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Mariana se queda dormida mientras espera el autobus que la llevará,de la ciudad de México al lugar que hace treinta y cinco años había conocido por primera vez, apenas con el primer llanto y hace diez y siete había dejado atrás para convertirse -para orgullo de sus padres- en una galena. 
Ese pueblo  llamado con orgullo ciudad por sus habitantes quienes defienden ese titulo a muerte, cuando algún foráneo  expresa lo contrario, aún sabiendo que esta muy alejado de serlo. 
Ese pueblo caliente;oloroso a chapopote y tierra mojada de mucho tiempo, casi podrida, a tuberia de drenaje,perforado en todas sus calles con baches lunares, calles cuarteadas y estrechas, que casi nunca requieren más de tres pasos para cruzarlas, atiborrado siempre por todos lados;por todas las calles y los callejones y andadores,del mercadito sobre ruedas y señoras que venden elotes  hervidos,y atoles fangosos y toda clase de  garnachas y fritangas insospechadas, que jamas han existido y solo se conocen allí,en ese lugar incierto, en ese pueblo, en ese punto exacto en que parecen conjugarse todos los motivos y hechos de la vida, todos los lugares y los acontecimientos y las personas importantes, y que sin embargo por una mística razón nadie, en ningún lugar- más que en el mismo-lo conoce. Todas esas comidas son   solo conocidas   por ellos,sus habitantes, los habitantes del pueblo fundado como villa, villa olvidada, o caserio perdido, desconocido para sorpresa de quienes se lo topan a medio camino,hecho en el fondo de una enorme barranca, congelado en sus tiempos,en su movimiento como si existiera aparte del mundo,del otro mundo que está allá afuera, apenas pasando el letrero de " bienvenidos" como si fuera otro mundo u otra dimensión y en el supuesto de que el primero  dejara de existir, seguiría su curso autómata,lento y apacible . Ese pueblo sucio, testigo lejano siempre, desde hace muchos años atrás, desde que las cosas no existían como ahora, ni el pais, ni el estado,ni el gentilicio común, ni el imperio, ni la república, ni otra vez el imperio y otra vez la república,pero si el pueblo, siempre el pueblo, siempre estuvo ahí desde el día en que a cuatro familias de acaudalados comerciantes que hacían el viaje de la Ciudad de México a Acapulco para comprar mercancías en los galeones españoles que venían de Manila bien cargados de pimienta, canela, clavo, sedas,terciopelos, marfil y muchos más productos que solo se encontraban en oriente,  decidieron que una villa entre el camino del puerto y ciudad de México seria  conveniente para dar de beber a los animales,para descansar un poco, reponer energías para continuar con el pesado y largo viaje que entonces era y establecer un lugar permanente en el que los trabajadores pudieran vivir y esperar a que los patrones llegaran o bien de la ciudad o bien del puerto.O tal vez solo  para fornicar con sus criadas o las hijas de sus criados o si así era el caso poco común con sus esposas y despues continuar el tedioso camino de regreso a la ciudad  y entonces decidieron ahí, en medio de la nada- o de las montañas- al fondo de una agreste barranca, fundar la villa, o el pueblo o ambas o el caserio de peones y caballerangos a la espera de sus patrones mucho antes de que si quiera se pensara en un país aparte de la corona.
Ese pueblo borracho, apestoso a gargantas briagas de mezcal el día en que como la tradición manda desde hace varias décadas o unos pocos siglos,cada domingo anterior a la navidad desfila por la calle un pendón con la imagen  de la virgen de Guadalupe que a su paso reparte la enerbante bebida de los dioses antiguos, de antes que llegaran los barbados, sacada a la fuerza del ultimo latido del corazón del maguey, cargado en barricas en los lomos de un burro tierno. Ese pueblo petrificado, que es testigo del baile epiléptico, convulsivo, de cientos y cientos de danzantes de todas las latitudes del estado, que preceden al pendón. Un río brioso que corre por las calles de aguas multicolores, que no tiene un ritmo fijo en su cause, a veces lento pero caudaloso y otras rápido y arrítmico, con piedras que en realidad son mascaras de tigres, tlacololeros, chinelos, moros contra gachupines, diablos, viejitos, pescados y muchas otras danzas que hacen el recorrido con un orgullo pocas veces visto en danzantes populares. Portar esos trajes y mascaras les llena el corazón de pundonor, son los guerreros que nunca existieron, de las guerras nunca libradas mas que un solo día: ese domingo anterior a la navidad en que todos los del pueblo tienen permitido por omisión consuetudinaria emborrachares en las calles,avenidas, callejuelas, afuera de las casas, en los parques, en los mercados, ese día en que el alma del pueblo esta borracha y contenta por que empieza la feria de San Mateo.
Ese pueblo al que Mariana solo hasta el día en que se fue a vivir a la Ciudad de México, pero no antes, comenzo a odiar.

