planeando sobre él, lo hacen irresistible.
Tan diferente a las bulliciosas playas de la costa atlántica sur donde pasé casi todas las vacaciones de mi infancia, con su violento e hipnotizante oleaje, cubiertas de sombrillas , reposeras, carpas y gente.

Sumergirse en aquellas aguas caribeñas, cálidas y cristalinas, no era menos extasiante.
Una tarde, ya casi sobre la caída del sol, comencé a nadar unos metros mar adentro, sin miedo a las corrientes por la quietud del agua. Me rodeaban pequeños peces rojos , dorados y azules, que apenas rozaban mi cuerpo cuando me detenía unos momentos para descansar. Esta sensación tan placentera era potenciada por el silencio del ambiente .
Decidí no alejarme demasiado de la costa y comencé a nadar en forma paralela a la playa, colocándome el snorkel para aprovechar los últimos rayos de sol y ver el fondo.

De pronto quedé inmóvil y casi sin aliento al ver la enorme silueta de un pez grisáceo con una aleta dorsal que entraba y salía del agua . Se fue acercando suavemente y comenzó a nadar a mi alrededor. Yo no atinaba a moverme del terror que sentía, hasta que , al tenerlo más cerca pude ver que se trataba de un delfín.

Esta hermosa y sociable criatura de casi dos metros de largo se fue acercando a mí tímidamente y rozó mi cuerpo. Estiré mi mano lentamente , acaricié su costado, y pude notar su húmeda textura suave y resbaladiza . Mientras él dibujaba círculos a mi alrededor , tomé su aleta y me dejé llevar... Dócil como un cachorro, me arrastró unos pocos metros sobre la superficie, luego de lo cual se fue sumergiendo lentamente mar adentro. Entonces decidí soltarlo y lo ví alejarse entrando y saliendo del agua totalmente libre, como si nada hubiese ocurrido.

Ya asomaban las primeras estrellas, y el color violáceo del cielo anunciaba la llegada inmiente de la noche. Yo volví a la playa, y salí lentamente del agua sobrecogida por el encuentro, al tiempo que pensaba que esa perfecta comunicación no verbal y entendimiento recíproco sin necesidad de palabra alguna, aunque sólo fue una invitación a nadar por unos metros, casi nunca se da entre humanos. En mi sentir, ese instante tuvo magia.

Texto agregado el 30-06-2013, y leído por 112 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-07-2013 ya lo creo que tuvo magia, que hermosa experiencia. jaeltete
18-07-2013 Mágico y bien contado como si hubiese estado viendo una película. Carmen-Valdes
 
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