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En las profundidades de un océano insondable una estela fulgurante lanza llamaradas luminosas y potentes como el campo gravitacional de un sol lejano y antiguo. Y ella es atraída. Irreversiblemente. Atraída. Y va flotando, es decir, va hundiéndose en la densidad de unas aguas cada vez más resplandecientes. Va hundiéndose, pero lo siente como si fuera una especie de ascensión, como si levitara. Y sonríe. Porque sabe -o lo sospecha- que está a punto de.

De repente se despierta. Pero no como quien acaba de abandonar un sueño y se despereza entre las sábanas buscando un orden necesario, un acomodo de imágenes y secuencias que rápido se disipan como nubes en el viento. No. Más bien lo hace como quien acaba de recibir el rayo fulminante de una revelación. Ha despertado. Se dice. Como nunca antes en su vida. Y ahora sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Y se lo dice nuevamente como quien profiere una promesa o un conjuro, una invocación o una sentencia. Voy a encontrar ese tesoro. Dice. Lo haré. Llegaré al mismísimo fondo del mar así sea necesario.

Pero claro. El primer inconveniente aparece pronto. A su aldea no llega ni ha llegado jamás el mar. Apenas si pasa por ahí un río angosto, titubeante, que a decir verdad, nadie sabe si a fin de cuentas llega a sitio alguno. Se habla de una laguna en las lejanías, o de un agujero en la tierra donde desaparecen las aguas, las verdes praderas, los cantos de los pájaros. Lo cierto es que nada se sabe.

Por lo pronto. Una única certeza. No podrá ser de otro modo. Se dice. Se convence. Deberé marcharme. Recorrer quién sabe cuántas leguas hasta alcanzar alguna orilla.

+++

La mochila es la más fiel balanza. Cada cual cargará sobre sus hombros el peso justo de su vida. Lo supo en la inmediatez de la primera parada cuando dejó al borde del camino la mitad de su equipaje.

Y al llegar al primer poblado ya se sentía leve como una pluma. Todo era nuevo y maravilloso, desconocido e incitante. Como así también lo era el rostro de esa anciana que le preguntaba tras una sonrisa chispeante y desdentada si estaba perdida.

La verdad no sabía qué responder. Primero, porque no había entendido una sola palabra de esa lengua extraña que hablaba la señora. Segundo, porque aunque no tenía la más mínima idea de dónde se encontraba, no se sentía extraviada ni nada parecido. Estaba simplemente de camino al mar. (Aunque ese camino se alterara momentáneamente y fuera a parar directo a la casa de esa mujer, que con la misma sonrisa en la cara ahora le ofrecía comida abrigo descanso y un montón de cosas más que no pudo comprender).

Al día siguiente agradeció infinitamente con balbuceos enredados y ademanes que pretendían ser universales. Se despidió. Y llegó justo a tiempo a treparse al tren que aceleraba trepidante.

+++

Como toda incomodidad es transitoria se relajó al vaivén de la muchedumbre en el vagón. No había ya necesidad de aferrarse a ningún lado, la misma multitud era sustento y contención. Y a su alrededor sólo veía rostros despreocupados y contentos como si estuviesen disfrutando algún tipo de juego, una especie de contacto directo multipersonal, o una amalgama fugaz de seres sobre los rieles, o alguna otra cosa por el estilo. Se dejó llevar hasta que poco a poco se fue liberando espacio, se fueron abriendo distancias. Hasta que ya eran pocos los pasajeros en aquel vagón que parecían sentirse -al mismo tiempo- aliviados y nostálgicos por esa experiencia intensa que ya había pasado. Ahora todos se miraban a los ojos como reconociendo la unidad que poco antes habían protagonizado, y que ahora deberían renunciar, disgregar, bifurcar, como los caminos individuales que cada cual estaba siguiendo. Así también a ella le tocó el momento de bajarse en una estación desconocida.

***

Bajó del tren. Caminó por el andén hasta la salida. Miró hacia afuera. Dio media vuelta. Y fue a sentarse junto a una farola apagada. Era de día. Temprano. Y ella estaba esperando algún tipo de señal.