La sala de espera de la terminal Taxqueña llena de personas distantes, impacientes, escupiendo siempre la bocina del teléfono, gritándole al teléfono,siempre esperando a familiares venidos de provincia que nunca llegan, siempre buscando autobúses que nunca encuentran entre los andenes costrudos de mugre eso más el sopor de los días calurosos de la Ciudad de México pasando un poco del medio día más el aire espeso y hediondo que se cuela de las puertas de los baños públicos que por cinco pesos rentan mingitorios y letrinas mohosas y apestosas a ácido úrico   más la voz seca y perezosa de la mujer que anuncia las salidas a lugares extraños, alejados del pueblo, provocan en Mariana un sueño hipnótico, denso, todos esos factores conjugados crean en sus parpados una hidráulica tal, que el sueño deja de ser sueño y la vida,vida y ya no sabe si esta aquí o allá y el consiente se vuelve subconsciente  y mientras dormía soñó con un recuerdo que se había quedado guardado en los anaqueles más profundos de su memoria y que no se había vuelto a abrir desde hace mucho tiempo. Estaba viendo el reflejo de su rostro en la fuente de la casa de su abuela. Fue una tarde en que su madre la dejó porque tenía que ir a una consulta médica en la Ciudad de México, y para ella siempre era mejor quedarse con “abuelita” como ella la llamaba(y que era el nombre con el que se había dirigido a ella desde que dijo sus primeras palabras) que estar horas en hospitales aburridos y tristes, en donde no se podía hablar de manera normal y todo el tiempo pasaban enfermeras gordas que  interrumpían las platicas de sus muñecas y le recordaban una terrible obviedad "esto es un hospital" decían.
Escuchó también, como un rumor lejano  la voz de abuelita,llamándola para que la acompañara a tomar  el té de toronjil que había preparado mientras miraba su rostro impávido en el fondo de la fuente a medio llenar de agua un poco turbia. Recordó también entre el sueño - sabiendo ella que eso era un sueño- los años que había pasado  sin probar el toronjil, esa planta casi envuelta en un hálito místico en el pueblo,incluso el mismo nombre del pueblo tenía algo que ver con esa mágica planta de la cual se dice que quien es de fuera y la prueba, jamas se va y si se va regresa y la segunda ves es para siempre. Sabía también que era por que desde algunos años atrás había cambiado el toronjíl por el café americano,incluso en los muy raros días que decidía visitar a su familia en el pueblo. 
Eran las seis de la tarde cuando su abuela la llamo, ella camino despacio  - y en realidad no recordaba si así había sido hace veintiocho años o era solo el sueño y la memoria, cómplices para traicionarla - por el corredor de azulejos rojos adornado con macetas sujetas al techo con delgadas cadenas, de las cuales colgaban enormes brazos de verdes helechos.

La antaña pero encantadora casa de estilo colonial, ubicada en el barrio de San Mateo que doña Beatriz había heredado de su padre, fue demolida después del terremoto de 1985.Los daños a la estructura provocados por el violento hecatombe eran tan graves que hicieron imposible intentar una reparación, por lo cual doña Beatriz cedió el terreno a una empresa constructora que desde hacía mucho tiempo trataba de persuadirla para que les vendiera la propiedad que según ellos valía más por el terreno que por la construcción.
El terremoto fue la excusa perfecta para realizar  la transacción, doña Beatriz cedió la propiedad a cambio de tres de los dieciséis departamentos que se construirían y en uno de los cuales vivió hasta el momento en que la vejez consumió su esbelta figura y el paso del tiempo carcomió los últimos vestigios del espíritu de trabajo de los años de juventud y tuvo ir a vivir a casa de su hija. El día en que se iniciaron  los trabajos con la demolición de la casa, Doña Beatriz contuvo un llanto melancólico que se trago con algo de saliva y la mente se le lleno de un profundo arrepentimiento, que sin embargo acepto con dignidad. Y no por el hecho de que los papeles ya estaban firmados, no, sino porque esa casa aunque durante años fue testigo de todos los vaivenes de su familia por alguna extraña razón pensó que su ciclo había terminado y que a pesar de la nostalgia, era necesario borrarla, acabarla y reventarla bajo los dientes de una retroexcavadora.
Desde el primer día en que Mariana visito el moderno departamento las tardes con abuelita fueron diferentes. Aunque el gran amor que le tenía no evito que siguiera pasando cada vez más tiempo con ella, en realidad las frías y blancas paredes del departamento provocaban en ella una depresión parecida a la que sintió el día en que su madre le hablo por teléfono para darle la noticia. Y aunque no era del todo feliz en ese lugar, en comparación con la felicidad de los recuerdos de ,los pasillos  y los helechos colgantes de la vieja casa; le quedaba el consuelo de que su abuela había conservado los muebles antiguos contrastaban con el minimalista diseño del lugar.

