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Inicio / Cuenteros Locales / diuke1337 / Historia de un viaje en bus

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Un joven que había esperado el bus por unos cuantos minutos agarró sus cosas y, a paso lento, abordó el bus que lo llevaría a su casa. Bajo aquella cara de chico bueno escondía todos los sentimientos, remordimientos y decepciones que un niño de tan solo 17 años podría llevar encima.

Pagó con monedas el pasaje, y mientras el conductor las recibía de mala gana, se dirigió a un asiento vacío. Entre muecas se sentó al lado de la ventana, apoyó su cabeza contra el vidrio y dio una ojeada a su alrededor. Vió unos cuantos durmiendo, un grupo de amigos riéndose como si no hubieran pensamientos en sus cabezas que los afligieran como a él, un par más comía basura en bolsas de plástico mientras miraban sus celulares, una chica arreglaba su larga cabellera rubia y otra miraba por la ventana con la vista perdida y los audífonos puestos.

Era uno de esos buses viejos, con olor a óxido y a ropa húmeda, con los espaldares de los asientos padecidos por el implacable pasar de los años y rayados por vándalos inoficiosos; el ruido del motor se metía por los oídos y taladraba la cabeza, los vidrios vibraban como un perro asustado y la puerta abría con odio, era un dinosaurio de una época antigua, un fósil urbano.

En un momento el chico giró la cabeza en dirección a la fría y melancólica ventana, viendo el atardecer opacado por las grises nubes en las que se funden todos los pesares, tristezas y sufrimiento de los hombres. El hermoso e intenso rojo del atardecer se veía a trazos entre las nubes, una pintura magistral digna de un genio, pero indigna para un día tan apático y triste como lo era ese nublado domingo de Abril.

A mitad de su camino el bus se detuvo en una parada, unos cuantos bajaron y otros cuantos subieron, entre ellos una chica, joven, de cabello castaño oscuro, jean negro y una blusa blanca pegada que resaltaba su figura. Sus cara pequeña, sus pómulos pecosos, su nariz respingada y su piel suave eran un espectáculo que los observadores merecedores de apreciarlo, lo consideran tan hermoso como una sinfonía de Beethoven.

Aquel joven comprendía que su amor de bus era improbable, pero eso no logró que sus ojos se separaran de aquella figura femenina y que su boca pintara una leve sonrisa, olvidando un poco su melancolía y calmando las turbias aguas de su mente, en las que navegan tanto pensamientos como culpas. De repente, la chica volteó su cabeza en dirección al joven, quien retiró la mirada rápidamente. Lo observó por unos segundos y sonrió levemente al ver que él había vuelto a mirarla, se sonrojo y dirigió sus ojos a la ventana, para observar el triste atardecer de ese domingo de Abril.

¿Ahora qué hago? se preguntaba el chico que en su perdida mirada canalizaba sus pensamientos y tristezas; aquella chica lo había observado y había sonreído, y ahora su corazón latía con fuerza y su cabeza se inundaba con ideas y fantasías irrealizables. Con un simple gesto, aquella chica, había convertido aquel mundo en blanco y negro en una efímera explosión de colores. Siguió viendo el atardecer por la ventana, con una pequeña sonrisa dibujada en la boca y a ratos dirigiendo la mirada a la hermosa chica de sus ojos.
Los siguientes 20 minutos transcurrieron lento, mientras subía y bajaba gente su concentración se centraba en la chica y, por momentos, en el atardecer, al que miraba con cierta admiración y comparaba en belleza la mujer que esa tarde había robado su mirada y su corazón sin decir una sola palabra. Mientras se encontraba absorto en sus pensamientos y observaba por su ventana los últimos rayos de sol del día, el rojizo del cielo se convertía en un azul intenso y melancólico.

De repente reaccionó recordando que su parada era la próxima. Un poco apurado, ya que estaba a escasos metros de la parada, agarro sus cosas, se paró de golpe y presiono el botón que indica al conductor que alguien quiere bajar. Mientras el bus se detenía dirigió la mirada a la mujer de sus ojos para verla, posiblemente por última vez, pero ella ya no estaba.

Asustado, disimuladamente escaneo con su mirada cada centímetro del bus, y sus ojos se alegraron cuando la encontró justo a sus espaldas con una sonrisa burlona en sus labios, sabiendo que él la buscaba. Rápidamente miró hacia adelante, entre confundido y apenado.

El bus paró y, aún sonrojado, el joven se bajó del bus precedido por la chica. Volteo la cabeza ligeramente para darle un último vistazo y descubrió que ella lo veía, y por lo que parecía iban por el mismo camino. Él desacelero la marcha a propósito esperando verla pasar y poder admirarla de cerca, pero al encontrarse, ella igualó la velocidad sus pasos y lo miró con una sonrisa. Era más bella de cerca, casi intimidante, su perfume se coló por su nariz y espantó el horrible olor a óxido que ahí se alojaba.

El corazón del joven latía rápido, sus manos sudaban, por su cabeza pasaban cientos de escenarios hipotéticos de lo que podía salir mal. Sin saber qué hacer y con su mirada clavada en el horizonte tomó aire fuertemente, abrió su boca y se lanzó al vacío.

─Hola ─dijo el joven con el miedo más grande que alguna vez hubiera sentido.
─Hola ─respondió la chica sonrojada y con una ligera sonrisa dibujada en su hermoso rostro.

Cruzaron las miradas y salieron chispas de aquel encuentro, sus ojos se conectaron y lograron ver la profundidad de cada alma, el amor juvenil emanaba de sus ojos y las sonrisas conectadas levantaron al unísono las mejillas de los 2 jóvenes. Y así en esa melancólica tarde de Abril, con un atardecer plagado de nubes grises, comenzó la historia de amor más hermosa que alguien pudiera imaginar.

Texto agregado el 16-05-2013, y leído por 927 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-05-2013 En la tristeza, salir de sí mismo y mirar un poco alrededor, puede hacer cambiar un estado de ánimo. ¡Bien! ***** simasima
16-05-2013 me gusta! PenelopePok
 
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