Cerró los ojos. Y el mar apareció con toda su potencia y esplendor. Reflejos cristalinos explosiones contra las rocas mareas tranquilas de gigante durmiendo la siesta. Apareció el mar. De repente. Inundándola por dentro, meciéndola, llevándola en las corrientes hacia los confines de un planeta lleno de agua. Y de seres sutiles que habitan tanto profundidades como superficies.

El océano. Amalgama constelación de danzas y movimientos. El océano. Fluido vaivén. Y ella baila con los ojos cerrados. Ella toda luz párpado aletas. Ella tan cardumen. Ella branquias boca movimiento. Ella agua coral barco hundido hábitat abismo y maravilla. Ella perla refulgiendo en los escombros. Ella mar. Y ella de pronto abre los ojos. Y a su lado un hombre de mirada enigmática y luminosa. La mira.

***

Un abrazo como bienvenida.

En esta ciudad -dice el señor- siempre se saluda a quienes acaban de llegar. Sobre todo si son desconocidos. Así pues -continúa diciendo- que todo aquello que buscas alcance pronto tu camino y la abundancia sea creada en cada encuentro. Que el sendero no se torne laberinto. Ni cualquier piedra impedimento.

Y que disfrutes el baño de mar.

Y se fue cantando:

“El pie lleva consigo la huella
y el camino. Y todo lo que viene
viene
y después se va.

Todo lo que queda es poco
comparado con lo que
cada uno lleva
en su interior.

Sólo es cuestión de alcanzar
la conexión con el centro
de la creación
de cada ser.

Y cada cual sabrá
lo que tiene que hacer
y lo que tiene
que dejar.

La huella lleva consigo el pie
lleva su destino. Y toda
semilla está dispuesta
a germinar.”

Y entonces llegó el tren que la llevaría hasta la costa.

***

Montañas. Nubes. Túnel. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Amanecer. Vagón. Vacío. Plenitud. Proximidad. Estación. Algarabía. Multitud. Aceleración. Movimiento. Curvas. Paisaje. Ventana. Pasillo. Sonrisa. Visión. Lluvia. Paró. Silencio. Agitación. Destino.

***

Cuando llegó donde la arboleda se funde con los médanos. Cuando llegó y subió la montaña de arena. Cuando llegó subió y vio aquel horizonte. Lejísimo. Sintió caer una inmensidad sobre sí misma que a la vez parecía caer en una inmensidad aún mayor.

Imposible describir lo que pasó hasta que sus pies se sumergieron en la orilla.

Lo que sucedió a continuación fue bien sencillo.

Una embarcación pequeña -más balsa que navío-. Una familia tripulación. Rostros de bronce y ojos brillantes. Una invitación. Una isla paraíso. Leyendas de tesoros. Un atardecer maravilloso. Y una hamaca donde descansar hasta temprano en la mañana. Zarparían al amanecer pues.

***
Las olas golpean el casco y la espuma estalla contra el dorado incandescente del cielo. Las velas se inflan de viento y empujan como cien caballos tirarían de una carroza. Y pronto la costa es una línea en la distancia. Las olas son ahora el lomo curvado de un animal gigante. Y el mundo es un círculo perfecto.

Mar adentro existe calma. Una calma fluctuante y en constante balanceo. Mar adentro todo es agua. Aire. Y el deseo pertinaz de tierra firme. Más adentro. La vida se deja llevar a la deriva. Y se encuentra a sí misma muchas veces renovada. Mar adentro dice. Y de repente tiene una visión.

En las profundidades de un océano insondable una estela fulgurante lanza llamaradas luminosas y potentes como el campo gravitacional de un sol lejano y antiguo. Y ella es atraída. Irreversiblemente. Atraída.

De pronto ha saltado al agua. Y va nadando hacia lo hondo. Avanza más y más en lo profundo. Siente un llamado. Y lo está siguiendo. Un resplandor difuso aparece desde abajo. Una luz. Y la siente dentro de ella. Un poco más. Y de repente. Ya no necesita respirar.

Ha llegado al fondo. Donde encuentra una gran perla luminosa. Y un milagro imposible de contar.

Texto agregado el 20-06-2013, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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