Mariana soñó también con la caja de olinalá apolillada, en donde su abuela guardaba las viejas fotos de “el pintor” como doña Beatriz solía llamar a su abuelo, no de una forma despectiva, sino con el cariño más dulce y mejor guardado por años y años de paciente y mortal fidelidad in memoriam.

Antonio Haddad; un inmigrante de origen libanes que vivió hasta los 18 años en la Ciudad de México, pero que en un viaje a Acapulco conoció a su abuela cuando el autobús en el que viajaba se averió cerca del pueblo.El camión tardaría más de un día en arreglarse por lo que los pasajeros tuvieron que buscar un lugar en donde pasar la noche y Antonio Haddad encontró una habitación en el Hotel de Don Andrés Leyva Alarcón, cuya recepción atendía una joven de 16 años. Beatriz, hija de don Andrés Leyva . Blanca y esbelta como un nardo, con grandes ojos color marrón y pelo castaño. Su belleza y sus finos modales cautivaron al joven pintor y desde el momento en que Antonio Haddad vio a Beatriz Leyva supo que no volvería a subir al camión con destino a Acapulco y desde ese día hasta el desafortunado momento en que hizo un viaje a la Ciudad de Guanajuato en donde fue asesinado por los cristeros; que irrumpieron en el hostal donde pasaba la noche, se quedo a vivir en el viejo hotel colonial del centro.
Aunque Mariana no conoció a su abuelo quien murió muy joven y dejo viuda a Doña Beatriz a los 22 años, su rostro le parecía muy familiar. Tal vez por el enorme parecido con su madre o por las muchas tardes en que se sentaba en la cocina a mirar una y otra vez las pocas fotos que existían de él. Era un hombre bien parecido, delgado y blanco. Con cejas prominentes y negras y una nariz grande y curvada que sin embargo no desentonaba con el resto de su finas facciones. Era pintor de profesión y su talento lo llevo a tener una vida bastante decorosa derivada de las ventas de su obra.

Solo la despertó la voz que anunciaba la salida de las dos treinta de la tarde con destino al pueblo, la cual no oía desde por lo menos 4 años atras. Su Profesión le impedía darse demasiado tiempo para visitar a su familia y en realidad tampoco tenia ganas de dárselo, desde que se mudo a la capital para estudiar la carrera de medicina en la Universidad Nacional, los viajes se limitaron a los días de vacaciones y a muy raras ocaciones despues de terminar la carrera.Mariana caminó hacia el camión arrastrando su maleta de ruedas, la dejo en el compartimiento y subió a tomar su lugar para de inmediato volver a conjurar los recuerdos infantiles proyectados por la mansedumbre del sueño. Durante todo el camino permaneció dormida, y soñó con los pasillos de pisos rojos, la fuente y los helechos colgantes.

Solo la despertó esa voz entrecortada, desconocida, lejana,que se introdujo como un cuerpo extraño a los recuerdos. Cuando Mariana despertó el camión estaba vacío. Solo quedaba la mujer gorda y de facciones torpes que con voz asustada le decía –señorita, señorita, ya llegamos, despierte- Mariana agradeció a la mujer y recordó que antes de cerrar los ojos la había visto sentarse al lado suyo. Mariana bajo del camión a buscar su maleta y caminó por el pasillo hacia la salida con una impaciencia temblorosa.Todo estaba muy cambiado en el pueblo, Ahora  también había sala de espera en esa terminal, ahora tambien había supermercado y centro comercial, quizá ese pueblo ya no lo era tanto ahora había calles más grandes y más autos y casas modernas y restaurantes y todas esas cosas que antes fueron nuevas al llegar a la capital, todos esos lugares habían  perdido escencia, le habían perdido el miedo a la modernidad o se habían emulsionado con ella o tal vez  el pueblo había muerto y no su abuela ¿o era  que venía al entierro de ambos?

Texto agregado el 22-06-2013, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
23-06-2013 ...bela scena, parabéns. naves
 
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