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Hoy tengo vuelo a las 9:00 a.m. en el aeropuerto al que voy a entrar por la parte izquierda. Me está esperando Samuel, un amigo con el que vamos a ir a dar un paseo como solemos hacerlo de vez en cuando. Antes de salir para allá, llevo a mi perro a su “hotel”, porque no me gusta llevarlo a éste tipo de trayectos pues se puede marear con todas las vueltas que vamos a dar.

En la perrera municipal me recibe el veterinario Ortiz, un hombre fornido, o más bien gordo, con gafas y bajito; parece como si trabajara en una funeraria, a primera vista no da mucha confianza, sin embargo he confiado en él durante 5 años y nunca he tenido algún percance, espero que cuando regrese mi can me salude como siempre lo ha hecho, de la manera más fraternal que me ha saludado alguien, incluyendo animales y humanos. Me dirijo en un taxi hacia mi aeroplano y voy dialogando con el señor, sinceramente, me pareció un hombre muy parecido al doctor: barrigón, con anteojos y de baja estatura; se me ocurrió preguntarle qué sabía sobre animales y me dijo que lo mismo que yo; sentí que era una forma de evitar el tema pues no sabía nada y prefería no reconocerlo.
Después de varios trancones por las innumerables calles del pueblo finalmente llego a mi destino.

Es un edificio de dimensiones menores, al ingresar me saluda el vigilante al que le pedí que usara gafas para el sol y así lo hizo. Adentro hay una cafetería, una sala de espera, unos baños, algunas plantas y la salida, casi todo diseñado para mí. Salgo y veo mi aeroplano, con la cabeza contra la pared y 3 hombres que ayudan en el mantenimiento. Cuando camino hacia la entrada, que estaba al otro lado de mi posición, vi a Samuel que se había cansado de esperarme y salió a preguntar qué había pasado conmigo; inmediatamente cuando me vio se devolvió sin murmurar alguna palabra, lo seguí y no me detuve a saludar al piloto y su camarada. Eran las 9:05 a.m. y sentía como a mi alrededor todo estaba molesto porque había llegado tarde.

De todas formas nos sentamos ella y yo en un mini-restaurante y comenzamos a hablar. Todo está listo para que despeguemos, la azafata se acerca y le confirmamos que estamos listos. Se cierra la puerta y nos dirigimos hacia la pista, y despegamos sin mayor dificultad. En el aire le comento que he decidido ser ingeniero, él no se molesta por eso y seguimos la conversación.
Veo por mi ventana un rio de colores y le indico al piloto por el megáfono que nos dirijamos hacia ese lugar; en unos cuantos segundos estamos como a 2 metros del rio, también hay unas flores de muchísimos colores, abro la ventana, cojo varias y se las regalo a Samuel.

Volvemos a tomar una gran altura y Samuel me comenta que su mayor fantasía es morir en una aeronave, saca una caja del bolsillo izquierdo exterior de su chaqueta, la abre y sentí una agonía espantosa por un santiamén y luego morí.

Texto agregado el 11-05-2013, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


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